HISTORIAS DE FUEGO Y TINIEBLAS
Por Paula Mónaco Felipe (*)
Fotografía archivo y
Osvaldo Ruiz
Fuente: http://www.prensared.org.ar
Red Latina sin fronteras
Publicado: 01 diciembre,
2016
Reconocernos militantes –no de una causa, de
muchas- es un acto de honestidad. Lo dice Paula, la hija de Luis
Mónaco homenajeado junto a Miguel Hugo Vaca Narvaja por los trabajadores de los
SRT. Cuenta la historia de su padre y a la vez cuestiona, analiza y denuncia
los riesgos que acarrea ser periodista en México donde reside desde hace 12
años.
Luis tenía 20 años y andaba sin mucho rumbo cuando llegó a los
Servicios de Radio y Televisión de la Universidad Nacional de Córdoba. Había
crecido en Saldán, que entonces era un pueblito de campo. Había estudiado un
año de cerámica. Había viajado a Europa y a Perú con su padre, pero, sin
vocación clara, lo urgente era trabajar para mantener a su madre y a sus
hermanos menores.
Así llegó a los SRT.
Empezó en la redacción, cortando cables como hemos empezado casi todos los
periodistas gráficos: en esa tarea que parece mecánica, que a muchos aburre y a
otros nos genera una obsesión incontrolable: ¡se puede saber lo que pasa en
tiempo real! ¡Se puede saber lo que ocurre en el mundo entero!
No le tocó empezar en
cualquier momento: Luis arrancó en 1968. Seguro conoció detalles de la
Primavera de Praga y del Mayo Francés, relatos de las protestas estudiantiles y
también de la represión. Se habrá enterado de los ataques de Estados Unidos en
Vietnam, del vuelo espacial de Apolo VIII y el golpe de Estado en Panamá,
patrocinado por los yanquis. Seguro
–segurísimo- supo más que muchos mexicanos sobre la Masacre de estudiantes en
Tlatelolco.
Mi tío Fedor Mónaco se
asombra al recordar que de “dos líneas de
cable hacía una hoja completa”. Inflar la información, tarea que muchos nos
exigen y vicio que otros tenemos.
Después empezó como
camarógrafo –uno de sus hermanos mayores ya lo era- pero no resignó la
redacción: andaba entre la máquina de escribir y la calle. También le tocó ser
cronista a cuadro, aunque parece que no lo disfrutaba demasiado, a juzgar por
una serie de videos que recuperaron las mujeres incansables del Centro de
Conservación y Documentación Audiovisual de la UNC.
Con su cámara Bolex
registró el Cordobazo en películas de 16 milímetros. Una nota de Katy García
para Prensa Red recupera un relato de 1969: contaba Héctor Hugo Negrito,
camarógrafo de canal 10, “los directivos
de la empresa, Santiago Pérez Gaudio y Tomás Robino, nos dijeron que estábamos
liberados y si queríamos salir que lo hiciéramos bajo nuestra responsabilidad.
Entonces fueron Víctor Echenique y Luis Mónaco los que tomaron
equipos y salieron a la calle. Me dijeron que me quedara de guardia para
recibir el material, procesarlo y llevarlo a Cine Press”.
En una foto de esos días
se lo ve, cámara en mano, entre varios colegas. Me pregunto qué habrá grabado
esa Bolex que atesoro en México; tal vez registró a los trabajadores de Perkins
y entre ellos a César Gerónimo Córdoba –o sea el papá de Lili, mi amiga-hermana
que lee esto-.
En ese mayo ardiente, Luis
conoció a Juan Marguch, cronista que hizo para el Cispren un hermoso relato de
recuerdos. Contaba que por ahí del 70 trabajaron juntos en la redacción de
Radio Universidad y Canal 10 “donde Alejo
Díaz y Pedro Troilo –decía Marguch- comandaban
una tropa demencial de genuinos periodistas: de esos que vivían la noticia, que
aparecían por la redacción a cualquier hora del día o de la noche, que
interrumpían sus francos o vacaciones si se producía algún acontecimiento de
importancia”.
Parece que era una
redacción de las que escasean: las que divierten, fundan amistades duraderas y
en definitiva salvan el espíritu en la horrible rutina de reproducir noticias
tristes.
“Siempre hubo y quizás siga habiendo una interminable disputa
entre los redactores y los locutores”, decía Marguch y recordaba las muchas trampas que
se tendían: una vez, Luis redactó un texto que después se leyó al aire, según
el cual “dos delincuentes asaltaron una
casa de artículos para el hogar. Se apoderaron de una heladera, un lavarropas,
dos televisores, varias licuadoras y huyeron en una moto Puma”.
Pero afuera el mundo
estaba cada vez más convulsionado. Tosco y el Viborazo ratificaban la Córdoba
insumisa; venían más intervenciones; y se gestaban tiempos oscuros de
represión: López Rega echaba andar la máquina de muerte que fue la Triple A, en versión local el Comando Libertadores de América.
En 1973, los trabajadores
de los SRT eligieron a Luis como delegado gremial. Eran años de volver “destrozados” al hogar, contaba Marguch:
“Hicimos cuanto pudimos por denunciar
secuestros, asesinatos y torturas, hasta que las crecientes presiones, amenazas
y censuras terminaron por amordazar al periodismo independiente”.
A Luis le tocó cubrir el
Operativo Independencia, título elegante para nombrar el aniquilamiento del ERP
que comandaron el ejército y la fuerza aérea en Tucumán, año 1975. Viajó con su
amigo Jorge Neder en un Citroën. Iban por caminos de monte cuando toparon a un
convoy militar dirigido por el general Luciano Benjamín Menéndez, quien por
supuesto los echó.
Luis regresó distinto,
dicen algunos amigos. Tal vez lo marcó la represión y lo marcó más aún la saña
contra el ERP porque era parte de esa guerrilla.
Mis padres -Ester y Luis-
vivían cuatro vidas. Eran psicóloga y periodista, así los conocían sus
familiares, amigos y compañeros de trabajo, pero al mismo tiempo y en absoluto
secreto eran altos mandos de inteligencia del Ejército Revolucionario del
Pueblo, el ERP.
Luis empezó a militar en
el Partido Revolucionario de los Trabajadores en 1971, Ester un año más tarde,
y después los dos se sumaron al ERP. Sin dudas debe haber sido difícil
congeniar la militancia con el trabajo: conocer sobre masacres, con tus
compañeros entre las víctimas; informar en tiempos de la triple AAA, que metía
el terror hasta los huesos; tener que callar ante la censura que ya se había
apoderado de los medios de comunicación.
Un par de veces intentaron
allanar la casa pero nunca traspasaron la puerta. Para fingir normalidad y
sorpresa, Ester y su amiga Alicia Rodríguez se presentaron a pedir explicaciones
a la policía. Fueron al pasaje Santa Catalina, donde funcionaba el CCD d-2.
Cuando cumplían con la burocracia, las piernas temblando, pero el gesto
impávido, se abrió una puerta y divisaron al chicato Miguel Ángel Mozé,
destrozado por las torturas. Lo vieron y él las vio. Fue un instante para
reconocerse, no podían demostrar emoción, no podían ayudar al compañero, pero
tal vez aliviaron un poco su carga: informarían fuera que ahí lo tenían los
genocidas.
Era 1975 cuando un comando
tomó el canal y transmitió un comunicado al aire. Enseguida llegó la lista
negra: echaron a 35 personas, entre ellas Luis.
Mis padres se mudaron
entonces a Villa María. La cámara quedó archivada, también la máquina de
escribir. Luis hizo unas pocas colaboraciones en el diario Noticias que había
emprendido Carlos Sacchetto pero se alejó de los medios. Abruptamente cerró el
capítulo de siete años de intenso trabajo periodístico y se dedicó a trabajar
en el Mercado de Abastos, en el puesto de la familia Felipe.
¿Lo hizo por seguridad o
estaba desencantado de la profesión? No lo sé. Tal vez se ahondó en él esa
contradicción que muchos periodistas vivimos en tiempos oscuros: ‘me esfuerzo por sacar una buena nota, por
hacer visible lo que pasa, por documentar para que algún día se sepa’. El
consuelo dura poco. Un rato después queda el vacío y la pregunta insidiosa: ¿para qué mierda sigo haciendo esto, si nada
cambia?
Hoy en México vivimos un
presente muy oscuro que me remite a esa misma pregunta. En los 12 años que
llevo en este país, más de 200 mil personas han sido asesinadas y al menos 40
mil desaparecidas (26 mil en la presidencia de Calderón y 14800 en lo que va
del gobierno de Peña Nieto). Las fosas clandestinas se cuentan por cientos,
aparecen cuerpos mutilados, ejecutan a niños en los pueblos, las mujeres son
botín de guerra, la policía tortura y los militares desaparecen a quienes se les
antoja, con total impunidad.
¿Cómo se reporta esta
guerra dentro de la supuesta democracia? ¿Cómo hacer que los muertos no sean
números? ¿Cómo transmitir que no es normal que las personas desaparezcan? ¿Cómo
frenar esto? ¿Cómo no acostumbrarnos al horror?
No tengo yo las
respuestas, más bien un rebote sin fin de la misma pregunta: ¿para qué mierda hacemos esto, si nada
cambia?
Peor aún ¿para qué hacemos
esto si implica poner en riesgo la propia vida y las de tus seres queridos?
Porque México se ha transformado en cementerio de periodistas: cerca de 100
colegas han sido asesinados desde el año 2000, unos 20 desaparecidos y sólo en
la provincia de Veracruz mataron a 19 reporteros en los últimos cinco años.
Las amenazas llueven, en
su mayoría desde oficinas de gobierno. El miedo se ha hecho cotidiano, nos
arrincona, y trabajamos con terror: en algunos lugares del país, sales a
reportear sin la certeza de que vas a regresar con vida. Las empresas no nos
protegen, por el contrario se desentienden del riesgo, y no tenemos sindicatos.
Muchos compañeros han tenido que huir.
Una vez, un amigo de mi
papá me dijo: “yo creo que el periodismo
no era la gran pasión de Luis, era más militante que periodista”.
Durante años, esa frase ha
retumbado en mi cabeza. Y ahora, siendo yo periodista y desde este México
infernal, creo que en situaciones tan graves como la Argentina del terrorismo
de Estado y este México de muerte, no hay dicotomía posible: no se puede ser
periodista o militante, somos ambas cosas.
Decirnos objetivos es una
mentira y conformarnos con atestiguar la historia sería una mezquindad. En mi
opinión, reconocernos militantes –no de una causa, de muchas- es un acto de
honestidad, es decir, un valor irrenunciable.
Es una inmensa alegría que
hoy ustedes, trabajadores y ex trabajadores de los SRT, elijan recordar a mi
papá, Luis Carlos Mónaco, y a Miguel Hugo Vaca Narvaja. Porque en ellos
reivindican a todos los periodistas abiertamente comprometidos y porque gestos
como este, creo yo, han hecho de Argentina un país mejor: la justicia se abre
paso cuando muchos empujamos y la memoria, con su consciente necedad, es la
gota que rompe la piedra.
Paula Mónaco
Felipe (*): Periodista. Texto leído durante el
homenaje realizado el viernes al mediodía en la estación de los Servicios de
Radio y Televisión de las Universidad Nacional de Córdoba. Tenía 25 días cuando
sus padres fueron secuestrados y llevados al campo de concentración La Perla. Luis y Ester permanecen
detenidos desaparecidos. El 26 de agosto terminó la impunidad para la patota y
los jerarcas condenados por un Tribunal de la democracia a prisión perpetua.
Paola Mónaco Felipe es autora del libro “Ayotzinapa: horas eternas”.
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