Gustavo Espinoza M.
Rebelión, 22-04-2014
Recientemente, el pasado 16 de abril, se
recordó en el Perú el 84 aniversario de un hecho infausto: el deceso de José
Carlos Mariátegui, ocurrido en 1930, poco antes del derrocamiento del régimen
de Augusto Bernardino Leguía, y de la instauración de una nueva dictadura, la
Sánchez Cerro, de triste recordación.
A la inversa de este episodio, el 14 de junio de este año se celebrarán
los 120 años del nacimiento del autor de “los
7 Ensayos…”, considerado con razón como la más importante figura nacional
del siglo XX. Y los preparativos para evocar ese acontecimiento, están en
marcha.
Ya se conoce, en efecto, la Convocatoria y el Temario del Simposio
Internacional que habrá de celebrarse en Lima entre el 12 y el 14 de junio, y
que culminará con un encuentro simbólico ante el monumento que perenniza su memoria,
en la ciudad capital.
Hablar de José Carlos Mariátegui en el Perú de hoy, es aludir a quien
introdujo en el escenario nacional el verdadero sentido de patria. Y es que
recogió el legado de la historia, lo estudió al calor de la realidad concreta,
y lo perfiló con un sentido de futuro pergeñando para el país un nuevo modelo
de desarrollo acorde con el avance de los pueblos.
Su mensaje nos enseñó cabalmente a comprender que la vida nacional está
menos desconectada y es menos independiente que lo que se supone. Y es que el
Perú -como lo dijo- “es el fragmento de
un mundo que sigue una trayectoria solidaria”. Ahora podemos comprobarlo.
Mirando el antecedente con una certeza que confirma la vida, en “El Alma matinal y otras estaciones del
hombre de hoy”, nos habla de los Libertadores asegurando que éstos “fueron grandes porque fueron, ante todo,
imaginativos. Insurgieron contra la realidad limitada, contra la realidad
imperfecta de su tiempo. Trabajaron por crear una realidad nueva. Bolívar -añadió- tuvo sueños futuristas. Pensó en una
confederación de estados indo-españoles. Sin este ideal, es posible que Bolívar
no hubiese venido a combatir por nuestra independencia. La suerte de la
independencia del Perú ha dependido, por ende, en gran parte, de la actitud
imaginativa del Libertador. Al celebrar el centenario de una victoria de
Ayacucho, se celebra, realmente, el centenario de una victoria de la
imaginación”.
Y ese ideario imaginativo del Libertador, ahora se está convirtiendo en
realidad de manera sostenida y militante. Los procesos que tienen lugar en cada
uno de los países de la región, así lo acreditan. La Independencia de nuestros
Estados -que asomó hace doscientos años como la liberación “criolla” del yugo ibérico- tiende cada vez más a definirse como la
expresión de una voluntad soberana capaz de afirmar un nuevo desarrollo, que ya
puede definirse como la expresión del socialismo del futuro.
En torno al tema se ha especulado considerablemente antes. Ciertos
expurgadores de la historia han gustado hablar de “modelos” en la construcción del socialismo, sin considerar que la
lucha de los pueblos en todos los tiempos y en todos los escenarios responde a
realidades propias, que está ligada a experiencias concretas y a expectativas
que pueden identificarse, pero nunca compartirse.
Conscientes de eso, los fundadores del socialismo aseguraron que este no
es -nunca lo fue- una receta única que pudiese aplicarse en forma dogmática en
cualquier realidad. Coincidieron en afirmar más bien, que se debía, en todos
los casos, reconocer los rasgos propios y buscar derroteros originales. En la
polémica con el APRA, con acierto ejemplar, Mariátegui aseguró que el
socialismo en el Perú “no sería calco ni
copia, sino creación heroica”.
Esta formulación constituyó no el rechazo a quienes buscaban
supuestamente “copiar” una
experiencia foránea; sino al contrario, a los que acusaban al autor de los “7 Ensayos…” de “extranjerizante” y “europeísta”
porque no tenía una visión estrecha y doméstica de la política, sino una idea
continental y mundial del desarrollo y de la historia.
El mensaje del Amauta diseñó la idea del socialismo como pilar de la
nacionalidad, sustentado en las experiencias del pasado, pero entretejido con un
escenario mucho más amplio, el que asoma en nuestro continente a partir de las
lecciones que fluyen de un proceso que es cada vez menos local, y cada vez más
latinoamericano y por lo tanto interdependiente.
Por eso resulta erróneo siquiera, suponer la existencia de “modelos”. Aludir a ellos, en buena
medida, fue en el pasado, un esquema formal ajeno a las posibilidades reales de
un proceso signado por acontecimientos inherentes a cada país.
Lo que ocurre en los países de la región, es propio de ellos, pero es
común el anhelo de justicia, el afán de encarar las demandas del pueblo y la
firmeza combativa para preservar y defender la soberanía de los Estados
recuperando siempre la riqueza de las naciones. Justicia y dignidad, por lo
demás, no constituyen patrimonios nacionales, sino emblemas universales que
todos debemos sustentar.
No obstante, cabe subrayar como seguro marco del socialismo, el de ayer
y el del mañana; dos rasgos esenciales: la eliminación de la propiedad privada
sobre los grandes medios de producción, y un cambio de clase en la conducción
del Estado asegurando que éste sea liderado por los trabajadores, y no por las
aviesas y corruptas camarillas del pasado que usurparon funciones a la sombra
del Imperio.
A partir de estos rasgos, el ideal socialista en cada uno de los
territorios nacionales, tendrá por cierto, su propio e intransferible diseño.
Plenamente consciente de ello, Juan Velasco Alvarado, en 1970 hablando
del proceso peruano que lideró de manera consecuente y creadora dijo ante los
industriales de América reunidos entonces en nuestra capital: “También estamos convencidos de su propia
singularidad histórica, que nos obliga a encontrar soluciones propias y
distintivas para nuestros más críticos problemas; es decir, soluciones ajenas a
las surgidas en otras realidades; soluciones conceptualmente autónomas,
soluciones que sin desdeñar el aporte positivo de experiencias de otros pueblos
y de otras realidades, responda al reclamo que hace más de cuarenta años
formulara José Carlos Mariátegui, para que algún día los peruanos,
peruanizáramos el Perú”.
La línea de identificación es la misma: el sueño de los libertadores, la
Independencia de nuestras naciones, la lucha de nuestros pueblos desde Túpac
Amaru hasta Sandino; las experiencias de ayer de Mariátegui a nuestros días
pasando ciertamente por Cuba Socialista y la obra de Fidel; Juan Velasco,
Salvador Allende y otros; que se anuda hoy con la experiencia bolivariana de
Venezuela, que sale airosa frente a duras confrontaciones; y los avances
innegables de otros pueblos y gobiernos que en Bolivia, Chile, Ecuador,
Nicaragua y El Salvador, afirman un curso verdaderamente transformador en el
que se dan la mano experiencias democráticas que ocurren en otros países de la
región y que ponen ante la derrota la política guerrerista y succionadora del
Imperio.
Para los peruanos de nuestro tiempo, como lo dijera el martes 15 en la
Casa del Amauta la Secretaria General de los “Amigos de Mariátegui”, la pintora nacional Fany Palacios
Izquierdo, “Mariátegui es lo que es, por
todo eso. Por sus obras, por sus libros, por el escenario en el que actuó y
vivió, por su contribución al pensamiento nacional, por su modo de apreciar las
cosas. Pero, sobre todo, por su extraordinaria presencia. Leerlo hoy es como
leer lo que está ocurriendo en el Perú ahora. Y pensar en sus enfoques
referidos al escenario nacional o mundial, a las tareas de la intelectualidad,
a la importancia de la cultura, o a la lucha de los trabajadores; es
reivindicar como nuestro, un mensaje de clase que nunca debiéramos abandonar”.
Tomar en cuenta todos estos elementos en esta coyuntura de la historia,
es considerar que, pese al tiempo y a la distancia, y no obstante la cuantiosa
carga del enemigo que acecha a nuestros pueblos, José Carlos Mariátegui, vive
entre nosotros.
Gustavo Espinoza M. Del Colectivo de Dirección de Nuestra
Bandera
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative
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