Lunes, 16 febrero 2015
Las elecciones se aproximan y el hervidero
político está aumentando cada día más. Por un lado podemos observar algo común
entre la clase política mexicana: utilización de propaganda desmedida,
denostaciones entre grupos contrarios, acaparamiento de reflectores, etc. Esta
parte es típica y una coreografía tradicional en estas fechas; el baile por el
hueso.
Por otro lado podemos percatarnos de un fenómeno que desde hace tiempo
ha venido creciendo, no solo en México sino en las democracias occidentales
también: el abstencionismo electoral. Resultados de una encuesta hecha en 2013
develó que el 91 por ciento de los habitantes del país cree que los organismos
políticos son corruptos; de estos, el 73 por ciento piensa que lo son en
extremo.
El escepticismo con relación a las instituciones políticas y a la clase
política en general no es una novedad, no obstante hay un fenómeno que en los
últimos días ha estado rondando en las redes y ha captado la atención de
muchos. Un vídeo compartido por el medio digital Desinformémonos muestra imágenes en dónde estudiantes sonorenses
quitan propaganda y la reutilizan con consignas en contra del Estado.
El enojo por parte de distintos sectores de la población mexicana por el
uso desmedido de recursos públicos para la propaganda política ha ido en
aumento y sucesos similares han ocurrido en distintos estados como Guerrero,
Chiapas y Michoacán, así como en la Ciudad de México. Y no es para menos, pues
estamos hablando de una bolsa de recursos de 5 mil millones de pesos en el más
reciente año reportado, tan sólo del gobierno federal, pero que alcanza hasta
12 mil millones de pesos con los gastos de los gobernadores. Es una bolsa de
dinero importante y no existe ninguna regulación que explique bajo qué
criterios –que deberían ser técnicos– se distribuye.
La quema de propaganda no es la cuestión sustancial, lo elemental y que
amerita ser desmenuzado es el discurso apartidista que muchos de los
manifestantes manejan a la par de estas acciones. Ni PRI, ni PAN, ni PRD, ni
MORENA, ni nada que tenga que ver con instituciones políticas que vivan del
erario. Este discurso reposa en un hartazgo visible y tangible que desde 1994
hasta hoy se refleja en un porcentaje de abstencionismo que pasó de 24% a 44%
en la actualidad. De acuerdo con los especialistas, el abstencionismo es
un fenómeno común en países como México donde el voto no es obligatorio. En
contraste, la participación tiende a ser superior en aquellos donde no votar
implica algún tipo de sanción, como Argentina o Ecuador.
Pero más allá de que el voto en México no sea obligatorio y que se
encuentren excusas que afirman, incluso, que la mayoría de la gente no vota por
flojera, el fenómeno de rechazo a las urnas es un elemento que ha ido
ascendiendo y que aparentemente aviene con el discurso “no creo en los partidos políticos en lo absoluto, porque cuando yo les
di mi voto me dieron la espalda”. Lo interesante de esta afirmación es
saber cuál es el argumento que hay detrás, pero sobre todo el planteamiento de
una opción distinta al sistema electoral que tenemos actualmente.
Decir no voy a votar porque no
creo en los partidos políticos, pero no tener una alternativa clara, o
fundamentos para afirmar que hay otras maneras de convivir como individuos y
sociedad, es tan inútil como ir a votar. Y es en esta parte dónde habría que
plantearnos “si me cagan los partidos
políticos y estoy hasta la madre de que me jodan, ¿Qué otras alternativas hay?”
Es aquí dónde empieza lo interesante.
A lo largo de la historia ha habido una pugna entre la democracia
directa y la democracia representativa, que son básicamente las dos opciones
más debatidas y que actualmente más se utilizan. La primera emana de una
propuesta en la cual todos los integrantes de una comunidad elijen las
cuestiones y las formas, la segunda emana de una propuesta en la cual el
ciudadano elije quién elegirá por él, lo cual presupone un completo
desconocimiento del pueblo para saber qué les conviene, pues el hermetismo con
el que se maneja la democracia occidental deviene en un desconocimiento por
parte de la comunidad de aspectos elementales, lo cual a su vez es efecto de un
elitismo muy remarcado.
A este respecto Giovanni Sartori (1999) comenta que: "la representación es necesaria (no
podemos prescindir de ella) y que las
críticas de los directistas son en gran parte fruto de una combinación de
ignorancia y primitivismo democrático". Como contraparte a esta
aseveración del científico social, habría que voltear a ver a las comunidades
indígenas autónomas. Un ejemplo actual sobre procesos autónomos es el caso de
las comunidades oaxaqueñas del Istmo de Tehuantepec, en dónde el hecho de
quererles imponer el segundo megaproyecto eólico más grande del mundo y afectar
su ecosistema, ocasiono que negaran de facto la representación política y
optaran por el directismo, cuestión que en la actualidad puso en jaque a
inversionistas multimillonarios.
A pesar de que muchos teóricos y politólogos argumentan que el problema
de la democracia directa es la cantidad de individuos que componen una nación y
la cantidad de problemáticas a debatir, así como la capacidad de los sujetos para
debatir cuestiones importantes, es elemental que para la construcción de una
nueva forma de coexistencia como comunidad, observemos a detalle cuáles son los
resultados y qué implicaciones tiene el optar por la autonomía, palabra que sin
duda alguna le da escalofríos a los más férreos defensores de la democracia
republicana imperante y a los grandes inversionistas.
Para comprender los procesos autónomos hay que voltear a las comunidades
en resistencia, pero la idea de la búsqueda de autonomía no radica en perseguir
paradigmas organizativos, pues el contexto de las comunidades indígenas es muy
distinto al contexto urbano, incluso el contexto de los zapatistas en Chiapas y
los Binizaa en Oaxaca tiene diferencias enormes, sin embargo hay un
común denominador y es la negación de un sistema en decadencia que ha orillado
a millones a estar en la penumbra del hambre y el olvido.
La construcción de una autonomía es una construcción colectiva que va de
la mano con las condiciones tangibles de una comunidad.
Hay formas de organización que básicamente han sido negadas y
ninguneadas por el sistema capitalista, sin embargo habría que reflexionar el
porqué, pero sobre todo analizar seriamente, si estamos hasta la madre, por qué
no darle la espalda al sistema electoral y buscar alternativas, es decir hay
que negar para construir después, pues negar por negar, sin argumentos sólidos,
ni propuestas, básicamente es hacerle la chamba al Estado también.
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