En los primeros días de febrero
de 2016 (5 y 6) se llevó a cabo el Encuentro por la Indignación, convocado por
los padres y madres de los 43 estudiantes de Ayotzinapa desaparecidos. Como
casi desde que iniciaron las movilizaciones por la presentación con vida de los
compañeros, padres y madres han sido encapsulados por algunas ONG’s (SERAPAZ,
Tlachinollan y Pro Juárez). En aquella ocasión, dado que el encuentro se
realizó en las instalaciones del Sindicato de Telefonistas, se hizo referencia
a algunas de las prácticas contradictorias con el discurso del líder
telefonista desde hace cuatro décadas, con la pregunta obvia: ¿se puede confiar
en un personaje así?
Una pregunta similar habría que hacerse respecto a las ONG’s
que han asumido el control de la lucha de las familias de nuestros compañeros
desaparecidos. No haremos señalamientos directos. La orientación y prácticas de
estas ONG’s están a la vista. Sugerimos un análisis serio de estas prácticas y
sugerimos tener en cuenta el análisis que en general hace sobre las ONG’s el
periodista, sociólogo, activista de izquierda y analista crítico James Petras
en su libro: “El Imperialismo en el Siglo
XXI. La Globalización Desenmascarada.”, cuyo capítulo 8 se titula: “Las organizaciones no gubernamentales (ONG)
al servicio del imperialismo”. Este libro fue publicado en 2003 por la
Universidad Autónoma Metropolitana.
En la búsqueda de la verdad y por la independencia y autonomía
de la digna lucha de madres, padres, compañeros y solidarios por la
presentación con vida de los compañeros, llamamos a un análisis crítico y
honesto.
(La Voz del
Anáhuac)
Las
organizaciones no gubernamentales (ONG) al servicio del imperialismo
Capítulo 8 del libro “La
Globalización Desenmascarada”, de James Petras
Introducción:
A lo largo de la historia, las clases dominantes, en
representación de pequeñas minorías, siempre han dependido del aparato
coercitivo del Estado y de las instituciones sociales para defender su poder,
ganancias y privilegios. En el pasado, especialmente en el Tercer Mundo, las
clases imperiales dominantes financiaron y apoyaron a instituciones religiosas
extranjeras y nacionales para controlar a la población explotada y encauzar su
descontento hacia las rivalidades y conflictos religiosos y comunales.
Mientras que estas
prácticas todavía continúan hoy en día, en décadas más recientes surgió una
nueva institución social que proporciona la misma función de control y
mistificación ideológica: las autodesignadas organizaciones no gubernamentales
(ONG). Actualmente hay, cuando menos, 50,000 ONG en el Tercer Mundo que reciben
más de 10,000 millones de dólares provenientes de instituciones financieras
internacionales, de agencias gubernamentales europeas, estadounidenses y
japonesas, y de los gobiernos locales. Los administradores de las grandes ONG
administran presupuestos de millones de dólares con salarios y compensaciones
comparables a los de los directivos de compañías privadas. Viajan en jet a
congresos internacionales, dialogan con los máximos directores corporativos y
financieros y participan en la toma de decisiones sobre políticas que afectan
–en la gran mayoría de los casos de manera adversa– a millones de personas… en
especial a los pobres, a las mujeres y a quienes trabajan en el sector
informal.
Las ONG son actores
políticos y sociales significativos de alcance mundial que operan en sedes
rurales y urbanas de Asia, América Latina y África, y con frecuencia están
vinculados, en posiciones de dependencia, con los principales donadores en
Europa, Estados Unidos y Japón. Es sintomático del alcance de las ONG y su
poder económico y político sobre el llamado “mundo
progresista” el hecho de que ha habido pocas críticas sistemáticas de la
izquierda sobre el impacto negativo de las ONG. En gran parte, esta ausencia se
debe al éxito de las ONG para desplazar y destruir a los movimientos
organizados de izquierda y para cooptar sus estrategas intelectuales y sus
líderes organizacionales.
Actualmente, la mayoría de
los movimientos de izquierda y los voceros populares centran sus críticas en el
FMI, el Banco Mundial, las corporaciones multinacionales, los bancos privados,
etcétera, es decir, sobre quienes fijan la agenda macroeconómica para el
pillaje del Tercer Mundo. Esta crítica es una tarea importante. Sin embargo, el
ataque a la base industrial, la independencia y los niveles de vida del Tercer
Mundo tienen lugar tanto en los ámbitos macroeconómicos como en los microsociopolíticos.
Los efectos nocivos de las políticas de ajuste estructural sobre los sueldos y
los trabajadores asalariados, los campesinos y los pequeños empresarios nacionales
generan un potencial descontento popular nacional. Y es aquí donde entran las
ONG para mistificar y desviar el descontento sobre la estructura de poder
corporativa y bancaria para canalizar la atención hacia microproyectos locales,
la autoexplotación de “bases”
apolíticas y la “educación popular”
que evita los análisis de clase del imperialismo y la explotación capitalista.
Las ONG en el mundo entero
se han convertido en el más reciente vehículo de la movilidad ascendente para
las clases educadas ambiciosas: académicos, periodistas y profesionistas han
abandonado sus excursiones previas en los movimientos de izquierda poco
recompensados a cambio de una carrera lucrativa en el manejo de una ONG,
llevando con ellos sus habilidades organizacionales y retóricas, al igual que
un cierto vocabulario populista. En la actualidad, hay miles de directores de
ONG que manejan vehículos deportivos de doble tracción con un precio de 40,000
dólares desde su cómodo hogar o apartamento suburbano a su bien equipada
oficina o complejo de edificios, mientras dejan a los niños y las tareas
domésticas en manos de sirvientes y sus jardines bajo el cuidado de jardineros.
Conocen mejor, y pasan más tiempo en las sedes internacionales de sus congresos
sobre la pobreza (Washington, Bangkok, Bruselas, Roma, etcétera) que en los
pueblos polvorientos de su propio país.
Tienen mayor inclinación
por escribir nuevas propuestas de investigación para atraer divisas duras para
los “profesionistas de mérito”, que
por arriesgar un duro golpe en la cabeza de la policía que ataca un plantón de
maestros malpagados de escuelas rurales. Los líderes de las ONG constituyen una
nueva clase que no está basada en la propiedad de bienes o en recursos
gubernamentales, sino que se deriva de los fondos imperiales y de su capacidad
para controlar grupos populares significativos. Estos líderes pueden concebirse
como una especie de grupo neocomprador que no produce mercancía útil alguna
pero cumple la función de producir servicios para los países donadores,
principalmente intercambiando la pobreza nacional a cambio de compensaciones
individuales.
Las declaraciones formales
utilizadas por los directores de las ONG para justificar su posición –que
pelean contra la pobreza, la desigualdad, etcétera– van en su propio interés y
son calculadas. Hay una relación directa entre el crecimiento de una ONG y la caída
de los niveles de vida: la proliferación de ONG no ha reducido el desempleo
estructural, el desplazamiento masivo de campesinos, ni han propiciado niveles
de salarios que permiten vivir a un creciente ejército de trabajadores
informales. Lo que han hecho las ONG es proporcionar un ingreso en divisas a un
limitado estrato de profesionistas para escapar del saqueo de la economía
neoliberal que afecta a su país y pueblo, para subir en la estructura de clases
sociales existente.
Esta realidad contrasta con
la imagen que los funcionarios de las ONG tienen de sí mismos. Según sus
boletines de prensa y sus discursos públicos, representan ellos una tercera vía
entre el “estatismo autoritario” y el
“capitalismo salvaje de mercado”: se
autodescriben como la vanguardia de la “sociedad
civil” que opera en los intersticios de la “economía global”. El propósito común que más resuena en las
reuniones de las ONG es el 7.
La palabrería en torno
de la “sociedad civil” es un ejercicio de vacuidad.
La “sociedad civil” no
es una entidad unitaria virtuosa, está constituida por clases probablemente
divididas más profundamente que nunca antes en este siglo. La mayor parte de
las injusticias más grandes en contra de los trabajadores se cometen por los
ricos banqueros en la misma sociedad civil que exprimen exorbitantes pagos de
intereses sobre la deuda interna; terratenientes que expulsan a los campesinos
de su tierra y capitalistas industriales que agotan a los trabajadores con
sueldos de hambre en las maquilas. Al hablar de la “sociedad civil” los agentes de las ONG oscurecen las profundas
divisiones, la explotación y la lucha de clase que polarizan a la “sociedad civil” contemporánea.
En tanto que es
analíticamente inútil y encubridor, el concepto de “sociedad civil” facilita la colaboración de las ONG con los
intereses capitalistas que financian sus institutos y les permiten orientar sus
proyectos y a seguidores hacia relaciones de subordinación frente a los intereses
de las grandes empresas que dirigen las economías neoliberales. Además, con
frecuencia la retórica de la sociedad civil de las ONG es un ardid para atacar
programas públicos comprensivos y a las instituciones del Estado que prestan
servicios sociales.
Las ONG se alinean con la
retórica “antiestatista” de las
grandes empresas (unas en nombre de la “sociedad
civil”, las otras en nombre del “mercado”)
para que los recursos del Estado se redistribuyan. El “antiestatismo” de los capitalistas se utiliza para incrementar los
fondos públicos para subsidiar exportaciones y los rescates financieros,
mientras los agentes de las ONG intentan obtener una tajada menor a través de los “subcontratos” para prestar servicios
inferiores a menos receptores.
En contra de la autoimagen
de las ONG que se ven a sí mismas como innovadores líderes de las bases, en
realidad son los reaccionarios de las bases quienes complementan el trabajo del
FMI al hacer presión para la privatización “desde
abajo” y desmovilizar a los movimientos populares, debilitando así la
resistencia.
Las ubicuas ONG presentan
así a la izquierda un serio desafío que requiere un análisis político crítico
de sus orígenes, estructura e ideología.
Origen, estructura e
ideología de las ONG
Las ONG parecen tener un papel contradictorio en la política.
Por un lado, critican las dictaduras y las violaciones a los derechos humanos.
Por el otro, compiten con los movimientos sociopolíticos radicales, intentando
canalizar los movimientos populares hacia relaciones de colaboración con las
elites neoliberales dominantes. En realidad, estas orientaciones políticas no
son tan contradictorias como aparecen.
Al revisar el crecimiento
y proliferación de las ONG a lo largo del pasado cuarto de siglo, encontramos
que éstas emergieron en tres conjuntos de circunstancias.
Primero que nada, como un
santuario seguro para los intelectuales disidentes de las dictaduras, en donde
pudieran continuar con el tema de la violación a los derechos humanos y
organizar “estrategias de sobrevivencia”
para las víctimas de duros programas de austeridad. Estas ONG humanitarias, sin
embargo, tuvieron cuidado de no denunciar el papel de la complicidad
estadounidense y europea con los perpetradores locales de la violación a los
derechos humanos, y de no cuestionar las políticas de “libre mercado” emergentes que empobrecían a las masas. De ahí que
los agentes de las ONG fueran situados estratégicamente como “demócratas” que estarían disponibles,
como reemplazos políticos, para las clases dominantes locales y los diseñadores
de políticas imperiales cuando los gobernantes represivos comenzaran a ser
desafiados seriamente por los movimientos populares de masas.
El financiamiento
occidental de las ONG como críticos era una especie de seguro en caso de que
cayeran del poder los reaccionarios. Tal fue el caso de las ONG “críticas” que aparecieron durante el régimen
de Marcos, en Filipinas; Pinochet, en Chile; Park, en Corea, etcétera.
El verdadero impulso de la
reproducción masiva de las ONG ocurre, sin embargo, en tiempos de aumento de
los movimientos de masa que desafían la hegemonía imperial. El crecimiento de
los movimientos y luchas sociopolíticas radicales proporcionó una mercancía lucrativa
que los intelectuales ex radicales y pseudo populares podrían vender a fundaciones
privadas y públicas interesadas, preocupadas y bien financiadas que estuvieran
ligadas estrechamente con las TNC y los gobiernos europeos y estadounidenses.
Quienes financiaban estaban interesados en la información –la inteligencia de
las ciencias sociales– como la de la “propensión
a la violencia en las áreas urbanas marginadas” (un proyecto de una ONG en
Chile durante los levantamientos masivos de 1983 a 1986), la capacidad de los
agentes de las ONG para invadir las comunidades populares y dirigir la energía hacia
proyectos de autoayuda en vez de transformaciones sociales e introducir una
retórica colaboracionista de clases envuelta como “discurso de una nueva identidad” que desacreditaría y aislaría a los
activistas revolucionarios.
Las revueltas populares
aflojaron los nudos de los monederos de las agencias extranjeras y los millones
fluyeron hacia Indonesia, Tailandia y Perú en los setenta; Nicaragua, Chile y
Filipinas en los ochenta; El Salvador, Guatemala y Corea en los noventa. Las
ONG esencialmente estaban ahí para “apagar
los fuegos”. Bajo el disfraz de proyectos constructivos, argumentaron en
contra del compromiso con los movimientos ideológicos, utilizando así de manera
efectiva los fondos para reclutar a los líderes locales, mandarlos a congresos en
el extranjero para dar testimonios, a la vez que efectivamente se estimulaba a
los grupos locales para que se adaptaran a la realidad del neoliberalismo.
En la medida que estuvo
disponible el dinero del exterior, proliferaron las ONG, dividiendo a las
comunidades en grupúsculos que luchaban para obtener una parte de los recursos.
Cada “activista de base” apartó un
nuevo segmento de pobres (mujeres, jóvenes de las minorías, etcétera) para
establecer una nueva ONG y hacer el peregrinaje a Ámsterdam, Estocolmo,
etcétera, para “vender” su proyecto,
actividad, membresía, y financiar su centro y sus carreras.
La tercera circunstancia
en la que se multiplicaron las ONG fue durante las frecuentes y profundas
crisis económicas provocadas por el capitalismo de libre mercado. Los
intelectuales, académicos y profesionistas vieron desaparecer los trabajos o
caer los salarios en la medida que los recortes presupuestales se fueron
estabilizando: un segundo trabajo se convirtió en una necesidad.
Las ONG se convirtieron en
una agencia de colocaciones y las consultorías se convirtieron en una red
protectora para los intelectuales potencialmente en proceso de movilidad
descendente, quienes estuvieran dispuestos a hablar de la línea de desarrollo
de la alternativa de la sociedad civil y el libre mercado y continuar las
políticas de colaboración con los regímenes neoliberales y las instituciones
financieras internacionales. Cuando millones pierden sus trabajos y la pobreza
se extiende a importantes extensiones de la población, las ONG se comprometen
en la acción preventiva: se enfocan en las estrategias de sobrevivencia, no en
las huelgas generales; organizan cocinas populares, no plantones masivos en
contra de los acaparadores de alimentos, de los regímenes neoliberales o del
imperialismo estadounidense.
Mientras que las ONG inicialmente
pudieron tener algún tinte vagamente “progresista”
durante las llamadas “transiciones
democráticas”, cuando el viejo orden se desmoronaba y los gobernantes
corruptos perdían el control y avanzaban las luchas populares, se convierten en
el vehículo para las “transacciones” entre
los antiguos regímenes y los políticos electorales conservadores.
Las ONG utilizaron su
retórica de base, sus recursos organizacionales y su estatus como defensores “democráticos” de los derechos humanos
para canalizar el apoyo popular hacia los políticos y partidos que confinaban
la transición a reformas legales y políticas y no a los cambios
socioeconómicos. Las ONG desmovilizaron al pueblo y fragmentaron los
movimientos. En todo país que experimentó una “transición electoral” en los ochenta y los noventa, desde Chile
hasta Filipinas, pasando por Corea y más allá, las ONG jugaron un papel importante
en conseguir votos para regímenes que continuaron o incluso profundizaron el
statu quo económico. A cambio, muchos de los ex agentes de las ONG acabaron
administrando agencias del gobierno o incluso convirtiéndose en ministros con
títulos que sonaban populares (derechos de la mujer, participación ciudadana,
poder popular, etcétera).
El
papel político reaccionario de las ONG estaba incorporado en las estructuras mismas
en las que estaban (y están) organizadas.
Estructura de las ONG:
internamente elitistas, externamente serviles
En realidad, las ONG no son organizaciones “no gubernamentales”. Reciben fondos de
gobiernos extranjeros, trabajan como subcontratistas privados de gobiernos
locales o están subsidiadas por fundaciones privadas con dineros corporativos
que tienen estrechas relaciones de trabajo con el Estado. Con frecuencia colaboran
abiertamente con agencias gubernamentales nacionales o extranjeras. Sus
programas no deben responder a la población local, sino a donadores extranjeros
que “revisan” y “supervisan” el desempeño de las ONG de acuerdo con sus criterios e
intereses. Los funcionarios de las ONG son autonombrados y una de sus tareas
clave es diseñar propuestas que asegurasen
fondos. En muchos casos, esto requiere que los líderes de las ONG
descubran los temas que más interesan a las elites financiadoras, y que
conformen las propuestas según esos
temas. Así, en los ochenta estaban disponibles fondos para que las ONG
estudiaran y aportaran propuestas políticas sobre “gobernabilidad” y “transiciones
democráticas”, reflejando las preocupaciones de los poderes imperialistas
porque la caída de las dictaduras no llevara a la “ingobernabilidad”; es decir, a movimientos de masa que
profundizarán la lucha y transformarán el sistema social. Las ONG, a pesar de
su retórica democrática y de base, son jerárquicas, con el director que asume
el control total de los proyectos, las contrataciones y despidos, y la decisión
sobre el pago de boleto de avión para que miembros selectos de la organización
asistan a los congresos internacionales. Las “bases” son esencialmente los objetos de su jerarquía; raramente
ven el dinero que “su” ONG se embolsa;
tampoco viajan al extranjero; ni obtienen los salarios o compensaciones de sus
líderes “de base”. Más importante
aún: ninguna de estas decisiones es votada alguna vez. Cuando mucho, ya que se
han cocinado los acuerdos entre el director y los financiadores del extranjero,
los cuadros medios convocarán a una junta de los “activistas de base” de los pobres para que aprueben el proyecto.
En la mayoría de los casos, las ONG
ni siquiera son organizaciones de membresía, sino una elite autonombrada, que, bajo la pretensión de ser “personas que sirven como recurso” para los movimientos populares,
de hecho compiten con ellos y los debilitan.
En este sentido, las ONG
debilitan a la democracia al quitar los programas sociales y el debate público de las manos de la población local y
sus líderes naturales electos,
creando dependencia respecto a funcionarios extranjeros no electos y sus funcionarios locales ungidos.
Las ONG promueven un nuevo
tipo de colonialismo cultural y económico,
bajo el disfraz de un nuevo internacionalismo. Cientos de individuos se
sientan frente a poderosas
computadoras intercambiando entre sí manifiestos, propuestas e invitaciones a congresos
internacionales. Se reúnen luego en salas de
congresos bien amuebladas para discutir las luchas más recientes y los
ofrecimientos con su “base social” –los cuadros pagados–
quienes luego pasan las propuestas a
las “masas” a través de volantes y “boletines”. Cuando llegan los financiadores extranjeros, se les
lleva a “giras de exposición” para
mostrarles los proyectos en donde los
pobres se ayudan a sí mismos y hablar con
exitosos microempresarios, pero dejando de lado a la mayoría que fracasa el primer año.
No es difícil descifrar la
manera cómo funciona este nuevo colonialismo. Los proyectos se diseñan basados en guías y prioridades de los
centros imperiales y sus
instituciones. Luego se les “venden”
a las comunidades. La evaluación se
hace por y para las instituciones imperiales. Los cambios en las prioridades de financiamiento o las
malas evaluaciones tienen como consecuencia que se desechen los grupos, las
comunidades, los campesinos y las cooperativas.
Todos están cada vez más disciplinados para cumplir con las demandas de los donadores y sus evaluadores de
proyectos. Los directores de las ONG,
como los nuevos virreyes, supervisan y aseguran la conformidad con las metas, los valores y la ideología
de los donadores, al igual que el uso adecuado de los fondos.
La ideología de las
ONG frente a los movimientos sociopolíticos radicales
Las ONG enfatizan los proyectos, no los movimientos; “movilizan” a las personas para producir
en los márgenes, no para luchar por el control de los medios básicos de la
producción y la riqueza; se enfocan en los aspectos de la asistencia técnica
financiera de los proyectos, no en las condiciones estructurales que configuran
las vidas cotidianas de la gente. Las ONG cooptan el lenguaje de la izquierda: “poder popular”, “autodeterminación”, “igualdad
entre los géneros”, “desarrollo
sustentable”, “dirección desde abajo”,
etcétera. El problema es que este lenguaje está vinculado con un marco de
colaboración con los donadores y las agencias de gobierno que subordina la
actividad a la política de no confrontación. La naturaleza local de la
actividad de las ONG significa que la “autodeterminación”
nunca va más allá de influir pequeñas áreas de la vida social con recursos
limitados dentro de las condiciones permitidas por el Estado neoliberal y la
macroeconomía.
Las ONG y sus cuadros
profesionales compiten directamente con los movimientos sociopolíticos por la
influencia hacia los pobres, las mujeres, los racialmente excluidos, etcétera.
Su ideología y práctica alejan la atención de las causas y soluciones de la
pobreza (mirando hacia abajo y hacia adentro en vez de hacia arriba y hacia
afuera). Hablar de “microempresas” en
vez de la explotación de los bancos extranjeros, como soluciones a la pobreza,
es una acción basada en la falsa noción de que el problema es de iniciativa
individual más que de la transferencia del ingreso al extranjero. La “ayuda” de
las ONG afecta a pequeños sectores de la población, estableciendo competencia
entre comunidades por los recursos escasos y generando una distinción insidiosa
y rivalidades inter e intracomunitarias, minando así la solidaridad de clase. Lo
mismo es cierto entre los profesionistas: cada uno establece su ONG para
solicitar fondos del extranjero. Compiten presentando propuestas más cercanas a
los gustos de los donadores extranjeros a precios más bajos, mientras que
afirman hablar por más seguidores. El efecto neto es una proliferación de ONG
que fragmenta a las comunidades pobres en agrupaciones sectoriales y subsectoriales
incapaces de ver el panorama social más amplio que los aflige e incluso menos
capaces de unirse en una lucha en contra del sistema.
La experiencia reciente
demuestra también que los donadores extranjeros financian proyectos durante las
“crisis” y los desafíos políticos y
sociales al statu quo. Una vez que
los movimientos se han debilitado cambian su financiamiento a la “colaboración” entre ONG y el régimen,
ajustando los proyectos de ONG a la agenda neoliberal. El desarrollo económico
compatible con el “libre mercado”, en
vez de la organización social para el cambio social, se convierte en el elemento
dominante de la agenda de financiamiento.
La estructura y naturaleza
de las ONG con su postura “apolítica”
y su enfoque en la autoayuda despolitiza y desmoviliza a los pobres. Refuerza
los procesos electorales estimulados por los partidos neoliberales y los medios
de comunicación. Los temas de la educación política acerca de la naturaleza del
imperialismo, la base de clase del neoliberalismo, la lucha de clases entre exportadores
y trabajadores temporales, son evitados. En cambio, las ONG discuten a “los excluidos”, los “impotentes”, la “extrema pobreza”, la “discriminación
de género o racial”, sin moverse más allá del síntoma superficial y confrontar
el sistema social que produce estas condiciones. Al incorporar a los pobres en
la economía neoliberal únicamente a través de la “acción voluntaria privada”, las ONG crean un mundo político en el
que la apariencia de solidaridad y de acción social genera una conformidad
conservadora con la estructura internacional y nacional del poder.
No es coincidencia que a
medida que las ONG se han tornado dominantes en ciertas regiones, haya bajado
la acción política de clase independiente, y que el neoliberalismo siga sin
oposición. El caso es que el crecimiento de las ONG coincide con un creciente
financiamiento del neoliberalismo y una profundización de la pobreza en todas
partes. A pesar de sus declaraciones de muchos éxitos locales, el poder general
del neoliberalismo permanece incontestado y las ONG cada vez buscan más nichos
en los intersticios del poder.
El problema de formular
alternativas se ha limitado de otra forma. Muchos de los antiguos líderes de la
guerrilla y los movimientos sociales, de los sindicatos y de las organizaciones
populares de mujeres, han sido cooptados por las ONG. La oferta es tentadora:
un pago mayor (ocasionalmente en divisa dura), prestigio y reconocimiento por
los donadores extranjeros, congresos y redes en el extranjero, personal de
oficina y relativa seguridad frente a la represión.
En contraste, los
movimientos sociopolíticos ofrecen pocos beneficios materiales pero un mayor
respeto e independencia y, más importante, la libertad para desafiar al sistema
político y económico. Las ONG y los bancos extranjeros que las apoyan (el Banco
Interamericano, The Asian Bank, el Banco Mundial) publican boletines
presentando historias de éxito de microempresas y otros proyectos de autoayuda
–sin mencionar las altas tasas de fracaso a medida que disminuye el consumo
popular–, las importaciones a precios bajos que inundan el mercado y las tasas
de interés que se disparan como en el caso de Brasil e Indonesia.
Incluso los “éxitos” afectan sólo a una pequeña
fracción del total de los pobres y son éxitos sólo al grado en el que otros no pueden
entrar al mismo mercado. Sin embargo, el valor que se le concede a la propaganda
del éxito microempresarial individual es importante para apoyar la noción de
que el neoliberalismo es un fenómeno popular. Las frecuentes revueltas de masa
que tienen lugar en las regiones de promoción de la microempresa sugieren que
la ideología no es hegemónica y que las ONG aún no han desplazado a los
movimientos de clase independientes.
La ideología de las ONG
depende fuertemente de una política esencialista de la identidad, que se
compromete en una polémica bastante deshonesta con los movimientos radicales
basados en el análisis de clase. Comienzan desde la falsa suposición de que el
análisis de clase es “reduccionista”,
pasando por alto los extensos debates y discusiones dentro del marxismo sobre
los temas de la raza, la etnicidad y la igualdad de géneros, y evitando la
crítica más seria de que las identidades mismas están divididas clara y
profundamente por las diferencias de clase. Tómense por ejemplo a las
feministas chilenas o hindúes que viven en un cómodo suburbio con un salario
que es 15 o 20 veces mayor que el de su servidumbre doméstica que trabaja seis
días a la semana. Las diferencias de clase dentro de los géneros determinan la
vivienda, los niveles de vida, las oportunidades educativas y la apropiación del
excedente. Aun así, la gran mayoría de las ONG opera con base en la política de
identidad y argumenta que éste es el punto fundamental de partida para la nueva
(posmoderna) política.
La política de la
identidad no desafía el mundo dominado por la elite masculina del FMI, las
corporaciones multinacionales y los terratenientes locales. En cambio, se
centra en el “patriarcado” hogareño,
la violencia intrafamiliar, el divorcio, la planeación familiar, etcétera. En
otras palabras, lucha por la igualdad de géneros dentro del micromundo de los
pueblos explotados, en donde el trabajador o campesino pobre explotado y
empobrecido surge como el principal villano. Aun cuando nadie debe apoyar la explotación
o la discriminación de género en ningún nivel, las ONG feministas hacen un
flaco favor al trabajo de las mujeres al subordinarlas a una mayor explotación
en las maquiladoras que benefician a los hombres y mujeres de clase alta, a los
terratenientes masculinos y femeninos que cobran la renta de la tierra y a los
directivos empresariales de ambos sexos. La razón por la que las ONG feministas
ignoran el “cuadro grande” y se centran en los temas locales y la política
personal es porque miles de millones de dólares fluyen anualmente en esa
dirección. Si las ONG feministas comenzaran a participar en las ocupaciones de
tierra con los trabajadores, hombres y mujeres, que carecen de tierras, en
Brasil, Indonesia, Tailandia o Filipinas, si se unieran a las huelgas generales
de, principalmente, las maestras de escuelas rurales mal pagadas en contra de
las políticas de ajuste estructural, la fuente de recursos de las ONG se cerraría,
por parte de sus donadores imperiales. Mejor atacar al patriarca local mientras
apenas se subsiste en un pueblo aislado de Luzón.
Solidaridad de clase y
solidaridad de las ONG con los donadores extranjeros
Se ha abusado de la palabra “solidaridad” hasta el punto de que en muchos contextos ha perdido
su significado. El término “solidaridad”
para las ONG incluye la ayuda extranjera canalizada a cualquier grupo que haya
sido designado como “empobrecido”. A
la “investigación” o la “educación popular” de los pobres se le
designa “solidaridad”. De muchas formas, las estructuras jerárquicas y las
formas de transmisión de la “ayuda” y
el “entrenamiento” se asemejan a la
caridad del siglo XIX y los promotores no son muy distintos de los misioneros cristianos.
Las ONG enfatizan la “autoayuda” atacando el “paternalismo y la dependencia” del
Estado. En esta competencia entre ONG por capturar las víctimas de los
neoliberales, éstas reciben importantes subsidios de sus contrapartes en Europa
y Estados Unidos. La ideología de la autoayuda enfatiza el reemplazo de los
empleados públicos por voluntarios y por profesionistas de movilidad ascendente
contratados a tiempo limitado. La filosofía básica de la visión de las ONG es transformar
la “solidaridad” en colaboración con
y subordinación a la macroeconomía del neoliberalismo centrando la atención “fuera” de los recursos del Estado, de
las clases ricas y hacia la “autoexplotación
del pobre”. Los pobres no necesitan hacerse virtuosos inducidos por la ONG
a cambio de lo que el Estado les obliga a hacer.
El concepto marxista de
solidaridad enfatiza en contraste la solidaridad de clase “dentro” de la clase, la solidaridad de los grupos oprimidos
(mujeres y razas) “en contra” de sus
explotadores extranjeros y nacionales. El foco principal no está en las
donaciones que dividen a las clases y pacifican a pequeños grupos por un
periodo limitado. El foco del concepto marxista de solidaridad está en la “acción común” de los “mismos miembros” de la clase que “comparten aprietos económicos comunes”
al luchar por el mejoramiento “colectivo”.
Ello implica que los
intelectuales que escriben y hablan en favor de los movimientos sociales en
lucha, estén comprometidos a compartir las mismas consecuencias políticas. El
concepto de solidaridad está vinculado con los intelectuales “orgánicos” que básicamente son parte
del movimiento, es decir, son personas que proporcionan análisis y educación
para la lucha de clase pero que toman el mismo riesgo político en la acción directa.
En contraste, los agentes de las ONG están incorporados en el mundo de las
instituciones, los seminarios académicos, las fundaciones extranjeras, los
congresos internacionales hablando un
lenguaje entendido sólo por aquellos “iniciados” en el culto subjetivista de
las identidades esencialistas. Los marxistas ven a la solidaridad como el acto
de compartir los riesgos con los movimientos, no como ser puramente comentaristas
externos que plantean preguntas sin defender cosa alguna. Para los agentes de
las ONG, el principal objeto es “obtener”
el financiamiento extranjero para el “proyecto”.
El tema principal para el marxista es el “proceso”
de lucha política y la educación al asegurar la transformación social. El
movimiento era todo, el objetivo era importante: fortalecer la conciencia en
favor del cambio social; construir el poder político para transformar la
condición general de la gran mayoría. La “solidaridad”
para los agentes de las ONG está divorciada del objeto general de la liberación;
es simplemente una manera de conjuntar a las personas para asistir a un seminario
de reentrenamiento en el trabajo, para construir una letrina. Para los marxistas,
la solidaridad de una lucha colectiva contiene las semillas de la sociedad
colectivista democrática del futuro.
La visión más amplia, o su
ausencia, es lo que da a las diferentes concepciones de solidaridad su
significado diferente.
Lucha de clases y
cooperación
Los agentes de las ONG con frecuencia escriben de “cooperación” de todos, cercanos y
lejanos, sin entrar a profundidad en el precio y las condiciones para asegurar
la cooperación de los regímenes neoliberales y las agencias extranjeras de
financiamiento. La lucha de clases es considerada como un atavismo hacia un
pasado que ya no existe. Hoy se nos dice que “los pobres” tienen la intención de construir una nueva vida. Están
hartos de la política, las ideologías y los políticos tradicionales. Hasta ahí
muy bien. El problema es que las ONG no son tan abiertas para describir su
papel como mediadoras e intermediarias, al lanzar fondos al extranjero. La
concentración del ingreso y el crecimiento de las desigualdades son mayores que
nunca, tras una década de predicar la cooperación, las microempresas y la
autoayuda. Actualmente, instituciones como el Banco Mundial, financian a las
empresas agrícolas de exportación que explotan y envenenan a millones de
trabajadores del campo, mientras que proporciona fondos para financiar
microproyectos. El papel de las ONG en los microproyectos es neutralizar la
oposición política en la base mientras que el neoliberalismo es promovido en la
cima. La ideología de la cooperación vincula al pobre a través de ONG con los neoliberales
en la cima.
Intelectualmente, las ONG
son la policía intelectual que define la “investigación
aceptable”, distribuye los fondos de investigación y filtra tópicos y
perspectivas que proyecten una perspectiva de análisis y lucha de clase. Los
marxistas son excluidos de los congresos y estigmatizados como “ideólogos”, mientras que las ONG se
presentan a sí mismas como “científicos
sociales”. El control de la moda intelectual, las publicaciones, los
congresos, el financiamiento a la investigación provee a los posmarxistas de
una importante base de poder, pero en última instancia los hace dependientes de
evitar el conflicto con sus patrocinadores externos.
Los intelectuales
marxistas críticos tienen su fortaleza en el hecho de que sus ideas resuenan con
las realidades sociales cambiantes. La polarización de clase y las
confrontaciones violentas están aumentando, como predicen sus teorías. Desde
esta perspectiva, los marxistas son tácticamente débiles y estratégicamente
fuertes frente a las ONG.
ONG alternativas
Se podría argumentar que hay una gran variedad de tipos de ONG
y que muchas sí critican y se organizan en contra de las políticas de ajuste,
el FMI, los pagos de deuda, etcétera, y que sería injusto meter a todas en el
mismo saco.
Hay un asomo de verdad en
ello, pero esta posición oculta un asunto más fundamental. La mayoría de los
líderes campesinos de Asia y América Latina, con quienes hemos hablado, se
quejan amargamente del papel atomizador y elitista que juegan incluso las ONG
más progresistas: las ONG quieren subordinar a los líderes campesinos a sus
organizaciones, quieren conducir y hablar “por”
el pobre. No aceptan papeles subordinados. Las ONG progresistas utilizan a los
campesinos y a los pobres para sus proyectos de investigación; se benefician de
la publicación. Nada regresa a los movimientos, ¡ni siquiera copias de los
estudios hechos en su nombre! Además, los líderes campesinos se preguntan: ¿por
qué las ONG nunca arriesgan el cuello después de sus seminarios educativos?,
¿por qué no estudian a los ricos y poderosos?, ¿por qué a nosotros?
Aun concediendo que dentro
de las “ONG progresistas” hay
minorías que funcionan como personas “recurso”
para los movimientos sociopolíticos radicales, el hecho es que la gente recibe
una porción mínima de los fondos que van a las ONG. Además, la gran masa de las
ONG se ajusta a la descripción esbozada antes y queda a las pocas excepciones
probar ser diferentes: un gran paso hacia adelante para las “ONG progresistas” consiste en criticar
sistemáticamente y cuestionar los lazos de sus colegas de las ONG con el
imperialismo y sus clientes locales, su ideología de adaptación al neoliberalismo
y sus estructuras autoritarias y elitistas. Entonces sería útil para ellas
decir a sus contrapartes de las ONG occidentales que se salieran de las redes
de las fundaciones y gobiernos y regresaran a la organización y la educación de
su propia gente en Europa y América del Norte para formar movimientos
sociopolíticos que puedan desafiar a los regímenes y partidos dominantes que
sirven a los bancos y a las TNC.
En otras palabras, las ONG
deben dejar de ser ONG y convertirse en miembros de movimientos sociopolíticos.
Ésa es la mejor manera de evitar que se les confunda con las decenas de miles
de ONG que se alimentan en el pesebre de sus donadores.
Conclusión: hacia una
teoría de las ONG
En términos de la estructura social, la proliferación y
expansión de las ONG refleja la emergencia de una nueva pequeña burguesía
distinta de la que componían los “antiguos”
contadores, profesionistas libres, al igual que distinta de los “nuevos” grupos de empleados públicos.
Este sector subcontratado está más cerca de la burguesía previa, del tipo del “comprador”, en la medida en la que no
produce mercancías tangibles, pero sirve para vincular a los empresarios imperiales
con los pequeños productores de mercancías involucrados en las microempresas.
Esta nueva pequeña
burguesía, cuando menos en su “variante
de mediana edad”, está marcada por el hecho de que muchos son ex marxistas
y aportan una “retórica popular” y en algunos casos una concepción “vanguardista” a sus organizaciones.
Situada sin propiedad o una posición fija en el aparato de Estado, depende fuertemente de las agencias de
financiamiento externo para
reproducirse. Dada su membresía popular, sin embargo, tiene que combinar un llamado antimarxista y
antiestatista con la retórica populista, de
ahí la mezcla de las nociones de una tercera vía y la sociedad civil, que
son lo suficientemente ambiguas para cubrir ambas bases. Esta nueva pequeña burguesía frecuenta las reuniones
internacionales como el principal soporte
de su existencia, al carecer de un apoyo orgánico sólido dentro de su país.
La retórica “globalista” le
proporciona una cubierta para una especie de “internacionalismo” sustituto carente de compromisos
antiimperialistas. En pocas palabras,
esta nueva pequeña burguesía forma el “ala
radical”… del establishment neoliberal.
Políticamente, las ONG se ajustan
al nuevo pensamiento de las estrategias imperialistas.
Mientras que el FMI, el Banco Mundial y las TNC trabajan con las elites nacionales en la cima para
saquear la economía, las ONG se comprometen
en una actividad complementaria en la base para neutralizar y fragmentar el descontento creciente que se da como
consecuencia del saqueo de la economía.
Así como el imperialismo
se involucra en una estrategia bífida macro-micro de explotación y control, los movimientos radicales deben
desarrollar una estrategia bífida
antiimperialista.
Las ONG han cooptado a la
mayor parte de los que solían ser los intelectuales públicos “en libre
flotación” que abandonarían sus orígenes de clase y se unirían a los movimientos populares. La consecuencia es un
abismo temporal entre las profundas
crisis del capitalismo (depresiones en Asia y América Latina, colapso en la ex URSS) y la ausencia de movimientos
revolucionarios organizados
significativos (con la excepción de Brasil, Colombia y quizá Corea del Sur). La pregunta fundamental es si
puede surgir una nueva generación de intelectuales
orgánicos de los movimientos sociales radicales, que puedan evitar la tentación de las ONG y convertirse en miembros
integrales de la siguiente ola
revolucionaria.
ENTREVISTA A
JAMES PETRAS, SOCIÓLOGO ESTADOUNIDENSE
«No hay que despreciar la lógica de partir de las luchas
sociales cotidianas hacia las luchas por el poder político»
James Petras, conocido intelectual de izquierda, advierte del
papel que desempeñan algunas ONG como brazos del poder internacional en la
fractura de luchas populares reivindicativas. Según él, para combatir
verdaderamente las fuentes de las desigualdades y la pobreza, estas
organizaciones deberían actuar al amparo de movimientos sociales. Las luchas
políticas desde abajo deben apuntar a cambios radicales en la estructura de
poder, lo cual indica que las medidas de bienestar conseguidas por medio de la
reivindicación representan sólo un paso en el proceso para alcanzar la
verdadera transformación social.
«Hay que poner las botas
en el barro y matar mosquitos para ser una ONG solidaria», subraya en un castellano
de marcado acento estadounidense James Petras, uno de los intelectuales de
izquierda más críticos del siglo XX. Petras, quien actualmente trabaja como
profesor en la Universidad de Binghamton (Nueva York), acusa a muchas ONG de
ser brazos de los poderes internacionales que buscan despolitizar los
conflictos de clase y estrangular el germen de la organización social en las
bases a fuerza de apoyar las políticas asistencialistas y la filosofía de la
microempresa.
Como sociólogo ha
estudiado en profundidad el efecto de las políticas neoliberales
estadounidenses en Latinoamérica, África y Asia. El resultado de ese estudio
fundamenta sus duras críticas al imperialismo de su país y alienta aún más su
actitud de izquierda militante. Coherente con sus ideas políticas a favor de la
lucha de clases, opta por la desobediencia intelectual y se muestra
intransigente con los compañeros que abandonaron esta senda en los años 80.
Asimismo, enfadado con el papel «nefasto»
de la centro izquierda actual —que promete una cosa y practica luego una
política continuista, según él—, apuesta decididamente por los nuevos
movimientos sociales. De hecho, participa activamente en algunos de ellos.
En palabras de Petras,
estas manifestaciones populares encuentran su fuente de energía en el desengaño
que genera la «traición» de los
políticos en los ciudadanos. Y lo ilustra con estas palabras: «cuando el camino electoral no se
corresponde con sus expectativas, la gente vuelve a actuar dentro de lo que
pueden controlar: los movimientos sociales». Por tanto, para este teórico y
activista, los movimientos sociales actúan como vías para que la sociedad
canalice y reivindique sus necesidades. Así, la organización desde abajo, la
acción entre personas para resolver problemas comunes, constituye el primer
paso de una lucha por cambiar radicalmente la actual estructura del poder
capitalista.
EMPRESARIOS DE LA POBREZA
¿Hay que mirar el auge de
las ONG como una revitalización de la sociedad civil?
Hay que ponerlo en la situación contraria. Muchas ONG son
realmente brazos de gobiernos que reciben su financiamiento de los estados y de
instituciones como el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo y de
fundaciones como Ford, que tienen vínculos con los grupos de poder. Lo mismo
ocurre en los países donde las ONG están ubicadas, donde se da una cadena de
vínculos entre ellas y los ministerios. Llamar a este auge una revitalización
de la sociedad civil es olvidarse de estas fuentes de financiamiento y de los
vínculos que tejen con las clases dominantes fuera y dentro del país. Por otra
parte, muchas ONG no tiene afiliaciones: son un grupo con oficinas y de jefes
con buen salario que reciben de esas instituciones mucho más que los dirigentes
de movimientos sociales.
¿Y cómo debe interpretarse
entonces el voluntariado?
Hay varios tipos de voluntariados. Por un lado, están quienes
participan en movimientos de lucha contra el capitalismo y el imperialismo, que
tienen un papel positivo. Por otro, están los jóvenes que buscan enchufes para
conseguir un puesto en una ONG, que trabajan allí como interinos para adquirir
experiencia y que luego entran en la cadena. Como sea, el término «voluntariado» incluye muchos grupos
poco políticos y sociales y mucho más asistencialistas. Recordemos que el
voluntariado empezó con los misioneros y con la clase acomodada que buscaba a
partir de la caridad salvar su conciencia y evitar la radicalización del
pueblo. Por todo ello, al analizar el papel del voluntariado y de las ONG debe
clarificarse respecto de cada caso el contenido específico de clase, la
orientación política y social, los vínculos con los movimientos de lucha, la
contradicción entre el paternalismo y la aceptación de un papel subordinado a
los líderes naturales que encabezan los grandes movimientos de la lucha de
clases.
¿Por qué estas
organizaciones gozan entonces de aceptación social?
Eso es incorrecto. Despiertan diversas actitudes dependiendo
de la ONG que se trate y del grado en que están dispuestas a aceptar un papel
subordinado a los líderes naturales. Yo encontré entre los Sin Tierras
(Brasil), en la Federación Nacional de Campesinos y en muchas otras
organizaciones hostilidad hacia las ONG. Según ellos, estas organizaciones
intentan dividir a los movimientos, cooptar líderes y establecer actividades
con poco contenido político (más asistencialistas y subordinadas a las
políticas de las instituciones europeas y estadounidenses que las financian).
No es cierto entonces que las ONG reciban siempre una buena acogida; muchas
veces sencillamente es que ellas tienen recursos y las comunidades pobres las
aceptan para poder recibir algún beneficio... Porque ¿dónde están las ONG
cuando hay confrontaciones, cuando, por ejemplo, los maestros rurales ocupan
terrenos? Entonces ellas se muestran indiferentes e incluso hostiles. Hay casos
en Brasil de ONG feministas que no aceptan que en el Frente Unido haya
movimientos de mujeres sin tierra. Alguna minoría de ONG pobres, que actúan en
solidaridad con los movimientos sociales y que ocupan un papel secundario, sí
tienen buena acogida. De todos modos, éstas suelen contar con escasos recursos
y por ello sus acciones tienen un menor impacto. Los misioneros católicos y
protestantes también son recibidos en comunidades perdidas como un aporte
porque prestan ayuda médica… Eso sí, a cambio los sacerdotes ejercen de
instrumentos de control, de limitación de la acción, de elementos que oscurecen
la conciencia de clase.
Pese a todo, da la
impresión de que las sociedades ricas tienen una imagen de las ONG como brazos
solidarios hacia el tercer mundo y los desfavorecidos en general, ¿no?
Las sociedades europea y estadounidenses están divididas.
Algunos sectores progresistas tienen una buena imagen de ellas porque las
encuentran en protestas en el norte. Sin embargo, quienes tienen más
experiencia en los países dominados entienden que las ONG, en el mejor de los
casos, desempeñan un papel ambiguo, cuando no muy negativo. ¿Qué criterios
siguen quienes las critican? Por ejemplo, las actividades que las ONG promueven
y la organización vertical en que se estructuran a partir de las fuentes de
financiamiento que las sustentan. Muestra de esto último es que los jefes
locales de las ONG no responden a ninguna comunidad, que nunca participan en
debates asamblearios, que no son elegidos por las comunidades donde supuestamente
trabajan o que utilizan a los pobres como fuente para conseguir financiamiento
de los visitantes de países ricos. De hecho, para conseguir contratos muestran
a los ricos clases de educación popular, alguna máquina de coser, alguna
clínica... En verdad, no son ONG sino empresarios de la pobreza.
DESPOLITIZACIÓN DE LA LUCHA DE CLASES
Usted señaló en alguna oportunidad que las ONG «movilizan»
a la gente para producir en los márgenes y no para luchar por el control de los
medios básicos de producción y riqueza. ¿Ésta es una de la consecuencia
política de la actuación de ciertas ONG que, sin embargo, se definen como
apolíticas?
No son apolíticas. Todas tienen una agenda de microdesarrollo,
proyectos de microempresa. Se trata de una política ultrareformista disfrazada
de acción social, una agenda política que implica no actuar sobre la estructura
de poder, no insertarse en la lucha de clases, sino otra forma de hacer
política que consiste en la búsqueda de la colaboración de clases. ¿Dónde está
el poder en los países? En el Estado y en los grupos dominantes nacionales e
internacionales que lo manejan. Se trata del lugar de conflicto que dispone de
mayores recursos y que actúa de intermediario entre el mundo, los poderes
imperiales, el mercado global y las comunidades. Para logra cambios
estructurales el pueblo debe conseguir esos recursos, los ingresos que recibe
el Estado, y redistribuirlos según criterios de clase. Y no admitir la
autoexplotación de los pobres para conseguir una casa o una clínica —la autoayuda
de la que tanto hablan las ONG—, mientras los ejecutivos de estas
organizaciones no gubernamentales reciben enormes salarios: conozco algunas
ONG, que no son las más grandes, donde los directores reciben entre 30 y 100
mil dólares por año. Las grandes coordinadoras de las ONG, como las que están
en Barcelona, tienen palacios, centros con bibliotecas, reciben dineros de
ministerios de defensa y son centros de penetración y difusión de ideología
hegemónicas.
Sin embargo, cuando uno
escucha a muchas ONG nota en sus posturas y discursos valores de izquierdas.
¿Se contradice esto con el papel que según usted estas organizaciones desempeñan
en la práctica?
Eso se debe a que muchos ex izquierdistas han tomado el camino
de las ONG, porque la lucha de clase, sindical y política no paga bien; es un
trabajo duro y peligroso. Muchos se pasan a las ONG porque éstas les ofrecen
salarios en monedas fuertes y porque les permiten viajar, adquirir jerarquía
social, figurar en los diarios y revistas, hablar con gente importante… Pero
sobre todo porque así salen de la marginalidad y se transforman en pequeños
burgueses ejemplares, incluso con aspiraciones de entrar en los ministerios de
desarrollo o de bienestar social cuando asume algún gobierno de centro
izquierda, y así convertirse en funcionarios permanentes con un buen salario,
pensión jubilatoria, vacaciones y todo lo demás. En realidad, muchos
integrantes de las ONG son ex comunistas, ex socialistas y ex dirigentes
populares, que sufrían con el pueblo y que estaban sometidos por las asambleas.
Ahora, sin embargo, son jefes, les gusta tener secretaria, vehículos 4x4,
acceso a la tecnología y gozar de los privilegios que antes criticaban. La
mayoría de ellos rondan los 30, 40 años, tienen hijos en la escuela pública y
sus parejas están cansadas de soportarlos en el activismo político… Para ellos,
trazar un camino como el que he descrito, saben que les abrirá la puerta a lo
que desean: colegios privados para los hijos, comer fuera tres veces por semana
y pagarle a una mucama para que limpie la casa.
Sin duda, poder disfrutar de ese nivel de vida actúa como una poderosa
fuerza de atracción para quienes han pasado un tiempo en la lucha de clase y se
han cansado de ésta. Ahora todos estos ex izquierdistas prefieren integrar la
clase media y proyectar una imagen progresista.
No obstante, usted
indicaba que hay una porción minoritaria de ONG que cumplen un papel positivo y
cuyas acciones apuntan a las fuentes de las desigualdades. ¿Qué distingue a
unas ONG de otras?
La ideología. Algunas ONG sí entienden que la vanguardia de la
lucha son los movimientos de masa, que la forma de mejorar la vida parte de la
lucha de clases, o a favor de las etnias oprimidas. Son organizaciones que no
tratan de sustituir a los movimientos populares, sino que están dispuestas a
complementar las actividades, a ofrecer apoyo material y financiero —si es que
tienen algunos recursos, porque normalmente estos grupos, por su misma
política, no tienen mucho dinero— y también a asumir las responsabilidades que
el movimiento determine. Por ejemplo, muchos movimientos en los que participo
exigen una agenda de educación política y de economía política: los problemas
que plantea el imperialismo, comentarios sobre la competencia entre poderes,
incluso análisis críticos de las ONG. Las ONG realmente progresistas aceptan
preparar sus programas de educación y de formación según esas exigencias.
Además, y esto es fundamental, las ONG deben ir al campo, es decir, deben ser
ellos quienes acudan a los lugares donde reside el movimiento social; y no al
revés, como sucede muchas veces. No es un problema de distancia física, sino
una cuestión de la actitud que transmiten: nosotros somos los brillantes, los
iluminados y vosotros pobres debéis venir aquí y aprender y luego volver a
vuestra comunidad. Hay que poner las botas en el barro y matar mosquitos para
mostrarse como una ONG dispuesta a aportar solidaridad.
UN CONCEPTO CON CUERPO, NOMBRE Y APELLIDO
El poder está en el
Estado, manejado por partidos políticos que en general, sean de derecha o de
izquierda, aplican medidas neoliberales. Actualmente existe una gran distancia
entre esos partidos políticos y los ciudadanos, quienes parecen tener pocas
posibilidades de cambiar la agenda política ¿Dónde radica hoy la alternativa
para frenar a los intereses económicos?
Las luchas por el poder del Estado empiezan por luchas
cotidianas. Los movimientos de masa tienen una gran capacidad de acumular
fuerzas, una gran capacidad de pasar de un barrio a una comunidad, de una
comunidad a una red de comunidades. La situación actual de América Latina,
donde los gobiernos neoliberales han caído como moscas frente a la lucha de
rebeldía, es una prueba de ello. En Argentina, en 1991, tumbaron a un gobierno
elegido que estaba podrido; en Bolivia, dos; en Ecuador, tres o cuatro en los
últimos cinco años. Y en otras partes del mundo sucede algo parecido: en Corea
hay un movimiento sindical muy clasista, en el sur de África hay un movimiento
de Sin tierras que está exigiendo una reforma agrarias, en Irak se lucha contra
las privatizaciones… Hay expresiones de la capacidad de los movimientos
sociales para actuar y desafiar a los peores regímenes gubernamentales y las
medidas que producen. Entonces, no hay que despreciar la lógica de partir de las
luchas cotidianas económicas y sociales para llegar a las luchas por el poder
político.
¿El concepto movimiento
social no resulta abstracto a los oídos del hombre de a pie? ¿Cómo está
compuesto y de qué manera actúa un movimiento social para influir en el poder?
El movimiento social es algo muy conocido; la gente habla de
ellos, de la organización. Me refiero a analfabetos, gente con poca educación
formal pero que entiende, a partir de las discusiones entre sí, con los líderes
de familia y de barrio, qué es la acción colectiva. La solidaridad no es
abstracta; tiene cuerpo, nombre y apellido. Lo que sucede es que a la gente le
cuesta tiempo pasar del ámbito local al nacional. Sólo una minoría sirve de
puente entre el líder local y la masa local. No obstante, en momentos de lucha
la concienciación sobre los problemas aumenta y es cuando los movimientos se
enfrentan a las autoridades generales. Los movimientos de masa social actúan
sobre problemas sociales y económicos, luchas por la salud, el agua, el empleo,
las carreteras, la electricidad; aspectos todos vinculados con la organización
de la comunidad. En este sentido los movimientos son sociales. Pero después, a
medida que interviene el gobierno, para reprimir o apoyar jurídicamente el
desalojo a favor de los grandes especuladores y latifundistas, por ejemplo,
esos mismos movimientos actúan políticamente frente a la policía, los jueces y
los políticos corruptos. Todo esto implica un proceso de acumulación de
conocimiento a partir de experiencias y discusiones, y no a través de libros,
que resulta fundamental. Y subrayo esto último porque no se debe subestimar la
influencia propagandística que tienen los medios de comunicación de masa. Sólo
a través de la experiencia cotidiana, como se ha demostrado en América Latina,
se puede superar la influencia mediática. Si no, ¿cómo explicar tantas acciones
contra el sistema cuando los medios lo apoyan? Pues gracias a la experiencia
del día a día y a la educación oral entre grupos de personas de diferentes
niveles, más que la escrita, a los resultados de darle más importancia a hablar
con la gente que a la educación por escrito.
¿No corren el riesgo estos
movimientos de agotarse en un papel meramente reivindicativo frente a la
sordera de los gobernantes?
Mire, cuando es imposible conseguir cambios estructurales con
los partidos que, por ejemplo, prometieron una reforma agraria y no la cumplen:
¿qué es mejor: seguir este camino o volver a reivindicar las ocupaciones de
tierras por su cuenta? ¿Esperar a un gobierno que da enormes concesiones al
gran capital y que explota la mano de obra o luchar para mejorar los salarios?
Eso es lo que ha pasado en Argentina y lo que está pasando en Brasil: la gente
se está volcando a la lucha reivindicativa.
¿Los movimientos deben
apuntar como objetivo a restaurar las bases del estado de bienestar?
No es la solución definitiva, pero es un camino que abre y da
confianza a la gente de que tiene poder de mejorar su vida. El sistema de «buena educación y buena salud» es un
paso hacia cambios más profundos. Digo eso por el caso de Venezuela. El
gobierno de Chávez, más allá de su retórica y de sus expresiones exuberantes,
no ha tocado al gran capital bancario y a las grandes petroleras de Estados
Unidos. De hecho, las empresas españolas siguen funcionando sin problemas. Sin
embargo, el gobierno venezolano ha implementado programas de salud extensivos y
profundos, ha aumentado los programas educativos, ha subvencionado productos de
consumo y ha creado entre la gente un sentido de valor, de posibilidad de
mejora y de compromiso en los sectores más avanzados con las demandas de
autogestión e intervención de empresas en bancarrota. Hay una conciencia de
clase en sectores campesinos y operarios que no existía antes y, aunque no se
trata de un proceso general, sí es una expresión muy positiva. La revolución no
es un acto, es un proceso de concienciación y de formación de clase.
Quiere decir que el Estado
de bienestar es un requisito en la lucha...
Un gobierno de bienestar social necesita imponer impuestos
progresistas para financiar el mejoramiento de salud, pensiones, educación
gratuita… La política de redistribución implica tocar la riqueza de los
capitalistas: impuestos sobre las ganancias, la propiedad, el lujo. En el grado
que se debilita la acumulación de riqueza empieza a debilitarse la capacidad de
los capitalistas de comprar votos y de financiar campañas, y también se crean
instituciones sociales con contenido popular capaces de aumentar su peso en la
política económica. Detrás de estas medidas de bienestar hay movimientos
sindicales, movimientos de masa, desocupados, que son las fuerzas motoras de
este proceso y que no deben congelarse en el Estado de bienestar, sino verlo
como un momento en la lucha para extender el poder popular sobre el Estado y
crear el suyo propio.
Ante las desigualdades
cada vez más patentes, hoy se debate la caída del Estado de bienestar en los
países del primer mundo. ¿Qué pasó, no logró expandir el poder?
El Estado de bienestar social tenía su propia burocracia e
instituciones que querían congelar el proceso en una fase muy limitada. Por eso
digo que la fuerza dinámica son los movimientos, los sindicatos y los pobres
urbanos y jornaleros que exigen, no simples reformas sino cambios radicales que
forman parte del proceso de transformación social. Para los revolucionarios,
las medidas de bienestar social son parte de un programa de transición a la
transformación. Sus luchas sirven para mejora la vida, pero también para educar
a la gente a cambiar la estructura de propiedad y gestión de gobiernos.
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