Crónica de la marcha por Ayotzinapa, a un año de la desaparición forzada de 43 y asesinato de 3 normalistas
Flor Goche
Desinformémonos
Inunda
las calles el grito por Ayotzinapa: Más de 100 mil en la Ciudad de México
El cielo se vistió de gris; se puso de
luto. Ligeras gotas de lluvia enmarcaron la llegada de los primeros
manifestantes, los más puntales. Pronto la timidez de la llovizna se tornó en
aguacero. La cantidad de asistentes también fue en ascenso: en breve, los
pequeños contingentes se conformaron en multitud. Multitud diversa hasta los
extremos: desde las comunidades de creyentes hasta los grupos anarquistas.
Según
los cálculos más conservadores, los de la Secretaría de Seguridad Pública del
Distrito Federal, este 26 de septiembre, a un año del mayor crimen de Estado
del México actual –la matanza de 3 normalistas de Ayotzinapa y la desaparición
forzada de 43–, marcharon por las principales calles de la capital del país
unas 15 mil personas.
De
acuerdo con la información vertida desde el equipo de sonido de los
manifestantes, se infiere que la protesta midió más de 10 kilómetros de
longitud, lo que contrasta con el irrisorio conteo oficial. Y es que cuando la
vanguardia se encontraba a la altura del llamado “antimonumento” a los 43, la mitad de la marcha apenas transitaba
por la Estela de Luz, es decir, 5 kilómetros atrás, sobre el Paseo de la
Reforma.
Sea
cual sea el referente (si es el segundo, se calcula que habrían marchado más de
150 mil personas), no hay duda: la
manifestación que inició su recorrido a las 12:30 horas de hoy fue enorme. No
fue la típica marcha del sector estudiantil. Fue la protesta de la sociedad que
despertó como consecuencia del horror de los hechos de Iguala, Guerrero.
La gran
participación trajo problemas logísticos. El orden de los contingentes no se
respetó, no obstante el esfuerzo de los organizadores. Hombres, mujeres, niñas,
niños, jóvenes, personas de la tercera edad, seguían incorporándose a la
protesta. Llegaban en familia, en grupo, con su respectivo sector o gremio, y
se acomodaban en dónde fuera.
Los
familiares de los 43 estudiantes detenidos-desaparecidos y de los tres
asesinados, encabezaron la marcha. Llevaban entre las manos las pancartas con
las imágenes de sus muchachos. Era imposible acercarse a ellos pues los
blindaba una doble barrera: un cordón blanco y una valla humana.
Atrás
de ellos, marcharon los alumnos de las Normales Rurales del país, proyecto
educativo fruto de la Revolución Mexicana. Esta vez no llevaban la enorme manta
roja que los distingue, y que por su color y su insignia (Federación de
Estudiantes Campesinos Socialistas de México) recuerda la ideología que
procuran. La sustituyeron por dos telas negras, igualmente de gran tamaño, en
las que se lee, en letras construidas con recortes fotográficos: “Ni
perdón. Ni olvido”.
A los
normalistas, hombres y mujeres, los distinguía la frescura de su rostro; esas
ganas entregar la voz en cada consigna. También sus trapos de gente humilde y,
en el caso de los estudiantes de nuevo ingreso –quienes a pesar de todo
decidieron nutrir la nueva generación de futuros profesores rurales–, su testa
rapada. “A las normales rurales las quieren desaparecer, nosotros con lucha y
sangre las vamos a defender”, coreaban.
Más atrás
venían todos los demás: una mezcla heterogénea. Estudiantes de bachillerato y
licenciatura, profesores, sindicalistas, activistas, defensores de derechos
humanos, artistas…, todos unidos contra la indiferencia y el olvido. “Si
amas a alguien es tu deber luchar para que viva en un mundo mejor”; “Hijo,
salí a luchar para que puedas crecer sin miedo a desparecer”, son sólo
algunas de las frases que los manifestantes plasmaron en las pancartas que
cargaban.
Los más
pequeños del país también salieron a las calles. Niños y niñas que desde ahora
luchan por construirse un futuro y un país habitable. A pesar de la lluvia, los
infantes llegaron zócalo de la capital con globos multicolores y pancartas
entre las manos. Sus padres y madres detrás de ellos.
El
encono social es ya inocultable y va en ascenso. La gente lo sabe y lo expresa
en las calles. Reza la consiga: “Históricamente comprobado, el terrorismo es
de Estado”. “#Fue el ejército 43”, se mira en una pinta de
aerosol impresa en una de las paradas del camión que transita por Paseo de la
Reforma.
Carmelita
y Cristina, madres de dos de los muchachos detenidos-desaparecidos, tomaron la
palabra durante el mitin con que culminó su protesta. Ambas enfatizaron en la
responsabilidad estatal en el crimen de Iguala, por lo que pidieron la
destitución de Enrique Peña Nieto, titular del poder ejecutivo.
"El
día 26 de septiembre y madrugada del 27 todo el cuerpo policiaco participó.
Tenían conocimiento desde las 5 de la tarde que los normalistas estaban yendo
para Iguala. Es por eso que nosotros decimos que sí se vaya Peña Nieto con todo
su gabinete pero antes nos tiene que entregar a nuestros hijos porque están en
manos de ellos. Y desde aquí le digo que no se haga pendejo; que él sabe dónde
están", pronunció Carmelita.
Cristina,
habitante de la montaña de Guerrero, se dirigió a la multitud con un español
accidentado. La forma, sin embargo, no logró mitigar la consistencia de su
mensaje: “Ahora veo, me doy cuenta que nuestra invitación no fue en vano. Sí nos
escucharon. Hoy salieron a la calle. Hoy salieron a caminar juntos, a defender
nuestros derechos. A todos estudiantes que caminaron juntos con nosotros, este
es el momento de levantar la voz para que no les pase, que no se repite por
todo lo que estamos pasando. Que no les pase nada a sus hijos, los nietos. Es
el momento de levantar la voz y cambiar este país, y cambiar el gobierno, que
no sigan gobernando. Que en cada país o en cada pueblo indígena que ya no
permitan entre un presidente. Que deben de ser cada uno de ustedes, de gobernar; no
el gobierno que tiene arma (sic)”.
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