por Javier Hernández Alpízar
Recientemente Lorenzo Servitje, dueño de Bimbo, se sumó a la ola de
manifestaciones de la derecha más recalcitrante que ha pasado a la ofensiva
contra las víctimas de violaciones a los derechos humanos en México: declaró
contra los padres y familiares de los 43 normalistas y desaparecidos de
Ayotzinapa tratando de minimizar el hecho y de negar legitimidad a su
movimiento. Esta intervención pública se inscribe en el contexto de
declaraciones de militares, políticos, cámaras empresariales, “líderes de opinión” y el nuevo
presidente del PAN contra las movilizaciones de familiares de los desaparecidos
y ciudadanos y organizaciones que los apoyan, así como las perversas
declaraciones de supuestos defensores de derechos humanos, en este caso
centrados solamente en el delito de secuestro, preocupados solamente por los
empresarios y sus familias, como Alejandro Martí e Isabel Miranda de Wallace
contra Néstora Salgado, integrante de la Policía Comunitaria en Guerrero, quien
actualmente es presa política.
Como parte de las propuestas de medidas de
presión contra esta clase de políticas reaccionarias contra los derechos
humanos y contra el movimiento social, así como criminalizadoras de la
protesta, algunas personas en las redes sociales llamaron a realizar un hacer
un boicot a Bimbo. Antes ha habido otras iniciativas de boicot, por ejemplo a
la campaña promotora del consumismo que heredó este sexenio del calderonismo: Buen Fin. Recordemos que un llamado a boicotear
el Teletón tuvo tal repercusión que
incluso Televisa tuvo que reconocer que no alcanzaba su meta de recaudación,
tratar de deslindarse de Los Pinos y defender su campaña.
Ante la promoción de una campaña de boicot
contra Bimbo, algunas voces, aparentemente ciudadanas y espontáneas, salieron
en su defensa porque supuestamente es una empresa que da “una imagen de prosperidad mexicana” en el mundo o porque tiene
mejores prestaciones que otras. La preocupación de este tipo de personas
(alguna de ellas intentó deslegitimar la convocatoria al boicot atribuyéndoselo
a “la competencia”) es sintomática de
la penetración ideológica del neoliberalismo y de las campañas pro logo que las empresas privadas más
ricas han defendido hace años en México. (Uno de los defensores de Bimbo
mencionó elogiosamente a CFE, beneficiaria de la disolución del SME, predadora
del medio ambiente y promotora del desplazamiento de comunidades en diversos
estados, promotora de la represión contra la resistencia a sus altas tarifas, represión
que ha incluido prisiones políticas, y perpetradora de cortes de energía a
quienes no pagan tarifas altas y cobros excesivos hasta el absurdo.) Ello nos
motiva a hacer unas consideraciones sobre Bimbo en particular y sobre los
boicots y su legitimidad en general.
Acerca de Bimbo, lo que podemos comentar es que
Lorenzo Servitje es uno de los empresarios más a la derecha y más activos en su
línea reaccionaria en México. Para ello los lectores se pueden referir al libro
de Edgar González Ruiz Cómo propagar el sida, conservadurismo y sexualidad
(Ediciones Rayuela, México, 1994), en el cual el especialista explica cómo
empresarios como el dueño de Bimbo financian campañas y organizaciones de
derecha que se dedican a tratar de impedir las campañas de prevención del sida,
la promoción del uso del condón, la despenalización de la interrupción legal
del embarazo y, en general, los derechos sexuales y reproductivos de las
mujeres y los hombres, así como la diversidad sexual. Empresarios como Servitje
no solamente participan en el debate público con declaraciones, como la que
hizo contra las víctimas de desaparición forzada en Iguala, sino que financian
grupos ultraconservadores que cabildean para que los legisladores nieguen los
derechos humanos de mujeres y hombres, de jóvenes, de personas con preferencias
amorosas y sexuales diversas… ahora amplía su radio de acción contra
Ayotzinapa.
Por otra parte, el boicot es el ejercicio de un
derecho ciudadano de los consumidores a negarse a consumir productos o servicios
por motivos éticos y políticos, y aun de salud: los panes Bimbo hechos de
harina y azúcar refinados, aun los mal llamados “integrales” que fraudulentamente incluyen más harina refinada que
integral, más que ser nutritivos pueden fomentar la desnutrición y la obesidad.
Un boicot no destruye empresas ni empleos. La derecha misma ha usado con
eficacia el boicot. Por ejemplo el PAN hizo en 1988 o 1989 un exitoso llamado a
no comprar los productos que se anunciaban en 24 Horas de Televisa, conducido por Jacobo Zabludovsky, porque
solamente daba cobertura a las posturas del PRI-gobierno y no a las de la
oposición PAN-Frente Democrático Nacional-PRT, que denunciaban el fraude
electoral con el que Salinas llegó a la presidencia. Apenas comenzaban a pegar
las calcomanías que llamaban a ese boicot en parabrisas de autos en el DF
cuando las empresas anunciantes decidieron hablar con los directivos de
Televisa y presionarlos para que 24 Horas
hiciera modificaciones. Zabludovsky tuvo que comenzar a incluir las
declaraciones de la oposición en sus noticieros. La derecha no se proponía
destruir empresas ni empleos ni atacar lo que para ellos es sagrado: la
propiedad privada de las grandes empresas, solamente llamaba a una medida de
presión para lograr un fin y lo consiguió.
Lo preocupante es cómo las campañas de las
empresas transnacionales han logrado ir penetrando ideológicamente en la mente
de los consumidores para ir estableciendo en su imaginario sus logos y símbolos
(como el Osito famoso) y la ideología
empresarial de que son ellas, las empresas y marcas, las que “crean empleos”, dan generosamente
prestaciones (ahora dádivas patronales y no derechos laborales) y defienden “la imagen de prosperidad” de México en
el mundo: una mentira, por cierto, ya que la prosperidad en México no existe,
en lugar de ella hay violencia masiva, miles de muertos, desaparecidos,
desplazados, decenas de presos de conciencia, represión a las organizaciones
sociales, a la prensa, feminicidios, negación de los derechos de migrantes,
trabajadores, jóvenes, estudiantes, etc., y ello en gran medida debido a las
políticas reaccionarias que el Estado mexicano ha tomado para complacer a una
derecha empresarial con agresivos voceros como Lorenzo Servitje e Isabel
Miranda de Wallace.
Es una falacia que boicotear un producto o marca
o empresa destruya empleos porque los boicots son temporales, no duran por
siempre, además, el dinero que ahorren no comprando panes Bimbo lo gastarán en
panes de panadería o de otras marcas o comprando tortillas u otros productos o
mercancías, que también hacen circular dinero y son producidos por trabajador@s
asalariad@s.
Los boicots educan a los ciudadanos en su
capacidad de reflexión y decisión para comprar. Antes de las invasiones de
Estados Unidos a Afganistán e Irak, bajo el pretexto de la destrucción de las Torres Gemelas del 11 de septiembre de
2001, hubo llamados a boicotear empresas transnacionales que estaban
involucradas en financiar o apoyar y beneficiarse de la guerra. Quienes
participaron pudieron entender lo difícil que es boicotear demasiadas marcas al
mismo tiempo o intentar boicotear todas las marcas de origen estadunidense.
Pudieron reflexionar sobre cómo el consumo de ciertos productos hace prósperos
a aquellos que fomentan las guerras e invasiones.
Y ya desde entonces había voces que decían que
no había que boicotear esas marcas, incluso de gente que no las compraba por
falta de poder adquisitivo, pero que “algún
día las podría comprar”.
Los comentarios en redes sociales defendiendo a
Bimbo son síntoma del éxito de la ideología neoliberal capitalista de las
empresas: las campañas pro logo, y pro marcas, que cada cierto tiempo
manejan las televisoras por iniciativa de los empresarios y sus cámaras
patronales, llegan a obnubilar a muchos consumidores. Irreflexivamente olvidan
que es el trabajo humano, i. e. las trabajadoras y los trabajadores, el que
produce las riquezas, los bienes y servicios, y no los logos empresariales, que
solamente representan la apropiación privada de riqueza socialmente producida
Olvidan además que esa riqueza da a los empresarios un poder político que
algunos, como Lorenzo Servitje, usan para promover el autoritarismo y la
negación de los derechos humanos de muchas y muchos mexicanos.
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