Luis González Plascencia
Animal Político
20.04.2016
En las últimas semanas ha sido notable la polémica que ha
suscitado la modificación al programa Hoy
No Circula en la CDMX. En diversas sobremesas me ha tocado escuchar toda
clase de argumentos, la mayoría adversos a la idea de que se implementen las
medidas destinadas a extender la prohibición de circulación a los automóviles
que obtuvieron y han mantenido los hologramas cero y doble cero.
Incluso algunos WhatsApp han atribuido a personajes como
Sergio Sarmiento el llamado a la desobediencia
civil, como un mecanismo para reaccionar contra lo que, dicen que él dice,
constituye un traslado de costos hacia la
ciudadanía ocasionado por la incompetencia de las autoridades. Según este
argumento, circular a pesar de la prohibición, aunque implicaría que algunos
automovilistas fueran multados pero ante la imposibilidad de multarlos a todos,
redundaría en la necesidad de que, tarde o temprano, las autoridades echaran
atrás el programa.
Razones les sobran a las
personas que comparten esta posición. En fila de un supermercado escuché a una
señora increpar a su hija adolescente, quien al parecer estaba a favor de que
los autos no circularan todos los días, diciéndole que los aviones contaminan más y
que dejar de circular no sería una solución hasta que el aeropuerto estuviera
lejos de la ciudad. En otros espacios he leído y escuchado a ciudadanos
decir que mientras el transporte público
no mejore, la autoridad no tiene argumentos para prohibir el uso del propio
automóvil. También hay quien ha argumentado que los camiones de servicio, los trailers, los taxis y los coches
utilitarios deberían ser los primeros en dejar de circular, antes de
prohibírselo a los autos particulares.
Todas y todos sabemos que,
con todo y lo que otros contaminen, nuestros autos también emiten gases tóxicos
y que, sin importar si lo hacen más o menos que los demás vehículos o las
fábricas, un auto más circulando es un aporte extra a la situación de
contaminación.
Por ello, de todo este
asunto me sorprende la facilidad con la que el debate se orienta hacia la
defensa de los intereses particulares cuando éstos se ven afectados por una
decisión que indubitablemente tiene una repercusión en el bien público. Esa
indignación no despierta cuando los afectados son otros —los desaparecidos, las
jóvenes violadas, los ataques contra defensores de derechos humanos— sino
cuando lo que se ve afectada es una prerrogativa particular.
También me sorprende el
déficit de altruismo que representa una actitud en la que, no importa si uno
mismo contamina o no, porque como al final otros
contaminan más, ese hecho parece asumirse como un argumento de legitimación
que justifica incluso desobedecer la ley con tal de no ceder en lo que algunos
consideran podría ser el derecho a usar su propio auto. De uno y otro lado
destaca el carácter profundamente egoísta de nuestra ciudadanía.
Seguramente es cierto que
al programa Hoy No Circula debieron
acompañarle múltiples otras políticas de movilidad, entre las cuales está el
incremento y mejoramiento del transporte público, la promoción de autos
eléctricos e híbridos para ofrecer el servicio de taxi, la reducción del
espacio de rodamiento para vehículos automotores privados, el incremento de
tarifas de estacionamiento, una mejor infraestructura para el uso de las
bicicletas, más espacio peatonal, en general una mejor cultura vial; todo eso
debió impulsarse desde los noventa y seguramente para este inicio de siglo nos
habríamos olvidado de la contingencia.
No obstante, no fue así, y
todo parece indicar que la contaminación nos seguirá acompañando hasta que por
fin se tomen las medidas necesarias.
Quizá precisamente porque
la autoridad no ha sabido qué hacer, a las y los ciudadanos toca hacer lo que
está en sus manos para, por lo menos, no ser parte del problema. En lugar de
llamar por un fin tan egoísta a la desobediencia civil —si de verdad queremos
hacer desobediencia civil sobran motivos de mucha mayor importancia como los
que mencioné antes—, hagamos algo que contribuya de verdad con la solución al
problema.
En lo personal, creo que
planear mejor el tiempo y decidirse a usar, según las capacidades de cada
quien, el transporte público, la bicicleta y hasta pagar un poco más por el Uber, a pesar de las molestias que ello
nos pueda suponer, implica un costo menor que todas y todos deberíamos estar
dispuestos a pagar para sanear el ambiente y para agilizar el tráfico en
nuestra ciudad. Se trata de sacrificar algo de la comodidad individual por el
beneficio común.
Yo hace días que tomé la
decisión de dejar en casa el coche, no uno o dos días, sino todos los días y
por cierto, me siento ahora con mucha más autoridad moral para criticar la
ineficiencia gubernamental en el tema, y a los miles que se niegan a dejar la
comodidad de sus propios vehículos.
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