por Arsinoé
Orihuela
Colectivo La Digna Voz, 28-05-2013
En el contexto de la crisis epocal que atraviesa
México, marcada por el desafortunado revival del engaño hecho gobierno (no es
que los panistas no se valieran del engaño, el problema es que nunca han sabido
ejecutarlo satisfactoriamente; hasta en eso yerran), es menester responder
preguntas cuyas respuestas se dan por sentadas de golpe y porrazo. Pero no
basta con responder documentalmente la pregunta que nos atañe. Hace falta
escudriñar el asunto con la meticulosidad de un entomólogo, máxime cuando el objeto
de examen es un personaje tan afecto a las artes de la prestidigitación. En una
conversación con Amy Goodman (Democracy Now), Slavoj Zizek, el
controvertido filósofo esloveno, objetó la observación de Noam Chomsky
referente al papel del informador e intelectual. El lingüista norteamericano,
acá en calidad de periodista, sostenía que la gente no creía más en la
autoridad, y que lo único que hacía falta para encender la indignación popular
era la revelación franca de los hechos. Para Zizek, en cambio, el hecho
develado constituye tan sólo un primer acercamiento a la veracidad. Hace falta
desarticular el artilugio ideológico que envuelve al hecho para aprehenderle en
su exacta dimensión. Tarea que es doblemente difícil cuando el hecho mismo es
un engaño, cuando el personaje en cuestión –Carlos Salinas de Gortari– es la
perfecta personificación de la simulación. El revival de la sofística
salinista, y de su falsaria ideología, el “liberalismo social”, debe
interpretarse como una convocatoria a contestar una pregunta que a menudo
–entrampada entre la añoranza de paternalismo, las intrigas conspiracionistas,
los arrebatos de ingenua credulidad– queda sin respuesta: ¿Quién es Carlos
Salinas de Gortari?
Liberalismo social
Híbrido panfletario, el “liberalismo social” es una especie de Frankenstein o falso
Prometeo en presentación mexicana, confeccionado con retazos retóricos de
liberalismo juarista, adicionado con reivindicaciones –también retóricas– de la
lucha armada que antecedió a la génesis de la Revolución Institucional. Pero la
verosimilitud o credibilidad de esta entelequia ideológica del salinismo se
disloca en el pulso de sus propias contradicciones. Si algo define al juarismo
es la separación Estado-Iglesia, y la laicización de la educación. Durante su sexenio,
Salinas promovió una nueva legislación con el fin de conceder personalidad
jurídica a las iglesias, rehabilitar derechos políticos a los “ministros de culto”, restablecer
relaciones diplomáticas con el Vaticano, e indirectamente consentir la intervención
del clero para en la educación. Ni liberal ni juarista. En lo que se refiere a
las tradiciones ideológicas de la Revolución Mexicana, Salinas de Gortari
endosó la figura de Zapata a sus reformas agrarias. Pero en la práctica
arrebató el ejido al campesinado nacional. Reformó el artículo 27
constitucional, y con ello colocó las tierras ejidales en el mercado, en una
época de crisis, sabedor de que los ejidatarios, a falta de dinero, venderían
las tierras a precio de remate, en favor de la agro-industria transnacional. Ni
social ni zapatista. Fiel a la perversión de la palabra, y ante los
cuestionamientos a su programa político, Salinas redefinió con su habitual
caudal de argucias el “liberalismo
social”, tan inescrutable como los caminos del señor: “Sí somos pragmáticos, pero tenemos valores, tenemos principios,
tenemos una filosofía de vida que es la de servir a la gente, la de predicar
con el trabajo, la de abrazar la libertad y la justicia. Nosotros en México le
llamamos liberalismo social”.
El acérrimo enemigo del neoliberalismo
En España, país donde se mueve a sus anchas, Carlos
Salinas de Gortari participa en conferencias que ofrece en calidad de “académico neutral” –aunque en su agenda
no oficial figuren encuentros con grupos empresariales hispánicos. El
expresidente que más obstinadamente abrazó el neoliberalismo, en tierras
ibéricas cambia de indumentaria y, sin ruborizarse, se autoproclama opositor de
esta política que “subsidia la
sobrevivencia del capital”. Allá, lejos de las calamidades que legó su
gobierno, Salinas perora que los “abusos
del mercado neoliberal, nos colocan en el otro extremo del péndulo, que es la
dependencia hacia el Estado… Lo que estamos viendo es al Estado subsidiando al
mercado; ese es el golpe pendular que nos impone subsidiar la sobrevivencia del
capital”. (Proceso Edición Especial No. 30). Acaso en España no lo tienen
presente, pero en México no se olvida que durante su gobierno se privatizaron,
a través de subastas públicas, más del 90% de las mil 150 empresas de participación
estatal, entre las que destacan compañías telefónicas, bancos, líneas aéreas,
industria siderúrgica, minas, puertos, aeropuertos. Tampoco se olvida que en su
sexenio se firmó el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, figura
representativa de integracionismo neoliberal, cuyos costos han sido dramáticos
para la industria nacional. Pero Salinas no conoce la expresión “caerse la cara de vergüenza”. Ya en
otra oportunidad, cuando el país se abrazaba fatalmente al redil neoliberal,
Salinas –el gran sofista– se tomó una pausa típica de caradura para abonar
legitimidad patriótica al proyecto que ahora en España censura: “El tratado es importante para México… [aunque]
es importante que ellos entiendan que los
mexicanos no queremos ser como los americanos ni como los canadienses. Queremos
ser… sencillamente mexicanos. Es nuestro mayor orgullo”.
Salinas o la soberanía
El hombre que abrió de par en par las puertas para
una creciente injerencia de Estados Unidos en la economía doméstica, y que vendió
–subastó– todo el patrimonio nacional, es un ardiente amante de la soberanía,
aunque sea de la ajena. La revista Proceso recupera un fragmento de una
entrevista que realizó el diario Reforma a Salinas en 1997. Apréciese la
absoluta transparencia de su histrionismo: “Mi
esposa Ana Paula y yo decidimos ir a Cuba para el nacimiento de nuestra hija
Ana Emilia Margarita… Consideré que si la hija de un expresidente mexicano no
podía nacer en México por el ambiente de persecución que se había fabricado en
mi contra, debía nacer en un país de gente digna, amante de la soberanía”.
(Proceso Edición Especial No. 30).
El curioso caso de
Donaldo Colosio
En mi época de estudiante pregunté a un profesor
(egresado de Harvard) si él creía que Carlos Salinas estaba involucrado en el
asesinato de Luis Donaldo Colosio. Sin contemplar que su atropellada
contestación reforzaba una antigua sospecha, respondió: “¡Imposible! Tuve el honor de visitar la residencia del expresidente, y
lo primero que observé al entrar al vestíbulo fue una imagen de Colosio con una
veladora encendida”.
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