El autor del siguiente artículo
se refiere al caso específico de Chile y recurre a ejemplificar con lo que ha
sucedido en Francia, España, Inglaterra… En México podemos hacer un ejercicio
de análisis crítico respecto a la “izquierda”
que pretenden representar el PRD, el PT, Morena, Movimiento Ciudadano y otros
partidos políticos con registro o en busca del él, como el MST. Los conceptos
generales son igualmente válidos para la realidad que aquí existe. Es cuestión,
reiteramos, de aplicar un método de análisis crítico. Analizar, sus prácticas: la compra de votos, la firma del "Pacto por México", el neocorporativismo, la imposición de megaproyectos neoliberales, el silencio cómplice ante los crímenes de Estado, el aprovechar la indignación ciudadana para ser parte del Estado, el hacer creer a la gente que votando pueden cambiar las cosas... El hecho de ser parte de la farsa electoral, limitar la participación del pueblo al voto, haciéndole creer que a eso se reduce la democracia.
(Nota de La
Voz del Anáhuac)
Luis Casado
Fuente: ©2016 Politika | diarioelect.politika@gmail.com
América Latina en
movimiento
20/09/2016
En la primera mitad del siglo XX… ¿a quién se le hubiese
ocurrido preguntar: Qué es la izquierda?
La respuesta parecía
evidente y venía asociada a las luchas por la descolonización, a los derechos
de las mayorías ignoradas, al combate contra la discriminación, la explotación
y la guerra –Jean Jaurès fue asesinado en razón de su oposición a la Primera
Guerra Mundial–, al naciente socialismo, a la utopía de un mundo mejor en el
que el reconocimiento del Hombre le pondría fin a siglos de sufrimientos y
arbitrariedades.
Nombres hoy ilustres
–Mandela, Ben Barka, Lumumba, Ho Chi Minh, Luis Emilio Recabarren, Jaurès,
Allende y tantos otros– iluminaron la práctica política que mereció ser identificada
como la izquierda.
En el siglo XXI por
contra, la misma pregunta, ¿Qué es la izquierda?, tropieza con respuestas
retorcidas, acomodaticias, incluso vergonzantes.
La utopía –exigencia mayor
en la reflexión filosófica– es tildada de elucubración aberrante. La
desaparición poco gloriosa del “socialismo
real”, ahogado por dictaduras con pretensiones monolíticas, la corrupción y
diferentes formas de restauración capitalista, eliminó de una plumada las
referencias que le permitieron a millones de ciudadanos elegir vereda.
Desde que a comienzos de
la década de los años 1980 los partidos de ‘izquierda’
empezaron a poner en práctica políticas de derecha, la confusión no hizo sino
crecer. Hoy en día es difícil hacer la diferencia entre las políticas
económicas de la socialdemocracia europea y las de los ‘partidos populares’, denominación tras la cual se camufla la
derecha del viejo continente.
Margaret Thatcher, musa del neoliberalismo a ultranza, a la
interrogación de un periodista, “¿Cuál
considera que fue su mayor éxito en el gobierno?”, pudo responder orgullosa
de sí misma: “¡Tony Blair!”
En la actualidad,
personalidades como Jeremy Corbyn (Gran Bretaña) o Bernie Sanders (EEUU), son
descritas por la prensa como ‘extremistas’
y ‘radicales’, aún cuando toda su
larga trayectoria política demuestra que simplemente son fieles a la forma originaria
de la socialdemocracia.
Ni el uno ni el otro son
bolcheviques, ni ‘maximalistas’, ni extremistas, ni radicales, y se limitan a reclamar lo que preconiza la Constitución
Americana, o lo que pareció legítimo en las políticas de Clement Attlee en la
Gran Bretaña de la posguerra.
En Chile, el ex militante
de las Juventudes Comunistas Nicolás Eyzaguirre, varias veces ministro, declaró
en El Mercurio (05/08/2001): “Un polo de
izquierda no tiene nada que ofrecerle a Chile”. A la pregunta “De uno a cien ¿cuánta es su fe en el libre
mercado?”, respondió literalmente: “Una
fe de un cien% en cuanto a que predominantemente la asignación de recursos debe
hacerse a través de un esquema que combine la propiedad privada con el libre
mercado”.
Nótese la connotación
religiosa de la pregunta y de la respuesta en las cuales es cuestión de “fe”, o sea, según el diccionario: “La creencia en algo sin necesidad de que
haya sido confirmado por la experiencia o la razón, o demostrado por la
ciencia”.
Nicolás Eyzaguirre ¿es de
izquierda?
La pregunta no es ociosa,
habida cuenta que milita en el PPD, partido supuestamente “progresista”, y forma parte de un gobierno de “centro-izquierda” presidido por una “socialista”. Nicolás Eyzaguirre, que profesa una fe del cien% en
el libre mercado y la propiedad privada, ¿es de izquierda?
Gonzalo Martner, Osvaldo
Andrade, Camilo Escalona, ex presidentes del partido socialista chileno, ¿son
de izquierda?
El primero, Gonzalo
Martner, escribe sesudas notas en las cuales afirma que la mejor asignación de
recursos en la economía es la que hace el mercado. Y para darle peso a tan
eminente opinión, firma como “doctor en
economía”.
El segundo, Osvaldo
Andrade, ex ministro del Trabajo, ofreció su respuesta a la gigantesca crisis
llamada de los subprimes, afirmando: “Se
requiere mejor mercado…” (Osvaldo Andrade. “La propuesta progresista”. 13/04/2009).
Para vacunarse contra los
excesos, los desvaríos, la estafa y el fraude provocados por el libre mercado,
es absolutamente indispensable agregarle libre mercado al libre mercado. “Mejor mercado…” como diría Osvaldo
Andrade.
En estos años (2007
-2016…), la recesión provocada por la estafa de los créditos subprime sigue
afectando al planeta entero, y ha sido descrita como una de las más graves
crisis de la historia del capitalismo.
La única referencia
comparable en la materia es el crac
de 1929 y la Gran Depresión de los años 1930. En Latinoamérica, el país más
afectado fue Chile. La respuesta política de Marmaduque Grove, quien más tarde
fundaría el partido socialista, fue una revolución (1932) y la instauración de
una República Socialista de breve duración.
En nuestros días, la mega
crisis de los subprimes encontró en Camilo Escalona, patrón de la corriente
Nueva Izquierda en el seno del PS, otro tipo de respuesta: salvar al
capitalismo. Para ello propuso crear un “Fondo
Mundial Contracíclico” (sic).
Escalona parecía ignorar
los acuerdos de Bretton Woods y la existencia del FMI, del Fondo Europeo de
Estabilidad Financiera, del Mecanismo Europeo de Estabilidad Financiera, del
Banco Europeo de Inversiones, del Banco Interamericano de Desarrollo y otras
eminentes estructuras internacionales que, a priori, obran como un “fondo mundial contracíclico” sin lograr
evitar las crisis.
Una vez no es costumbre,
me permito citar lo que yo mismo escribí hace algunos años (Luis Casado: “QEPD – de la inutilidad del PS y de las
razones que aconsejan hacerlo desaparecer”. Ediciones Relief – Colección El
Afilador. Santiago, 2009):
“La revolución socialista precedió al PS, lo marcó a fuego,
dejándole una impronta imposible de borrar sino al precio de dolorosas
mutilaciones, de cirugía mayor, de apostasías vergonzantes. La distancia que
separa la respuesta de Grove a la crisis del capitalismo de los años 30, de la respuesta
de los socialistas chilenos a la crisis de hoy, es propiamente sideral”.
En un acto fundador, Marmaduque Grove y sus
compañeros se jugaron la vida en la revolución socialista de junio de 1932, que
aun cuando no duró sino 12 días se dio maña, entre otros, para nacionalizar las
riquezas básicas, crear los ministerios del Trabajo y de Higiene, fundar el
Banco del Estado y lanzar un Plan de Colonización Agrícola que le distribuyó
tierras a los cesantes, asegurar la devolución de sus prendas a las familias
modestas que las habían empeñado en la Caja de Crédito Popular…
Los revolucionarios distribuyeron volantes para
darle a conocer sus propósitos al pueblo de Santiago:
‘La República socialista de Chile asegurará la organización de
la economía nacional, bajo el control del Estado, disciplinará las fuerzas
productoras y las hará resurgir, mediante una acción enérgica, no para
satisfacer la codicia egoísta de la oligarquía corrupta, sino para bienestar y
salud del pueblo.’”
La apostasía ¿es de izquierda?
Desde tiempos
inmemoriales, el surgimiento de las naciones y los Estados se enfrentó a los
intereses contradictorios de otras naciones y otros Estados. La defensa de lo
que se consideró con o sin razón como intereses vitales, provocó guerras a lo
largo de siglos.
En la inmediata posguerra
(1945), Charles de Gaulle estimó que el futuro y la grandeza de Francia exigían
el control por parte del Estado de sectores enteros de la economía: toda la
banca, la energía, las telecomunicaciones, los transportes, una parte no
despreciable de la industria eléctrica y electrónica, parte de la industria
siderúrgica y metal-mecánica, la investigación agroindustrial, la investigación
oceánica, la industria aeroespacial, la industria militar, etc. El Programa de
la Resistencia a la ocupación nazi, puesta en obra por de Gaulle, protegió la
Salud, la Educación y la previsión de una eventual mercantilización hasta el
día de hoy.
Tal política era, para
Charles de Gaulle, una condición indispensable de la pervivencia de Francia
como potencia planetaria, garantía de su independencia, elemento insustituible
de su defensa y el zócalo de una sociedad en la que el progreso llegase a todos
los franceses.
Ahora bien, Charles de
Gaulle no era de izquierda. Hoy en día, sus pretendidos herederos se cuentan
entre lo más granado de la derecha dura, aún cuando “mon général” decía de sí mismo: “No estoy ni a la derecha ni a la izquierda, sino por encima”.
Charles de Gaulle, el
hombre de la descolonización, encarnó una suerte de nacionalismo –o
patriotismo– económico, que hoy es descrito por los neoliberales como un puro
arcaísmo.
No hace medio siglo, un
breve lapso de tiempo a la escala de la Historia, las fuerzas que defendían los
intereses de los sectores más modestos de la población preconizando un cambio
sustancial en la conducción del Estado, tenían la nacionalización de las
riquezas básicas como un elemento esencial de las políticas progresistas,
patrióticas, de izquierda y por qué no decirlo, revolucionarias.
La más grande realización
de Salvador Allende, la cristalización de toda una vida dedicada al combate
político, –y probablemente el hecho político más importante de la historia de
Chile desde la Independencia–, fue la nacionalización del cobre aprobada por la
unanimidad del Congreso el 11 de julio de 1971. Como sabemos, tal osadía le
costó la vida.
La Concertación –coalición
de “centro-izquierda”– con Patricio
Aylwin a la cabeza y ministros socialistas en el gobierno, desnacionalizó
subrepticiamente el cobre en el año 1990. En la actualidad, casi el 70% de la
producción está en manos privadas, y lo único que le queda a la nación es
Codelco.
Nadie acusó nunca a
Patricio Aylwin de ser de izquierda, y hay que hacer esfuerzos sobrehumanos
para pensarlo como un político de centro.
En el año 1999, Ricardo
Lagos, ministro de Aylwin y candidato recurrente a la presidencia de Chile,
declaraba:
"Es muy importante introducir capital privado en Codelco
para que pueda expandirse. Pero para privatizar Codelco tenemos que suspender
la entrega del 10 % de sus ingresos a las fuerzas armadas. No creo que ningún
inversionista privado esté interesado en Codelco hasta que superemos este
problema”.
Ricardo Lagos ¿es de izquierda?
Segunda
Izquierda, Tercera Vía
La mutación de la “izquierda”
no se produjo en un día, ni se circunscribió a tal o cual país o región del
mundo.
En el Congreso de Épinay
del partido socialista francés (1971) François Mitterrand se impuso en la
dirección del PSF con un discurso de “ruptura
con el capitalismo”.
En el año 1977, en el
Congreso de Nantes, Michel Rocard, ex ‘gauchiste’
de regreso de sus desvaríos de juventud, expuso una visión radicalmente opuesta
a la tradición ‘marxista’ y jacobina
de la izquierda francesa, y la bautizó como la “deuxième gauche”, o sea la “segunda
izquierda”.
La característica
principal de la “segunda izquierda”
se resume a la práctica de políticas aceptables para el mundo de los negocios y
los mercados financieros, y a desarrollar una actividad sindical complaciente
con los patrones.
Pocos años más tarde
(1981) Mitterrand llegó a la presidencia de Francia al frente de una coalición
con el partido comunista.
Su gobierno comenzó por
satisfacer algunas reivindicaciones sociales. Sin embargo, a poco andar (1983),
el llamado “giro del rigor” llevó al
gobierno de Mitterrand a superar por la derecha la “segunda izquierda” de Rocard. El mismo Rocard fue entronizado
primer ministro por su enconado adversario (1988-1991).
De 1983 en adelante, las
políticas económicas del gobierno de Mitterrand, y por vía de consecuencia del
PSF, se enrumbaron hacia un liberalismo desenfadado, dejando el capítulo social
para las calendas grecas.
François Mitterrand, ¿era
de izquierda?
Por su parte, el laborista
británico Tony Blair, Primer Ministro de su Majestad entre los años 1997-2007,
desarrolló la tesis de la Tercera Vía, una forma de socialdemocracia que asumió
sin sonrojarse el legado de Margaret Thatcher. A tal punto que Thatcher pudo
considerar a Tony Blair como su heredero. A juicio de la “Dama de Hierro”, para
su gran alegría, de ese modo el laborismo británico firmaba su propio
certificado de defunción.
Tony Blair ¿es de
izquierda?
La Tercera Vía desapareció
como vino. Sin hacer ruido. Algunos sucedáneos de Tony Blair, –entretanto
reciclado como millonario agente de negocios de un par de multinacionales–,
siguieron su ejemplo hasta que en una reacción improbable Jeremy Corbyn se
impuso como leader del laborismo inglés.
Curiosamente, los peores
enemigos de Corbyn –el ‘izquierdista
radical’– no están en el partido conservador, sino en la derecha de su
propio partido laborista que ha intentado, sin éxito hasta ahora, desalojarlo
de la dirección.
Gerhard Schröder,
canciller alemán socialdemócrata (1998-2005), ‘modernizó’ brutalmente las relaciones laborales de su país
imponiendo las tristemente célebres leyes Hartz. Conquistas sociales logradas
en siglos de luchas sociales desaparecieron de la noche a la mañana,
sacrificadas en el altar de la “necesaria
flexibilidad del mercado del trabajo”. El inspirador de tal crimen no fue
otro que Peter Hartz, director de recursos humanos de Volkswagen.
Gerhard Schröder ¿es de
izquierda?
En España, Felipe
González, ese “guitarrista guapito”
al decir de Enrique Tierno Galván –gran figura histórica del socialismo
español–, fue presidente de gobierno entre los años 1982 y 1996. Nadie como él
sintetiza mejor la apostasía de la socialdemocracia. La gran empresa de
modernización de la España de Franco fue llevada a cabo entrando con un paso
ágil y decidido en el modelo neoliberal. Y en la OTAN.
Después de ejercer el
poder durante 14 años, desacreditado por una larga serie de escándalos de corrupción,
Felipe González tuvo que cederle la plaza a la derecha dura de José María
Aznar.
Hoy en día Felipe
González, extremadamente bien remunerado, ejerce de portamaletas de Carlos
Slim, primera, segunda o tercera fortuna planetaria – ¡qué importa! – mientras
hace lo imposible para facilitarle otro período de gobierno al muy derechista
Mariano Rajoy, conspirando contra el propio secretario general del mal llamado
partido socialista obrero español.
Felipe González, promotor
desde la presidencia del gobierno español de los GAL, grupo parapolicial ilegal
dedicado a asesinar militantes de ETA, nunca dijo una palabra a propósito del
crimen de Ayotzinapa, ni sobre el golpe de Estado en Honduras, ni sobre el ‘golpe blando’ en Paraguay, –o aún el de
Brasil contra Dilma Roussef–, pero posa de defensor de las libertades públicas
en… Venezuela.
Felipe González, que junto
a Carlos Slim y Ricardo Lagos fue recibido por los estudiantes de la
Universidad de Alicante a los gritos de “Fuera,
mafiosos, de la Universidad…” ¿es de izquierda?
La ‘izquierda
de la izquierda’
En la confusión reinante, en una realidad en la que las
palabras pierden su sentido y la lengua fue pervertida para transformarla en
una herramienta de dominación, ‘socialismo’
o ‘izquierda’ designan cualquier
organización, cualquier charlatán, cualquier lobo revestido de piel de oveja
que posa de ‘progresista’ mientras
ejerce de mano de obra de los peores intereses de la derecha.
La prensa, controlada por
los poderes financieros, pergeñó una forma para referirse a quienes, al menos
nominalmente, siguen siendo leales a los intereses de los miserables, acuñando
la denominación “izquierda de la
izquierda”.
Hubiese sido más corto, y
más acorde a la realidad, llamarla simplemente “izquierda de izquierda”, en oposición a la izquierda de derecha
que hemos descrito más arriba.
En Chile, hasta el año
2009, se la llamó falazmente “izquierda
extraparlamentaria”, como si los “progresistas”
y socialdemócratas autoproclamados que obraron durante veinte años a la consolidación
de la institucionalidad de la dictadura en el Parlamento pudiesen merecer el
calificativo de “izquierda”
parlamentaria.
La entrada de diputados
del partido comunista en la Cámara de Diputados, gracias a un pacto con los
herederos asumidos del legado de la dictadura, le puso un piadoso término al
uso de la expresión “izquierda
extraparlamentaria”.
Poniendo el pillaje del
cobre entre paréntesis (“el tema del
cobre no está en el programa, por lo tanto no se toca” G. Tellier),
aprobando y apoyando el programa neoliberal de la Concertación para votar por
Frei Ruiz-Tagle, entrando luego en la coalición llamada Nueva Mayoría que se
empecina en mantener el lucro en la Educación privatizada, en destruir Codelco,
en mantener salarios de miseria, en proteger el sistema privado de previsión,
las Isapres, la privatización del mar, la desprotección de los asalariados… el
partido comunista ¿es de izquierda?
Hay quién –auto erigido en
juez de la cosa, en prescriptor del debate público, en propietario del timbre
que estampado en un certificado de dudosa legitimidad establece la cualidad,–
distribuye la mención de izquierda. “Sí,
tal o cual partido es de izquierda”. ¿Por qué no? Decenas de universidades
truchas distribuyen diplomas a granel con la misma, sino más autoridad.
La lucidez ordena
comprender que de cara a los ciudadanos, perdón, los consumidores, simples
receptores de lo que ahora llaman una “oferta
política”, la calificación “izquierda”
se transformó gradualmente en una etiqueta a la cual no le falta ni el
código-barras ni el precio.
Lamentablemente, como
sucede con los productos agroindustriales, la etiqueta oculta más de lo que
revela.
De ahí que convenga
redefinir lo que es la izquierda, lo que significa ser de izquierda, tomando
conciencia de que la simple necesidad de hacerlo señala la dimensión de la
derrota ideológica.
¿Qué es la
izquierda? Institucionalidad y soberanía
Si nos interesamos a sus raíces históricas, el origen de la
utilización de los términos ‘izquierda’
y ‘derecha’ en política lo
encontramos en la Revolución Francesa.
El 28 de agosto de 1789 la
Asamblea Constituyente debatió del eventual derecho a veto del Rey Louis XVI a
lo que ella aprobase. Dicho de otro modo, la Asamblea Constituyente debía
decidir quién personificaba la Soberanía: el rey o el pueblo de Francia. Quién
presidía la sesión, con el fin de facilitar el recuento de los votos, sugirió
que aquellos que se oponían al derecho a veto se agrupasen a su izquierda, y
quienes apoyaban el derecho a veto del Rey se situasen a su derecha.
Desde ese punto de vista,
es de izquierda aquel que reconoce la soberanía popular como la única fuente
legítima del poder, y sostiene que nada ni nadie puede arrogarse ningún
derecho, ningún poder, que no emane de la voluntad popular.
Para quién se reconoce
como de ‘izquierda’ en política no
existe poder constituyente al margen, o por encima, del pueblo. Ningún
ciudadano, o grupo de ciudadanos, por eminente que se pretenda, puede imponerle
su propia voluntad al pueblo.
Quienes se acomodaron a la
Constitución de la dictadura, y se prestaron para consolidar la
institucionalidad espuria construida sobre tales cimientos con un pretexto
falaz (“las instituciones funcionan”),
¿pueden reclamar para sí mismos ser de izquierda?
Quienes le niegan al
pueblo de Chile el derecho inalienable de determinar libre y soberanamente el
marco legal que debe regular la vida en sociedad, pretendiendo transferirle la
soberanía a un grupo de “expertos”, a
un selecto ramillete de parlamentarios o a un almácigo de ex magistrados,
¿pueden reclamar para sí mismos el calificativo de izquierda?
Transigir permanentemente
con una institucionalidad espuria en sus orígenes y antidemocrática en sus
fundamentos, aceptar los privilegios que le ofrece a quienes se pliegan a sus
tramposas reglas del juego ¿es coherente con lo que debiese ser una posición de
izquierda?
Hacerse elegir, ya
presidente de la república, ya parlamentario, en ese marco antidemocrático, sin
–una vez elegido– denunciarlo y sin hacer nada para derogarlo, eliminarlo,
aniquilarlo ¿es coherente con ser de izquierda?
Como quiera que sea
tenemos una pista: la raíz histórica de la ‘izquierda’
en política, la sitúa entre quienes rechazan y combaten cualquier poder que
intentase situarse por encima de la voluntad del pueblo.
El simple hecho de
pretender reducir, limitar o someter la soberanía popular determina el carácter
ilegítimo de la acción, y la posición ‘derechista’
de quién la comete.
Monarcas, mercados,
oligarquías, elites, “expertos”,
parlamentos, iglesias, todo debe someterse a las reglas que imponen el interés
general y la voluntad general. Esa voluntad general se expresó, desde el siglo
XVIII, en las asambleas constituyentes que libremente se reunieron a debatir de
las reglas que debían presidir la vida en común.
De ese modo fueron
garantizadas las libertades públicas: libertad de opinión, libertad de
comercio, libertad de profesar y practicar una religión, libertad de prensa,
libertad de conciencia, así como el derecho de propiedad.
Todas las libertades
tienen límites –el de no perjudicar o dañar el interés general–, excepto la
libertad de conciencia: cualquiera puede pensar lo que le dé la gana, opinar
como estime conveniente, adoptar tal o cual visión filosófica, creer o no creer
en las deidades, sin que nadie pueda pretender limitar o reprimir ese derecho.
En el caso específico de
Chile, ser de izquierda pasa pues por ser el enemigo irreductible de una
viciosa institucionalidad impuesta en dictadura, maquillada luego por la “centro-izquierda”, asociada en ese
propósito con la “centro-derecha” en
un panorámico contubernio protector de intereses creados.
Nadie en su sano juicio
podría argüir que tal izquierda –portadora de una ambición tan legítima como
democrática– es ‘extremista’ o ‘radical’: ella se limita a exigir para
el país los derechos consagrados por la propia Organización de las Naciones
Unidas de la que Chile forma parte.
La izquierda que no tolera
el secuestro de la soberanía y de los más elementales derechos humanos es
simplemente la ‘izquierda’. O la ‘izquierda de izquierda’ si se prefiere.
La economía
En su libro “La
falsificación – Moneda europea y soberanía económica” (La Malfaçon –
Monnaie européenne et souveraineté économique. Ed. LLL, Paris 2014), Frédéric Lordon
propone un modo extremadamente sencillo para determinar lo que separa la
izquierda de la derecha en materia económica.
“Izquierda y derecha -escribe Lordon- es un asunto de marco y de relación a ese marco. ¿Quién quiere quedarse
en el marco, quién quiere salir? ¿Quién lo admite tal cual, quién quiere
rehacerlo?”
Nótese que la necesidad de
determinar la identidad y el posicionamiento político concierne sólo a quienes
se reclaman de la ‘izquierda’. ¿A
quién se le ocurriría que Sebastián Piñera, o Joaquín Lavín, necesitan
confirmar su identidad y posicionamiento en la derecha?
Los ya citados Bernie
Sanders y Jeremy Corbyn, en dos realidades muy distintas, no necesitan insistir
para convencer de que sus proposiciones políticas y económicas encarnan la
izquierda. Les basta con exponer su pensamiento, su trayectoria, su acción y
sus programas.
El pensamiento único, la
prensa al servicio de los poderes financieros, los numerosos ‘think-tanks’ que sustituyeron la
reflexión ciudadana, el FMI, los adalides de lo “políticamente correcto”, quienes se abstienen de ‘fumar opio’ mientras succionan recursos
públicos y quienes no ven la eficiencia sino en la acción privada, han
construido durante más de tres décadas el corral en los límites del cual es
posible pensar, imaginar y expresar lo que consideran ‘diferencias aceptables’.
Quienes se sitúan fuera de
ese marco, fuera de ese corral, “fuman
opio”, son arcaicos, no comprenden que el mundo ha cambiado, ni que el
modelo de los Chicago Boys es el
súmmum de lo posible. En otras palabras, no comprenden lo felices que son.
En una reciente
comparecencia en la TV francesa, Julian Dray, ex trotskista reciclado en la
derecha de la socialdemocracia del PSF, aficionado a los relojes caros pagados
con dinero de las mutuales universitarias, escupió sobre lo que adoró y sobre
quienes siguen fieles a una cierta idea de la democracia, o sea sobre lo que
llama los “arcaicos”.
Su peor reproche tiene que
ver con la renuencia de los ‘arcaicos’
a esfumarse en el aire facilitando así la permanencia de François Hollande en
el poder. Del mismo Hollande que destruye día a día la legislación laboral, y
cuyas políticas consisten mayormente en mejorar la competitividad de la
economía francesa transfiriendo cientos de miles de millones de euros de dinero
público a la empresa privada. ¿Parece cuento conocido?
Alain Duhamel, eminente
periodista al servicio del establishment, sostiene el brillante razonamiento de
Dray: Los políticos arcaicos son “los
profetas de las ideas desaparecidas”, que se quedaron con las ideas
obsoletas del siglo XIX. Entiéndase las ideas de Karl Marx, a quién la intelligentsia gala mata –regular y
recurrentemente– cada año: “Marx ha
muerto”, como si la cosa no fuese evidente y temiesen verle aparecer de
improviso.
Se trata de la elite que
piensa dentro del marco, dentro del corral, dentro de los límites autoerigidos
en frontera de lo pensable, de lo imaginable, de lo permisible, de lo
políticamente correcto, y fuera del cual sólo se expresan “quienes no toman cuenta de la realidad”.
La realidad, esa que
muestra cada día el brillante resultado del pensamiento único: la crisis
permanente. Y cuyo desafío más extraordinario consiste precisamente en
abandonar los dogmas para pensar ya no el mundo como es, sino como debiese ser.
El marco –el corral– que
limita el horizonte intelectual de la elite tiene como muros estructurales:
.- La intangibilidad de
las instituciones impuestas en las condiciones ya descritas
.- La primacía de la
finanza accionarial
.- El libre mercado
.- La ortodoxia de las
políticas económicas bajo la vigilancia de los mercados financieros
La intangibilidad de las
instituciones
señala que quién plantea la sustitución de la Constitución espuria por una
Constitución democrática es un ente peligroso y desestabilizador, que no sólo
infiltra la duda en los ciudadanos –sería lo de menos– sino que tiende a
disuadir a los inversionistas, lo que es mortal.
La primacía de los intereses de los accionistas impone los objetivos de
rentabilidad que transforma a los asalariados en simple variable de ajuste y a
los pequeños empresarios –que sueñan con devenir grandes– en un banco de
sardinas.
El libre mercado sin trabas y sin distorsiones, impone la ausencia
de competencia y la proliferación de los carteles, la dominación de las
transnacionales, la colusión de los productores para someter a los consumidores
a la ley del más fuerte, y genera las peores distorsiones generándole trabas a
quién no se somete al cartel.
La ortodoxia de las políticas económicas garantiza la preeminencia
de los intereses financieros y la inversión privada en todos los ámbitos,
incluyendo una rentabilidad asegurada que, en el caso frecuente que una mala
gestión la malogre, tiene la intervención financiera pública –los ‘subsidios’–
como chaleco salvavidas.
Todo, desde las políticas
monetarias del banco central al régimen impositivo y el gasto público, pasando
por la ausencia o la insuficiencia de las reglamentaciones sanitarias, la
destrucción de la legislación que protege a los trabajadores, la estructuración
de los presupuestos generales del Estado, la subsidiariedad de ese mismo Estado
bueno únicamente para transferirle recursos públicos al sector privado, todo,
digo, ha sido pensado para satisfacer los criterios del Consenso de Washington,
otorgarle patente de corso al gran capital, y coincidir hasta en detalles
caricaturales con el ‘pensamiento único’
fuera del cual no hay salvación.
Margaret Thatcher tenía razón: TINA.
There Is No Alternative. No Hay Alternativa. Siempre y cuando se reflexione
y se decida dentro del corral, dentro del marco, dentro de los estrechos
límites que impone la gente razonable, los que mandan, los que mangan (son los
mismos), los que utilizan el poder acumulado gracias al corral para defender el
corral.
Pero, habida cuenta de las
consecuencias que trae para las grandes mayorías un modelo económico depredador
de la Naturaleza y del Hombre, queda la solución de salir del corral, salir del
marco, fugarse de la prisión intelectual que impone la verdad como un dogma
religioso, como una verdad revelada.
El deseo y la voluntad de
salir del corral define, de manera irredargüible, lo que significa ser de
izquierda en nuestros días.
Es curioso. En mi primer
libro –El modelo neoliberal y los 40
ladrones– escrito a mi regreso a Chile a fines del año 1989, expuse aquello
que me había impactado más profundamente en las conversaciones políticas que
sostenían quienes había conocido como jóvenes –y menos jóvenes– de un
izquierdismo radical, frecuentemente partidarios de la ‘lucha armada’, admiradores de los guerrilleros y del uso del fusil
para las más elementales tareas de la actividad política: su mística fe en el
libre mercado, en la libre competencia, en la mano invisible del mercado y en
toda una retahíla de dogmas pedestres que adquirieron en Chile el carácter de
religión.
Mientras escribo estas
líneas, miro la última nota de un consultor financiero estadounidense que leo
regularmente: John Mauldin. En su newsletter Mauldin escribe literalmente lo
que sigue:
“…Nuestros banqueros centrales se han situado a sí mismos como
los altos sacerdotes de una religión económica. Abrazan ciertas doctrinas sobre
la fe, y nada hará temblar esa fe. Es el mismo impulso que llevó a los líderes
religiosos de la antigüedad a ‘decisiones políticas’ como los sacrificios
humanos. Los dioses los exigen, por lo tanto hay que hacerlos. Tanto peor para
las víctimas.”
Entre diciembre de 1989 y
septiembre del 2016 han pasado casi 27 años. Los financial experts comienzan a despertar de un prolongado letargo
idiotizante, y no queda sino alegrarse.
Pero allí donde cunde la
alarma entre los ahora despiertos agentes de los mercados financieros, los
actores de la “renovación”, los ex ‘izquierdistas’ devenidos partidarios
del libre mercado y del ‘social-liberalismo’
–que nunca durmieron– siguen apegados a la teta que les nutre mientras sirven
los intereses del gran capital.
Con ello hacen difícil
establecer las diferencias abismales que siguen existiendo entre ‘izquierda’ y ‘derecha’, porque ya ni siquiera se presentan como lobos con piel de oveja: ahora son lobos con piel de lobo, pero siguen
pretendiendo ser de ‘izquierda’.
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