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Palabras de la CG del EZLN en el homenaje a los compañeros Luis Villoro Toranzo y Maestro Zapatista Galeano

Palabras de la Comandancia General del EZLN en el homenaje a los compañeros Luis Villoro Toranzo y al Maestro Zapatista Galeano

Luis el zapatista
EJÉRCITO ZAPATISTA DE LIBERACIÓN NACIONAL.
México,
2 de mayo del 2015.
Introducción.
Buenas tardes, días, noches tengan quienes escuchan y quienes leen, sin importar sus calendarios y geografías.
Las que ahora se harán públicas, son las palabras que el finado Subcomandante Insurgente Marcos había preparado para el homenaje a Don Luis Villoro Toranzo, mismo que se realizaría en Junio del 2014.
Suponía él que estarían presentes familiares de Don Luis, particularmente su hijo, Juan Villoro Ruiz, y su compañera, Fernanda Sylvia Navarro y Solares.
Días antes de que se celebrara el homenaje, fue asesinado nuestro compañero Galeano, maestro y autoridad autónoma, quien formó y forma parte de una generación de mujeres y hombres indígenas zapatistas que se forjó en la clandestinidad de la preparación, en el alzamiento, en la resistencia y en la rebeldía.
El dolor y la rabia que sentimos entonces y ahora se sumaron, en ese mayo de hace un año, al lamento por la muerte de Don Luis.
Se dieron así una serie de eventos, uno de los cuales fue la decisión de dar muerte a quien fuera hasta entonces el vocero y jefe militar del EZLN. La defunción del SupMarcos se concretó la madrugada del 25 de mayo del 2014.
Entre los pendientes, como decimos nosotros, nosotras, zapatistas, que dejó el finado SupMarcos está un libro sobre política, comprometido con Don Pablo González Casanova a cambio de una caja de galletas pancrema, una serie de textos y dibujos inclasificables (varios de ellos se remontan a sus primeros días como insurgente del EZLN), y el texto de homenaje a Don Luis Villoro al que daré lectura en unos momentos.
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Cuando, en la comandancia general del EZLN, con el Subcomandante Insurgente Moisés platicábamos sobre lo que sería este día antes y hoy, nos dábamos cuenta de que, al hacer el balance de una vida, juntábamos pedazos que no alcanzaban nunca a completarse.
Que siempre quedábamos con una imagen inconclusa, rota. Que lo que tenemos y teníamos, nos urgía a buscar y encontrar lo que faltaba.
“Falta lo que falta”, decimos obstinadamente las zapatistas, los zapatistas.
No con resignación, nunca con conformismo.
Sí para recordarnos que no está cabal la historia, que le faltan piezas, nombres, fechas, lugares, calendarios y geografías, vidas.
Que muertes y ausencias tenemos muchas, demasiadas.
Y que debíamos agrandar la memoria y el corazón para que no faltara ni una, sí, pero también para que no fueran inmovilizadas, para que fueran completadas una y otra vez en nuestro paso colectivo.
Así que imaginamos que este día, tarde, noche, madrugada siempre, bien podría ser un intercambio de piezas para seguir tratando de completar la vida de quien ustedes conocieron y conocen como el doctor Luis Villoro Toranzo, profesor de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, fundador del grupo Hiperion, discípulo de José Gaos, investigador del Instituto de Investigaciones Filosóficas, miembro del Colegio Nacional, presidente de la Asociación Filosófica de México, y miembro honorario de la Academia Mexicana de la Lengua. “Maestro, padre y compañero”, tal vez así diga su epitafio.
Hay compas, mujeres, hombres y otroas quienes tienen un lugar especial entre nosotros, nosotras, zapatistas del EZLN. No ha sido un regalo o un donativo. Ese lugar especial lo ganaron con un empeño y dedicación que está lejos de reflectores y templetes.
Por eso, cuando se marchan irremediablemente, no hacemos eco del ruido y el polvo que suelen levantarse con su muerte. Esperamos. Nuestra espera es así un homenaje silencioso, sordo. Como silenciosa y sorda fue su lucha a nuestro lado.
Dejamos entonces que el ruido se apague, que otra moda suceda a la que simula consternación y pena, que se asiente el polvo, que el silencio vuelva a ser sereno reposo para quien nos falta.
Tal vez porque respetamos esa vida ahora ausente, porque respetamos su tiempo y su modo. Y porque esperamos que, andando ya el calendario, su silencio tendrá lugar para escucharnos.
Para allá afuera, lo digo como señalando un hecho, no como reproche, el doctor Luis Villoro Toranzo fue un intelectual brillante, una persona sabia a la que tal vez sólo se le pueda reprochar la cercanía que en vida tuvo con los pueblos originarios de México, particularmente con aquellos que se alzaron en armas contra el olvido y que resisten más allá de modas y medios.
Para quienes no conocieron en vida al doctor Luis Villoro Toranzo, hay y, espero, habrá mesas redondas, reediciones, análisis en revistas especializadas y no.
Nuestra palabra de ahora no irá por esos caminos. No porque no conozcamos su obra histórica y filosófica, sino porque estamos aquí para cumplir un debe, saldar un pendiente, cumplir un encargo.
Porque ustedes, allá afuera, conocen a Luis Villoro Toranzo como un pensador brillante, pero nosotras, nosotros, zapatistas conocemos como…
¿Cómo?
Sabemos que tenemos sólo una de tantas piezas.
Y hemos venido aquí, a este homenaje, para entregarle a quienes compartieron y comparten sangre e historia con él, una pieza que, creemos, no sólo no tenían, sino que tal vez ni siquiera imaginaban.
La historia acá abajo, del lado zapatista, tiene muchos cuartos cegados. Compartimentos estancos en los que vidas diferentes se cumplen con aparente indiferencia, y en los que sólo la muerte derrumba los muros para que miremos y aprendamos de la vida que ahí transcurrió.
Y hagamos, ¿cómo decirlo?, ¿una permuta?, ¿un intercambio de lugares?
Al abrir el compartimento, al derribar el cuarto muro, al asomarnos dentro, hacemos un cambalache: esta muerte al museo, esta vida a la vida.
“Compartimentos estancos”, he dicho. Nuestro modo de lucha implica esta cuota de anonimato que, sólo para algunos de nosotros, es deseable. Pero tal vez después haya oportunidad de volver sobre esto.
Ya escucharán al Subcomandante Insurgente Moisés hablarles a nuestras compañeras y compañeros de las comunidades zapatistas una parte de lo que fue Don Luis Villoro Toranzo en nuestra lucha.
La inmensa mayoría de ellas y ellos no lo conocían, no lo conocieron. Y así como él, tenemos compañeras, compañeros y compañeroas de los que se ignora su existencia.
Este súbito saber que tuvimos compañeros y compañeras que ni siquiera sabíamos que existían, hasta que ya no existen, es algo que no es nuevo para nosotras, nosotros, zapatistas.
Tal vez es nuestro modo que, al nombrar la vida de quien falta, lo hacemos existir de otro modo.
Como si fuera nuestro modo de traer al colectivo al indígena zapatista Galeano antes, a Don Luis Villoro ahora.
Nuestro modo de apurarlos, de apremiarlos, de gritarles: “¡Eh! ¡Nada de descanso!”, de traerlos de vuelta y que sigan en la lucha, la chamba, el jale, el trabajo, el camino, la vida.
Pero no es una vida la que les voy a relatar. Tampoco, es cierto, se trata de una muerte.
Es más, no les vengo a contar nada. Vengo a dibujarles un contorno, más o menos definido, más o menos nítido, de una pieza de un rompecabezas gigantesco, terrible, maravilloso.
Y lo que les voy a contar les sonará fantástico.
Tal vez mi hermano bajo protesta (bajo protesta de él), Juan Villoro, adivine después en mis palabras apenas una hebra de una madeja absurda y compleja, más cercana a la literatura que a la historia. Tal vez le sirva luego para completar ese libro que no sabe aún que escribirá.
Tal vez Fernanda intuya la irrupción de un concepto que parecía ausente, señalando un hueco cuya satisfacción daría un vuelco teórico a todo un pensamiento. Tal vez le sirva luego para iniciar la reflexión que ahora no sabe que emprenderá.
No lo sé. Tal vez él, ella, quienes no están, simplemente lo archiven en la carpeta de la “H”, de “homenaje”, de “herida”, de “humano”, de “Hidra”, de…
“Había una vez…”
Debo ser, por razones de seguridad, propositivamente impreciso en la geografía y el calendario, pero era madrugada y era el cuartel general del EZLN.
Tal vez una breve descripción de la comandancia general zapatista desilusione a más de uno, una, unoa.
No, no hay un mapa gigantesco con luces policromadas o alfileres de colores, cubriendo una de las paredes.
No, no hay modernos equipos de radiocomunicación con voces en muchas lenguas.
No hay un teléfono rojo.
No hay una moderna computadora con múltiples pantallas empeñadas en cifrar y descifrar la vertiginosa estática de la matrix cibernética.
Lo que hay es un par de mesas, dos o tres sillas, algunas tazas con restos de café frío, papeles mal arrugados, cenizas de tabaco, humo, mucho humo.
A veces hay también un tazón de palomitas rancias, pero sólo en caso de que se requiera un trueque con algún ser insólito.
Porque no lo van a creer, pero lo que en otros lados se llama “Juicio por Combate”, acá se llama “Atáscate que hay lodo”.
No me extenderé en este peculiar modo de resolver las disputas judiciales entre seres que están más que alejados de la jurisprudencia real o de ficción. Baste decir que el tazón con palomitas rancias tiene su razón de ser.
Puede haber, no siempre, es cierto, una computadora portátil y una impresora. No diré ni marcas ni modelos, baste decir que la computadora trabaja a base de insultos y amenazas, y que la impresora tiene un peculiar sentido del albedrío pues se niega a imprimir lo que no le parece digno de ir más allá de la pantalla.
Cierto, suele haber en la pantalla de esa computadora, invariablemente un procesador de textos y un escrito que no termina nunca por alcanzar el punto final…
¿Virus? Los únicos que pueden llegar a través del bejuco que le sirve para conectarse a uno de los túneles de la red. O sea arañas, o bichos que huyen de las susodichas mientras una lucecita parpadea alarmada.
Pero dejemos que la imaginación de cada quien complete el mobiliario.
Podría adornarme y decirles que esa madrugada estaba yo leyendo algún tratado de filosofía helénica, o las Fábulas de Higinio, o el tratado Sobre los Dioses de Apolodoro de Atenas, o Los Doze Trabajos de Hércules, sí, con “z”, de Enrique de Villena, el Astrólogo, pero no.
O podría decirles, y presumirme de moderno, diciéndoles que estaba yo, en la red alterna, tomando un curso en línea con un, una, unoa hacker anónimo. Iba a poner famoso, pero si es anónimo no puede ser famoso. ¿O sí? O tal vez es un colectivo organizado: “tú dale click al reload, tú oprime la tecla control, no, no toques la letra ‘z’ porque se hace un desmadre y acabas chateando con un ser incomprensible en las montañas del sureste mexicano”. En fin, un nickname y un avatar, casi los equivalentes a un nombre de lucha y un pasamontañas, que, pacientes, explican los fundamentos de un terreno de lucha. Como en cada lengua nueva que se aprende, lo primero que hay que conocer son los insultos. Y así saber que “noob” es el equivalente a una mentada de madre.
O podría contarles, y reiterar el cliché, que estaba yo en una reñida multipartida de ajedrez interoceánico con el colectivo llamado “los Irregulares de Baker Street” asentado en la rubia Albión.
Pero no.
Lo que en realidad estaba yo haciendo es tratando de poner un punto final a un texto que lleva ya 20 años pendiente, pero…
Entonces apareció en el dintel de la puerta la posta, el guardia, el centinela, el vigía o como le quieran decir:
-“Sup, hay quien te quiere hablar”-, dijo lacónico después del saludo militar.
–¿Quién?– pregunté casi por trámite porque suponía que sería la insurgenta Erika con alguno de sus complicados acertijos de amores y esas cosas.
-“Un Don Luis, dice. Ya de edad él, de juicio”-, respondió el insurgente.
–¿Don Luis?, no conozco ningún Don Luis-, dije con enfado.
–Subcomandante– escuché su voz, y su figura se recortó en el umbral.
El guardia alcanzó a balbucear: “se metió sin avisar, le dije que esperara, no obedeció”.
 “Ajá, no obedeció, como de por sí. Déjalo”, le dije al vigía y nos dimos un abrazo con Don Luis Villoro Toranzo, nacido en Barcelona, Cataluña, Estado Español, el 3 de noviembre del año 1922.
Le ofrecí una silla.
Don Luis se sentó, se quitó la boina y se frotó las manos sonriendo. Imagino que por el frío.
¿Dije ya que hacía frío esa madrugada?
Hacía de por sí, como de por sí cuando no hay una luz que entibie la sombra, como hoy. Es más, el frío mordía las mejillas como amante obseso.
Don Luis no parecía tomar nota de ello.
¿Hace frío en Barcelona?, le pregunté, un poco como saludo de bienvenida, otro poco para distraerlo mientras discretamente apagaba yo la computadora.
En fin, guardé la portátil, pedí café para 3 y volví a encender la pipa, rellena como estaba de tabaco usado y húmedo.
No recuerdo ahora si Don Luis respondió a la pregunta sobre el clima en Barcelona.
Sí que esperó pacientemente a que terminara yo de darme por vencido, y dejara de tratar de avivar las brasas de la cazueleja.
“¿No tendrá tabaco de casualidad?”, le pregunté anticipando con desilusión su negativa.
 “No recuerdo”, dijo, y siguió sonriendo.
¿Se refería al frío en Barcelona o a si llevaba tabaco?
Pero no eran ésas las principales preguntas que se me acumulaban en la cazuela apagada de la pipa.
Antes de preguntarle al doctor en filosofía Luis Villoro Toranzo qué diablos hacía ahí, pues dejen les explico…
En esas fechas, el cuartel general del EZLN era el “Cama de Nubes”, nombrado así porque se encuentra en lo alto de una sierra y, fuera de los pocos días de la seca, se mantiene de continuo cubierto por nubes. Aunque de por sí la comandancia general es trashumante, a veces se aposenta ahí, aunque con más brevedad que las nubes.
 “El Cama de Nubes”.
Llegar ahí no es fácil. Primero se deben cruzar potreros y acahuales. Malo si lluvia, malo si sol. Después de unas 2 horas de espinas e insultos, se llega al pie de la montaña. De ahí se eleva un estrecho sendero que faldea el contorno del cerro de modo que siempre hay un abismo a la derecha. No, no fueron consideraciones políticas las que decidieron ese trazo en espiral ascendente, sino el corte caprichoso de ese pico montañoso en mitad de la sierra. Aunque uno no paraba de subir hasta que estaba casi a las puertas de la champa de la comandancia general del ezetelene, se habían realizado algunas obras de ingeniería militar de modo que el puesto del vigía tuviera tiempo y distancia para un avistamiento oportuno.
De ahí, el caminamiento de acceso al cuartel era propositivamente difícil. A la rudeza de la montaña, habíamos agregado palotadas puntiagudas, zanjas y espinas, de modo que sólo era posible transitar por él de uno en uno.
Cuando yo era joven y bello, con carga promedio -digamos unos 15-20 kilogramos-, hacía yo unas 6 horas desde la base del cerro. Ahora que sólo soy bello, y sin carga, me toma de 8 a 9 horas.
Nuestro empecinado premodernismo y nuestro desprecio a las campañas electorales impiden que tengamos helipuertos en nuestras posiciones. Así que sólo se puede llegar caminando.
Con estas referencias, era lógico que la primera pregunta que aflorara fuera:
“¿Y cómo llegó hasta aquí Don Luis?”
Él respondió: “Caminando”, con la misma tranquilidad que si hubiera dicho “en taxi”.
Don Luis se veía completo, sin agitación visible, su boina intacta, su saco oscuro con apenas unas hebras de bejucos y ramas, su pantalón de pana apenas manchado y sólo en el bies, sus zapatos mocasines de una pieza. Todo completo. Si acaso había algo que notar era su barba de días y el evidente absurdo de su camisa clara, con el cuello almidonado abierto.
A mí esa subida me toma al menos 3 remiendos de la camisola, 4 del pantalón, un refuerzo en ambas botas, y un par de horas tratando de recuperar el aliento.
Pero Don Luis estaba ahí, sentado frente mío. Sonriendo. Aparte de un ligero arrebol en sus mejillas, se podría decir que, en efecto, se acababa de bajar de un taxi.
Pero no. Don Luis había respondido “caminando”, así que nada de taxi.
Estaba a punto de soltarme con una larga retahíla de reconvenciones sobre la salud, los calendarios hechos achaques, la imposibilidad de que, a su avanzada edad, tratara de hacer cosas absurdas, como subir una montaña y apersonarse, de madrugada, en la comandancia general del ezetaelene, pero algo me detuvo.
No, no fue el hecho incuestionable de que ahí se encontraba ya.
Fue que la sonrisa de Don Luis se había tornado nerviosa, inquieta, como cuando no se teme preguntar, sino tener respuestas.
Entonces hice la pregunta que habría de marcar esa madrugada:
 “¿Y qué es lo que quiere Don Luis?”
“Quiero entrarme de zapatista”, respondió.
No había en su voz rastro alguno de burla, sarcasmo o ironía. Tampoco duda, temor, inseguridad.
Ya antes me he enfrentado a que un ciudadano o ciudadana declara así su intención, (aunque no con esas palabras, porque más bien lo suelen hacer con consignas incendiarias y frases rimbombantes donde hay mucha muerte y poco o nada de vida), aunque, claro, no pasan del potrero.
Me atraganté, y ni siquiera estaba encendida la pipa para fingir que era por el humo. Resignado ante la falta de tabaco seco, me limité a mordisquear la boquilla.
“Quiero entrarme de zapatista”, dijo. Don Luis había usado una expresión verbal más propia de la cotidianeidad en las comunidades zapatistas, que de la Academia Mexicana de la Lengua.
Seguí el protocolo en estos casos:
Le detallé las dificultades geográficas, temporales, físicas, ideológicas, políticas, económicas, sociales, históricas, climáticas, matemáticas, barométricas, biológicas, geométricas e interestelares.
A cada dificultad, la sonrisa de Don Luis perdía algo de nerviosismo y ganaba en seguridad y aplomo.
Al terminar la larga lista de inconvenientes, el rostro de Don Luis parecía haber recibido un asiento en el Colegio Nacional, en lugar del “NO” diplomático que le había endilgado.
“Estoy dispuesto“, dijo después del crujido del último pedazo sano de la boquilla de mi pipa.
Intenté disuadirlo mencionado los inconvenientes de la clandestinidad, el ocultarse, el anonimato.
“Además”, añadí con displicencia, “ya no hay pasamontañas”.
Era evidente que no estaba yo haciendo el mejor papel. Por más que me reacomodaba en la silla y movía nervioso los cosas sobre la mesa, no encontraba cuál era la explicación lógica al absurdo de la situación.
Don Luis se acomodó la boina sobre el plata de su rala cabellera.
Pensé que se iba a despedir pero, cuando me incorporaba para llamar a la guardia para que lo acompañara, dijo:
“Éste es mi pasamontaña”, dijo señalando su boina.
Cuando le argumenté que el pasamontañas debía ocultar el rostro de modo que sólo la mirada permaneciera, me refutó:
“¿No se puede ocultar el rostro sin cubrirlo?”
En ese momento agradecí dos cosas:
Una, que en el continuo mover las cosas sobre la mesa, había encontrado una bolsita de tabaco seco.
La otra, que la pregunta del doctor en filosofía Luis Villoro Toranzo, me daba tiempo para tratar de acomodar las piezas y entender de qué iba todo eso.
Así que, me resguardé detrás de las palabras para pensar mejor:
“Se puede, Don Luis, pero para lograrlo tiene que modificar como quien dice el entorno. Hacerse invisible es, entonces, no llamar la atención, ser uno más entre muchos. Por ejemplo, se puede ocultar a alguien que perdió el ojo derecho y usa un parche, haciendo que muchos usen un parche en el ojo derecho, o que alguien que llame la atención se ponga un parche en el ojo derecho. Todas las miradas irán sobre quien llama la atención, y los demás parches pasan a segundo plano. De ese modo, el tuerto real se vuelve invisible y puede moverse a sus anchas“.
“Dudo que usted pueda lograr que en el medio académico y universitario todos usen boina negra o que alguien que llame la atención poderosamente la use. Por ejemplo, si usted logra que Angelina Jolie y Brad Pitt usen boina negra, bueno, entonces sí, no se ofenda Don Luis, ni quien se fije en usted”.
“Además la boina remite más al Che Guevara que a la filosofía idealista de la ciencia. Ya sabe usted, aunque es una selva, el instituto de investigaciones filosóficas no es precisamente un centro de subversión, que digamos”.
“Pero”, interrumpió él, encajando sin dificultad el calambre, “otra forma de no llamar la atención, es decir, de pasar desapercibido, es no modificar la rutina, seguir vistiendo lo de costumbre. Al mirarme con la boina negra, no verán nada extraño. En cambio, si me pongo un pasamontañas, pues eso sería una modificación radical. Me verían. Llamaría la atención. Dirían ‘es el profesor Luis Villoro con pasamontañas, ha enloquecido, pobre, tal vez oculta alguna deformación reciente, o las huellas de la vejez, o la enfermedad, o un crimen inconfesable’. Y, mutatis mutando, si se deja de hacer algo rutinario o de costumbre, llama la atención. Por ejemplo, Subcomandante, si usted deja la pipa, llama la atención. Si se pone un parche en el ojo, otro ejemplo, se fijarán más y empezarán a especular si lo ha perdido o si lo tiene amoratado por un golpe”.
“Buen punto”, dije y discretamente tomé nota.
Don Luis continuó: “Si me pongo la boina, cualquiera que me vea no dirá nada, pensará que sigo siendo el mismo”.
Entonces, agregó como conclusión lógica:
 “Y mi nombre de lucha va a ser ‘Luis Villoro Toranzo’...”
“Pero Don Luis”, rechacé, “si de por sí ése es su nombre”.
“Correcto”, dijo levantando el índice derecho. “Si me pongo ese nombre de lucha, nadie va a saber que soy zapatista. Todos pensarán que soy el filósofo Luis Villoro Toranzo”.
“¿No dijo usted que al cubrirse el rostro los zapatistas se mostraban?”
Asentí sabiendo a dónde iba.
 “Ahí está, con la boina y el nombre me muestro, es decir, me oculto”.
“¿No era esa la paradoja?”
Hubiera dicho “Touché”, pero estaba tan desconcertado que mi francés quedó en el baúl de los olvidos.
El resto de la noche-madrugada la pasé argumentando en contra y él contra argumentando a favor.
Déjenme decirles que, hay que reconocerlo, su razonamiento lógico era impecable, y con gracia y buen humor sorteaba una y otra vez las trampas falaces con las que suelo hacer tropezar a los más renombrados intelectuales.
Sí, estoy siendo sarcástico, así que nadie se llame a ofensa.
El caso, o cosa, era que Don Luis Villoro Toranzo, aspirante a zapatista cuyo nombre de lucha sería “Luis Villoro Toranzo” y que, para ocultarse mejor, mejor se mostraría con una boina negra como pasamontañas, fue deshaciendo uno a uno los obstáculos y reparos que, con cierta necedad, le fui poniendo.
 “La edad“, le dije como postrer argumento y casi desfalleciendo.
Él remató con: “Si mal no recuerdo, usted, subcomandante, alguna vez señaló que el límite era un segundo antes del postrer suspiro”.
La luz del amanecer ya delineaba los garabatos del horizonte cuando decidí asumir la mejor posición en estos casos: alegué demencia.
“Mire Don Luis, si por mí fuera, claro, sería un honor, claro, pero no a mí me corresponde, claro, aceptar o rechazar una solicitud de alta en el EZLN, claro. Yo soy, claro, digamos que el sinodal, claro, pero quien califica es otro, claro. Además de ahí sigue el responsable local, claro, el regional, claro, el comité, claro, la Comandancia General del Ejército Zapatista De Liberación Nacional, claro. ¿Por qué mejor no se va usted a su casa y ya le avisaré cuando sepa algo?”
Pero… cuando estaba yo diciendo eso, entró a la comandancia general el otro indígena que nos completa a Moy y a mí.
“Ah”, dijo, “veo ya hablaste con él”
“Sí”, dije, “pero está necio en que quiere ser zapatista”.
“Bueno”, dijo el otro, “en realidad le estaba hablando al compa Luis Villoro Toranzo, no a ti”.
“Él ya había hablado conmigo, le dije que como quiera pasara contigo para que revisara sus argumentos”.
“Pero ya está: lo tengo ya dado de alta en la unidad especial. Ahora es para nosotros el colego Luis Villoro Toranzo”.
“Ya le expliqué que, por nuestro modo, le diremos sólo ‘Don Luis’, así que creo que sólo falta darle la bienvenida y asignarle su trabajo”
El ya compañero zapatista Luis Villoro Toranzo se puso de pie y, con admirable prestancia, en posición de firmes saludó al oficial.
“¿Y cuál será el trabajo que se le asignará?” alcancé a preguntar en medio de la bruma de mi confusión.
“Pues el que le toca de por sí: la posta”, dijo el otro y se marchó.
Casi podría aventurar que Juan, Fernanda y quienes ahora me escuchan y me leerán después, han recibido estas palabras como una más de las fantásticas historias que pueblan las montañas del sureste mexicano, remontadas una y otra vez por escarabajos, niños y niñas irreverentes, fantasmas, gato-perros, lucecitas titilantes y otros absurdos.
Pero no. Es hora ya de que sepan que Don Luis Villoro Toranzo se dio de alta en el EZLN una madrugada de mayo, hará ya muchas lunas.
Su nombre de lucha fue “Luis Villoro Toranzo” y en la comandancia general del EZLN lo conocíamos como “Don Luis” por razones de brevedad y eficacia.
El lugar fue en el cuartel general “Cama de Nubes”, donde dejó guardada su camisola marrón para los regresos en los que incurrió varias veces antes de fallecer.
¿Qué más puedo decirles?
Cumplió a cabalidad su misión. Como centinela en uno de los puestos de guardia de la periferia zapatista estuvo atento a lo que ocurría, con el rabillo del ojo del pensamiento crítico se percató de cambios y movimientos que, para la inmensa mayoría de la intelectualidad autodenominada progresista, pasaron desapercibidos.
Producto de la alerta del Caracol a su cargo, ustedes escucharán, y algunos más leerán, en estos días, las reflexiones que sobre esos cambios y movimientos hemos hecho.
Un regalo al estilo Zapatista
Fue otra madrugada. Don Luis, el entonces Teniente Coronel y hoy Subcomandante Insurgente Moisés, y yo habíamos iniciado la plática como a las 1700 horas del frente de combate suroriental. Como a las 2100 el ahora SupMoy se disculpó porque tenía que retirarse a checar las posiciones circundantes.
El modo de debatir de Don Luis tenía su particularidad: donde otros manotean y alzan la voz, él sonríe con vaga ausencia. Donde otros argumentan consignas él dice un disparate -“Sólo por darse tiempo”, me decía a mí mismo.
Por lo regular esas pláticas semejaban a encuentros de esgrima. Aunque sobre decirlo, las más de las veces me vi derribado. Así sucedió cierta vez. Don Luis entonces río y soltó: “¡Derribado, pero no destruido!” Yo me reincorporé con palabras, haciéndole ver que sería mal visto que un filósofo neopositivista, cite, queriéndolo o no, la segunda carta del apóstol Pablo a los Corintos. Y él, sonriendo taimado, “y se vería peor que un jefe zapatista identificara la cita”. Entonces se puso de pie y recitó dramático: “Que estamos atribulados en todo, más no angustiados; en apuros, más no desesperados; perseguidos, más no desamparados; derribados, pero no destruidos” y luego dirigiéndose a mí: “y me extraña que no haya señalado que se trata del capítulo IV, versículos 8 y 9“.
Aún adolorido por la paliza argumentativa, repuse: “siempre he pensado que ese texto más parece comunicado zapatista describiendo la resistencia, que parte del Nuevo Testamento”.
“¡Ah! ¡la resistencia zapatista!”, exclamó con entusiasmo.
Y luego: “¿Sabe Subcomandante? Ustedes deberían abrir una escuela”.
“No una, muchas”, le dije.
Deben haber sido los años 2005-2006, años antes Don Luis se había dado de alta en nuestras filas y las Juntas de Buen Gobierno se empeñaban en las necesidades de salud y educación en las zonas, regiones y comunidades.
Don Luis precisó entonces: “No, no me refiero a esas escuelas. Claro, hay que abrir muchas de ellas, ni dudarlo. Yo hablo de una escuela zapatista. No una donde se enseñe zapatismo, sino una donde se muestre el zapatismo. Una donde no se impongan dogmas, sino que se cuestione, se pregunte, se obligue a pensar. Una cuyo lema sea ‘¿Y tú qué?’...”
En realidad la idea de Don Luis no era original. Ya antes la habían esbozado, con enunciados distintos, Pablo González Casanova y Adolfo Gilly.
Pero nuestra idea no era ni es enseñar, tampoco “mostrar”. Sino provocar. El “¿y tú qué?” no buscaba recibir una respuesta, sino incitar una reflexión.
En fin, prosigo:
La discusión pasó a ser plática, de la misma forma en que un torrente alcanza una planada en su serpenteo y se convierte en un plácido fluir. Plácido, sí, pero imparable.
Ya era madrugada. La guardia nocturna nos avisó que Moy seguía ocupado y nos ofreció café. A mi mirada Don Luis respondió con un gesto afirmativo. No sé realmente si Don Luis tomaba café siquiera, siempre dejó su taza sin tocar. Entonces lo achaqué al calor de la plática. Ahora se me ocurre que nunca le pregunté siquiera si acostumbraba beberlo. Uno podría suponer, claro, filósofo, claro, “café” es para un filósofo como un apellido indeseable. O tal vez lo tomaba. Estamos en Chiapas, pues. Venir a Chiapas y no tomar café es… como ir a Sinaloa y no comer chilorio, como ir a Hamburgo y no zamparse una hamburguesa, como ir a La Realidad y no toparse con ídem.
El asunto es que, sin darnos apenas cuenta, estábamos hablando de regalos.
“Imagine cuál sería el regalo perfecto”, propuso.
“El más sorpresivo”, respondí sin pensar.
“No, el que no pudiera ser agradecido”, reviró.
“O el que no fuera regalo”, contra ataqué.
“¿Cómo?”, preguntó intrigado.
“Como por ejemplo un enigma, o una pieza de rompecabezas. O sea, un regalo sin razón de ser. Si no hay una razón, aumenta la sorpresa”, dije.
“Cierto, pero para quien lo da, podría ser un regalo el no poder ser agradecido por el regalo”, dijo como para sí mismo.
Conforme se hacía más revuelta la argumentación lógica, más pensaba yo que Don Luis se estaba cansando. Pero no, estaba animado y tenía la mirada brillante, como si…
Me levanté y le toqué la frente. No dije nada, sólo me dirigí a la puerta y le avisé a la posta: “Que venga la compa de sanidad”.
Don Luis tenía fiebre. La insurgenta de sanidad recomendó antipirético, un baño de agua fría y mucho líquido. Don Luis no se opuso a nada. Pero en cuanto se retiró la compañera, me dijo “basta con un poco de descanso” y se durmió. 2 días estuvo así, apenas despertándose para comer e ir al baño.
Ya repuesto del todo, me dijo que debía retirarse, me recomendó que releyera sus informes de vigilancia y se despidió.
Antes de cruzar el dintel de la puerta, sin voltear a verme y más bien para sí, murmuró: “Eso, un regalo que no se pueda agradecer. Sería muy zapatista”. Se colocó la boina, me dijo algo más y se fue.
Ahora, a más de 12 lunas de su ausencia, puedo contar lo que me dijo al despedirse esa ya mañana, con el sol levantando luces y sombras.
“Compañero Subcomandante Insurgente Marcos”, me dijo cuadrándose con notable vitalidad.
“Compañero Luis Villoro Toranzo”, le dije siguiendo mi vieja costumbre de indicar así que estaba listo para escuchar.
“Quiero pedirle algo”.
No se me escapó el abandono de la informalidad, pero lo achaqué a su nueva profesión.
“No vaya usted a decir nada de esto a nadie más, por el momento”, demandó.
“Claro”, le dije, “entiendo. El secreto, la clandestinidad, eso, que la familia no sepa”
“No es eso”, me dijo.
“Quiero que lo diga después”
“¿Cuándo?”, le pregunté.
“Usted va a saber cuándo es el mejor momento”. Para usar nuestro modo: “de por sí llegarán el calendario y la geografía”.
“¿Y por qué?”, le pregunté curioso.
“Es un regalo que quiero darle a mis hijos y a mi compañera”.
“Hombre Don Luis, no chingue, mejor regálele una corbata verde con motas rojas a Juan, a Miguel una roja con motas verdes, o viceversa; a su hija Renata un jarrón y a Carmen, un cenicero, o viceversa. Como quiera, como en toda buena familia, se van a pelear. A Fernanda un cuaderno de apuntes, de ésos de rayas. Son inútiles y horribles todos esos obsequios, pero lo que cuenta es la intención”.
Don Luis rio de buena gana. Ya más serio continuó:
“Cuénteles mi historia. O bueno, esta parte de mi historia. Entonces ellos y ellas entenderán que no me escondí de ellos. Sólo lo guardé como regalo. Porque el encanto de los regalos es que son una sorpresa. ¿No cree usted?”
“Dígales que les regalo este pedazo de mi vida. Dígales que se los oculté no como se esconde un crimen, sino como se guarda un regalo”.
“Mire Sup, muchas cosas se dirán de mi vida, algunas buenas, algunas malas. Pero esta parte, creo, les desarreglará todo, pero no con pena y dolor, sino con la alegre travesura de ese viento fresco que tanta falta nos hace cuando la pena de la ausencia y los grises de la seriedad, la formalidad y los nombramientos, se convierten en piedra y epitafio” 
“Está bien, Don Luis”, le dije, “pero no descarte lo de las corbatas, el jarrón, el cenicero y el cuaderno de apuntes”.
Se marchó sonriendo
Así que Juan, Fernanda, familiares de Don Luis Villoro Toranzo, durante años guardé como secreto este pedazo del amplio rompecabezas que fue la vida de Don Luis.
No esa vez, sino después, cuando la rabia y el dolor nacían del cuerpo masacrado del compa maestro zapatista Galeano, fue que entendí el por qué de retener esa pieza de su vida.
No era que él se los ocultara porque le diera vergüenza, ni porque temiera que lo delataran con el enemigo de mil cabezas, o porque así evitara que trataran de disuadirlo.
Era porque quería darles este regalo.
Una pieza que provoca, que alienta, que agita, justo como su pensamiento hecho viento travieso en nosotros.
Una pieza más de la vida de Don Luis.
La pieza que se llamó: Luis Villoro Toranzo, el zapatista del EZLN.
Cayó y calló en el cumplimiento de su deber, cubriendo la posición de centinela en este mundo absurdo, terrible y maravilloso que es el que nos empeñamos en construir.
Sé bien que dejó un legado de libros y brillante trayectoria intelectual.
Pero también me dejó estas palabras para que, hoy, yo se las dijera:
“Porque hay secretos que no avergüenzan, sino enorgullecen. Porque hay secretos que son regalos y no afrentas”.
Ahora y sólo ahora, cuando les entrego estas hojas, podrán leer cómo se titula este texto en el que viene envuelto, con mis torpes palabras, la pieza del rompecabezas que se llamó:
“Luis Villoro Toranzo, el zapatista”.
Vale. Salud y reciban de todos y todas nosotros el abrazo que les dejó guardado con nosotros el compa zapatista Don Luis.
Desde las montañas del Sureste Mexicano, y ahora bajo tierra.
Subcomandante Insurgente Marcos.
México, 2 de mayo del 2014.
Hecho público el 2 de mayo del 2015.
 
Maestro Zapatista Galeano: Apuntes de una vida.
2 de Mayo del 2015.
Compañeros y compañeras del Ejército Zapatista de Liberación Nacional:
Compañeroas, compañeras, compañeros de la Sexta:
Personas que nos visitan:
Me toca ahora hablarlo al compañero maestro zapatista Galeano.
Hablarlo para que en la palabra viva. Hablárselos para que tal vez así entiendan nuestra rabia.
Y decimos “maestro zapatista Galeano” porque ése era el puesto o la posición o el trabajo que tenía el compañero cuando fue asesinado.
Para nosotros, nosotras, zapatistas, el compañero maestro Galeano sintetiza toda una generación anónima en el zapatismo. Anónima para afuera, pero protagonista fundamental en el alzamiento y en estos más de 20 años de rebeldía y resistencia.
La generación que, siendo joven, estuvo en las llamadas organizaciones sociales y conoció la corrupción y falsedad que nutre a sus dirigentes, se preparó en la clandestinidad, se alzó en armas contra el supremo gobierno, resistió a nuestro lado traiciones y persecuciones, y orientó la resistencia de la generación que hoy asume los cargos en las comunidades indígenas.
La muerte violenta, absurda, implacable, cruel, injusta lo alcanzó con el cargo de maestro.
Un poco después y lo hubiera alcanzado como autoridad autónoma.
Algún tiempo antes lo hubiera tocado como orientador.
Antes de eso, hubiera la muerte matado al miliciano.
Muchas lunas antes el muerto hubiera sido un joven que sabía lo suficiente y necesario sobre el sistema, y buscaba, como muchas, muchos, muchoas todavía, el modo mejor de desafiarlo.
Hace un año un trío de periodistas de paga, adocenados por el gobierno del Ario Velasco y su podrida corte, levantaron una mentira en torno a su asesinato.
Quien tomó las fotos lastimeras de los supuestos golpes cuidadosamente vendados de los asesinos, como premio fue a pasear a Nueva York otras fotos mercenarias.
Quienes tragaron sin reparo la mierda gubernamental y la difundieron en primera plana, ahora tienen eco en quienes maquillan la noticia y presentan su asesinato como producto de un enfrentamiento.
Quienes callaron cómplices por conveniencia financiera o cálculo político siguen simulando que hacen periodismo y no publicidad mal disimulada.
No muchos días antes de este que nos convoca, leímos en la prensa de paga que la “heroica”, “abnegada”, “profesional” e “impoluta” policía del Distrito Federal, en México, tuvo un “enfrentamiento”, así dijeron, con un grupo de personas invidentes. Los malvados ciegos arremetieron con sus “armas”, sus bastones, a los pobres policías que no hacían sino cumplir su deber y tuvieron que responder con golpes de tolete y escudo para hacer ver, a los sin vista, que la ley es la ley para los de abajo, y para arriba no es.
Y también hace poco, y con motivo de esas especulaciones de temporada que suelen azotar no sólo al gremio periodístico, también a las redes sociales, cuando hablar de algo es ocultar que no se tiene nada importante qué decir o informar, una periodista, de ésas que alegan “profesionalismo” y “objetividad”, escribía sobre la muerte del hermano en lucha y recogedor de lluvias, Eduardo Galeano, y suponía una liga falsa entre el Galeano escritor y el Galeano maestro, miliciano y zapatista.
Al hacer referencia al compañero zapatista Galeano, la periodista de paga insistía en que había muerto en un enfrentamiento y remitía a las fotos de su colega turista en Nueva York.
Señalo que es una periodista no por misoginia, sino por lo siguiente: como ya es común en los medios de comunicación, tan común que a veces ni nota alcanzan, los asesinatos de mujeres son también maquillados de modo que son “muertas” y no “asesinadas”.
Tomemos un caso cualquiera, un hogar o una calle cualquiera, una geografía cualquiera, un calendario cualquiera: hay una discusión, una pelea, o ni siquiera eso, sólo porque sí, porque él manda, el hombre agrede a la mujer, la mujer se defiende y alcanza a rasguñar al hombre, el hombre la asesina a golpes, a puñaladas, a balazos, a desprecio. El hombre es atendido y los arañazos curados y vendados.
Sobre este hecho, la periodista, “profesional y objetiva” como dice ser, hará la siguiente nota: “una mujer murió en un enfrentamiento con su pareja, el hombre presenta heridas producto de la pelea. Se adjuntan fotos del pobre hombre herido, después de ser atendido en los servicios médicos. La familia de la mujer agresora se negó a que fuera fotografiado su cuerpo”. Fin de la nota y a cobrar.
Así son las notas periodísticas de hoy: ciegos armados con bastones se enfrentan contra policías armados con escudos, toletes y gases lacrimógenos. Mujeres armadas con sus uñas se enfrentan contra hombres armados con cuchillos, garrotes, pistolas, penes. Éstos son los “enfrentamientos” de los que se da cuenta en unos medios de paga, aunque algunos se disfracen de medios libres, como algunos que se registraron así, pensando que no los conocíamos y no los íbamos a dejar pasar si eran de paga. Pero los conocemos y aquí están “cubriendo” este acto.
 
El compañero maestro zapatista Galeano no murió en un enfrentamiento. Fue secuestrado, torturado, desangrado, apaleado, macheteado, asesinado y rematado. Sus agresores tenían armas de fuego, él no. Sus agresores eran varios y varias, él estaba solo.
La periodista “profesional y objetiva” reclamará las fotos y la autopsia, y no tendrá ni las unas ni la otra. Porque si ella no se respeta y no respeta su trabajo, y por eso escribe lo que escribe sin que nadie se lo cuestione y además cobrando por ello; nosotras, nosotros, zapatistas, sí respetamos a nuestros muertos.
Hace más de 20 años, en la batalla de Ocosingo, que duró 4 días, combatientes zapatistas fueron ejecutados por los federales después de ser heridos en combate. Las armas de fuego de los zapatistas fueron suplantadas por armas de palo. La prensa fue entonces llamada a desquitar la paga bajo la vigilancia de las tropas gubernamentales. Se tejió así la patraña, repetida hasta el vómito hasta nuestros días, de que las tropas del EZLN salieron con armas de madera a enfrentar al mal gobierno. Claro, el pequeño problema es que alguien tomó las fotos cuando los zapatistas caídos no tenían nada a su lado. Y luego las contrastó con las presentadas por la prensa oficialista. Mucho dinero se pagó para que las fotos que retrataban la realidad no fueran difundidas.
Ahora, en los tiempos modernos de crisis económica de los medios de comunicación de paga, un arte, la fotografía periodística, se ha convertido en una mercancía mal pagada que a veces sólo alcanza a provocar náuseas.
No voy a detallar todas y cada una de las heridas sufridas por el compañero Galeano, ni a presentarles fotos de su cadáver mancillado. No voy a reseñar el cinismo narrativo con el que sus asesinos detallaron el crimen como quien cuenta una hazaña.
Tiempo habrá de pasar. Las confesiones de los verdugos serán conocidas. Se sabrán con detalle las torturas, los festejos que hacían con cada gota de sangre, la borrachera de la muerte cruel, la euforia posterior, la cruda moral y etílica de los siguientes días, la culpa persiguiéndolos, la justicia alcanzándolos.
El compañero Maestro Zapatista Galeano será recordado por las comunidades zapatistas, sin bulla, sin primeras planas. Su vida, y no su muerte, será alegría en nuestra lucha por generaciones. Cientos de niños tojolabales, tzeltales, tzotziles, choles, zoques, mames y mestizos llevarán su nombre. Y no faltará la niña que se llame “Galeana”.
Los 3 miembros de la decadente nobleza mediática, quienes llamaron a la guerra con la difusión de una mentira, quienes callaron con cobardía, y la periodista “profesional y objetiva”, seguirán siendo mediocres, mediocres vivirán, mediocres morirán, y la historia seguirá su curso sin que nadie los eche de menos.
Y sólo para terminar de una buena vez con suposiciones tontas, el compañero Maestro Zapatista Galeano no toma ese nombre del incansable recogedor de la palabra de abajo que fue Eduardo Galeano. Esa liga fue un invento de los medios.
Aunque suene absurdo, el compañero toma su nombre de lucha del insurgente Hermenegildo Galeana, por cierto originario de Tecpan, en el ahora estado de Guerrero, y que llegó a ser lugarteniente del jefe independentista José María Morelos y Pavón. Hermenegildo Galeana estaba con las tropas insurgentes cuando, el 2 de mayo de 1812, rompen el sitio que el ejército realista mantenía sobre Cuautla, derrotando a su paso a las tropas del general Félix María Calleja. La resistencia insurgente escribió entonces una página brillante en la historia militar.
Es frecuente en los pueblos zapatistas que hombres y mujeres apliquen los géneros a su muy particular entender. Así, por ejemplo, el mapa es “la” mapa. Lo que hizo el compañero fue “masculinizar” el apellido Galeana y lo convirtió en Galeano. Esto fue años antes de que saliéramos a la luz pública.
No voy a decir mucho más sobre el compañero Maestro Zapatista Galeano.
Ya lo harán más y mejor sus familiares y compañeros y compañeras que hoy nos honran con su presencia, lo mismo que lo hará el compañero Subcomandante Insurgente Moisés.
A mí me duele todavía mucho su ausencia.
Sigo todavía sin poder explicarme la crueldad con la que se ensañaron contra él, queriendo matarlo con armas y con notas periodísticas.
Sigo sin entender el silencio cómplice y el desapego de quienes fueron levantados y ayudados por su generosidad, y luego le dieron la espalda a su muerte después de haber usado su vida.
Por eso creo que, puesto que es su vida la que levantamos, es mejor que sea el compañero Galeano quien les hable.
Los siguientes fragmentos que les leeré provienen del cuaderno de apuntes del compañero Galeano. El cuaderno, con éstos y otros escritos, fue entregado a la Comandancia General del EZLN por la familia del compañero que nos hace falta hoy.
Se supone que se empieza a escribir en el año 2005 y los últimos escritos son del año 2012. Va:
“Para todos los que lean esta brillante historia y para que algún día mis hijos y mis compañeros no digan se esfumó.
Escribo mis acciones y pasos en la lucha, pero también soy crítico porque también conocerán mis errores para no caer en ellos. Pero eso no quiere decir que no soy un compañero.
Bueno voy a empezar desde mi vida joven y civil antes.
Cuando yo tenía como 15 años yo siempre participé en trabajos y acciones de una organización llamada “Unión de Ejidos de la Selva”.
También sabía yo que estaba explotado porque el peso de la pobreza que caía sobre mis quemados hombros bastaba para darme cuenta de que la explotación aún existía, y que algún día aparecería alguien para levantarnos y mostrarnos el camino, para guiarnos.
Bueno, como les dije en el principio participé en un recorrido que hicimos (número ilegible) indígenas para tratar de intercambiar ideas de trabajos productivos. Así se llamó ese programa que hicieron según nuestros asesores de esa llamada Unión, en la que nosotros militábamos.
Bueno, para mí me sirvió para aprender muchas cosas. En primer lugar me di cuenta cómo nos trataron de engañarnos esos mentados asesores Juárez y Jaime Valencia entre otros. Fuimos hasta Oaxaca, a un lugar donde también existen compañeros indígenas como nosotros, y que también tenían una organización llamada X dirigidos por un sacerdote que estaba con ellos. Pero también están en la misma situación de opresión que nosotros.
Bueno, total que recorrimos varias ciudades del país. Fue allí donde me di cuenta cuánta gente mendiga por las calles, sin techo y sin tener qué comer. De veras nació en mí que eso debería ser nuestro objetivo de intercambiar ideas para tratar y ver cómo exigir una vida digna para todos los que vivimos en condiciones de pobreza humillante, por culpa de los gobiernos.
También me di cuenta de algo que me disgustó y nunca más volví a depender de esos mentirosos y mañosos hombres que aparentan estar con los de abajo. Ellos hacían todos estos movimientos para enriquecerse a costillas de nosotros, los pendejos de esos tiempos que creíamos en su mañosa y falsa idea.
¿Por qué digo esto? Pues ya verán cómo estaba la cosa. Resulta que ellos promovían programas de gobierno para engañarnos, y luego nosotros engañar a nuestra gente de nuestras comunidades. En ese recorrido, el gobierno dio un apoyo de 7 millones de pesos, que en ese tiempo eran un gran dineral porque se hablaba de miles y no ahora que se habla de pesos. En ese entonces nos dijeron que el gobierno había dado 7 mil millones, pero que no nos lo iban a dar todo, nada más 3 millones y el resto iba a servir para los siguientes recorridos, y nunca más supimos dónde se fue ese dinero.
Claro, no nos informaron, pero ese dinero les quedó a los mentados asesores, y mientras nosotros comíamos totopo con un pequeño pedazo de queso, allá en Oaxaca, y dormíamos en el corredor de la presidencia de Ixtepec, Oaxaca, ¿Y ellos dónde estaban? Pues verán ustedes, ellos dormían en buenos hoteles y comían en buenos restaurantes. Y así regresamos para Chiapas.
Llegamos en el Puerto Arista. Allí se compraron cajas de cerveza para acabar de amolar. Cuando se terminó disque los 3 millones que tenían los nombrados para llevar los gastos. Nos dijeron que íbamos a tener que comer galletas y refrescos porque ya no había dinero. Pero yo sabía que no era cierto, que los representantes en llevar la cuenta nos hacían creer que todo había terminado, pero es que ellos ya habían hecho un acuerdo con esos weyes asesores. Y yo les dije que se hicieran un recuento para ver si era cierto que se había acabado ese dinero. Pero no se aceptó mi propuesta y lo que pasó es que me dijeron que ahí se había terminado el recorrido en Motozintla. Me dieron 40 mil pesos (de entonces) para regresarme a mi casa, porque ya habían hecho la cuenta que era lo que iba yo a gastar en pasajes hasta Margaritas y luego para La Realidad, que yo viera cómo hacerle. Estuvo cabrón, 40 mil pesos de los viejos que Salinas convirtió hasta hoy en día en 40 pesos nuevos. Y así regresé a mi pueblo todo triste y encabronado a la vez.
Fue cuando en el 89, conocí a un verdadero asesor, a un hombre que se hacía pasar como un humilde chambeador vendedor de loros. Él y yo ya casi éramos amigos, pero a pesar de que ya nos conocíamos, nunca me había dicho quién era y que era lo que realmente quería y hacía. Muchas veces nos encontramos en el Cerro Quemado, platicábamos y yo veía que llevaba mochila pinta, como le llamamos nosotros, y envueltas llevaba sus herramientas de trabajo. Eso era lo que mi amigo me decía. A cuántas gentes como yo sabían el cuento de mi amigo sin saber la realidad, que estaba por verse cuántas mentiras decía mi amigo en aquel tiempo. Mentiras para hacer verdad, mentiras para hacer Realidad, mentiras verdaderas. Era mi cuate, yo tan torpe que no entendía lo que estaba pasando.
Hasta que un día me topé nuevamente con mi amigo, pero esta vez ya no estaba vestido de humilde chambeador, y ni cargaba mochila pinta y tampoco llevaba jaula de loros.
¿Qué era lo que llevaba entonces? Verán, pues allí estaba mi amigo, mi cuate, todo de negro y café, con mochila y zapatos, y un arma en los hombros. Resulta que mi amigo era un valiente guerrillero y soldado del pueblo. Me quedé sorprendido, y me regresé todo triste y aún sin comprender lo que allí está pasando.
Eso fue mi error, no entender rápido lo que aquel hombre quería.
Fue entonces cuando él supo que yo ya lo había descubierto, y me mandaron llamar en la casa de seguridad junto con mis padres y mis hermanos. Pero fue que mi padre no quiso entrarle luego y mis hermanos también, pero yo ya no tenía más qué hacer y decir. Fue así que le entré de lleno a la organización. Me llevaron para entrenar. En ese entonces casi todos ya eran zapatistas. Nos fuimos a entrenar. Luego me asignan el grado de cabo y así hasta que entraron todos mis familiares.
Hasta que se llegó el día que supe quién era y cómo se llamaba mi mentiroso verdadero amigo: era en ese entonces el Capitán Insurgente Z. Allí estaba ese hombre que tuvo que recorrer todos los pueblos indios de Chiapas, todas sus montañas, ríos y cañadas. Caminaba de noche como guerrillero; de día como el más humilde buscador de trabajo, y sembrando paso a paso la semilla de la libertad hasta que creció y dio frutos.
Qué grande fue su sufrimiento, pero qué lindos frutos cosechó y se llevó. Y se ganó con orgullo el grado de Mayor por su inteligencia y valiente acción y preparación.
Pero no sólo él estaba, había otro gran y valiente hombre e inolvidable revolucionario en la historia de nuestra clandestinidad, el llamado y querido Subcomandante Insurgente Pedro, “el Tío”, llamado así respetuosamente por todos los compañeros de nuestra lucha. Querido por todos porque era un verdadero ejemplar que compartió su sabiduría revolucionaria. Fue un verdadero maestro en disciplina y compañerismo.
Ejemplar porque él decía que él saldría al frente en los combates, y si era necesario morir por nuestro pueblo, lo haría.
El día 28 de diciembre (del año 1993) me dijo el compañero Sup I. Pedro, te vas para Margaritas para comprar gasolina y unas baterías que nos hacen falta, dile al compañero Alfredo que lleve “el Amigo”, o sea el carro de la comunidad, pero no le digas que va a empezar la guerra. Y yo me fui. Cooperamos maíz desgranado para disimular con el chofer, porque era de emergencia la salida y así no sospechara lo que estaba por verse. Pero él ya sabía, pero como chisme, que la guerra iba a empezar, y preguntaba, pero yo no le conté nada, ésa era la orden, y cumplí a pesar de que era mi compadre. Ni a mis padres informé de lo que iba a pasar, porque ellos ya vivían en Margaritas. Caminamos viajando toda la noche y todo el día.
El 29 (de diciembre de 1993) regresamos como a las 4 de la tarde nuevamente en la Realidad. Yo había cumplido mi primera misión. Me reporté y me dijo: “prepárate porque nos vamos a pelear, en media hora tendremos a los policías de Margaritas rendidos”. Y allí se quedó por siempre grabado. Así otras hazañas del Sup C. I. Pedro.
Y permanece hasta la fecha el día 30 (de diciembre de 1993) salida a Margaritas. También hubo muchos accidentes en el camino. Fue increíble el avance de nuestras tropas. Sin que el enemigo se diera cuenta, avanzábamos como fantasmas en medio de la oscura noche, sólo iluminada por los faros de los carros y autobuses zapatistas.
Antes de Las Margaritas hay un lugar, antes de Zaragoza. Cerca ya de ese poblado se repartió cada uno con su trabajo revolucionario: primer grupo, tomar la presidencia; segundo grupo, tomar y retén de la carretera Margaritas-Comitán; tercer grupo, tomar y retén de la carretera San José Las Palmas-Altamirano; cuarto grupo, carretera Independencia-Margaritas; quinto grupo, tomar la radio Margaritas.
Esto fue en la madrugada de aquel glorioso día 1 de enero, cuando ya no éramos fantasmas salidos de la noche, ya éramos el EZLN a la luz del mundo. Todos nos veían con asombro y con respeto por nuestra valiente acción.
Fue así cuando el Sup C. I. Pedro cae en combate con los policías. Murió como todo un gran valiente, matando a varios policías. Él solo los enfrentó. Fue tanta su rabia contra los asesinos del pueblo que no le importó su vida, y con eso había cumplido con lo que había dicho: morir por el pueblo o vivir por la patria.
Cuál fue mi sorpresa cuando nos avisaron que había caído nuestro querido jefe. Un dolor tan grande sentí, pero él había cumplido su misión, y también había acomodado bien la sucesión de mando. Porque él sabía que iba a pelear y que de por sí en una guerra pueden pasar este tipo de cosas.
Fue cuando toma el mando y otra vez se ve la acción de este valiente guerrillero, mi amigo el Mayor Insurgente Z. Así que nuestras misiones, a pesar de la dolorosa caída de nuestro gran jefe, ya era dirigida por el Mayor I. Z. Un grupo fue y tomó la finca del general Absalón Castellanos Domínguez y fue tomado prisionero y traído preso hasta las montañas, para después hacerle un juicio por todos los crímenes cometidos durante su gobierno, pues él era el autor intelectual de los mismos. A pesar de todo lo que cargaba, de lo culpable y de ser un asesino de tantos niños, mujeres y ancianos en Wololchán, se le respetan sus derechos como prisionero de guerra. En ningún motivo se le torturó. Al contrario, lo que comía la tropa, se le daba también a él. Es así como nuestro camarada demostró una vez más su educación y buen trabajo militar que obtuvo durante su clandestinidad. El respeto por las vidas de los que caen prisioneros en una guerra debe ser respetado. Y se recuerda a todos los que leen nuestra historia que el respeto se gana respetando a los de abajo, pero también a los de arriba pero si muestran respeto hacia los de abajo.
 Gracias. Morir para vivir. Galeano”.
(sigue)
“En Las Margaritas me tocó hacer retén en la carretera Margaritas San José las Palmas. De allí nos trasladamos para la carretera Margaritas-Comitán. Allí estuvimos el día 1 de enero toda la noche hasta que llegó otra orden de ir para tomar el almacén de la Conasupo que estaba en Espíritu Santo. Fuimos con otros compañeros insurgentes para sacar cosas para que comieran las tropas. Luego se dio la orden de retirada a las montañas y nos venimos y nos posicionamos en Guadalupe Tepeyac, Luego hicimos emboscada de La Realidad al kilómetro 90 Cerro Quemado, luego me mandan a recuperar un vehículo de 3 toneladas que era de un cabrón llamado J de Guadalupe Los Altos.
Yo no sabía manejar bien. Sólo tenía la teoría de cómo manejar un vehículo, y fue donde pasé en práctica y empecé a mover el vehículo. Llegué a La Realidad con pura primera. Ya me estaban esperando, la compañera capitán L y varios insurgentes más y me dijeron ‘Vamos Galeano’, pero yo le dije ‘yo no he manejado y mucho menos cargado’.
“Morir para vivir. Galeano” (entre 2005 y 2009)
(sigue)
‘No importa, en la guerra todo se vale’, me respondió la compañera y nos fuimos, pero allá adelante de Cerro Quemado, yo había agarrado confianza, empecé a correr más ligero, pero en una curva giré demasiado el volante y que me salgo de la carretera entrando en el acahual como 15 metros de la carretera. Pero bueno, lo saqué como pude y seguí para cumplir con la misión.
Desde ese día empecé a manejar todos los días, hasta que un día nos vio el helicóptero y me ametralló. Tardó como 10 o 20 minutos disparándome, pero yo ya estaba bien parapetado debajo de una piedra. Sólo el polvo y olor de piedra y pólvora llegaba hasta donde estaba yo. Y hasta que el fuego cesó y el helicóptero se retiró, salí de mi escondite y seguí con mi misión. La misión era ir por los milicianos que estaban por Momón. Fui y regresé junto con mi amigo y jefe militar el compañero Mayor Insurgente Z. Siempre estuvimos juntos los días de guerra, aún cuando hubo el cese al fuego.
En los trabajos del primer Aguascalientes en Guadalupe Tepeyac, participé en la revisión de la gente que vino en la Convención Nacional Democrática. Me entrenaron para escolta, fui escolta de nuestros mandos.
Luego, el día de la traición de Zedillo, fuimos el 9 de febrero a obstaculizar la carretera en el Cerro Quemado. Ya el ejército estaba en Guadalupe Tepeyac. Aún así avanzamos en la oscuridad y trabajamos haciendo zanjas y derribamos árboles para evitar el paso del ejército federal a La Realidad.
Luego nos retiramos a las montañas por varios días, hasta que, nuevamente, el pueblo de México y el mundo se movilizó y frenó la persecución de nuestros compañeros mandos y tropas del EZLN. Después de varios días y noches estando acampados en las montañas, regresamos a nuestros pueblos.
Participé en todos los encuentros que nuestra organización organizó. Estuve de escolta de nuestros jefes militares. Participé en la marcha de los 1,111 zapatistas a la ciudad de México.
En todas las marchas siempre viajé orgullosamente como chofer del ‘conejo’, del ‘tata’, del ‘chocolate’. Siempre llevando a nuestros compañeros en las marchas para exigir nuestras demandas. Cuando se rajaron todos los sargentos, me quedé y me dan el grado de sargento. Participé como regional de grupos juveniles en la clandestinidad y en tiempos de guerra. De una y mil maneras le hemos hecho la guerra al enemigo, aunque también el mal gobierno ha hecho lo mismo.
Pero debemos valorar los grandes caminos que hemos recorrido sin importar los sacrificios y privaciones. Eso nos ha hecho más fuertes y me mantiene en el camino de la lucha, hasta conseguir la libertad que nuestro pueblo necesita. Falta mucho que recorrer, porque de por sí es largo y difícil, quizás cerca, quizás lejos, pero triunfaremos.
Luego se formaron las Juntas de Buen Gobierno, y me eligieron como chofer del primer camión que obtuvo la JBG. Se llamaba ‘el Diablo’. Luego me secuestraron junto con otro compañero y también nos llevaron amarrados dentro del mismo camión por la CIOAC-Histórica. Me tuvieron amarrado varias horas y luego me trasladaron a una cárcel de Saltillo. Y luego me trasladan a Justo Sierra y me mantuvieron sin comer, amarrado, sin comunicación. Querían que yo exigiera la liberación de un delincuente, pero yo no aceptaba ser intercambiado porque yo era inocente y él era un ladrón de esos que siempre abundan en las organizaciones sociales.
Estuve cautivo 9 días hasta que se dieron cuenta que se estaban metiendo en problemas con derechos humanos y con el EZLN. Y por fin liberan al camión después de 3 meses que lo tuvieron. Y luego se le cambió el nombre (al camión), se le puso ‘El Secuestrado Histórico’. Desde entonces empiezan los trabajos de las JBG y la autonomía.
‘Morir para vivir. Galeano’. (24 enero 2012)”
Ésta es la última fecha que aparece en su cuaderno. Junto a esa breve autobiografía, hay un par de poemas, probablemente de su autoría, y algunas canciones de amor y esas cosas.
Por mi parte, sólo me queda agregar que el compañero Maestro Zapatista Galeano era como es cualquiera de las compañeras y compañeros zapatistas, alguien por quien bien valía la pena morir para hacerlo renacer de nuevo.
Al terminar estas líneas, tal vez haya respuesta a una cuestión latente. Una pregunta sembrada en mitad de la historia que no se escribe con palabras:
¿Qué o quién hizo posible que en un espacio de lucha confluyeran el filósofo zapatista y el indígena zapatista?
¿Cómo fue que sin dejar de ser maestro, el filósofo se hiciera zapatista, y que el indígena, sin dejar de ser zapatista, se hiciera maestro?
Algo pasa en el mundo que hace posible éste y otros absurdos.
¿Por qué, para vivir, el uno hereda a los suyos una escondida pieza del rompecabezas de su historia?
¿Por qué, para no irse, el otro nos deja en letras su mirada vuelta hacia sí mismo y a su historia con nosotras, nosotros, zapatistas?
Esto es lo que tratamos de responder todos los días, a todas horas, en todos los rincones.
Ahora, casi al poner el punto final a estas palabras, se me ocurre que la respuesta, o al menos una parte de ella, está sentada en esa mesa, está en quienes están atrás y frente mío, está en los mundos que al nuestro se asoman por la lucha de quienes, con secreto orgullo, se autodenominan zapatistas, profesionales de la esperanza, transgresores de la ley de gravedad, personas que sin aspavientos en cada paso se dicen y dicen: PARA VIVIR MORIMOS.
Desde las montañas del Sureste Mexicano.
Subcomandante Insurgente Galeano.
México, Mayo 2 del 2015.
 
Palabras del Subcomandante Insurgente Moisés
                                                                                      2 de mayo del 2015.
Compañeras y compañeros zapatistas de los pueblos bases de apoyo del Ejército Zapatista de Liberación Naciona
Compañeras, compañeroas y compañeros de la sexta nacional e internacional.
Hermanas y hermanos de México y del mundo.
Saludamos a la familia del compañero Luis Villoro.
Bienvenidos a la tierra rebelde que lucha y resiste en la tierra Zapatista.
Un honor al estar con nosotras y nosotros con las Bases de Apoyo Zapatistas de las 5 zonas.
Bienvenida la familia del compañero Maestro Zapatista Galeano.
Reciban nuestros abrazos, Compañeras y compañeros de la familia del compañero Galeano, al igual de la familia del compañero Luis Villoro.
Debemos darles y saber darles, honor a los que merecen tener nuestro honor por la misión cumplida de los compañeros Galeano y Luis Villoro.
Compañeros, compañeras y compañeroas, hermanos y hermanas, hoy estamos aquí, no para recordar, por la falta de su existencia física de los compañeros Galeano y Luis Villoro.
Venimos aquí, para recordar y a platicar, la lucha que hicieron, en sus vidas, en sus trabajos de lucha, sus resistencias de lucha que hicieron.
No venimos a recordar la muerte, sino lo que dejaron vivos, por sus vidas de lucha y de trabajo, que debemos hacer que sigan vivos esas vidas de lucha y trabajo que hicieron.
Somos nosotras y nosotros los que tenemos que hacer que vivan para siempre, los que dan la vida por un mundo nuevo, construido por los pueblo.
No va a dar vida una estatua, no va a dar vida un museo, no hablan.
Los que hablamos somos nosotras y nosotros, somos los que tenemos que hacer que vivan y así por generaciones habrá estatua y museo en nuestros corazones y no simplemente un símbolo.
Nos dio gusto y alegría que nos platicaron más de su vida de lucha del compañero zapatista Don Luis Villoro, que en otras partes lo conocen de teórico y aquí lo conocemos de práctico, que en otras partes lo conocen de filósofo y aquí lo conocemos de zapatista.
A quienes estuvieron en su lado de lucha y de trabajo, los que trabajaron con él les damos gracias porque nos platicaron más de él, de sus otros pedazos de vida.
Así nosotras y nosotros como zapatistas les platicamos de otro pedazo.
Por ejemplo del compañero Luis Villoro, gracias a él, y otras personas como él, hay casas de clínicas y casas para escuela para la educación Zapatista.
Es de su esfuerzo, su trabajo.
Pero no bastó ahí eso, se necesitó gente que construya, como el compa Galeano y luego gente que trabaje para que sea promotora y se eche a andar lo que sueña una, uno, y luego organizar lo de los alumnos y alumnas.
Y eso fue eso el compañero Galeano, la construyó y lo trabajó y lo echó a andar.
Así estamos organizados los pueblos Zapatistas.
Así llego ser maestro el compa Galeano, gracias a la ayuda del compa Luis Villoro y otras y otros como él.
Nos respetó y lo respetamos, nos trató de igual a igual, nos creyó y lo creímos, llegamos a estar trabajando en una misma construcción, sin que nos vimos físicamente, o sea se puede construir las cosas, sin que él o ella está ahí personalmente.
Así fue, por ejemplo, que la Sexta en el mundo trabajó en la construcción de la escuela y clínica en La Realidad zapatista que sobre la sangre de nuestro compañero Galeano.
No se conocieron los compas Luis Villoro y Galeano, y como quiera estuvieron juntos construyendo una misma libertad.
Del compa Galeano también lo escuchamos partes de su vida de lucha.
Primero decidió luchar, y luego tuvo apoyo, luego a organizar para la construcción, y luego organizar quienes van a hacer el trabajo de promotores, por ultimo ver de los alumnas y alumnos.
Esto requiere organización.
Porque el compa Galeano, fue y es miliciano, mando de milicia cabo y luego sargento. Representante Regional del grupo juvenil, miembro de los MAREZ, Municipio Autónomo Rebelde Zapatista, maestro de Escuelita Zapatista y estaba elegido para ser miembro de la Junta de Buen Gobierno.
Esto quiere ORGANIZACIÓN.
De ahí practicó y después pudo ser maestro y fue a dar clase de lo practicado a muchas partes del mundo con el curso de “La libertad según las zapatistas y los zapatistas”.
Porque se necesita organizarse para poder LIBERARSE del sistema capitalista.
Porque sólo el pueblo se va a liberarse, nadie le va dar su libertad, no un líder de hombre o mujer va dar la libertad.
Porque los capitalistas no van a renunciar o se van a arrepentirse y dejar de explotar al pueblo.
Porque no se va a poder humanizar el sistema capitalista.
Para acabar con ese sistema, hay que destruirlo, para eso hay que organizarse.
Y el compa Luis Villoro, lo vio que así están haciendo los zapatistas, no dudó en acompañar, en luchar, en trabajar y en apoyar la lucha y la organización en que representó en su vida al compa Galeano.
Ojala allá más Luises y Luisas y Luisoas Villoros, Villoras y Villoroas.
No se acaba uno de organizarse, porque se necesita organización para la construcción y organizase para vigilar lo que ya construiste y así se va, la de que hay que estar organizados.
Para que ya no vuelva la explotación del mismo ser vivo de personas, como ahora explotan a hombres y mujeres y a quienes no son hombres ni mujeres.
Para que el pueblo toma de la mano su gobernarse en sí mismos.
Esto quiere organización. Organización es pueblos, mujeres, hombres y otroas.
Y ya que hemos escuchados las palabras que nos han dicho, queremos decirles esto:
Hay quienes piensan que somos una organización de indígenas ó de mexicanas y mexicanos, pero No.
Somos una organización de zapatistas, indígenas y no indígenas, justo como acabamos de ver aquí, que estamos homenajeando a 2 compañeros zapatistas.
Estamos en México porque aquí nos tocó, es nuestra geografía.
Así como a quienes luchan por la libertad del pueblo Kurdo les tocó donde les tocó.
Así como a cada quien le toca donde le toca. Como lucha la Sexta en México y el mundo que le toca donde le toca.
Por eso decimos de la geografía de cada quien, el rincón del mundo donde cada quien se levanta, se rebela y se lucha por su libertad, por la libertad.
Aquí lo que se necesita es tener claro cómo es ser zapatistas,
Ser de zapatista es estar bien decidido, decidida, decidoa, bien puesto y puesta y puestoa.
Porque no es de presumirse, sino de trabajar, organizar y luchar silenciosamente hasta llegar con las últimas consecuencias, es decir, teoría y práctica.
No es ser zapatista ponerse un pasamontaña y ya, sino es organizarse y destruir el sistema capitalista.
No es ser zapatista decir con palabra “soy zapatista”, sino es decidirse hasta la muerte luchando.
No es ser zapatista hablar del zapatismo, sino es estar trabajando colectivamente con los pueblos organizados.
No es ser zapatista estar cuando está en moda como nos dicen, y ya no estar cuando se está sufriendo por el ataque del mal sistema, del mal gobierno.
No es ser zapatista, ponerse uniforme, disfrazarse decimos, para ir a entregarse con el mal gobierno, porque el zapatista no se rinde.
No es ser zapatista decir que yo soy comandante del ezln y hacer que se está dialogando por paga y proyectos con el mal gobierno, porque el zapatista no se vende.
No es ser zapatista buscar y llegar a ponerse bajo los que quieren cargo y paga y que luchan sólo cada 6 años o cada tanto que se pone el mercado de cargos.
El zapatista lucha por un cambio total y lucha toda su vida y no claudica. O sea no cambia su pensamiento según la moda o según convenga o según qué color es más bonito en el mercado.
No es ser zapatista estar en 2 lados, partidista y zapatista. Porque el partidista quiere que cambie el color del que manda. En cambio el zapatista quiere cambiar todo el sistema, no una parte, sino que todo. Y que en el pueblo mande y nadie lo mande.
No es ser zapatista que nunca se tiene miedo. Sí se tiene a veces, pero se controla y se sigue en la lucha.
No es ser zapatista tener mucha rabia y no se organiza, sino se tiene que organizarse y con mucha dignidad
¿Quién dice cuándo vas a ser zapatista? Los pueblos.
¿Quién dice como es ser zapatista? Los pueblos.
¿Quién dice hasta cuando deja de ser zapatista?
No hay quien dice “ya acabaste”, sino que tienes que seguir hasta que mueras cumpliendo el sagrado deber de liberar al pueblo explotado, y aunque sea ya en la muerte se sigue luchando.
Por eso es que hacemos este homenaje, para recordarnos y recordarles que, aunque venga la muerte a tratar de olvidarnos, seguimos vivos en los pueblos, en la lucha, para la lucha y por la lucha de pueblos y así sigue la vida y gana, y se acaba la muerte y pierde.
Gracias.
Subcomandante Insurgente Moisés.
México, Mayo del 2015.
 

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