LO QUE NO SE DICE SOBRE BANGLADESH. La gran mayoría de la población trabajadora está totalmente desprotegida
Público.es, 24-05-2013
Cuando usted vaya a
comprarse una camisa o cualquier producto textil, mire donde está hecho el
producto. Verá que la gran mayoría procede de países mal llamados pobres (en
realidad tienen grandes cantidades de recursos, por lo general, controlados por
intereses financieros y económicos extranjeros) donde los seres humanos que los
producen viven y trabajan en condiciones misérrimas. Uno de ellos es
Bangladesh. Este país es sumamente rico. Su tierra, extremadamente fértil,
puede producir suficiente alimento para poder satisfacer las necesidades
nutritivas de una población veinte veces superior a la actual. Y a pesar de
ello, la mayoría de la población, y muy en particular la que vive en las zonas
rurales (82%), que constituye la mayoría, está malnutrida, con amplios sectores
experimentando hambre. En realidad, Bangladesh es considerado, junto con Haití,
el país más pobre del mundo, lo cual quiere decir que es el país que tiene un
mayor porcentaje de población pobre, a pesar de que los datos muestran que
Bangladesh (así como Haití) tiene los recursos para salir de la pobreza (ver “Cólera en
Haití”, El Plural, 16.12.12; y “Continúa el
escándalo del cólera en Haití” Público, 27.02.13).
No es, pues, la falta de recursos la causa de su pobreza,
sino el control de estos recursos. El 16% de los propietarios de tierra
controlan el 60% de toda la tierra, la cual cultivan para producir alimento que
se exporta a los países llamados “desarrollados”.
Esta casta de terratenientes se alía y está al servicio de compañías
agropecuarias extranjeras que dirigen la explotación de la tierra (es decir, lo
que se produce, cómo se produce y cómo se distribuye).
Esta estructura productiva es la que se reproduce por un
sistema político que teóricamente se define como democrático y representativo:
tiene incluso pluralidad de partidos políticos y elecciones parlamentarias.
Este sistema, sin embargo, está influenciado enormemente por el bloque de poder
financiero-económico-político constituido por los grandes terratenientes del
sector agrícola, que son los que en realidad gobiernan aquel país. Esta enorme
concentración de la propiedad de la tierra crea una enorme pobreza. Y la gran
mayoría del alimento que se produce se consume fuera del país.
Esta oligarquía agrícola está aliada con otros intereses
domésticos ligados también a las grandes compañías extranjeras que realizan su
producción en Bangladesh a unos costes laborales bajísimos. La población
pobrísima expulsada del campo acepta salarios misérrimos, pues no hay otros
disponibles. Esta estructura económico-política dictamina que la gran mayoría
de la población trabajadora esté totalmente desprotegida, lo cual ocurre en
todos los sectores productivos de la economía, incluyendo el textil. Este
sector está controlado por las grandes compañías textiles que hoy dominan el
mercado internacional, tales como Benetton,
H&M o Mango entre muchas otras, y una larga lista de cadenas
internacionales de distribución y comercio, como El Corte Inglés, que están todas ellas en Bangladesh por el bajísimo
coste de los salarios de los trabajadores (21 céntimos por hora) que trabajan
en unas condiciones miserables, en fábricas carentes de los más mínimos
requisitos de seguridad. Desde 2005 han muerto más de setecientos trabajadores
en incendios en fábricas. El más reciente, hasta hace unos días, fue el fuego
de la fábrica textil de Tazreen, que ocurrió el pasado 24 de noviembre de 2012,
tal como indica David Bacon en su artículo “Bangladesh
disaster: Who Pays the Real Price for your Shirt?”. The Progressive
(26.04.13). En aquel incendio 112 trabajadores perecieron, un número
elevadísimo para un accidente de esta naturaleza. Y la causa son las pésimas
condiciones en las que se encuentran las fábricas. Ninguna de ellas tiene
salidas de emergencia (en realidad todas las puertas están cerradas con llave
para evitar la salida de los trabajadores, excepto en las horas de entrada y
salida) y no disponen de extintores de fuego.
En la desgracia que ocurrió hace unas semanas en Rana Plaza (a 29 kilómetros de Dhaka), donde
perecieron más de mil trabajadores, el edificio se vino abajo debido a que se
abrieron muchas y amplias grietas en las paredes y en los tejados, aperturas
que habían aparecido paulatinamente hasta entonces y que habían sido
denunciadas por los propios trabajadores, siendo sus avisos ignorados por el
propietario del edificio, el Sr. Sohel Rana, que es, por cierto, uno de los
dirigentes del partido gobernante Awami League. Pocos días después del colapso
de la fábrica, 20.000 trabajadores de fábricas cercanas a la que se derrumbó se
manifestaron en protesta. La estructura de poder que gobierna Bangladesh es
plenamente consciente de que está sentada sobre un volcán, lo cual ocurre en la
mayoría de los países mal llamados pobres. De ahí la enorme represión que
existe en estos países. Y la policía inmediatamente se movilizó para frenar y
cortar la posibilidad de que se iniciara la explosión del volcán.
Pero existe otra forma de represión –que apenas ha salido en
los medios-, dirigida por las grandes corporaciones textiles extranjeras que,
aliadas con las élites gobernantes del país, configuran las intervenciones
públicas que sostienen un sistema basado en una enorme explotación. Y me estoy
refiriendo a la gran industria certificadora (que maneja 80.000 millones de
dólares) que trabaja para estas compañías textiles. Estas compañías protegen a
las compañías explotadoras, defendiéndolas legal y mediáticamente, minimizando
y trivializando el daño y la participación de las mismas en la contratación de
aquellas fábricas. Detrás de cada corporación (sea textil o no) existen
compañías de certificación que intentan minimizar los costes (incluyendo los
costes mediáticos de imagen) que estos desastres suponen para las compañías.
¿Qué puede hacerse
frente a esta situación?
Muchas
cosas:
1.
Denunciar
la situación de manera que la movilización ciudadana en los países importadores
de estos productos boicotee los productos procedentes de lugares donde exista
empleo en condiciones que deberían considerarse inaceptables. Las empresas que
utilizan estos productos están entre las más rentables hoy, beneficios que se
están consiguiendo a base de una enorme explotación. Varias cadenas de
televisión en los países nórdicos han dejado de ofrecer espacio de promoción a
las industrias textiles que trabajan en Bangladesh, incluida Suecia, contra
H&M, industria textil sueca.
2.
Establecer
normas en el comercio internacional, para que las condiciones salariales y
laborales, así como la existencia de derechos humanos, como el de
sindicalizarse, sean respetados, considerándolos como condiciones
indispensables para permitir el comercio.
Estas intervenciones son las que ahora se están explorando
para paliar la enorme explotación que está ocurriendo en los países mal
llamados pobres. Estas intervenciones incluyen muchas que son bien
intencionadas y merecen aplicarse. Pero hay que ser conscientes de que son
claramente insuficientes, pues la raíz del problema es la enorme mala
distribución de poder que existe en estos países, donde hay unas minorías enormemente
poderosas, en alianza con grandes corporaciones (mal llamadas multinacionales,
pues están todas ellas basadas en un Estado-nación, el cual las protege en sus
intervenciones públicas).
Lo que debería ocurrir es una enorme redistribución de los
recursos de los que tales países ya disponen, de manera que la demanda
doméstica fuera el motor de la economía, en lugar de las exportaciones, las
cuales solo benefician a sectores muy limitados de la población. El caso de
China, que era, antes de que lo fuera Bangladesh, el proveedor de trabajo
pésimamente pagado a las industrias textiles, muestra las grandes limitaciones
de una economía orientada a las exportaciones. El llamado “milagro económico” chino se basa en una enorme opresión de las
clases populares, con un claro ataque a su bienestar social, como muestra el
aumento de la mortalidad infantil en las áreas rurales donde vive la mayoría de
la población. Un tanto semejante ocurre ahora en Bangladesh.
El modelo basado en las exportaciones –que es el modelo neoliberal-
se ha experimentado ya en América Latina, en África y en Asia, y ha sido un
fracaso. Aparece sobre el papel como un gran éxito, pues el PIB crece de una
manera muy marcada (tanto como crece el sector exportador) y, como
consecuencia, el PIB per cápita promedio crece también muy significativamente.
Pero los promedios no incluyen información sobre la distribución. En todos
estos países ha habido una gran absorción de la riqueza por parte de unas
minorías que controlan el poder político a costa del empobrecimiento de la
mayoría de la población.
Y la evidencia científica que avala lo dicho es abrumadora.
Los únicos países que han salido de la pobreza han sido los países que han
llevado a cabo medidas redistributivas que aumentaron la capacidad adquisitiva
de la población, convirtiéndose, con ello, la demanda doméstica en el mayor
motor de la economía.
Y ahí está la raíz del problema que se evita que aparezca en
los mayores medios de información. Si el gobierno de un país mal llamado pobre
tomara estas medidas redistributivas, inmediatamente originaría una enorme
hostilidad en los centros de poder de los países llamados desarrollados,
hostilidad debida, en parte, al enorme poder que las compañas ligadas a la
exportación tienen sobre los Estados de estas transnacionales (repito, mal
llamadas multinacionales) y también en parte al poder de las clases más
adineradas de los países desarrollados, que se solidarizan con las clases
adineradas de los países mal llamados pobres. A ambos les entra pánico cuando
oyen hablar y/o ven experiencias exitosas de redistribución de recursos, que
perciben (correctamente) que afectaría negativamente a sus intereses. Es lo que
mi amigo Jeff Faux, fundador del Economic Policy Institute, dijo en su momento:
“la alianza de clases de los poderosos en
el mundo”. Pero de esto, usted, lector, no leerá nada en los diarios, ni
verá en la televisión.
Una última observación. La manera como se ha ido llevando la
globalización en el mundo, bajo el criterio neoliberal, no ha beneficiado al
mundo del subdesarrollo (véase Bangladesh), ni al mundo desarrollado (véase la
destrucción de la industria textil catalana). Tiene que revertirse esta
globalización, desglobalizando la economía internacional, creándose zonas
regionales (como el MERCOSUR) y de integración económica de parecido nivel de
desarrollo, evitando la reducción de salarios como medidas competitivas (la
típica solución liberal), tema del que he escrito extensamente (ver mis dos
libros en Ariel Económica, “Globalización
económica, poder político y Estado del bienestar” y “Neoliberalismo y Estado del Bienestar”) y del cual escribiré en
otro artículo.
* Vicenç Navarro.
Catedrático de Políticas Públicas. Universidad Pompeu Fabra, y Profesor de
Public Policy. The Johns Hopkins University
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