LOS LAZOS DE TRUMP
CON EL PASADO Y LA RESURRECCIÓN DE LA IZQUIERDA
Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de
Bustillo
Texto completo en:
De Omnibus Dubitandum
Hay que dudar de todo
Introducción
El presidente Trump está
completamente integrado en la estructura más profunda del imperialismo
estadounidense. A pesar de sus ocasionales referencias a la no intervención en
guerras en el extranjero, Trump sigue los pasos de sus predecesores.
A
pesar del alboroto montado por neoconservadores y liberales acerca de sus
vínculos con Rusia, sus “herejías”
sobre la OTAN y su apertura hacia la paz en Oriente Próximo, en la práctica,
Trump ha desechado su imperialismo humanitario de mercado y ha acometido las
mismas políticas belicosas de su rival del partido demócrata Hillary Clinton.
Al
carecer de la hábil “demagogia” del
antiguo presidente Obama y no adornar sus acciones con exhortaciones baratas a
las políticas de “identidad”, los
pronunciamientos groseros y abrasivos de Trump han hecho que los jóvenes se
lancen a las calles en manifestaciones masivas. Estos actos de protesta cuentan
con el poco discreto apoyo de los principales adversarios de Trump: los
banqueros de Wall Street, los especuladores y los magnates de los medios de
comunicación. En otras palabras, el presidente Trump es un manipulador de los
símbolos, no un “revolucionario” y ni
siquiera un “agente del cambio”.
Vamos
a proceder a analizar su trayectoria histórica, la que ha permitido el
advenimiento del régimen Trump. Identificaremos los programas y compromisos en
curso que determinan el presente y la dirección futura de su administración.
Concluiremos
determinando el modo en que la reacción del presente puede servir para crear
futuras transformaciones. Nos enfrentaremos al actual delirio “catastrófico” y apocalíptico y
propondremos razones para una visión optimista del futuro. En resumen: este
artículo señalará por qué las características negativas del presente pueden
tener consecuencias positivas.
Secuencia histórica
Las pasadas dos décadas, los
presidentes de EEUU han derrochado los recursos financieros y militares del
país al embarcarse en múltiples guerras interminables en las que no han
conseguido ganar, así como en deudas comerciales y desequilibrios fiscales por
valor de un billón de dólares. Los dirigentes estadounidenses han enloquecido
provocando grandes crisis financieras, permitiendo que los principales bancos
cayeran en bancarrota, destruyendo la vida de pequeños deudores hipotecarios,
devastando el tejido industrial y creando un desempleo masivo al que ha seguido
la creación de puestos de trabajo inestables y mal pagados que han llevado al
desplome de las condiciones de vida de las clases trabajadora y media baja.
Las
guerras imperiales, los rescates de un billón de dólares a los supermillonarios
y la deslocalización sin cortapisas de las corporaciones multinacionales han
profundizado enormemente las desigualdades de clase y dado paso a acuerdos
comerciales que favorecen a China, Alemania y México. Dentro del país, los
mayores beneficiarios de las crisis han sido los banqueros, los
multimillonarios del sector de la alta tecnología, los importadores de bienes y
los exportadores de la agroindustria.
Para
hacer frente a la crisis del sistema, el régimen ha respondido dando mayores
poderes al presidente de EEUU mediante decretos presidenciales. Para ocultar la
debacle de décadas, los denunciantes de conciencia han sido encarcelados y se
ha impuesto a cada sector de la ciudadanía la vigilancia típica de un Estado
policial. Los centros financieros, como Goldman Sachs, han seguido dictando las
normas y controlando el Departamento del Tesoro y las agencias reguladoras del
comercio y de la banca. Mientras los presidentes de uno y otro partido entraban
y salían del Despacho Oval, las “instituciones
permanentes” del Estado se han mantenido sin cambios.
El
“primer presidente negro”, Barack
Obama, prometió la paz y emprendió siete guerras. Su sucesor, Donald Trump,
salió elegido bajo la promesa de la “no
intervención” y, sin solución de continuidad, tomó el testigo de Obama y
prosiguió con los bombardeos: la pequeña Yemen sufrió los ataques de ejército
estadounidense, los aliados de Rusia en la región del Dombás de Ucrania
sufrieron violentos ataques por parte de los aliados de Washington en Kiev y la
representante más “realista” de
Trump, Nikki Haley, tuvo una actuación belicosa en la ONU, al estilo de la
señora “intervención humanitaria”
Samantha Power [i] rebuznado invectivas contra Rusia.
¿Dónde
está el cambio? Trump ha continuado con la política de Obama aumentando las
sanciones a Rusia, a la vez que amenazaba con aniquilar Corea del Norte con un
ataque nuclear siguiendo los pasos de la escalada militar de Obama en la
península de Corea. Obama emprendió una guerra por delegación contra Siria y
Trump aumentó los ataques aéreos sobre Al Raqa. Obama rodeó China de bases
militares, navíos y aviones de guerra y Trump entró marcando el paso de la oca
con retórica belicista. Obama expulsó a una cifra récord de trabajadores
mexicanos, dos millones en ocho años; Trump ha continuado la senda prometiendo
aumentar las deportaciones.
En
resumen, el presidente Trump ha seguido sumisamente la trayectoria de su
predecesor, bombardeando los mismos países a la vez que plagiaba sus discursos
maníacos ante la ONU.
Obama
aumentó el tributo anual (etiquetado como “ayuda”)
a Tel Aviv hasta la escalofriante cifra de 3.800 millones de dólares mientras
se emitía débiles quejas sobre la invasión israelí de tierras palestinas; Trump
ha propuesto trasladar la embajada de EEUU a Jerusalén mientras gimoteaba sus
propias críticas descafeinadas sobre los asentamientos judíos ilegales en
tierras robadas a Palestina.
Resulta
absolutamente asombrosa la similitud entre las políticas y estrategias de Obama
en política exterior y las de Trump, entre sus medios de implementarlas y sus
aliados. La diferencia se limita al estilo y la retórica.
Ambos
presidentes “agentes del cambio”
quebraron inmediatamente sus falsas promesas preelectorales y han actuado sin
salirse del marco de las instituciones permanentes del Estado.
Cualquier
diferencia que muestren es fruto de los distintos contextos históricos. Obama
se hizo cargo del colapso del sistema financiero e intentó regular la banca
para estabilizar su funcionamiento. Trump asumió el cargo tras la “estabilización” de un billón de dólares
de Obama y pretende eliminar las regulaciones –¡siguiendo los pasos del
presidente Clinton!–. ¡Tanto jaleo a causa de la “desregulación histórica” de Trump!
El
“invierno de descontento” que ha
tomado forma en protestas masivas contra la decisión de Trump de prohibir la
entrada a inmigrantes y visitantes de siete países predominantemente musulmanes
es consecuencia directa de las “siete
guerras sangrientas” de Obama. Inmigrantes y refugiados son el producto de
las invasiones y ataques a dichos países que han provocado el asesinato, las
lesiones, el desplazamiento forzoso y la miseria en millones de personas, sobre
todo, aunque no solo, musulmanes. Las guerras de Obama han generado decenas de
miles de “rebeldes”, insurgentes y
terroristas. Los refugiados, que huyen para salvar su vida, han sido
prácticamente excluidos de EEUU bajo la presidencia de Obama y la mayor parte
de ellos han buscado refugio seguro en los escuálidos campos y el caos de la
Unión Europea.
Por
terrible e ilegal que pueda parecer el cierre de fronteras a los musulmanes y
por prometedoras que parezcan las manifestaciones masivas de protesta, todo
ello no es sino el resultado de las políticas de asesinato y caos implementadas
durante casi una década por el presidente Obama.
Dentro
de la misma trayectoria política, Obama derramó la sangre y le toca a Trump “arreglar el caos”, dicho en su estilo
vulgar y racista. ¡A Obama se le consideró un pacificador merecedor del Premio
Nobel de la Paz y al gruñón de Trump se le critica estrepitosamente por tener
que usar la mopa para limpiar la sangre!
Trump
ha escogido hollar el sendero de la deshonra y se enfrenta a la ira del
purgatorio. Mientras tanto, Obama se ha retirado a jugar al golf y practicar
windsurf y esboza su sonrisa despreocupada a los escritorzuelos que le adoran
en los medios de comunicación de masas.
Mientras
Trump pisotea el sendero marcado por Obama, cientos de miles de manifestantes
llenan las calles para protestar contra el “fascista”
y decenas de grandes medios de comunicación, docenas de plutócratas e “intelectuales” de todo género, raza y
credo, se retuercen de indignación moral. Uno se queda perplejo ante el
silencio ensordecedor de esos mismos activistas y esas mismas fuerzas cuando
las guerras y violentos ataques de Obama provocaron la muerte y el
desplazamiento de millones de civiles, en su mayor parte musulmanes y en su
mayor parte mujeres, mientras sus hogares, bodas, funerales, mercados, escuelas
y hospitales eran bombardeados.
¡Cuánto
atolondramiento! En lugar de eso, deberíamos tratar de entender las
posibilidades que surgen del hecho de que las masas rompan finalmente su
silencio cuando el belicismo elocuente e hipócrita de Obama se transforma en la
descarada marcha triunfal de Trump hacia el apocalipsis.
Perspectivas optimistas
Son muchos los que desesperan
pero más los que han despertado. Vamos a identificar las perspectivas
optimistas y las esperanzas realistas partiendo de la realidad actual y de las
tendencias del presente. Ser realista significa analizar los acontecimientos
contradictorios y polarizadores y, por tanto, no aceptar que haya resultados “inevitables”. Significa que los
resultados son un “terreno en disputa”
en el que los factores subjetivos desempeñan un papel determinante. La
interrelación de las fuerzas en conflicto puede producir una espiral ascendente
o una espiral descendente: hacia más igualdad, soberanía y liberación o hacia
una mayor concentración del poder, la riqueza y los privilegios.
La
concentración de poder y riqueza más retrógrada se halla en la oligárquica
Unión Europea dominada por Alemania, una institución que se encuentra asediada
por las fuerzas populares. Los votantes de Reino Unido decidieron abandonarla
(Brexit) y como consecuencia, Reino Unido se enfrenta a una ruptura con Escocia
y Gales y a una separación aun mayor con Irlanda. El Brexit llevará a una nueva
polarización cuando los banqueros con sede en Londres se trasladen a la UE y
los líderes del libre mercado tengan que enfrentarse a trabajadores,
proteccionistas y la masa creciente de pobres. El Brexit da fuerzas a los
partidos nacional-populistas e izquierdistas en Francia, Polonia, Hungría y
Serbia y frustra la hegemonía neoliberal en Italia, España, Grecia, Portugal y
otros lugares. El miedo de los oligarcas de la UE es que los levantamientos
populares intensifiquen la polarización social y saquen a la palestra a los
movimientos progresistas de clase o a los partidos y movimientos nacionalistas
autoritarios.
El
ascenso al poder de Trump y sus decretos ejecutivos han provocado la
polarización del electorado y un aumento de la politización y de la acción
directa. El despertar de EEUU profundiza las fisuras internas entre los demócratas
con “d” minúscula –mujeres progresistas, sindicalistas, estudiantes y otros– y
los oportunistas del Partido Demócrata con “D”
mayúscula, especuladores, belicistas de toda la vida, gacetilleros burgueses
del Partido “D” (los “fabricantes de engaños”) y un pequeño
ejército de ONG financiadas por las grandes empresas.
La
continuación por parte de Trump de los programas favorecedores al ejército y a
Wall Street de Obama-Clinton provocará una burbuja financiera, un aumento aun
mayor del gasto militar y más guerras caras. Estas separarán al régimen de sus
partidarios dentro de los sindicatos y la clase trabajadora, una vez comprobado
que el gabinete de Trump está compuesto exclusivamente por multimillonarios,
ideólogos y sionistas y militaristas furibundos (contradiciendo su promesa de
nombrar a duros empresarios negociadores y realistas). Esto podría generar una
gran oportunidad para el auge de los movimientos que se oponen a la fea cara
del régimen reaccionario de Trump.
La
animadversión de Trump hacia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte
(NAFTA, por sus siglas en inglés) y su defensa del proteccionismo y de la
explotación financiera y de los recursos socavarán los regímenes
narco-liberales corruptos y asesinos que han gobernado México durante los
últimos treinta años, desde los días del presidente Salinas. La política
antiinmigración de Trump obligará a los mexicanos a elegir entre reaccionar “luchando o huyendo” ante el caos social
creado por las bandas de narcotraficantes y la policía gansterizada.
Forzará a México a desarrollar su industria y mercado internos. El consumo de
masas interno y la propiedad se unirán a los movimientos populares. El cártel
de las drogas y sus patrocinadores políticos perderán el mercado estadounidense
y se enfrentarán a la oposición interna.
El
proteccionismo de Trump limitará el flujo ilegal de capital de México, que
ascendió a una suma de 48.300 millones de dólares en 2016, equivalente al 55%
de la deuda externa del país. La transición de México para salir de la dependencia
y el neocolonialismo polarizará intensamente al Estado y la sociedad; el
resultado vendrá determinado por el balance en la lucha de clases.
Las
amenazas económicas y militares de Trump hacia Irán reforzarán a las fuerzas
nacionalistas, populistas y colectivistas frente a los políticos “reformistas” neoliberales y
pro-occidentales. La alianza antiimperialista de Irán con Yemen, Siria y el
Líbano se solidificará frente al cuarteto formado por Arabia Saudí, Israel,
Gran Bretaña y EEUU, liderado por este último.
El
apoyo de Trump a la ocupación masiva de tierras palestinas y su prohibición “solo judíos” a musulmanes y cristianos “sacudirá” a los millonarios
colaboracionistas de la Autoridad Palestina y provocará nuevas revueltas e
intifadas.
La
derrota del Estado Islámico reforzara las fuerzas gubernamentales
independientes en Irak, Siria y el Líbano y debilitará la influencia
imperialista estadounidense, abriendo la puerta a luchas populares democráticas
seculares.
La
campaña a gran escala y prolongada del presidente chino Xi Jinping contra la
corrupción ha supuesto la detención y el despido de más de 250.000 funcionarios
y empresarios, incluyendo multimillonarios y altos cuadros del Partido. Los
arrestos, la persecución y encarcelamiento han reducido el abuso de los
privilegios pero, lo que es más importante, ha mejorado las perspectivas de que
los movimientos populares se enfrenten a las enormes desigualdades sociales. Lo
que comenzó “desde arriba” puede
provocar movimientos “desde abajo”.
La resurrección de un movimiento hacia los valores socialistas puede tener un
gran impacto en los estados vasallos de EEUU en Asia.
El
respaldo de Rusia a los valores democráticos en el este de Ucrania y la
reincorporación de Crimea mediante referéndum puede limitar los regímenes
marioneta de EEUU en el flanco meridional ruso y reducir la intervención
estadounidense. Rusia puede desarrollar lazos de paz con estados europeos
independientes con la ruptura de la UE y la victoria electoral de Trump frente
a la amenaza nuclear del régimen Obama-Clinton.
El
movimiento a escala mundial contra la globalización imperialista aísla al poder
derechista apoyado por EEUU en Sudamérica. La búsqueda de tratados comerciales
neoliberales de Brasil, Argentina y Chile está en horas bajas. Sus economías,
especialmente en Argentina y Brasil, han visto triplicadas sus cifras de
desempleo y cuatriplicadas la de su deuda externa, su crecimiento está
estancado o en recesión y ahora se enfrentan a huelgas generales masivas. La “adulación” neoliberal está provocando
lucha de clases. Todo ello puede dar un vuelco al orden post-Obama en
Latinoamérica.
Conclusión
El orden ultra neoliberal del
pasado cuarto de siglo se está desintegrando por todo el mundo y en sus
principales países. Hay un incremento significativo de movimientos desde arriba
y desde abajo, de las izquierdas democráticas a las fuerzas nacionalistas, de
populistas independientes a la “vieja
guardia” de la derecha reaccionaria: ha surgido un nuevo universo político
polarizado y fragmentado. El principio del fin del actual orden
imperialista-globalista está creando oportunidades para un nuevo orden dinámico
democrático y colectivista.
Los
oligarcas y las élites de la “seguridad”
no accederán a las demandas populares ni renunciarán a sus privilegios
fácilmente. Afilarán los cuchillos, emitirán decretos ejecutivos y orquestarán
golpes de Estado para intentar mantener el poder. Los movimientos democráticos
populares emergentes necesitan superar la fragmentación identitaria y nombrar
líderes unificados e igualitarios que puedan actuar decisiva e
independientemente de los líderes políticos existentes, que realizan gestos
progresistas espectaculares pero falsos mientras pretenden una vuelta a la
pestilencia y la miseria del pasado reciente.
Comentarios