CUBA, DESAFIAR LO IMPOSIBLE: construir el socialismo pese al bloqueo, el sabotaje y el terrorismo yanqui
“…porque esta gran humanidad
ha dicho ‘¡BASTA!’ y ha echado a andar”
Roberto Pizarro
América Latina en
movimiento
01/12/2016
Crecimos con Fidel. Mi padre, socialista de los que ya no
existen, me contó la aventura del Granma y el asalto al Cuartel Moncada. A dos
años de la instalación del gobierno revolucionario conocimos la derrota de
Kennedy en playa Girón. Los barbudos no sólo habían sido capaces de derrotar al
dictador Batista sino también rechazaban con éxito la agresión externa.
En la universidad nos
maravillamos con la segunda declaración de La Habana, obligada por el constante
hostigamiento de los Estados Unidos. Y aplaudimos esa frase magnífica: “…porque esta gran humanidad ha dicho ‘¡BASTA!’
y ha echado a andar”.
Una épica inigualable.
Primero fue playa Girón y luego los sistemáticos actos de sabotaje y
terrorismo. Entonces Fidel y los cubanos se propusieron desafiar lo imposible.
Optaron por la dignidad, con costos inmensos. Gran parte de la juventud chilena
acompañó ese largo y difícil camino que emprendió el pueblo cubano. Lo hicimos
por nuestras convicciones anti-imperialistas, porque nos repugnaba la
intervención norteamericana en Vietnam y en Santo Domingo.
También queríamos a Cuba
porque construía una nueva sociedad, con reforma agraria, junto a salud y
educación para todos. Y los que no éramos comunistas nos entusiasmaba un
proyecto distinto al de la URSS. Veíamos en Fidel a un líder nacionalista y
latinoamericanista, continuador de Bolívar, Martí y Sandino. Eso nos animaba y
nos diferenciaba de los comunistas, los que, a pesar de la alianza de Cuba con
la URSS, consideraban a Fidel un aventurero
pequeño burgués.
Ya adultos, a fines de
1971 nos encontramos con Fidel en Chile. El líder cubano se moderaba frente al
Presidente Allende y lo escuchaba en silencio cuando éste sostenía: “Los pueblos que luchan por su emancipación
tienen que adecuar a su propia realidad las tácticas y la estrategia que ha de
conducirlos a las transformaciones”. Ambos se respetaban en sus diferencias.
Después de recorrer todo Chile, y observar las convulsiones que estremecían a
nuestra sociedad, lo despedimos en el estadio nacional, y allí nos advirtió:
“¿Qué hacen los explotadores cuando sus propias instituciones
ya no les garantizan el dominio? Sencillamente las destruyen. El fascismo
liquida todo: arremete contra las universidades, las clausura y las aplasta;
arremete contra los intelectuales, los reprime y los persigue; arremete contra
los partidos políticos; arremete contra las organizaciones sindicales; arremete
contra todas las organizaciones de masas y las organizaciones culturales”.
Fue premonitorio. Vino el
golpe en Chile y la represión pinochetista lo destruyó todo, acabó con la
democracia y convirtió a nuestro país en una tragedia. Sin embargo, Fidel
sostuvo la solidaridad con nuestro país. Era un amigo.
Por cierto, el régimen
cubano no era ni es una democracia representativa. Hubiésemos preferido que
allí existiesen amplias libertades públicas y prensa independiente. Sin
embargo, los ataques armados contra Cuba, junto al bloqueo comercial y
financiero, estrechaban los espacios para la democracia. La guerra fría era un factor de divisiones
insoslayables y luego la hegemonía unipolar perseveró en su agresión a la isla.
Pero, por otra parte, era admirable que, en medio de tantas dificultades, los
cubanos desplegaran persistentes esfuerzos de solidaridad con la resistencia
vietnamita, contra el apartheid en
Sudáfrica, así como un decidido apoyo militar a Nicaragua y Angola frente a las
agresiones exteriores. Era David
frente a Goliat. En esa disyuntiva
estábamos con Fidel.
En su momento discrepamos
del régimen cubano, cuando enjuició al General Arnaldo Ochoa en una
controvertida acusación de narcotráfico. El héroe de la resistencia en Angola,
estratega de la famosa batalla de Cuito Cuanavale, y asesor militar en
Nicaragua, fue fusilado en 1989. Ello mereció incluso el cuestionamiento de las
autoridades sandinistas de la época.
También rechazamos la
represión a los homosexuales y a escritores o políticos que pensaban distinto
del establishment. Ahora las cosas
han cambiado. Pedro Juan Gutiérrez y Leonardo Padura, novelistas de renombre
internacional, no sufren censura por sus críticas al orden existente, mientras
la disidencia política se ha multiplicado. Al mismo tiempo, la comunidad gay recibe apoyo incluso desde las altas
esferas gubernamentales. Los tiempos han cambiado, y para bien.
Los que critican a Cuba en
nuestro país, desde la otra vereda, revelan dudosa consecuencia. No corresponde
dictar cátedra sobre democracia cuando se tiene una Constitución elaborada en
dictadura, y plebiscitada en medio del terror.
Por otra parte, las
libertades públicas y los derechos humanos han estado en cuestión no sólo en la
isla, sino en el Chile de Pinochet, en el Perú de Fujimori, en las torturas de
la CIA en Guantánamo y en el régimen existente en China, entre otros. Y, los
detractores de Castro no utilizan el mismo rasero para calificar los atentados
a los derechos humanos en estos regímenes e incluso son en extremo generosos
cuando hay negocios y dineros de por medio.
Los que tratamos de
entender la experiencia cubana en toda su dimensión, y dramatismo, lamentamos
la muerte de Fidel. Sus errores económicos y políticos no pueden ni deben
eludirse. Es necesario aprender de ellos. Como también es preciso aprender de
la valentía, dignidad y solidaridad que lo caracterizaron. Desafió lo imposible
y muchas veces salió airoso. Castro le dio a Cuba un lugar excepcional en el
mundo, así como Allende se lo dio a Chile.
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