septiembre 23,
2014
Publicado por Guerrilla Comunicacional México
n el 30-30 y en el 30-06, más que en
el Código Agrario y la Constitución… ¡Vencer o morir!”.
-Arturo Gamíz García
-Arturo Gamíz García
El 23 de septiembre de 1965 el grupo
guerrillero comandado por Arturo Gámiz García y Pablo Gómez Ramírez asaltó el
cuartel militar del ejército mexicano ubicado en Cd. Madera, en las faldas de
la Sierra Madre del estado de Chihuahua, al norte de México. En la acción
murieron ocho de sus integrantes: Además de los ya mencionados, Oscar Sandoval
Salinas, Emilio Gámiz García, Miguel Quiñones Pedroza, Rafael Martínez
Valdivia, Salomón Gaytán y Antonio Scobell Gaytán, y varios militares. Al
enfrentamiento sobrevivieron cinco guerrilleros, cuatro de ellos participantes
del ataque directo al cuartel.
Aún era de noche cuando
comenzó el ataque. Del edificio principal del cuartel militar de Ciudad Madera
-una gran barraca cedida por la empresa Bosques de Chihuahua- salían los
soldados en formación hacia otras construcciones contiguas donde tomarían el
desayuno. Una sección completa permanecía en la barraca con las armas al
alcance de la mano. Había 125 soldados destacados en el lugar. Los atacantes
eran apenas unos 13 y estaban mal armados.
Al final de la madrugada se
escucharon los primeros disparos de manera intermitente.
Llegan sigilosos par el
sur. Cubiertos por la penumbra que antecede al alba, se deslizan hacia las
modestas instalaciones del cuartel militar de Ciudad Madera. Son trece jóvenes
que, sin el apoyo de dos grupos que esperaron en vano, echarán a andar su plan:
realizar un asalto relámpago para obtener armamento, tomar la población,
expropiar el banco local y transmitir un mensaje revolucionario a través de la
radioemisora local para internarse de nuevo en la majestuosa sierra
chihuahuense. La acción era parte de las tácticas militares recomendadas por el
Manual Guerra de Guerrillas de
Ernesto Che Guevara para ejecutar acciones de golpeteo y así incrementar la
acumulación de fuerzas del que era el primer foco de insurrección mexicano.
Pero esta acción superaba
en riesgo a las anteriores. El grupo de estudiantes normalistas, maestros y
campesinos se lanzaba a un ataque suicida que buscaba sorprender a ciento
veinte militares. Estaban decididos: ese 23 de septiembre de 1965 irrumpirían
en el cuartel de la población rural de Madera, municipio del mismo nombre, al
suroeste de Chihuahua, poniendo en juego sus propias vidas.
Cautelosos toman
posiciones. Uno de ellos se queda en el camión, en la retaguardia, mientras los
demás se reparten en los cuatro puntos cardinales. Al de menor edad lo colocan
en el sitio más lejano y seguro; cuatro se ubican en la Casa Redonda, donde
había una oficina de la compañía maderera Bosques de Chihuahua; cuatro más son
apostados en las afueras de la iglesia y la escuela mientras los tres restantes
se acomodan en el terraplén de la vía de ferrocarril. De frente, a unos treinta
metros, estos últimos tienen las barracas castrenses. A sus espaldas, una
llanura de más de dos kilómetros los separa de la sierra devastada por Bosques
de Chihuahua.
La tropa se alista para el
desayuno. A las 5:45 de la mañana un grupo de militares salen formados de la
barraca principal y cruzan la pequeña explanada. De pronto, de un momento a
otro, en medio de la negrura que aún no se levanta, truena la balacera.
Desconcertados, los soldados se lanzan pecho a tierra al tiempo que oyen
gritar: ¡Ríndanse! ¡Están rodeados! ¡Ríndanse!
Los uniformados del
interior de la barraca salen presurosos con las armas en la mano. Disparan a
diestra y siniestra y los que están echados al piso rápidamente se incorporan
al contraataque. Los minutos se precipitan y el sol muestra lentamente su amenaza.
Las siluetas comienzan a hacerse visibles. Urge la retirada. El grupo
guerrillero intenta resistir con desesperación. Arroja sus bombas de
fabricación casera y granadas; dispara sus rifles calibre 22, escopetas 30-06,
fusiles de siete milímetros. El tiroteo se prolonga por hora y media.
El doctor y profesor Pablo
Gómez disparaba una escopeta calibre 16 que tenía que cargar después de cada
tiro. Las postas para cazar pajarillos apenas hirieron a los soldados que
estaban encima de él, a los otros sólo les hicieron moretones bajo la ropa. Un
soldado esperó agazapado a que descargara su arma y, mientras intentaba
cargarla de nuevo, avanzó y lo cosió a balazos. Gómez cayó con una bandera
blanca en las manos cuya inscripción rezaba: “¡Viva la Libertad!”
Cuando deciden replegarse
ya no les es posible. El tronido de las descargas ahoga la orden de retirada.
Otro grupo de soldados les tiende un cerco por detrás de la vía. Sólo Guadalupe
Escobel, Florencio Lugo, Ramón Mendoza, Francisco Ornelas y Matías Fernández logran
huir. El paso intempestivo del tren anuncia el fin de la tragedia de los ocho
guerrilleros que no logran salir de ahí. Uno a uno sus cuerpos caen sin vida en
la tierra seca. Cesa el tiroteo. Los primeros rayos del sol tocan apenas los
cadáveres aun tibios entre el reguero de casquillos.
Los militares acomodan uno
al lado del otro a los insurrectos muertos: Pablo Gómez Ramírez, médico y
profesor normalista, dirigente del PPS y de la UGOCM; Miguel Quiñónez Pedroza,
director de la Escuela Rural Federal de Ariseachic; Rafael Martínez Valdivia,
profesor normalista; Oscar Sandoval Salinas, estudiante normalista; Salomón
Gaytan Aguirre y Antonio Escobel, campesinos; Emilio Gámiz Garda, estudiante, y
su hermano Arturo, maestro rural, cuyo rostro queda despedazado. Solo Pablo
rebasaba los treinta años, los demás eran menores de veinticinco.
Como resultado del ataque
-aquel fatídico 23 de septiembre de 1965- murieron un teniente, dos sargentos y
tres soldados, además de ocho guerrilleros, “la
flor y nata de la dirección campesina radical en Chihuahua”, apunta el
investigador universitario Víctor Orozco. Los rebeldes caídos fueron: Arturo
Gámiz García, profesor rural y principal dirigente de la guerrilla; Pablo Gómez
Ramírez, médico y profesor; Emilio Gámiz García, estudiante y hermano de
Arturo; Antonio Scobell, campesino; Oscar Sandoval Salinas, estudiante de la
escuela normal del estado; Miguel Quiñones, profesor rural en Arisiáchi; Rafael
Hernández Valdivia, profesor rural en Basúchil, y Salomón Gaytán, campesino de
Dolores, Madera.
Era un grupo de jóvenes
(ninguno llegaba a los 40 años y la mayoría tenía menos de 30) que decidió
abandonar el cauce legal y pacífico para recurrir a la vía armada. Estos
nombres se convirtieron en símbolo de la lucha guerrillera en México.
Terminado el combate, los
soldados levantaron los cuerpos de los guerrilleros y los pasearon por todo el
pueblo en un camión de redilas como escarmiento. Los familiares los metieron en
bolsas de lona para llevarlos a sepultar a Chihuahua, pero el gobernador del
estado, Práxedes Giner -que se trasladó al lugar-, ordenó que se abriera una
fosa común y ahí los enterraran. En contraste, los soldados caídos recibieron
honores militares rodeados de pistoleros de los caciques de la región.
El cura del lugar, Roberto
Rodríguez Piña, bendijo los impolutos ataúdes de los soldados, pero se negó a
hacerlo con los cadáveres sucios, llenos de tierra y pólvora de esos civiles
que murieron en el enfrentamiento.
Mientras arrojaban los
cuerpos al fondo de la zanja, el general de división Práxedes Giner Durán
exclamó: “¿Querían tierra?, ¡échenles
hasta que se harten!”
En los años siguientes
decenas de grupos guerrilleros seguirían su ejemplo y se alzarían en armas
contra el gobierno y sus aparatos represivos.
“El virus rojo de la guerrilla sigue vivo” ex
militantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre
21 septiembre 2014
Publicado por Guerrilla
Comunicacional México
CULIACÁN.- A 49 años de haber atacado
el cuartel de Ciudad Madera, Chihuahua, vuelve a reunirse, pues el virus rojo
sigue vivo.
Como en los años 70, el
kiosco de la plazuela Álvaro Obregón volvió a ser lugar de encuentro para
mítines, en los que transmitían mensajes entre compañeros de lucha socialista
que se mantenían en furor contra los gobiernos priistas de Luis Echeverría
Álvarez y José López Portillo.
Fueron 20 personas las que
de diferentes partes del país se citaron, los años y las fotografías que en ese
entonces eran instantáneas y de rollo los delatan, pues los pantalones
acampanados, el cabello largo, las canciones de The Doors, Bee Gees y The Beatles que aún escuchan los
delatan.
El activista social, quien
encabeza el Congreso Social de Sinaloa con diferentes organismos que están en
pos de un beneficio a la sociedad, el cual fue fundado hace 30 años, esperaba
en una silla blanca, quien estaba ahí lo escuchó contar sus anécdotas, su viaje
a La Habana, Cuba.
“Habemos quienes no sólo seguimos creyendo en las luchas anteriores sino
que consideramos que lo que estamos haciendo hoy es continuidad de una manera
de todo el esfuerzo de lo que se ha hecho en las décadas anteriores para
alcanzar un País mejor para todos y todas los connacionales”, expresó Loza Ochoa.
Era el año de 1972 cuando
la Federación de Estudiantes Universitarios de Sinaloa, contaba, se mantenía en
lucha contra el sistema, el cual de manera represiva utilizaba las armas para
acallar a los ciudadanos que se manifestaban por una mejora social.
Sin embargo, este tipo de
luchas no era propio de Sinaloa, también otras organizaciones y guerrilleros
del País tenían el mismo esquema como José Luis Alonso Vargas, de
Mexicali, Baja California, quien encabezaba el grupo que se dirige a Madera.
En su mensaje expresaba su
malestar sobre la administración del País y los estados, sobre las cifras de
violencia, hambre y desempleo, los cuales son ocultados por los gobiernos
locales como un efecto de rechazo a los reclamos sociales, tal como se
desarrollaba cuando la guerrilla.
“Para nosotros es alentador porque esta caravana culmina en Madera
haciéndole homenaje a los primeros caídos de la guerrilla socialista: Arturo
Gámiz y compañeros, muchos compañeros que lograron sobrevivir, uno que nos va a
acompañar a partir de Obregón, Raúl Florencio Lugo Hernández”, manifestó.
“Es necesario que Madera no se olvide, porque es el inicio de un
enfrentamiento contra el Estado que era indispensable, ya que el Estado no
entendía razón en aquel momento y entonces la guerrilla era necesaria y
entonces podemos decir tal vez que es la única manera de desobligarnos como
pueblo de los oligarcas del imperialismo yanqui y todos los que nos aplastan”.
Vargas recordaba la lucha
de su época de estudiante y la que mantiene ahora como activista y pensador
socialista, en la que ha visto morir a compañeros de guerrilla por el tiempo o
enfermedad, pero también aquellos que fueron presos políticos y desaparecidos
sin que hasta hoy se sepa de ellos.
Así se fueron turnando la
palabra, pues ni el calor de la tarde en Culiacán, ni el camino largo a Ciudad
Madera les preocupaba, pues el contar sus historias los alentaba a seguir con
fuerza, tal como lo menciona Víctor Joel Armenta, ex guerrillero de Mazatlán.
Hablaba sobre un virus, uno
de color rojo, como las banderas socialistas, el cual citaba de Armando
Escalante Morales, sinaloense que aún se mantiene desaparecido por situaciones
políticas desde hace más de 30 años.
“Nosotros estamos enfermos, pero por el virus rojo de la revolución que
alimenta nuestro corazón y que nos da el ánimo suficiente para emprender esta
lucha en contra de la explotación y por los derechos de nuestra gente”, subrayó.
“En este combate han caído muchos compañeros, pero los que estamos todavía
aquí seguimos luchando porque esta lucha no puede parar, porque la opresión que
tenemos sigue siendo muy grande y la gente que se atreve a luchar finalmente es
la que vale, es la que marca caminos, es la que encuentra salidas”.
Todos se volteaban a ver,
entre ellos se preguntaban por otros compañeros que faltaron a la reunión, unos
que incluso están dentro de las filas contra las que luchaban en los 70, reían
de las fotos, de los viajes y callaban cuando se nombraba a los guerrilleros
caídos.
Ya no están jóvenes, eso lo
saben, tienen canas, necesitan lentes para poder ver, el cansancio en las
piernas y en la voz también lo hacen notar, pero el ideal de la guerrilla, de
lucha social, del virus rojo de la revolución y la anarquía se mantiene, como
aquel 23 de septiembre de 1965 en Ciudad Madera, Chihuahua.
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