Secreto, vigilancia y censura
Sábado 13 de diciembre de 2014
John Pilger
Traducido
del inglés para Rebelión por Germán Leyens
¿Por
qué ha sucumbido una parte tan grande del periodismo ante la propaganda? ¿Por
qué la censura y la distorsión se han convertido en una práctica estándar? ¿Por
qué es la BBC un vocero del poder rapaz? ¿Por qué engañan a sus lectores el New
York Times y el Washington Post?
¿Por qué no se enseña a los jóvenes periodistas a comprender los propósitos
de los medios y a cuestionar las pretensiones y las malas intenciones de la
falsa objetividad? ¿Y por qué no se les enseña que la esencia de una parte tan
importante de lo que se llama medios dominantes no es información, sino poder?
Se trata de cuestiones urgentes. El mundo enfrenta la perspectiva de una
gran guerra, tal vez una guerra nuclear, con EE.UU.
determinado a aislar y provocar a Rusia y eventualmente a China. La verdad está
siendo puesta cabeza abajo y al revés por los periodistas, incluyendo aquellos
que promovieron las mentiras que llevaron al baño de sangre en Irak en 2003.
Los tiempos en los que vivimos son tan peligrosos y están tan
distorsionados en la percepción pública que la propaganda ya no es, como la
llamó Edward Bernays, un “gobierno
invisible”. Es el gobierno. Dirige directamente sin temor a contradicción y
su principal objetivo es conquistarnos: conquistar nuestro sentido del mundo,
nuestra capacidad de separar la verdad de las mentiras.
La era de la información es realmente la era de los medios. A través de los
medios se hace la guerra, se ejecuta la censura, se imparten la retribución y
la diversión, una cadena montable surrealista de clichés obedientes y
suposiciones falsas.
Este poder de crear una nueva “realidad”
se ha hecho durante mucho tiempo. Hace 45 años, un libro titulado The Greening
of America causó sensación. En la portada estaban las palabras: “Viene una revolución. No será como las
revoluciones del pasado. Se originará con el individuo”.
Yo era corresponsal en EE.UU. en la
época y recuerdo la elevación del autor al estatus
de gurú, era un joven académico de
Yale, Charles Reich. Su mensaje era que decir la verdad y la acción política
habían fracasado y que solo la “cultura”
y la introspección podían cambiar el mundo.
En pocos años, impulsado por las fuerzas del lucro, el culto del “yoismo” había casi agobiado nuestro
sentido de la acción conjunta, nuestro sentido de la justicia social y del
internacionalismo.
La clase, el género y la raza fueron separados. Lo personal era lo político
y los medios eran el mensaje.
Después de la Guerra Fría, la fabricación de nuevas “amenazas” completó la desorientación política de aquellos que 20
años antes habrían formado una vehemente oposición.
En 2003, filmé una entrevista en Washington con Charles Lewis, el
distinguido periodista de investigación estadounidense. Discutimos sobre la
invasión de Irak de unos meses antes. Le pregunté, “¿Qué habría pasado si los medios más libres en el mundo hubieran
cuestionado seriamente a George Bush y Donald Rumsfeld e investigado sus
afirmaciones, en lugar de transmitir lo que resultó ser burda propaganda?”
Respondió que si nosotros, los periodistas, hubiésemos cumplido nuestra
tarea “hay una probabilidad muy, muy
buena de que no habríamos iniciado la guerra en Irak”.
Es una declaración inquietante y apoyada por otros famosos periodistas a
los que hice la misma pregunta. Dan Rather, anteriormente de CBS, me dio la
misma respuesta. David Rose del Observer e importantes periodistas y
productores en la BBC, que prefirieron no ser nombrados, me dieron la misma
respuesta.
En otras palabras, si los periodistas hubieran cumplido su tarea, si
hubiesen cuestionado e investigado la propaganda en lugar de amplificarla,
cientos de miles de hombres, mujeres y niños estarían todavía vivos; y millones
de personas no habrían huido de sus casas; la guerra sectaria entre suníes y
chiíes podría no haber estallado y el infame Estado Islámico podría no existir
actualmente.
Incluso ahora, a pesar de los millones de personas que salieron a las
calles en señal de protesta, la mayoría del público en los países occidentales
tiene poca idea de la magnitud del crimen cometido por nuestros gobiernos en
Irak. Incluso menos saben que en los 12 años antes de la invasión los gobiernos
de EE.UU. y Gran Bretaña iniciaron un
holocausto al negar a la población civil de Irak los medios para subsistir.
Son las palabras del alto funcionario británico responsable de las
sanciones en Irak en la década de los 90, un sitio medieval que causó las
muertes de medio millón de niños de menos de cinco años, informó Unicef. El
nombre del funcionario es Carne Ross. En el Foreign Office [Ministerio de
Exteriores] en Londres, era conocido como “míster
Irak”. Actualmente, es un revelador de la verdad de cómo engañan los
gobiernos y de cómo los periodistas están dispuestos a propagar el engaño. “Entregábamos a los periodistas información
falsa de inteligencia modificada”, me dijo, “o los excluíamos”.
El principal denunciante, durante este terrible y silencioso período fue
Denis Halliday. Entonces Secretario General Adjunto de las Naciones Unidas y
alto funcionario de la ONU en Irak, Halliday prefirió renunciar antes de
implementar políticas que describió como genocidas. Calcula que las sanciones
mataron a más de un millón de iraquíes.
Lo que entonces sucedió a Halliday es instructivo. Fue borrado. O fue
vilipendiado. En el programa Newsnight de la BBC, el presentador Jeremy Paxman
le gritó: “¿No es usted otra cosa que un
apólogo de Sadam Hussein?” The Guardian recientemente describió esto como
uno de los “momentos memorables” de
Paxman. La semana pasada, Paxman firmó un contrato de un millón de libras por
escribir un libro.
Los siervos de la supresión han hecho buen trabajo. Consideremos los
efectos. En 2013, un sondeo de ComRes estableció que una mayoría del público
británico creía que la cantidad de víctimas en Irak era menos de 10.000, una
fracción mínima de la verdad. Una pista de sangre que lleva de Irak a Londres
ha sido borrada casi por completo.
Se dice que Rupert Murdoch es el padrino de la mafia de los medios, y nadie
debe dudar del aumento del poder de sus periódicos, 127 en total, con una
circulación combinada de 40 millones, y su red Fox. Pero la influencia del
imperio de Murdoch no es mayor que su reflejo en los medios en general.
La propaganda más efectiva no en encuentra en el Sun o en Fox News, sino
tras un halo liberal. Cuando The NewYork Times publicó afirmaciones de que
Sadam Hussein tenía armas de destrucción masiva, se creyó en su falsa
evidencia, porque no era Fox News, era el New York Times.
Lo mismo vale para el Washington Post y el Guardian, que han desempeñado un
papel crítico en el condicionamiento de sus lectores para que acepten una nueva
y peligrosa guerra fría. Los tres periódicos liberales han distorsionado los
sucesos de Ucrania como un acto maligno de Rusia cuando, en realidad el golpe
dirigido por los fascistas en Ucrania fue obra de EE.UU., con la ayuda de Alemania y de la OTAN.
Esta inversión de la realidad es tan dominante que el cerco militar de
Washington y la intimidación de Rusia no son contenciosos. Ni siquiera
constituyen noticias, sino que se suprimen tras una campaña de calumnias y
temor del tipo con el que crecí durante la Guerra Fría.
Una vez más el imperio del mal
nos persigue, dirigido por otro Stalin o, perversamente, por un nuevo Hitler.
Nombra tu demonio y dale con todo.
La supresión de la verdad sobre Ucrania es uno de los apagones noticiosos
más completos que pueda recordar. La mayor concentración militar occidental en
el Cáucaso y Europa occidental desde la Segunda Guerra Mundial es suprimida. La
ayuda secreta de Washington a Kiev y sus brigadas neonazis responsables de
crímenes de guerra contra la población de Ucrania oriental es suprimida. La
evidencia que contradice la propaganda de que Rusia fue responsable del derribo
de un avión comercial malasio es suprimida.
Y de nuevo, medios supuestamente liberales son los censores. Sin citar
ningún hecho, ninguna evidencia, un periodista identificó a un dirigente pro-ruso
en Ucrania como el hombre que derribó el avión. Ese hombre, escribió, era
conocido como “El Demonio”. Era un
hombre temible que atemorizó al periodista. Esa fue la evidencia.
Muchos en los medios occidentales se han esforzado por presentar a la población
étnica rusa de Ucrania como forasteros en su propio país, casi nunca como
ucranianos que buscaban una federación dentro de Ucrania y como ciudadanos
ucranianos que resistían a un golpe orquestado en el extranjero contra su
gobierno elegido.
Lo que tiene que decir el presidente ruso no cuenta; es un villano de
pantomima a quien se puede ultrajar impunemente. Un general estadounidense que
dirige la OTAN y sale directamente de Dr. Strangelove –un General Breedlove–
habla rutinariamente de invasiones rusas sin una pizca de evidencia visual. Su
personificación del General Jack D. Ripper de Stanley Kubrick es absolutamente
perfecta.
40.000 rusos se estaban concentrando en la frontera, según Breedlove. Fue
suficiente para el New York Times, el Washington Post y el Observer, este
último se distinguió previamente con mentiras y patrañas que respaldaron la
invasión de Irak de Blair, como reveló su antiguo periodista, David Rose.
Es casi el ambiente alegre de una reunión de clase. Los tamborileros del
Washington Post son los mismos editorialistas que declararon que la existencia
de las armas de destrucción masiva de Sadam era un “hecho indiscutible”.
“Si os preguntáis”, escribió Robert Parry, “cómo podría caer el mundo a ciegas en la
tercera guerra mundial, como cayó en la primera hace un siglo, todo lo tenéis
que hacer es considerar la locura que ha envuelto prácticamente a toda la
estructura política/mediática de EE.UU.
respecto a Ucrania en la que una falsa narrativa de sombreros blancos contra
sombreros negros se impuso rápidamente y se ha mostrado resistente a los hechos
o a la razón”.
Parry, el periodista que reveló Irán-Contra, es uno de los pocos que
investigan el rol central de los medios en este “juego de pollos”, como lo calificó el ministro ruso de Exteriores.
¿Pero es un juego? Mientras escribo estas líneas, el Congreso de EE.UU. vota la Resolución 758 que, en pocas
palabras, dice: “Preparémonos para la
guerra contra Rusia”.
En el Siglo XIX, el escritor Alexander Herzen describió el liberalismo
secular como “la última religión, aunque
su iglesia no es del otro mundo sino de éste”. Hoy ese derecho divino es
mucho más violento y peligroso que cualquier cosa que genere el mundo musulmán,
aunque tal vez su mayor triunfo sea la ilusión de información libre y abierta.
En las noticias se hacen desaparecer países enteros. Arabia Saudí, la
fuente de extremismo y terror respaldado por Occidente no interesa, excepto
cuando hace bajar el precio del petróleo. Yemen ha sufrido doce años de ataques
de drones estadounidenses. ¿Quién lo sabe? ¿A quién le importa?
En 2009, la Universidad del Oeste de Inglaterra publicó los resultados de
un estudio decenal de la cobertura de Venezuela en la BBC. De 304 informes
transmitidos, solo tres mencionaron alguna de las políticas positivas
introducidas por el gobierno de Hugo Chávez. El mayor programa de
alfabetización de la historia de la humanidad apenas mereció una referencia
pasajera.
En Europa y EE.UU., millones de
lectores y televidentes no saben casi nada de los notables y vigorizantes
cambios implementados en Latinoamérica, muchos de ellos inspirados por Chávez.
Como la BBC, los informes del New York Times, el Washington Post, el Guardian y
el resto de los respetables medios occidentales se destacaron por su mala fe.
Se burlaron de Chávez hasta en su lecho de muerte. ¿Cómo se explica algo
semejante, me pregunto, en las escuelas de periodismo?
¿Por qué millones de personas en Gran Bretaña son persuadidas de que es
necesario un castigo colectivo llamado “austeridad”?
Después del crac económico de
2008 quedó al descubierto un sistema podrido. Durante la fracción de un segundo
los bancos fueron alineados como delincuentes con obligaciones hacia el público
que habían traicionado.
Pero a los pocos meses –aparte de unas pocas piedras lanzadas por excesivas
“bonificaciones corporativas”– el
mensaje cambió. Las fotos de archivo policial de banqueros culpables
desaparecieron de los tabloides y algo llamado “austeridad” se convirtió en el agobio de millones de personas de a
pie. ¿Ha habido alguna vez un engaño tan descarado?
Actualmente muchas de las premisas de vida civilizada en Gran Bretaña se
están desmantelando con el fin de pagar una deuda fraudulenta, la deuda de unos
delincuentes. Se dice que los recortes por la “austeridad” ascienden a 83.000 millones de libras esterlinas. Es
casi exactamente la suma de impuestos evitados por los mismos bancos y por
corporaciones como Amazon y por News UK de Murdoch. Además, los bancos
deshonestos reciben un subsidio anual de 100.000 millones de libras en seguro
gratuito y garantías, una cifra que financiaría todo el Servicio Nacional de
Salud.
La crisis económica es pura propaganda. Las políticas extremas rigen ahora
Gran Bretaña, EE.UU., gran parte de
Europa, Canadá y Australia. ¿Quién defiende a la mayoría? ¿Quién cuenta su
historia? ¿Quién hace constar la realidad? ¿No es lo que supuestamente deben
hacer los periodistas?
En 1977 Carl Bernstein, famoso por el Watergate,
reveló que más de 400 periodistas y ejecutivos de las noticias trabajaban para
la CIA. Incluye a periodistas del New York Times, Time y las redes de
televisión. En 1991, Richard Norton Taylor del Guardian reveló algo similar en
este país.
Nada de esto es necesario en la actualidad. Dudo de que alguien pagase al
Washington Post y a muchos otros medios noticiosos para que acusaran a Edward
Snowden de ayudar al terrorismo. Dudo que de alguien pague a los que
rutinariamente calumnian a Julian Assange, aunque muchas otras recompensas
pueden ser cuantiosas.
Tengo claro que la razón principal por la que Assange ha atraído tanto
veneno, rencor y celos es que WikiLeaks arrancó la careta de una elite política
corrupta sostenida en pie por los periodistas. Al anunciar una extraordinaria
era de revelaciones, Assange se hizo de enemigos al iluminar y avergonzar a los
guardavallas de los medios, no solo en el periódico que publicó y se apropió de
su gran revelación. Se convirtió no solo en un objetivo, sino en un ganso de oro.
Lucrativos negocios con libros y cintas de Hollywood se hicieron y carreras
en los medios fueron lanzadas o estimuladas apoyándose en WikiLeaks y su
fundador. Hubo gente que ganó mucho dinero mientras WikiLeaks lucha por
sobrevivir.
Nada de esto se mencionó en Estocolmo el 1º de diciembre cuando el editor
del Guardian, Alan Rusbridger, compartió con Edward Snowden el Premio Nobel
alternativo de la Paz. Lo chocante en este evento fue que Assange y WikiLeaks
no fueron mencionados. No existían. Eran no-gente.
Nadie habló por el hombre que había marcado nuevos rumbos en la denuncia
digital y que entregó al Guardian una de las noticias más sensacionales de la
historia. Además, fueron Assange y su equipo de WikiLeaks quienes efectiva –y
brillantemente– rescataron a Edward Snowden y lo condujeron a la seguridad. Ni
una palabra.
Lo que hizo que esa censura por omisión fuera tan irónica, impactante y
afrentosa fue que la ceremonia se realizó en el Parlamento sueco, cuyo cobarde
silencio en el caso de Assange se ha coludido con un grotesco error judicial en
Estocolmo.
“Cuando la verdad es reemplazada por
el silencio”, dijo el disidente
soviético Yevtushenko, “el silencio es una mentira”.
Este tipo de silencio es el que debemos romper los periodistas. Tenemos que
mirar al espejo. Tenemos que hacer rendir cuentas a medios que no rinden
cuentas a nadie, que sirven al poder y a una psicosis que amenaza con la guerra
mundial.
En el Siglo XVIII, Edmund Burke describió el papel de la prensa como el Cuarto Poder que controla a los
poderosos. ¿Fue verdad algún día? Ciertamente ya no vale. Lo que necesitamos es
un Quinto Poder: un periodismo que
controle, analice y se oponga a la propaganda y enseñe a los jóvenes a ser
agentes del pueblo, no del poder.
Necesitamos lo que los rusos llamaron Perestroika,
una insurrección de conocimiento subyugado. Lo llamaría verdadero periodismo.
Hace 100 años desde la Primera Guerra Mundial, los periodistas han sido
recompensados y honrados por su silencio y colusión. En el clímax de la
matanza, el primer ministro británico David Lloyd George dijo en confianza a C.P.
Scott, editor del Manchester Guardian: “Si
la gente realmente conociera [la verdad] la guerra se pararía mañana, pero por supuesto no la conocen y no
pueden conocerla”.
Es hora de que la sepan.
Este fue el discurso
de John Pilger en el Simposio Logan, “Construyendo
una alianza contra el secreto, la vigilancia y la censura”, organizado por
el Centro para el Periodismo de Investigación, en Londres, 5-7 de diciembre de
2014. Contacto: www.johnpilger.com
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