Javier
Hernández Alpízar
14 / febrero / 2015
Babel
Carlos Lenkersdorf, Filosofar
en clave tojolabal,
Porrúa,
México, 2005, 273 págs.
Disponible
en formato pdf en:
En las Crónicas marcianas de Ray Bradbury hay una que
se llama “El marciano”. Un grupo de
terrícolas llegan a las ruinas de una civilización marciana, uno de esos
exploradores-invasores se enamora de esa civilización porque le parece que en
ella el arte no estuvo separado de la vida diaria de los marcianos. Uno de los
terrícolas se pierde. Todos se ponen alerta. De vez en vez son hostilizados por
los disparos de alguien oculto. Cuando logran cercarlo y descubren quién es, se
dan cuenta de que es el terrícola enamorado de la civilización marciana. Era
para él tan hermosa, tan superior a la terrícola, que decidió ser un marciano y
resistir. Todas las crónicas están llenas de ese tipo de melancólico lamento,
de esa incurable otredad que padece lo uno, como diría por boca de Juan de Mairena
Antonio Machado.
Carlos Lenkersdorf daba una
conferencia inmediatamente después de que acababa una mesa redonda en la cual
habían debatido varios académicos marxistas, entre ellos solamente recuerdo el
nombre de Atilio Borón. Habían discutido sobre la gran conveniencia para las
organizaciones revolucionarias de que gobernaran las izquierdas reformistas,
porque, según ellos, bajo esos gobiernos reformistas las organizaciones
revolucionarias podrían crecer más, ya se sabe que la revolución está siempre en
el largo plazo. Lenkersdorf, antes de abordar su tema: la antropología
lingüística y especialmente cómo le ha servido para poder ser alumno de los
indios mayas chiapanecos tojolabales, quienes lo han educado en su lengua,
cultura, cosmovisión y filosofía, en su sabiduría pues, comentó: Estuve
escuchando la discusión de la mesa anterior y sí, entendí: “queremos la revolución, pero no la queremos ahora”. Con solamente
un comentario barrió con esos discursos académicos que elaboran un análisis
nacional, internacional, mundial, diacrónico, sincrónico, y luego de hacer
temblar la montaña, como en el parto de los montes, dan a luz a un ratoncito: “vamos a votar por el centro izquierda,
porque el verdadero cambio social no tiene hoy una correlación de fuerzas favorable”.
Yo solamente había visto el
video una conferencia de Lenkersdorf (¡en
VHS!), y la recuerdo un poco más que la conferencia de ese día. Acaso pude
después escuchar en Xalapa a la experta en mayas clásicos rusa Galina Ershova
platicando cómo los estudiosos rusos lograron descifrar la escritura maya
clásica y ya leen y estudian a los mayas, especialmente su cosmología. De los
mayas clásicos no sabemos, pero podemos comenzar a aprender lo que están
leyendo quienes saben hacerlo; sin embargo, de los mayas contemporáneos, ¿qué
sabemos?
Por suerte, Lenkersdorf
tuvo la humildad intelectual y científica de hacerse alumno, discípulo de los
tojolabales y aprender su lengua, estudiar su cultura, para poder asomarse a su
sabiduría y algo de ello nos ha dejado en varios libros, de los cuales
recientemente pude leer Filosofar en clave tojolabal.
El autor no le exige a sus lectores aprender tojolabal, sino que va
traduciendo, explicando, introduciendo al lector en una comprensión y un
entendimiento general de la sabiduría tojolabal.
Hace un libro de sencilla
lectura, contando cómo conoció primero a los indígenas tzeltales y los escuchó
en una asamblea de la que solamente pudo retener el tik- tik con el que
terminaban muchas de sus expresiones. Supo que el tik era el “nosotros” y
después lo volvió a encontrar al estudiar y aprender el tojolabal. De ahí, la
reflexión de años para comprender la lengua-cultura tojolabal (que en esto se
parece a las otras lenguas-culturas mayas) lo llevó a comprender que la palabra
clave para entenderlos es el “nosotros”.
Así va explorando algunos
de los aspectos de la cosmovisión y la sabiduría tojolabal, de la cual defiende
que sí existe una filosofía, una sabiduría que ayuda a forjar más que un
cerebro un corazón (como en los nahuas clásicos había encontrado Miguel León
Portilla: “tener un rostro y un corazón”),
un pensar-sentir-actuar cordial. De esa manera de pensar con un corazón colectivo, nosótrico, no monista sino pluralista, además no puramente
antropocéntrico sino donde (desde la estructura lingüística) no hay un sujeto
frente a otros objetos sino relaciones entre sujetos, intersubjetivas, donde
hay sujetos, además de los humanos, como la lengua misma, los seres animados
(animales, plantas, la milpa) e incluso los que para nosotros son inanimados, y
una muy otra compresión del tiempo, donde el tiempo no es nuestro sino nosotros
de él e incluso nosotros podemos ser un tiempo (una época, una apertura
temporal), otra forma de relacionarse con el mundo todo, otra forma de entender
la relación política nosótrica (de donde viene el mandar obedeciendo, es decir que las autoridades son trabajadores
comisionados o delegados para hacer algo bajo el mandato de la comunidad), otra
forma de entender la humanidad (con una apertura no etnocéntrica sino a un
nosotros en conformación que abarca a la humanidad, que no puede dar lugar a un
sectarismo racista o a un “choque de
civilizaciones” porque no hay monismo sino pluralidad: un mundo donde quepan muchos mundos).
Desde luego, Lenkersdorf no
es un académico mojigato y “apolítico”,
sabe que hablar de los indígenas tojolabales y mayas hoy es hablar de
organizaciones suyas como el EZLN y de otras donde se forma un nosotros más
amplio como el CNI. Y muestra cómo el paso organizativo de ese nosotros viene
de lo profundo de sus filosofías, al menos por lo que podemos alcanzar a
comprender de los tojolabales. Sabe que además un no indígena puede hacerse
alumno, discípulo de los indios mayas, y así como lo hizo el Marciano de las
crónicas de Bradbury, así como lo hizo el difunto Marcos y lo hace actualmente
Galeano, así lo hizo Lenkersdorf, quien se apropió también de una sabiduría, un
rostro y un corazón, traduciendo con los tojolabales, aprendiendo con ellos,
entrando en el proceso de ser un nosotros humano y cósmico.
Cuando los zapatistas
llegaron a la ENAH en 2001, decía un amigo marxista, a los antropólogos se les
rebeló el objeto de estudio: porque no son un objeto, son un sujeto colectivo,
un nosotros, y no están para ser estudiados mediante métodos etnológicos: están
para ser maestros de su cultura y sabiduría. Sin embargo, para tratar de
entenderlos hay que aprender algo muy importante: aprender a escuchar, a poner
atención. Contrario a todos los colonizadores que pretenden llegar a las
comunidades indias, campesinas, rurales y aun urbanas a “enseñar”, “educar” o “dar línea”, Lenkersdorf llegó a
escuchar, a pedir ser educado, a aprender. Pocos han tenido esa capacidad, de
no pensar que “nuestros pueblos son
ignorantes y hay que enseñarles muchas cosas” sino de decir: “estos
pueblos indios son mis maestros”. Por ello Lenkersdorf puede en libros
como Filosofar en clave
tojolabal decirnos cosas tan subversivas, en el corto y el largo
plazo, y no en el nihilismo del futuro que nunca llega, como: “Grecia no ha sido la una de toda clase de
filosofía, ni tampoco el manantial de la cultura universal. El filosofar a la
griega, que de maneras diferentes ha conformado el filosofar occidental, tiene
que reconocer que hay muchas maneras de ser ‘amigos de la sabiduría’ que se
traduce al tojolabal como ‘tener corazón ya’ (‘ayxa
sk’ujol)”.
Mucho hemos buscado en la
filosofía occidental a los disidentes que se paran en el umbral de lo otro y lo
señalan sin atreverse a salir de su piel y caminar hacia el lugar a donde señalan,
temerosos de perder la herencia que saben ya caduca pero es todo lo que tienen.
Sin embargo con los mayas y los pueblos indios, contemporáneos y clásicos,
podemos tener maestros que nos enseñen, como diría Lenkersdorf: “una filosofía corazonada, tal vez mejor
dicho cordial, y no tan intelectualizada, sin que se rechace el pensar”. La
cual curiosamente coincide con muchas de las propuestas de las teorías
cognitivistas del último siglo: conocemos no sólo con la mente sino con nuestra
mente- cuerpo, afectivamente, con los “objetos”
en cuya red nos movemos y producimos y, dirían los tojolabales, además
conocemos, sabemos, actuamos, como un nosotros. Aunque, según occidente (lo que
Boaventura de Sousa Santos ha llamado epistemicido: producirnos como no existentes),
no somos, no existimos, no sabemos, no filosofamos, sin embargo, sí hacemos
todo eso y también resistimos y nos rebelamos. O al menos, con ellos, los
indígenas, estamos invitados a hacerlo, a formar parte de su humano y corazonado nosotros.
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