El país requiere de un programa revolucionario muy radical: Lourdes Uranga López ex guerrillera mexicana
abril 26, 2014
Publicado por Guerrilla
Comunicacional México
por Nydia Egremy para voltairenet
Lourdes Uranga,
destacada integrante del FUZ, participó en el primer secuestro político del
México contemporáneo. Luego de unos años como ama de casa, y con el permiso de
su marido, regresó a la escuela a terminar su carrera. En cuatro años, la
academia ya había pasado a segundo término: las clases de judo, karate y manejo
de armas eran lo más importante. Se había enrolado a una guerrilla urbana. Fue
aprehendida, torturada y expulsada del país. Al reflexionar sobre la situación
del México actual, señala: “Se necesita
un programa revolucionario más radical”
Del actual escenario
político en México, Lourdes Uranga López admite que “es muy difícil, requiere de un programa revolucionario muy radical”.
Rechaza la insistencia de algunos dirigentes para que no se considere a sus
partidos como beligerantes o violentos. “Violenta
nada más la policía, el Ejército y las organizaciones de derecha, que a veces
son criminales, fascistas y nos endilgan adjetivos que no son”.
Esta mujer, que sobrevivió a dos ataques
cerebrales, aboga por la ciudadanización de la política. Una expresión, señala,
es la presión ciudadana por la defensa del petróleo, aunque insiste en que se
debe ir “más a la izquierda, a formar
núcleos ciudadanos fuertes, con programas propios de barrio, programas para la
mujer y de alcance nacional. Tenemos derechos constitucionales; antes de que
nos desbaraten lo poco que nos queda, el artículo 39 constitucional es muy
claro, autoriza a la ciudadanía a decir: así no y así sí”.
De los movimientos armados actuales, Lourdes
sentencia: “Lo que me causa pena y me da
mucho dolor es que, en México, por reivindicaciones tan elementales tenga uno
que tomar las armas. Porque ¿cuáles son las reivindicaciones del Ejército Zapatista
de Liberación Nacional? Casa, reparto agrario, trabajo, libertad y supongo que
es lo mismo en todos los grupos. En un país verdaderamente democrático y
revolucionario, nadie debería tomar las armas, sino ir a la agencia adonde el
empleo esté disponible. No hay por qué sacrificar la vida; el problema es de un
gobierno sin coherencia con las necesidades del pueblo y con los principios
fundacionales de este país”.
Julio Hirschfeld Almada nunca imaginó que sería
secuestrado. Ante su sorpresa, llegó el eficaz ataque del Frente Urbano
Zapatista (FUZ) que, con movimientos cronometrados, capturó en las Lomas de
Chapultepec al director de Aeropuertos y Servicios Auxiliares. Lourdes Uranga,
quien años atrás era ama de casa con dos hijos, formó parte del comando que ese
21 de septiembre de 1971 realizó el primer secuestro político en México. ¿Qué
llevó a esta mujer a entrenarse militarmente y realizar esa acción que le costó
tortura, prisión y exilio?
Un nuevo presidente del Partido Revolucionario
Institucional gobernaba el país: Luis Echeverría Álvarez. Para la organización
a la que pertenecía Lourdes, él y su gobierno eran el enemigo. En el ánimo de
la sociedad, estaba presente la contención militar al movimiento estudiantil
del 2 de octubre de 1968 en Tlaltelolco.
Cuatro años antes, Lourdes anhelaba obtener su
licenciatura en servicio social y pidió autorización a su esposo para estudiar
de nuevo. Bajo la sentencia de que no le daría dinero, él le concedió el
permiso, “siempre que en la casa no se
sienta tu ausencia”. Eso significó que, diariamente, antes de que ella y
sus compañeras formaran la plantilla de profesores y estudiaran en lo que
entonces era el Instituto Mexicano de Protección a la Infancia, ya había
atendido su labor doméstica y a sus hijos.
“El dinero no fue problema: mi escuela era pública, los camiones eran
baratos entonces; leía libros de la biblioteca”, recuerda Lourdes, quien se fue formando
académica e ideológicamente hasta que llegó la efervescencia del movimiento
estudiantil de 1968. Entonces, los brigadistas retomaron las apremiantes
demandas sociales y políticas de la sociedad mexicana. “Era una fiesta, no sólo en México, sino en el mundo”, recuerda
esta mujer de baja estatura, quien agrega que aquél fue un hecho inédito en la
vida nacional.
Un día después
Sin embargo, el 3 de octubre de ese año fue aciago para miles de
familias mexicanas. Consternada porque había conocido los hechos de la víspera,
Lourdes Uranga decidió acercarse a la Plaza de las Tres Culturas esa mañana. En
ese tramo de la narración, ella calla, el silencio pesa sobre la habitación y
éste es el único momento durante la evocación de su azarosa vida en que los
ojos de esta mujer se cuajan de lágrimas.
Lourdes se sobrepone y continúa, no se pierde en
el dolor y la voz vuelve. Describe los cientos de zapatos deshermanados que sus
propietarios perdieron en su huida tras la anarquía que siguió a la irrupción
militar en Tlaltelolco. También refiere la desolación que sintió tras
encontrarse con el saldo de la mano dura del gobierno y la determinación que
asumió para buscar una forma diferente que cambiara el estado de cosas
imperante hasta entonces.
“Fue un acto colectivo, muchos lo compartieron. Fue una forma de
concientización y al mismo tiempo fue la catarsis o terapia ante todos los
problemas que había y de los que no se atisbaba alguna salida. No fue Lourdes
la que toma la decisión heroica, ya había un fermento social en ese sentido,
como el brigadismo, que en los barrios estaba a punto de pasar a la guerrilla y
la gente estaba muy sensible a lo que ellos y los revolucionarios decían en ese
momento”, expresa.
El relato de esta mujer, ahora profesora en la
Universidad de Chapingo, continúa: “Lo
único que recuerdo es que pensé que esa decisión ya no tenía marcha atrás. Que
esa decisión iba a dirigir mi vida en adelante, no sólo la de tomar las armas,
sino todo lo que conllevaba: pertenecer a la izquierda y plantearme incluso
cómo iba a vivir ahora mi maternidad. En ese sentido fue difícil, pero sí pude
con ello”.
Esa resolución la llevó a sumarse al FUZ, creado
en 1969 y a entrenarse en guerrilla urbana durante casi dos años. Hizo un
estricto acondicionamiento físico que implicaba larguísimas caminatas; tomó
clases en judo y karate, así como de uso de armas. “Se podía pasar a la acción sin concluir el entrenamiento, pues nuestra
agrupación no era tan rígida como otras: el aprendizaje incluía el saber
conducir un coche, pues no concebíamos la guerrilla urbana sin eso o sin
conocer la ciudad y saber escabullirte por ella; saberle los trucos a la
ciudad”, relata.
Así, la mañana del 21 de septiembre de 1971,
Lourdes usaba una peluca y vestía un suéter de angora y una falda, “para verme como la gente de Las Lomas,
igual que Margarita Muñoz, mi compañera. Ambas esperamos en un auto que yo conducía.
Cuando llegaron mis compañeros con Hirschfeld, lo subimos y transportamos al
lugar en el que acordamos. Nos deshicimos de las pelucas y de todo rastro y nos
dirigimos a un sitio seguro. Todo salió como habíamos planeado”.
Después le correspondió a ella contactar al hijo
de Hirschfeld y acordar el sitio para la entrega del rescate. El 29 de
septiembre, el funcionario fue liberado sano y salvo. “Yo sólo vi un montón de dinero –relata, sonriente–. El monto osciló entre 3 y 4 millones,
aunque la policía siempre habló de 3 millones”. Por eso, deja la risa y
enfatiza: “No tomamos un solo centavo; si
faltó algo no fue por nosotros”.
La referencia a esa acción del FUZ se consigna
en el informe del 31 de diciembre de 1971 que custodió el Archivo General de la
Nación bajo el registro 71/922 bis. Ahí se indica que el primer secuestro
político del México contemporáneo fue el de Julio Hirschfeld Almada, ocurrido
en Las Lomas, el 27 de septiembre de 1971.
Por un azar, en “una cacería de brujas”, asegura Lourdes, ella y su grupo fueron
detenidos en la ciudad de México. La policía política hizo un seguimiento a
algunos miembros del FUZ y su hermano fue capturado ante su impotencia; luego “dieron con Paquita Calvo, otra compañera
quien fue capturada; más tarde dieron con mi refugio, un lugar que nadie
conocía, ni mi madre”.
Enseguida, todos fueron trasladados a un lugar “que no sé qué era, lo relaciono con El
Vergel que estaba antes en Iztapalapa porque olía a caballo”. Enseguida
vino la tortura a cargo de oficiales bajo el mando de Miguel Nassar Haro,
extitular de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad y creador del grupo
paramilitar Brigada Blanca.
Ella recuerda que hacía frío y por eso llevaba
un pantalón café grueso. En la primera fase del interrogatorio, respondió que
estaba embarazada para prevenir la tortura, pero fracasó, pues fue golpeada y
obligada a escuchar los gritos de dolor de su hermano Francisco y de otros
compañeros. “Éramos muchos, tal vez más
de 50, y nadie sabía de mí”, apunta.
Como no respondía a sus preguntas, los agentes
para intimidarla le decían que conocían el paradero de sus hijos. “Quisieron lastimar mi orgullo diciendo que
yo no sabía nada porque era la gata de los demás. Me la pasé amarrada y botada,
vendada y martirizada, independientemente de que hayan sido muchos o pocos los
golpes y muchos o pocos días”, evoca.
Aunque Hirschfeld fue trasladado al lugar del
interrogatorio de los miembros del FUZ para que identificara a sus captores: no
reconoció a Lourdes, porque durante el plagio no la vio. “Pero mi declaración ya estaba arreglada. Después, salí de ahí y me
dije: ¡caramba, qué hallazgo, qué fuerte soy! ¡Sobreviví!”
El 2 de febrero de 1972, fue conducida a la
cárcel de mujeres de Santa Martha Acatitla. En el traslado a Tlaxcoaque, los
flanquearon cientos de militares con gran despliegue de fuerza. “Cuando nos presentaron a la prensa en
Tlaxcoaque, pensamos que ya nos habíamos salvado porque en el centro
clandestino de detención y tortura pudimos haber sido desaparecidos o
liquidados”, recuerda.
Ya en prisión, las detenidas políticas lo
compartían todo. “Discutíamos con las
trotskistas y las maoístas, pero tomábamos eclécticamente algunas ideas. Ahora
que volvemos a vernos no existen ya esas diferencias, nos vemos como mujeres
revolucionarias y son mis compañeras de la vida”. Jovial, a sus 68 años,
Lourdes reflexiona sobre su pasado: “Yo
digo que no soy una exguerrillera, sino que estoy en stand by, aunque las
condiciones de las armas son siempre adversas”.
El exilio
Ante la presión social, Luis Echeverría Álvarez determinó dos años
después (en 1974) que los presos sobrevivientes del FUZ viajaran al exilio. Con
otros, Lourdes y su hermano llegaron a La Habana; de ese momento ella recuerda:
“Salí de México con optimismo y cierta
alegría, pues de cierto modo se acaban ciertas contradicciones sobre los hijos
y la familia; era la ruptura total”.
Alojada en el Hotel Nacional, participó con
otros exiliados –como los famosos fugados de la prisión argentina de Rawson–,
algunos bolivianos y otros más que radicaban en el Valle de Picadura, en foros
de estudio y en la edición de la revista Debate Internacional. Sin embargo,
esta mujer no encontró en Cuba el clima propicio para su desarrollo político
por dos razones: “Yo estaba muy joven y
no estaba dispuesta a ocupar mi rabia en la lucha cotidiana por cuidar el
físico –alude al acoso sexual de los cubanos– y porque cuando visitaba la isla
algún personaje político, como el ministro soviético Leonid Breznev, ella y sus
compañeros eran recluidos varias veces en sitios apartados en Cuba”.
Insatisfecha con esas condiciones, logró
trasladarse en mayo de 1976 a Turín, Italia, donde fue acogida por la
organización Cristianos por el Socialismo, inclinada a la teología de la
liberación. Esa etapa del exilio fue difícil, recuerda: “No era como el de Cuba donde teníamos todo, pese a las limitaciones
que allá teníamos; pero después en Italia estuve rodeada de militantes
feministas muy solidarias”.
Los que no han pagado
Lourdes Uranga decidió presentar una denuncia ante la hoy
desaparecida Fiscalía Especial para Movimientos Políticos y Sociales del Pasado
(Femospp) por la tortura que sufrió a manos de los agentes bajo el mando de
Miguel Nassar Haro. “Esa medida, pensó,
debo tomarla porque es un tema que casi no se ha tratado: el castigo a los
culpables de la represión de aquellos años y el luchar contra la impunidad. Me
parece que es continuar con un proyecto revolucionario y porque no es posible
olvidar”.
Señala que no teme a que le atribuyan de nuevo el delito que
cometió. “De cualquier manera, por mi
parte no hay problema: en primera, ya es cosa juzgada, yo ya recibí una
amnistía, sufrí tortura, cárcel, exilio. A mí que no me vengan con que me van a
abrir la página no sé cuántos porque yo sí que tengo todo pagado. Quien no ha
pagado y ha cometido infinidad de crímenes es el Estado, sus testaferros y
sicarios, que mataron a gente inocente sin juicio alguno y en ejecuciones
extrajudiciales y desapariciones. Ésos son crímenes de lesa humanidad, y en
otros países se ha avanzado porque han abierto periodos de lo que se llama
justicia transicional, pero no en México.
“Mi denuncia es individual. Al desaparecer la Femospp,
pasaron los archivos y sus pendientes a una subprocuraduría que trabaja
silenciosamente en Insurgentes, sin el escándalo de los reflectores y sin tanto
dinero, aunque creo que tampoco va a hacer justicia”.
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