Rafael Poch
Fuente: La Vanguardia, 29-01-2014
La entrevista con Edward Snowden que el
primer canal de la televisión alemana (ARD) ofreció el domingo por la noche,
fue extraordinaria por varias razones. En primer lugar era la primera en
profundidad con el ex agente contratado de la NSA que se ha convertido en el
disidente más notable de lo que llevamos de siglo: un héroe de nuestro tiempo
que ha demostrado la existencia de Big
Brother, una especie de Tomás de Aquino del siglo XXI pero con documentos.
Periodísticamente era lo que se conoce como un scoop, una valiosa exclusiva
mundial.
Al
margen de eso, la entrevista, que se celebró en Moscú -y a juzgar por el
mobiliario en el hotel Metropol o Nacional de la capital rusa- fue también
extraordinaria por su contenido, por lo que Snowden dice en ella, empezando por
la afirmación de que “funcionarios del
gobierno de Estados Unidos me quieren matar”.
Y en
tercer lugar fue un suceso notable por su tratamiento informativo. Normalmente
ante una entrevista así, una televisión primero transmite la entrevista y luego
organiza un debate sobre ella. En este caso fue al revés: primero el debate,
sobre aquello que aún no se había visto, y luego la entrevista. El motivo fue
eludir audiencia: el debate se realizó a la hora de máxima audiencia –y tuvo
4,5 millones de telespectadores- y la entrevista a las 23,15, cuando la mayoría
de los alemanes ya se han ido a la cama, a pesar de lo cual tuvo una audiencia
de 2 millones. Aún así fue noticia: al día siguiente, lunes, todos los diarios
alemanes se hicieron eco de la entrevista. No así en Estados Unidos, donde
agencias de prensa, televisiones y periódicos no han mencionado el asunto.
La
televisión alemana anunció el debate sobre la entrevista bajo un título tan
cutre como “¿Héroe o traidor?”, una
alternativa bastante popular para el establishment
(políticos y periodistas) pero absolutamente estrambótica para la gente
corriente razonablemente inquieta por ser carne de Big Brother en sus ordenadores, teléfonos, desplazamientos o
economías, para la que esa pregunta es manifiestamente absurda.
El
propio Eduard Snowden respondió a esa pregunta de la siguiente manera: “Si soy un traidor, ¿a quién he traicionado?
Di toda mi información al público
americano, a periodistas americanos que están informando sobre temas
americanos. Si ellos lo ven como una traición, me parece que la gente debería
considerar para quien creen que están trabajando: se supone que su patrón es la
opinión pública y que ésta no es su enemigo. Más allá de eso y en lo que
respecta a mi seguridad personal, nunca me sentiré seguro hasta que esos
sistemas hayan cambiado”.
Snowden
se refirió al militar citado por la página web de Estados Unidos “Buzzfeed” que dijo: “si tuviéramos la posibilidad, acabaríamos
con él muy rápido; mientras camina por las calles de Moscú, alguien le empuja,
él se vuelve a casa tranquilamente, y al día siguiente te enteras de que ha
muerto en la ducha”. Otro analista de la NSA, decía: “en un mundo en el que no estuviera prohibido matar a un americano,
iría yo personalmente a matarlo”. La hipótesis del analista es falsa, pues
la administración Obama ya ha asesinado extrajudicialmente a por lo menos dos
ciudadanos de Estados Unidos con drones: el imán Anwar Awlaki, de origen yemení
y nacionalizado americano, y su hijo de dieciséis años Abdulrajman, nacido en
Colorado. Pero eso es lo de menos.
“Esa gente son funcionarios del gobierno y
dicen que me meterían una bala en la cabeza o que me envenenarían cuando salgo
del supermercado y que luego moriría bajo la ducha”,
explicó Snowden tranquilo y sonriente. Duerme tranquilo porque considera haber
hecho lo que había que hacer según su conciencia.
El
disidente, al que la complicidad occidental con el abuso de Estados Unidos ha
convertido en paria mundial, explicó su acción en meridianos términos de defensa
de los más básicos derechos civiles. “Cada
vez que activas el teléfono, marcas un número, escribes un E- Mail, haces una
compra, viajas en un autobús llevando un móvil, o pasas la tarjeta por la cinta
magnética, dejas un rastro y el gobierno ha decidido que es una buena idea
almacenar todo eso, todo, incluso si nunca has sido sospechoso de ningún delito”.
El ex
agente explicó cuál fue el “momento
decisivo” que le llevó a hacer públicos los documentos de la NSA. Fue en
marzo de 2013, “al ver al director de la
NSA, James Clapper, mintiendo directamente y bajo juramento ante el Congreso”.
Clapper negó la existencia de programas que recogiera información sobre
millones de ciudadanos americanos. Aquello “fue
la demostración” de que no había nada que hacer y de que solo la denuncia
desde dentro podía exponer la verdad: “la
ciudadanía tiene derecho a saber sobre esos programas, a saber lo que el
gobierno está haciendo en su nombre y lo que está haciendo contra ella”.
Snowden
está en Moscú, y no en Alemania, Francia, o cualquier otro país europeo, porque
los gobiernos de esos países no han querido. “La lista de países a los que solicité asilo es tan larga que ya no la
recuerdo”, dijo.
Preguntado
por la acusación de que lo que ha hecho es “ilegal”.
Snowden distinguió entre la banal noción de lo legal y lo legítimo: “Creo que está claro que hay ocasiones en
las que lo que es legal es distinto de lo que es legítimo. Hay muchos casos en
la historia en los que americanos o alemanes pueden ver en la historia de su
país que la ley permitía a su gobierno hacer cosas que no eran legítimas”.
La observación tocó un punto muy sensible, y más que obvio, de la memoria
alemana, el “Unrecht” de los nazis,
según los cuales el racismo y los crímenes contra la humanidad más abominables
eran legales.
Preguntado
por la posibilidad de regresar a Estados Unidos para ser juzgado, Snowden dice
que, según la ley de espionaje de 1917, eso significaría aceptar un “juicio farsa”, como el de
Bradley/Chelsea Manning, en el que no le dejarían plantear su defensa contra un
aparato de espionaje ilegal y en el que los documentos necesarios para su
defensa serían declarados “clasificados”
por lo que sería imposible apelar al sentido democrático de los jueces.
El
disidente sugiere que no solo Merkel sino buena parte del mundo político y
económico alemán es espiado por la NSA, incluso empresas como Siemens o
Mercedes, aunque no tengan nada que ver con seguridad y sí con el interés
económico.
Cuando
en el debate en el estudio de la ARD que precedió a la retransmisión de la
entrevista moscovita, el ex embajador de Estados Unidos en Alemania, John
Kornblum, uno de los invitados, respondió a la hipótesis de un asesinato,
envenenamiento o secuestro de Snowden, diciendo, “lo excluyo por completo”, el auditorio estalló en risas. Cuando el
diputado Hans-Christian Ströbele dijo que, “es
una vergüenza para la democracia y el estado de derecho que Snowden se haya
tenido que refugiar en Moscú”,
grandes aplausos.
Las
simpatías del público quedaron claras, pese a los esfuerzos de ARD por apartar
su propio scoop mundial del horario
de máxima audiencia y de un título tan tendencioso. Solo un 14% de los alemanes
considera “criminal” a Snowden. Eso
no cambia la realidad de Big Brother,
pero le complica la vida.
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