Rafael de la Garza
Talavera
Colectivo La Digna Voz
sábado, 16 de enero de
2016
En la entrevista realizada para la revista estadounidense Rolling Stone, Joaquín “Chapo” Guzmán afirmó que el negocio del narcotráfico no depende de
su persona pues este seguirá funcionando independientemente de quien o quienes
lo dirijan. Esto no resulta novedoso si se toma en cuenta el hecho de las
críticas recurrentes a la estrategia del gobierno mexicano y estadounidense,
caracterizada por la búsqueda y detención de los grandes capos. Sobra decir que
su falta de eficacia para contener el narcotráfico, no se diga para
desaparecerlo se ve compensada por el impacto mediático de encarcelar o abatir
a las cabezas de los cárteles.
En este sentido, si el
propio capo se reconoce como líder de una empresa ¿por qué es visto por
millones de personas como un bandolero
social, o cuando menos como una persona capaz de modificar el mundo en que
vivimos? Al menos eso fue lo que le pidió cándidamente Kate del Castillo en 2012,
cuando le envió un mensaje que entre otras cosas decía: “Hoy creo más en el Chapo Guzmán que en los gobiernos que me esconden
verdades aunque sean dolorosas, quienes esconden la cura para el cáncer, el
sida, etc., para su propio beneficio y riqueza… ¿No estaría padre que empezara a
traficar con el bien? Con las curas para las enfermedades, con comida para los
niños de la calle”.
La cita pone en evidencia
el enorme desprestigio de los gobiernos pero sobre todo, la posibilidad
concebida por una ciudadana común (aunque sea famosa por su carrera como
actriz, puesto que expresa lo que muchos piensan en su fuero interno) de que un
empresario pueda ser la solución a los problemas que vivimos. Y digo empresario
aunque sus actividades sean ilegales; la línea que separa los negocios legales
de los ilegales no parece estar claramente definida y el apetito de ganancias
la borra frecuentemente.
El bandolero social es un concepto utilizado por las ciencias sociales
para analizar la existencia de personajes, surgidos en ambientes rurales
principalmente, que se rebelan ante las transformaciones que el desarrollo del
capitalismo impone a comunidades y territorios, trastocando valores y formas de
vida mantenidas a veces por siglos. En el fondo, el bandolero social, siguiendo
a Eric Hobsbawn (Rebeldes primitivos),
es un individuo que encabeza la defensa de la tradición frente a la imposición
de valores que desarticulan profundamente las relaciones sociales
tradicionales. Es por lo tanto, conservador en esencia, asumiendo personalmente
la defensa de la tradición que la población común profesa pero no se atreve a
manifestar públicamente y mucho menos para enfrentarse directamente a las
instituciones del estado, sobre todo la policía y el ejército.
De acuerdo a lo anterior
¿cómo puede confundirse a una corporación internacional con un bandolero
social? Resulta evidente que el Chapo
Guzmán se asume como empresario y no tiene la menor intención de promoverse
como adalid de los pobres y marginados
del mundo, aunque le seduzca la posibilidad de modificar su imagen negativa
por medio de una película.
Se puede comprender que
muchos de sus empleados y sus familias lo consideren como un salvador, dadas las circunstancias
económicas prevalecientes. Pero bastaría con revisar las duras condiciones de
trabajo o la posibilidad de acabar en una fosa común por cualquier sospecha así
como la sed de ganancia que le da vida a ese tipo de trabajo, para descartar
semejante posibilidad. No se diga la constante negociación que los capos
realizan con los gobiernos y los políticos para proteger sus rutas mercantiles
o incluso para colaborar con las fuerzas del orden para desaparecer a
activistas incómodos al estado. La estructura estatal y los cárteles han
intercambiado servicios para su propio beneficio al grado de que hoy hablar de narcoestado no resulta una exageración.
Remember Ayotzinapa.
Tal vez el problema de la
popularidad del nativo de Badiguarato, Sinaloa, tenga más que ver con la
fascinación que ejerce un personaje que parece desafiar públicamente a los
gobiernos corruptos y echa mano de lo que sea para lograr y mantener fama y
fortuna. ¿No es acaso el premio mayor promovido desde el poder y la cultura
capitalista? ¿No es ésa a recompensa para los que se ‘esfuerzan’, para los que eluden las reglas o crean las propias
para satisfacer necesidades, sean éstas la que sean? Bajo esta lógica se podría
incluso comprender por qué la gente admira a Steve Jobs o a Bill Gates, distinguiéndolos como individuos modelo.
Lo mismo sucede con el Chapo, fiel
seguidor de la lógica capitalista y su piedra filosofal: la ambición desmedida.
Y ésa es la lógica que
anima la existencia de la narcocultura,
que haciendo apología de la violencia y la aparente racionalidad de la
ganancia, así como de la temeridad y creatividad de los narcotraficantes, difunde
la especie de que los capos son buenas personas o cuando menos tienen el
potencial para serlo, y que si se decidieran a sembrar el bien otro gallo nos cantara. En el fondo esta
recurrente confusión apunta a confirmar la enorme crisis de legitimidad en la
que está inmerso el estado liberal y su aparato democrático electoral en México
y, al mismo tiempo, la enorme fuerza que ha cobrado en nuestra sociedad la
sacralización del dinero. Ambas cuestiones, no está por demás decirlo, están
estrechamente relacionadas.
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