por Raúl Zibechi
Red Latina sin fronteras
La Jornada.
17 de septiembre de 2016
La táctica ‘black bloc’, acordemos o no con ella,
nos plantea un dilema: ¿aceptamos, sin más, el monopolio estatal de
la violencia?
En las últimas semanas hemos asistido a un debate a raíz de la actividad
black bloc en Brasil, que involucró a
dirigentes de movimientos sociales y colectivos de militantes. La táctica black bloc (destrucción de vidrios y
escaparates de bancos y empresas privadas por jóvenes encapuchados durante las
manifestaciones) ha sido habitual en Chile y en Uruguay, entre otros, y se instaló
en Brasil en junio de 2013, reapareciendo con fuerza en las manifestaciones
contra el gobierno ilegítimo de Michel Temer.
Desde que aparecieron las tácticas black
bloc se generó una polémica en las organizaciones sociales sobre la
pertinencia de esas acciones. Algunos sostienen que son negativas, porque dan
argumentos a la policía para reprimir y de ese modo alejan y atemorizan a los
manifestantes reales o potenciales. Otros destacan que se trata de violencia
simbólica contra grandes empresas y representaciones del sistema, que tiene
efectos disuasorios sobre la represión. Los partidos electorales suelen
condenarlas de forma tajante.
En Brasil la polémica incluyó a uno de los más destacados referentes de
los movimientos más combativos, como Guilherme Boulos, coordinador del
Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST). Un día antes de la mayor marcha
contra el gobierno, Boulos aseguró que en
nuestras manifestaciones no hay espacio para esas prácticas, y dijo que no
debían participar en la movilización del domingo 4 (goo.gl/GUDSMi). Fue
duramente criticado por defender la criminalización de quienes emplean la
táctica black bloc.
Poco después Boulos publicó una nota en su blog, en la que explica: discrepo con la táctica porque aparta
personas de las movilizaciones y toman decisiones aisladas, pero nos afectan a
todos. Rechaza la acusación de criminalizar la táctica y recuerda que el
MTST ha sido duramente criminalizado por practicar la acción directa,
destacando que el movimiento tiene militantes presos y con procesos en curso
(goo.gl/zxqzST).
En la manifestación del domingo 4 en Sao Paulo participaron unas 100 mil
personas. Los organizadores, la alianza Povo Sem Medo, donde el MTST juega un
papel preponderante junto con unos 30 movimientos y organizaciones sociales y
política, y el Frente Brasil Popular, hegemonizado por el PT y la central
sindical CUT, se dirigieron a los encapuchados para que descubrieran sus
rostros o abandonaran la marcha. No se registró ningún incidente. Sin embargo,
cuando los manifestantes se dispersaban la policía militar los atacó y detuvo a
26 jóvenes, porque “pretendían”
practicar actos de violencia.
En esta ocasión no hubo la menor provocación black bloc, pero la represión fue igualmente implacable. La
polémica sigue su curso, con argumentos que van desde el cuestionamiento a la
violencia hasta la conveniencia de su empleo cuando participan familias con
niños en las manifestaciones, incluyendo la suposición de que siempre la usan
infiltrados para provocar la represión policial. Parecen necesarias algunas
consideraciones.
La primera es que al tratarse de una táctica no es buena ni mala en
abstracto, sino que puede ser conveniente, o no, según las circunstancias. No
estamos ante una cuestión de principios. Es necesario comprender que no todos
los que se cubren el rostro son adeptos de la táctica black bloc, que no forman una organización ni son necesariamente
anarquistas, ni usan la táctica siempre y en todo lugar. Quienes la utilizan
hoy pueden no hacerlo mañana, y viceversa
La segunda es que quienes emplean la táctica black bloc son jóvenes radicales, anticapitalistas, que rechazan el
sistema económico y la represión policial. En contra de los prejuicios
existentes, no pertenecen a las clases medias acomodadas; viven en las periferias,
estudian y trabajan desde muy jóvenes. Por lo que conozco en Uruguay, por los
datos que aportan desde Chile y por la investigación de los autores de Mascarados (Geração Editorial, 2014), se
trata de personas en torno a 20 años, muchas de ellas mujeres, que sufren la
persecución policial en sus barrios. Aunque son pocos, muestran la profunda
crisis en que se debate la izquierda brasileña (p. 19).
La tercera gira en torno al principal argumento que se utiliza contra
esa táctica: facilita la represión policial y espanta a una parte de los
manifestantes, ya sea porque las convocatorias aclaran que las marchas son
pacíficas o bien porque la represión que sigue a la táctica black bloc afecta a personas que no
quieren sufrir violencia policial. Se les califica de provocadores.
El argumento es sólido, sobre todo cuando los encapuchados actúan y se
retiran antes de la llegada de la policía que termina reprimiendo a personas al
azar. Pero el problema no está sólo en quienes usan esa táctica, sino en los
propios manifestantes, quienes no suelen estar organizados y asisten
individualmente. ¿Alguien se imagina que un grupo de jóvenes utilice la táctica
block bloc durante una manifestación
de las bases de apoyo del EZLN en San Cristóbal de las Casas?
La cuarta cuestión se relaciona con la utilización de tácticas similares
por parte de infiltrados policiales o militares en las manifestaciones. Como
señaló un joven de Sao Paulo en un reportaje de la edición brasileña de El
País, creo que quien rompe un puesto de periódicos o quema un autobús, por
ejemplo, o no entendió nada o es un infiltrado (goo.gl/2G6lck). Es posible
diferenciar entre las acciones black
blocs y las provocaciones policiales, siempre que exista interés en
hacerlo.
Por último, el tema que plantea la periodista Eliane Brum: Mientras la
destrucción de los cuerpos de los manifestantes por la policía militar está
naturalizada, la de los bienes materiales es criminalizada (goo.gl/mdRPKj). En
su opinión, se trata de una herencia esclavista y genocida que aún no ha sido
superada. Dicho de otro modo, la táctica black
bloc, acordemos o no con ella, nos plantea un dilema: ¿aceptamos, sin más,
el monopolio estatal de la violencia?
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