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23 de septiembre de 1965, asalto guerrillero al cuartel de Madera, Chihuahua (historia)


“Estamos convencidos de que ha llegado la hora de hablarles a los poderosos en el único lenguaje que entienden; llegó la hora de que las vanguardias más audaces empuñen el fusil porque es lo único que respetan y escuchan; llegó la hora de ver si en sus cabezas respetaban las bala, ya que razones nunca les entraron; llegó la hora de apoyarnos en el 30-30 y en el 30-06, más que en el Código Agrario y la Constitución… ¡Vencer o morir!”.
-Arturo Gamíz García

El 23 de septiembre de 1965 el grupo guerrillero comandado por Arturo Gámiz García y Pablo Gómez Ramírez asaltó el cuartel militar del ejército mexicano ubicado en Cd. Madera, en las faldas de la Sierra Madre del estado de Chihuahua, al norte de México. En la acción murieron ocho de sus integrantes: Además de los ya mencionados, Oscar Sandoval Salinas, Emilio Gámiz García, Miguel Quiñones Pedroza, Rafael Martínez Valdivia, Salomón Gaytán y Antonio Scobell Gaytán, y varios militares. Al enfrentamiento sobrevivieron cinco guerrilleros, cuatro de ellos participantes del ataque directo al cuartel.
Aún era de noche cuando comenzó el ataque. Del edificio principal del cuartel militar de Ciudad Madera -una gran barraca cedida por la empresa Bosques de Chihuahua- salían los soldados en formación hacia otras construcciones contiguas donde tomarían el desayuno. Una sección completa permanecía en la barraca con las armas al alcance de la mano. Había 125 soldados destacados en el lugar. Los atacantes eran apenas unos 13 y estaban mal armados.
Al final de la madrugada se escucharon los primeros disparos de manera intermitente.
Llegan sigilosos par el sur. Cubiertos por la penumbra que antecede al alba, se deslizan hacia las modestas instalaciones del cuartel militar de Ciudad Madera. Son trece jóvenes que, sin el apoyo de dos grupos que esperaron en vano, echarán a andar su plan: realizar un asalto relámpago para obtener armamento, tomar la población, expropiar el banco local y transmitir un mensaje revolucionario a través de la radioemisora local para internarse de nuevo en la majestuosa sierra chihuahuense. La acción era parte de las tácticas militares recomendadas por el Manual Guerra de Guerrillas de Ernesto Che Guevara para ejecutar acciones de golpeteo y así incrementar la acumulación de fuerzas del que era el primer foco de insurrección mexicano.
Pero esta acción superaba en riesgo a las anteriores. El grupo de estudiantes normalistas, maestros y campesinos se lanzaba a un ataque suicida que buscaba sorprender a ciento veinte militares. Estaban decididos: ese 23 de septiembre de 1965 irrumpirían en el cuartel de la población rural de Madera, municipio del mismo nombre, al suroeste de Chihuahua, poniendo en juego sus propias vidas.
Cautelosos toman posiciones. Uno de ellos se queda en el camión, en la retaguardia, mientras los demás se reparten en los cuatro puntos cardinales. Al de menor edad lo colocan en el sitio más lejano y seguro; cuatro se ubican en la Casa Redonda, donde había una oficina de la compañía maderera Bosques de Chihuahua; cuatro más son apostados en las afueras de la iglesia y la escuela mientras los tres restantes se acomodan en el terraplén de la vía de ferrocarril. De frente, a unos treinta metros, estos últimos tienen las barracas castrenses. A sus espaldas, una llanura de más de dos kilómetros los separa de la sierra devastada por Bosques de Chihuahua.
La tropa se alista para el desayuno. A las 5:45 de la mañana un grupo de militares salen formados de la barraca principal y cruzan la pequeña explanada. De pronto, de un momento a otro, en medio de la negrura que aún no se levanta, truena la balacera. Desconcertados, los soldados se lanzan pecho a tierra al tiempo que oyen gritar: ¡Ríndanse! ¡Están rodeados! ¡Ríndanse!
Los uniformados del interior de la barraca salen presurosos con las armas en la mano. Disparan a diestra y siniestra y los que están echados al piso rápidamente se incorporan al contraataque. Los minutos se precipitan y el sol muestra lentamente su amenaza. Las siluetas comienzan a hacerse visibles. Urge la retirada. El grupo guerrillero intenta resistir con desesperación. Arroja sus bombas de fabricación casera y granadas; dispara sus rifles calibre 22, escopetas 30-06, fusiles de siete milímetros. El tiroteo se prolonga por hora y media.
El doctor y profesor Pablo Gómez disparaba una escopeta calibre 16 que tenía que cargar después de cada tiro. Las postas para cazar pajarillos apenas hirieron a los soldados que estaban encima de él, a los otros sólo les hicieron moretones bajo la ropa. Un soldado esperó agazapado a que descargara su arma y, mientras intentaba cargarla de nuevo, avanzó y lo cosió a balazos. Gómez cayó con una bandera blanca en las manos cuya inscripción rezaba: “¡Viva la Libertad!”
Cuando deciden replegarse ya no les es posible. El tronido de las descargas ahoga la orden de retirada. Otro grupo de soldados les tiende un cerco por detrás de la vía. Sólo Guadalupe Escobel, Florencio Lugo, Ramón Mendoza, Francisco Ornelas y Matías Fernández logran huir. El paso intempestivo del tren anuncia el fin de la tragedia de los ocho guerrilleros que no logran salir de ahí. Uno a uno sus cuerpos caen sin vida en la tierra seca. Cesa el tiroteo. Los primeros rayos del sol tocan apenas los cadáveres aun tibios entre el reguero de casquillos.
Los militares acomodan uno al lado del otro a los insurrectos muertos: Pablo Gómez Ramírez, médico y profesor normalista, dirigente del PPS y de la UGOCM; Miguel Quiñónez Pedroza, director de la Escuela Rural Federal de Ariseachic; Rafael Martínez Valdivia, profesor normalista; Oscar Sandoval Salinas, estudiante normalista; Salomón Gaytan Aguirre y Antonio Escobel, campesinos; Emilio Gámiz Garda, estudiante, y su hermano Arturo, maestro rural, cuyo rostro queda despedazado. Solo Pablo rebasaba los treinta años, los demás eran menores de veinticinco.
Como resultado del ataque -aquel fatídico 23 de septiembre de 1965- murieron un teniente, dos sargentos y tres soldados, además de ocho guerrilleros, “la flor y nata de la dirección campesina radical en Chihuahua”, apunta el investigador universitario Víctor Orozco. Los rebeldes caídos fueron: Arturo Gámiz García, profesor rural y principal dirigente de la guerrilla; Pablo Gómez Ramírez, médico y profesor; Emilio Gámiz García, estudiante y hermano de Arturo; Antonio Scobell, campesino; Oscar Sandoval Salinas, estudiante de la escuela normal del estado; Miguel Quiñones, profesor rural en Arisiáchi; Rafael Hernández Valdivia, profesor rural en Basúchil, y Salomón Gaytán, campesino de Dolores, Madera.
Era un grupo de jóvenes (ninguno llegaba a los 40 años y la mayoría tenía menos de 30) que decidió abandonar el cauce legal y pacífico para recurrir a la vía armada. Estos nombres se convirtieron en símbolo de la lucha guerrillera en México.
Terminado el combate, los soldados levantaron los cuerpos de los guerrilleros y los pasearon por todo el pueblo en un camión de redilas como escarmiento. Los familiares los metieron en bolsas de lona para llevarlos a sepultar a Chihuahua, pero el gobernador del estado, Práxedes Giner -que se trasladó al lugar-, ordenó que se abriera una fosa común y ahí los enterraran. En contraste, los soldados caídos recibieron honores militares rodeados de pistoleros de los caciques de la región.
El cura del lugar, Roberto Rodríguez Piña, bendijo los impolutos ataúdes de los soldados, pero se negó a hacerlo con los cadáveres sucios, llenos de tierra y pólvora de esos civiles que murieron en el enfrentamiento.
Mientras arrojaban los cuerpos al fondo de la zanja, el general de división Práxedes Giner Durán exclamó: “¿Querían tierra?, ¡échenles hasta que se harten!”
En los años siguientes decenas de grupos guerrilleros seguirían su ejemplo y se alzarían en armas contra el gobierno y sus aparatos represivos.
 “El virus rojo de la guerrilla sigue vivo” ex militantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre
21 septiembre 2014
Publicado por Guerrilla Comunicacional México

CULIACÁN.- A 49 años de haber atacado el cuartel de Ciudad Madera, Chihuahua, vuelve a reunirse, pues el virus rojo sigue vivo.
Como en los años 70, el kiosco de la plazuela Álvaro Obregón volvió a ser lugar de encuentro para mítines, en los que transmitían mensajes entre compañeros de lucha socialista que se mantenían en furor contra los gobiernos priistas de Luis Echeverría Álvarez y José López Portillo.
Fueron 20 personas las que de diferentes partes del país se citaron, los años y las fotografías que en ese entonces eran instantáneas y de rollo los delatan, pues los pantalones acampanados, el cabello largo, las canciones de The Doors, Bee Gees y The Beatles que aún escuchan los delatan.
El activista social, quien encabeza el Congreso Social de Sinaloa con diferentes organismos que están en pos de un beneficio a la sociedad, el cual fue fundado hace 30 años, esperaba en una silla blanca, quien estaba ahí lo escuchó contar sus anécdotas, su viaje a La Habana, Cuba.
“Habemos quienes no sólo seguimos creyendo en las luchas anteriores sino que consideramos que lo que estamos haciendo hoy es continuidad de una manera de todo el esfuerzo de lo que se ha hecho en las décadas anteriores para alcanzar un País mejor para todos y todas los connacionales”, expresó Loza Ochoa.
Era el año de 1972 cuando la Federación de Estudiantes Universitarios de Sinaloa, contaba, se mantenía en lucha contra el sistema, el cual de manera represiva utilizaba las armas para acallar a los ciudadanos que se manifestaban por una mejora social.
Sin embargo, este tipo de luchas no era propio de Sinaloa, también otras organizaciones y guerrilleros del País tenían el mismo esquema como José Luis Alonso Vargas, de Mexicali, Baja California, quien encabezaba el grupo que se dirige a Madera.
En su mensaje expresaba su malestar sobre la administración del País y los estados, sobre las cifras de violencia, hambre y desempleo, los cuales son ocultados por los gobiernos locales como un efecto de rechazo a los reclamos sociales, tal como se desarrollaba cuando la guerrilla.
“Para nosotros es alentador porque esta caravana culmina en Madera haciéndole homenaje a los primeros caídos de la guerrilla socialista: Arturo Gámiz y compañeros, muchos compañeros que lograron sobrevivir, uno que nos va a acompañar a partir de Obregón, Raúl Florencio Lugo Hernández”, manifestó.
“Es necesario que Madera no se olvide, porque es el inicio de un enfrentamiento contra el Estado que era indispensable, ya que el Estado no entendía razón en aquel momento y entonces la guerrilla era necesaria y entonces podemos decir tal vez que es la única manera de desobligarnos como pueblo de los oligarcas del imperialismo yanqui y todos los que nos aplastan”.
Vargas recordaba la lucha de su época de estudiante y la que mantiene ahora como activista y pensador socialista, en la que ha visto morir a compañeros de guerrilla por el tiempo o enfermedad, pero también aquellos que fueron presos políticos y desaparecidos sin que hasta hoy se sepa de ellos.
Así se fueron turnando la palabra, pues ni el calor de la tarde en Culiacán, ni el camino largo a Ciudad Madera les preocupaba, pues el contar sus historias los alentaba a seguir con fuerza, tal como lo menciona Víctor Joel Armenta, ex guerrillero de Mazatlán.
Hablaba sobre un virus, uno de color rojo, como las banderas socialistas, el cual citaba de Armando Escalante Morales, sinaloense que aún se mantiene desaparecido por situaciones políticas desde hace más de 30 años.
“Nosotros estamos enfermos, pero por el virus rojo de la revolución que alimenta nuestro corazón y que nos da el ánimo suficiente para emprender esta lucha en contra de la explotación y por los derechos de nuestra gente”, subrayó.
“En este combate han caído muchos compañeros, pero los que estamos todavía aquí seguimos luchando porque esta lucha no puede parar, porque la opresión que tenemos sigue siendo muy grande y la gente que se atreve a luchar finalmente es la que vale, es la que marca caminos, es la que encuentra salidas”.
Todos se volteaban a ver, entre ellos se preguntaban por otros compañeros que faltaron a la reunión, unos que incluso están dentro de las filas contra las que luchaban en los 70, reían de las fotos, de los viajes y callaban cuando se nombraba a los guerrilleros caídos.
Ya no están jóvenes, eso lo saben, tienen canas, necesitan lentes para poder ver, el cansancio en las piernas y en la voz también lo hacen notar, pero el ideal de la guerrilla, de lucha social, del virus rojo de la revolución y la anarquía se mantiene, como aquel 23 de septiembre de 1965 en Ciudad Madera, Chihuahua.

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