Babel/Javier
Hernández Alpízar
Desde que comenzaron a compartir su
palabra, los zapatistas del EZLN han tenido un estilo refrescante: no por el
recurso literario, sino por el compromiso con la palabra. La fe ingenua y
utopista que los anarquistas han tenido en la palabra como semilla de rebeldía
ha tenido en los zapatistas un buen representante. Los magonistas no murieron
en vano, tienen en estos rebeldes del siglo XXI buenos herederos. El compromiso
de los zapatistas con la palabra consiste no sólo en pensar lo que dicen (como
recomendaría el lirón del té de locos en Alicia en Wonderland), sino en
decir, escribir y publicar lo que piensan; a pesar de que ello los vuelva
impopulares entre quienes no quieren oír sino adhesiones acríticas y loas a los
ídolos políticos del momento. Su falta de temor a ser políticamente
incorrectos, su vocación de aguafiestas (spoilers), los ha convertido en una de
las conciencias críticas más agudas de la política en México: porque le han
dicho a la cara sus verdades no solamente a los gobiernos de derecha que han
destrozado al país (Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña), sino a la falsa
izquierda que navega bajo la consigna de “por
el bien de todos, primero los pobres”, pero ha gobernado para los ricos y a
los pobres ha tratado siempre de controlarlos, y ahora que tiene que mostrarse
abiertamente neoliberal, los reprime y expolia.
Es cierto que la fuerza
militar del EZLN no fue suficiente para tomar Tuxtla Gutiérrez como dicen que
pretendían hacer y lo publican hoy quienes se prestan para firmar y publicar lo
que al gobierno federal le conviene difundir, pero, en 1994, a la convocatoria
a alzarse contra Salinas, no respondió ningún grupo armado, como temía Salinas
que ocurriera, al menos así lo afirma el número de Proceso que está en
distribución, según su adelanto on line.[1] La sociedad civil pidió alto al fuego, dijo que
estaba de acuerdo “con la causa, pero no
con el método”. Logró el alto al fuego y luego se ha hundido en un
civilismo irreflexivo que la ha conducido a ser víctima de fraudes electorales
(no solamente de la derecha y sus mónex, sino de la izquierda y sus pifias de
gobiernos, y a la involución de una democracia -Soriana) y luego a ser víctima
de la militarización que no pudo detener y que en Chiapas, contra los indígenas
levantiscos, tuvo su primera embestida.
Por los extremos sur y
norte, desde Chiapas y Ciudad Juárez, se ensayó la contrainsurgencia a dos
fuegos: crimen por abajo, militarización desde arriba y sangre del pueblo. Ni
un solo gobierno, ni los perredistas, se abstuvieron de la complicidad con ese esquema
llevado a su paroxismo por Calderón y continuado por Peña. Hoy el Distrito
Federal simplemente entra en la lógica que la izquierda no supo evitar: la
gentrificación y la Cero Tolerancia impulsados por López Obrador y Slim con la
asesoría de Giulianni se convirtió en el gobierno represivo del delfín: Ebrard
y el cinismo continuista de Mancera. Quienes los hicieron candidatos, votaron
por ellos, los defendieron de las críticas, callaron ante sus atrocidades y
calumniaron y difamaron a los zapatistas por criticar y denunciar a esos
rufianes, ahora se dicen sorprendidos con la violencia de Estado de Mancera:
pero ellos empollaron el huevo de esa serpiente perredista.
A propósito del 20
aniversario de la vida pública del EZLN (omitiendo los previos años de clandestinidad)
se repiten las voces selectivamente desmemoriadas que preguntan: “¿qué hicieron en estos 20 años los
zapatistas?” Con ello exhiben su ignorancia, porque durante 20 años, con
movilizaciones o con resistencia en silencio, los zapatistas han mantenido uno
de los pocos espacios del territorio nacional donde la dignidad habita: ellos
han fortalecido una resistencia territorial y una defensa de los bienes
nacionales in situ mientras la izquierda electorera se dedicaba a
repintar de amarillo a los personajes de desecho del PRI y a pactar alianzas
electorales con el PAN. Los gobiernos perredistas entregaron a manos privadas
las playas de Baja California Sur y la Ciudad de México, gentrificada por Slim
bajo el gobierno de López Obrador: lo que defienden hoy los granaderos es la
propiedad privada de los empresarios salinistas que no sólo AMLO, sino todos
los gobiernos perredistas del DF han privilegiado.
Los zapatistas fueron
sacados de la escena nacional vista desde los medios mediante un trabajo
deliberado que organizaron los expertos de la contrainsurgencia desde el
zedillato y que han operado los gobiernos federales del PRI, el PAN y los
estatales y municipales del PRD, así como los legisladores perredistas y de la
izquierda electorera.
Muchas cosas frívolas o
malintencionadas se han publicado estos días. Los medios comerciales que
calumnian al EZLN y le hacen el vacío a la voz de las bases zapatistas en los
periodos de silencio de la comandancia aún siguen sacando raja comercial de la
noticia del 20 aniversario del EZLN. En medio de muchas tonterías, poca gente
informada y seria ha escrito y publicado al respecto. Entre las notas
presuntamente informativas, es interesante la que publicó Proceso, “1994, Los terrores de Salinas”, de
Jorge Carrasco, en la cual da a conocer el terror de Salinas ante el escenario
de que se extendiera la rebeldía por el país, motivo por el cual aceptó el alto
al fuego y una mesa de diálogo, para dejar la papa caliente a Zedillo, el jefe
de seguridad de la campaña del asesinado candidato Colosio.
Otra nota interesante es la
publicada por emeequis: “20 años
del EZLN. Los documentos secretos de gobernación”, que se centra en el
sucesor de Salinas y a quien le tocó instrumentar la estrategia de
contrainsurgencia que sigue siendo el guion básico hasta hoy.[2] La lógica es la misma de Salinas: ante la
posibilidad de que se extendiera la influencia rebelde zapatista, cortarle sus
vínculos con la sociedad mexicana: “contención,
reducción y solución”. Vale la pena citar los puntos importantes que resume
la nota de emeequis:
“Para ello, durante varios años se puso en marcha la maquinaria del Estado:
Pronunciamientos de intelectuales y legisladores confiables en favor de las
posturas asumidas por el gobierno federal.
Realización de foros con la participación de especialistas de renombre que
apoyaran las posturas zedillistas.
Cabildeo internacional en cuanto foro empresarial, gubernamental y
académico fuera posible.
Movilización de asociaciones de abogados que hicieran suyas las propuestas
legislativas impulsadas por Zedillo.
Reuniones ‘discretas’ con los partidos políticos, el episcopado, el
ejército, embajadas seleccionadas y el gobernador de Chiapas para que actuaran
en ‘concordancia’ con la estrategia gubernamental.”
Los enemigos del zapatismo,
bajo la apariencia de motivos puramente académicos e intelectuales o de ser de
izquierda y criticar a un crítico deslenguado de la izquierda, se han
beneficiado del combate al zapatismo porque desde el zedillismo y su plan
contrainsurgente hasta la compra de publicidad y los chayos del gobierno perredista
de Juan Sabines, para no hablar del émulo de EPN actual, Velasco, el dinero del
gobierno mexicano ha aceitado la publicación de libros, artículos, caricaturas
y libelos contra los zapatistas. Ello poco a poco se irá sabiendo, al tiempo.
Pero el último punto, las
reuniones discretas con los partidos, es especialmente de sumo interés: gracias
a los buenos oficios contrainsurgentes de Zedillo y su equipo, los partidos de
izquierda electoral cerraron filas con el PRI y el PAN para cercar al EZLN. En una
entrevista a Muñoz Ledo hecha en radio por Ferriz de Con a propósito del recule
de Congreso sobre el desafuero a AMLO, el ex priista, ex foxista y hoy
neoperredista dijo que se trataba de un asunto de seguridad para el país, por
ello nos reunimos los representantes de todos los partidos, al igual que lo
hicimos tras el alzamiento zapatista en 1994. Cito de memoria, por tanto no es
textual, pero es la idea expresada por el entonces legislador.
Es decir: la traición
perredista a los Acuerdos de San Andrés sobre derechos y cultura indígena (que
incluía su derecho a la autonomía y a defender su territorio, tierras, montes,
aguas, minerales y desde luego: petróleo), y la posterior anexión de la
izquierda partidaria a la contrainsurgencia antizapatista en Chiapas y en todo
el país, no es resultado de la prostitución individual de algunos perredistas,
fue un pacto logrado por el zedillismo y luego fielmente cumplido por los
priistas reciclados por el PRD.
Esa historia está dispersa
en notas periodísticas sueltas. Obviamente no hay chayos, ni becas ni
financiamientos que promuevan a quien junte los hilos y complete el cuadro de
cómo la contrainsurgencia zedillista ha derivado, entre otros factores y
motivos, en la cooptación de la izquierda electoral. Pero a las acusaciones sin
pruebas contra el vocero de los zapatistas por haber criticado a la izquierda
partidaria (antes de a AMLO, los zapatistas regañaron a Cárdenas allá en sus
tierras rebeldes, ¿recuerdan?) se les puede contestar con la historia
(parcialmente enterrada, parcialmente publicada) de cómo el PRD comenzó por
traicionar a los zapatistas votando contra los Acuerdos de San Andrés y
terminaron teniendo incluso paramilitares en sus filas en Chiapas.
¿Qué medio leían los
pésimamente informados que hoy preguntan tontamente: dónde estuvieron los
zapatistas estos 20 años? Porque la respuesta es: estuvieron resistiendo, los
mismos 20 años que el país (izquierda electoral incluida) se estuvo
corrompiendo, degradándose en este páramo desolador, este Comala lleno de susurros
de muertos y almas en pena.
Independientemente de sus
intenciones, Martínez Veloz y su comisión están jugando el papel del bueno y negociador en la contrainsurgencia reloaded de Peña Nieto.
Y, casualmente, una ex gobernante y ex perredista, Chayo Robles, juega el papel
de contrainsurgencia mediante limosnas que antes han jugado personajes como
Dante Delgado Rannauro y Luis H. Álvarez. En la contrainsurgencia, no hay
diferencias importantes entre izquierda y derecha partidaria.
[1] Jorge Carrasco Araizaga, “1994.
Los terrores de Salinas”, Proceso,
[2] Zoraida Gallegos, “20 años del EZLN. Los documentos secretos de gobernación”,
emeequis,
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