Colaboración:
Por Colectivo de
Cobertura Caravana 43 Brasil*
*Con la participación de
los Centros de Medios Independientes de Guatemala, São Paulo y Rio de Janeiro,
Ak47 Voice y Agencia Subversiones.
16 junio, 2015
Los familiares de los 43 estudiantes
desaparecidos de Ayotzinapa, México, concluyeron este sábado un impresionante
recorrido que se extendió casi un mes por Argentina, Uruguay y Brasil. En su
paso por este último país –finalizado el pasado 13 de junio– han abierto las
ventanas y las puertas ante una realidad ya tan común y cotidiana en México,
que no cambia mucho en relación con Brasil. En ambos países los Estados cometen
asesinatos y desapariciones forzadas cuyas principales víctimas son jóvenes,
indígenas, negros, la mayoría de las periferias, gente pobre de ambos países.
El peso
del dolor y la rabia que va marcando el andar de los padres y madres de los 43
ausentes ha encontrado espejos, ahí donde se encarna el dolor y la rabia, ahí
donde las miradas cruzadas comparten el destino y la resistencia para no ver
morir a sus hijos y negarse a convertirlos en cifras rojas.
Las
Madres de Mayo
Una de
las voces que se han levantado a lado de los padres y madres de los estudiantes
de Ayotzinapa para exigir su presentación inmediata, es la voz de las Madres de
Mayo. Llamadas así, porque en mayo del año 2006 cerca de 500 jóvenes, en su
mayoría negros que vivían en la periferia de la metrópolis de São Paulo, –una
de las ciudades más grandes de Latinoamérica– fueron asesinados por grupos de
élite de la policía militar y por grupos de exterminio –nombre dado en Brasil a
matones a sueldo que operan en las periferias– en un contexto de desacuerdo
entre la organización criminal Primer Comando Capital (PCC) y policías
corruptos que mantienen vínculos con el crimen organizado.
De
acuerdo con el informe del Human Rights Program de la Harvard Law School publicado
en 2011, los policías ejecutaron a decenas de personas en acciones ilegítimas,
además de ser responsables, por decenas, de desapariciones forzadas. De la
misma forma el Informe Anual de Seguridad Pública de Brasil (2014), afirma que
en ese país por lo menos seis personas fueron asesinadas por la policía
diariamente.
Siguiendo
los datos de otra investigación publicada por el periódico The Washington Post,
este 2015, la policía brasileña ha matado a más personas entre los años 2009 y
2013 que los Estados Unidos durante el periodo 1983-2012, considerando que la
policía estadounidense mata a dos personas por día, en su mayoría
afroamericanos, según reveló la investigación.
La
organización Madres de Mayo surgió en ese contexto de desesperación y rabia, y
desde entonces luchan exigiendo justicia por sus hijos de una oleada de
asesinatos contra gente pobre, en su mayoría afrobrasileños.
«Nosotras como Madres de Mayo, que perdimos
a nuestros hijos asesinados por la policía y el ejército de Brasil, nos
solidarizamos con los padres y madres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa,
porque somos nosotros, los pobres, quienes sostenemos un enfrentamiento directo
con el terrorismo de Estado, porque no aceptamos más que esto sea una
cotidianidad», dijo en entrevista Débora María da Silva,
fundadora de Madres de Mayo.
Ella no
duda en afirmar que tanto en México como en Brasil no existe una guerra contra
el narcotráfico. El blanco en estas guerras son las personas humildes, los de
la periferia, es una guerra no declarada y una política de exterminio que viene
desde el Estado en toda América Latina. «No
existe diferencia entre el gobierno de México y el de Brasil. En nuestro país
–Brasil– han decretado la pena de muerte
en la periferia, es un Estado que extermina más de 56 mil jóvenes por año,
nosotros tenemos que desenmascarar eso en América Latina y decir ¡BASTA!, es
por eso que damos las manos a los padres y madres para desenmascarar ese Estado
terrorista», afirmó Débora María.
Violencia
cotidiana: cifras de vidas arrebatadas
La
desaparición de los 43 estudiantes de la escuela Normal Rural Raúl Isidro
Burgos de Ayotzinapa no solo destapó el doloroso tema de las fosas comunes y
las desapariciones forzadas que el Estado Mexicano procura olvidar, con un
récord de más de 150 mil muertos y más de 30 mil desaparecidos sólo durante el
gobierno Felipe Calderón y en lo que va del gobierno de Enrique Peña Nieto. La
Caravana 43 encontró una realidad similar en su paso por Brasil. Según el
informe de mayo 2015 de la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), cada día son asesinadas 116
personas por arma de fuego en Brasil. La tasa de muertes por disparos de armas
fue de 21,9 por cada 100 mil habitantes en 2012, con más de 42 mil víctimas en este
mismo año. Cifras que han aumentado los últimos años.
El
informe de la UNESCO también resaltó que el 59% de las víctimas son
adolescentes o jóvenes entre 15 y 29 años de edad. Mientras tanto 73% de las
víctimas son afrobrasileños.
«Las desapariciones forzadas y las muertes
son un genocidio institucional de los pobres, tanto de los gobiernos de derecha
como los llamados de izquierda. Tenemos que decir basta al terrorismo de
Estado, por eso exigimos la presentación de los 43 estudiantes»,
sostuvo la fundadora de Madres de Mayo.
De
compartir y caminar juntxs
«Compartir
el dolor es necesario para que los padres de estos estudiantes y los pueblos no
carguen solos con esto», dijo una indígena guaraní de 14 años de
la aldea Tenondé Porã, en el sur de la ciudad de São Paulo. Una aldea que no
sólo recibió con brazos abiertos a los familiares de los 43 estudiantes, sino
con la sensibilidad que caracteriza a un pueblo que ha sembrado en estas
tierras sagradas a sus hijos, hermanos, padres y abuelos caídos que han
defendido sus tierras ancestrales contra el despojo de la colonización, la
modernidad y el desarrollo.
La
fortaleza de los guaranís reside en su espiritualidad. Niños, mujeres, hombres
y ancianos se reunieron en la casa de oraciones para escuchar a los padres,
para sentirlos, no por compasión, sino para compartir el peso de su dolor, un
dolor que encarnaron y que lloraron junto a ellos, como si estuvieran buscando
a sus propios hijos. Rezaron, fumaron el tabaco cachimba en pipas y cantaron
para darles fuerza pidiendo al gran Ñanderu –dios de los guaraní– que los
acompañase en su andar.
«Me alegro mucho que hayan llegado hasta
aquí a la comunidad. Todos los ancianos y hasta el más joven compartimos su
dolor. Tenemos que buscar fuerza, porque estas tierras no nos pertenecen a
nosotros, ni a ustedes ni a nadie, son del gran Ñanderu. Pero los gobernantes
de este país y de México sólo hacen las cosas para su propio provecho y no
tienen interés por los demás. Son ellos que maltratan la tierra, destruyen la
tierra, el bosque, hacen autopistas y abren minas para obtener sus ganancias
para ellos. Así que pedimos al gran Ñanderu les de fuerzas para ustedes y sus
hijos» dijo el anciano guaraní Karay Miry.
Moinho y
Ayotzinapa viven
Con 25 años de (r)existencia, la Favela do
Moinho, última en el centro de la ciudad más rica de América Latina, São Paulo,
alberga actualmente alrededor de 750 familias que habitan un área rodeada por
dos vías de tren, un viaducto y altos edificios residenciales. Alguna vez esta
comunidad dio cobijo a más de 5 mil personas. Sin embargo entre 2011 y 2012
sufrió dos grandes incendios provocados que borraron por lo menos un tercio de
las viviendas, dejando muertos y heridos. Uno de los más representativos
aconteció en el edificio del Moinho Matarazzo, el cual dejó a casi 2 mil
personas desabrigadas.
Los
incendios en las favelas paulistas son notorios e indican una estrategia basada
en destrucción y propagación de miedo para obligar las familias a salir. ¿A
dónde? En muchos casos no se sabe el destino de aquellas familias. El gobierno
de São Paulo aprovechó el incendio de 2012 y encerró la favela atrás de un muro
de cemento, despojándoles de casi la mitad del territorio que ocupaba. El año
pasado los habitantes tomaron la decisión de derrumbar el «muro de la vergüenza» y ahora están reconstruyendo las casas
destruidas, ampliando la comunidad nuevamente. Con mucho esfuerzo están
consiguiendo bloques de cemento, para protegerse ante nuevos incendios; aspecto
que resultó ser importante, pues hace tres semanas fue provocado el tercer gran
incendio en la favela y con él más de 20 familias perdieron sus casas de nuevo.
La
intención de erradicar la comunidad es resultado de la constante búsqueda de
lucro, pues ese pedazo de tierra es el tercer barrio, de una lista de 140, con
mayor crecimiento en el índice de valorización de los precios en el mercado
inmobiliario: sólo de 2008 a 2011 el valor creció en 180%. Además el área forma
parte del proyecto Arco Tietê, un plan avasallador para gentrificar la región
central de la ciudad para la cual esta favela representa un estorbo.
En ese
contexto fue que habitantes de Moinho se reunieron con los familiares de la
Caravana 43 Sudamérica para intercambiar experiencias de lucha, articular sus
resistencias y reflexionar cómo se construye una justicia desde abajo.
Colectivos autónomos se dieron cita para escuchar a la Caravana 43 y compartir
el trabajo que realizan con personas de calle, actividades culturales, medios
libres, labores comunitarias para jóvenes, entre tantas otras aristas de la
sociedad paulista.
En la
plaza comunitaria, rodeados por las cenizas de las casas destruidas en el
reciente incendio y cobijados por la solidaridad y la resistencia de Mohino, se
escuchó el llamado de Francisco, estudiante sobreviviente de aquella noche de
septiembre del año pasado. «Los gobiernos
han globalizado la violencia, las desapariciones, los despojos. Nosotros
tenemos que globalizar la resistencia. Mientras ustedes salen a las calles y
gritan ‘Todos somos Ayotzinapa’, nosotros allá en México haremos lo mismo por
ustedes contra tanto crimen de Estado que aquí conocimos».
El
compromiso fue aceptado e hizo eco con cada exigencia que entre lxs asistentes
compartieron. Los 43 nos hicieron falta a todxs aquella noche y el compromiso
es infalible. Ayotzinapa vive en Brasil. No hay marcha atrás.
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