Migrantes, en su mayoría de Eritrea, saltan de un bote en el Mediterráneo en busca de ayuda (agosto de este año). Foto: AP |
Este año, según la
OIM, han llegado a Europa más de 382.000 migrantes desde África y Oriente
Medio.
24 diciembre 2016
En
2015, más de un millón de migrantes llegaron a Europa por tierra y por mar.
Huían de las guerras y del hambre en África y en Oriente Medio. Cientos de
miles atracaron, en botes de madera casi inútiles y sobrecargados, en las
costas de Italia y Grecia, que sirvieron como puerto de entrada hacia Alemania,
Austria y Francia. Este año el flujo ha sido menor: según la Organización
Internacional para las Migraciones (OIM), han llegado más de 382.000 hasta la
fecha. Una cifra menor, sin embargo, no indica una suerte mejor.
En lo corrido de este año, la migración segura ha sufrido sendos
reveses. Dada la cantidad de migrantes que hubo en 2015, gobiernos europeos,
como los de Polonia y Hungría, cerraron casi por completo sus puertas a los
migrantes. Estos países son esenciales pues es por allí que transitan los
migrantes hacia Europa occidental. Las fronteras fueron valladas, el camino de
los países bálticos (que cruza por Bulgaria, Macedonia, Serbia, Hungría,
Croacia y Eslovenia) fue prácticamente sellado. De modo que un número menor de
registros no quiere decir que la situación sea menos grave, sino que los
migrantes podrían estar tomando otras rutas, más peligrosas y de difícil
acceso, que no aparecen en los números.
Los migrantes han tenido que enfrentarse, además, a los
constantes señalamientos: en un año en el que Trump ganó con una política
determinada de antiinmigración y en que el Brexit se aprobó en parte por miedo
de que llegaran más migrantes, los desarraigados (que provienen de países como
Siria e Irak, en plena guerra, y de Eritrea, acosados por gobiernos abusivos)
son vistos como invasores. Los rigores de la migración, sin embargo, resultan
suficientes para comprender que su único objetivo es salvar sus vidas y tener
una vida mejor: en las fronteras son rechazados y enviados de vuelta; en los
refugios temporales, levantados por ellos mismos, carecen de los servicios
básicos para una vida digna; llegan sin dinero, sin ropa y sin pertenencias. Un
ejemplo de su sufrimiento esperanzador fue el campamento de Calais, en el norte
de Francia, donde había —según registros variados— entre 6.000 y 9.000
migrantes que esperaban pasar hacia Reino Unido. En octubre de este año, el
campamento fue desmantelado y los migrantes enviados a centros de refugio en
varias partes del país.
Este año, según la OIM, 4.901 personas han muerto en el periplo
hacia Europa. El año pasado, los traficantes de personas —que siguen lucrándose
de la desgracia ajena— los montaban en botes de madera; hoy utilizan sobre todo
botes de hule, más baratos pero más inestables. Por una travesía de este tipo,
un migrante puede pagar entre 2.000 y 2.500 euros, sólo por su cabeza. El
director de la organización Médicos Sin Fronteras en América Latina, David
Cantero, aseguró que en 2017 la situación podría continuar sin cambios: “Si las situaciones en origen no cambian y
las políticas en los lugares receptores como Europa tampoco, esto sólo puede
hacer que la situación empeore”.
Los países que reciben a los migrantes han reforzado los
obstáculos para asilarlos. En Hungría, por ejemplo, en la época más dura de la
migración podían recibirse entre cien y doscientas solicitudes de asilo al día.
Después de que vallaron la frontera y obstaculizaron el proceso de petición,
podían llegar apenas tres o cuatro solicitudes al día. Los migrantes tienen,
entonces, pocas opciones: retornar a su país de origen, quedarse estancados en
una frontera o pedir asilo en uno de los países vecinos. Sin embargo, la
situación de los vecinos de, por ejemplo Siria, no es la mejor. Ni tampoco de
los vecinos de Eritrea, o los de Somalia, o los de Sudán del Sur. El destino es
por lo general Europa, puesto que el continente es visto como una cuna de
emprendimiento, donde incluso los más necesitados pueden forjar cierta fortuna.
Europa no piensa igual.
Los migrantes se han tenido que enfrentar, de igual manera, al
prejuicio de que entre ellos hay terroristas. Esta semana, la líder del Frente
Nacional en Francia, Marine Le Pen, aseguró que hay un vínculo ineludible entre
la inmigración y el terrorismo. Es decir: entre más migrantes hay, mayor es la
posibilidad de que exista un ataque terrorista. Su visión se vio reforzada por
el ataque de esta semana en Berlín. Sin embargo, docenas de estudios que han
recopilado información sobre los actos terroristas desde los años sesenta hasta
ahora señalan lo contrario: que es muy menor la posibilidad de que un refugiado
atente contra los nacionales del país donde se hospeda. Sin embargo, una
encuesta reciente del Pew Research Center indica que al menos el 54 % de los
ciudadanos de los principales países europeos creen que la migración tiene
relación directa con los actos terroristas. Los migrantes piden que no se hagan
generalizaciones y aseguran que sólo quieren huir de una guerra que parece
perseguirlos a donde sea que vayan.
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