Emiliano Zapata, a 98 años de la traición del 10 de abril de
1919
La Voz del
Anáhuac
07 abril, 2017
Hace casi 100
años, el 27 de diciembre de 1917, el General en Jefe del Ejército Liberador,
Emiliano Zapata, hizo público un Manifiesto al pueblo en el que denuncia en
carácter reaccionario y dictatorial del autonombrado “Primer Jefe” Venustiano Carranza, viejo político de cuño
porfirista que oportunistamente se montó en el movimiento revolucionario
iniciado en 1910.
Este año se cumplieron 100 años de la
Constitución de 1917. La clase política gobernante no perdió la oportunidad
para ensalzar la figura de Carranza como artífice de ésta, omitiendo que desde
su misma promulgación esta quedó como letra muerta.
Los
aspectos progresistas de la misma: la
educación pública y gratuita, los derechos agrarios y los derechos laborales
nunca se cumplieron cabalmente.
Ahora,
las reformas neoliberales han desmantelado dichos derechos. En 1992 se reformó
el Artículo 27, permitiendo la privatización de la posesión ejidal de la
tierra. En 2012, la reforma laboral destruyó los derechos obreros contenidos en
el Artículo 123. En 2013, la mal llamada “reforma
educativa” despedaza el carácter público y gratuito de la educación con las
reformas a los Artículos 3ª y 173.
Así,
el instinto popular y la intuición campesina, como advirtiera el General
Zapata, no se equivocaron. En gobierno de Carranza, los sucesivos gobiernos “emanados de la revolución” y los
actuales gobiernos neoliberales han hecho añicos lo que de la revolución
quedara escrito en la Constitución. Esto ha sido no sólo una traición a la
sangre derramada por millones de mexicanos durante la revolución, es un
retroceso histórico, pues los campesinos, obreros, indígenas, el pueblo todo ha
quedado en peores condiciones de superexplotación, despojo, represión y
humillación que las que se padecieron durante el porfiriato.
Tener
memoria histórica no es sólo recordar al General Emiliano Zapata en cada
aniversario de su asesinato a traición en Chinameca aquel 10 de abril de 1919.
Es sobre todo recordar que esas condiciones paupérrimas, humillantes,
sangrientas, fueron las que hicieron que nuestros abuelos y abuelas se
rebelaran. Honrar la memoria histórica es hoy, sobre todo, hacer conciencia de
la realidad, organizarnos, luchar, resistir, rebelarnos. En no callarse, no
resignarse, no agacharse conformistas. Es hacer que de nuevo nos hierba la
sangre ante tanta ignominia, es tener la dignidad de levantarnos, de alzar la
voz y los puños y estar dispuestos a ir hasta donde sea necesario para acabar
con el sistema capitalista que nos destruye.
Por
ello, ahora, al cumplirse 98 años de la traición y asesinato del General
Emiliano Zapata, reproducimos aquí el Manifiesto del 27 de diciembre de 1917.
Manifiesto al Pueblo: Emiliano Zapata
27 de diciembre de 1917
Tlaltizapán, Morelos
Cuartel General de la Revolución
El instinto popular
no se halla engañado, la intuición campesina tenía razón. Carranza, hombre de
antesalas, legítima hechura del pasado, imbuido de las enseñanzas de la corte
porfirista, acostumbrado a ideas y prácticas de servilismo y de aristocracia, entendiendo por política el arte de engañar y
considerando como el mejor de todos los gobernantes el que con más seguridad
sepa imponer su voluntad omnímoda; Carranza el anticuado, Carranza el vetusto,
no estaba en condiciones de comprender los tiempos nuevos y las nuevas
aspiraciones.
Imposible que él, formado sobre los moldes porfirianos, encarnase las
ideas de una juventud deseosa de reformas; y más inconcebible todavía y más
absurdo, que él llegara a ser el intérprete y el representante de esa fogosa
generación que llena de confianza en sí misma, se levantó en 1910 y volvió a
erguirse en 1913, sacudiendo yugos, rechazando preocupaciones, imponiendo
principios, arrasando aquí desigualdades, derribando allá exclusivismos, y
clamando por el advenimiento de una nueva era que diese justicia y libertad a
los oprimidos, y enérgica y virilmente refrenase los abusos, las invasiones y
las ansias de dominio de esa audaz oligarquía de acaudalados que protegiera
Porfirio Díaz.
El desengaño tenía que venir, y vino, para los que creyeron en la
honradez del ex-gobernador de Coahuila.
Carranza terrateniente y rapaz, devolvió a poco andar los bienes
confiscados y reconstruyó el latifundismo que la revolución con sus garras de
acero había hecho polvo.
Carranza, discípulo de Porfirio Díaz, no ha tardado en instaurar un
nuevo despotismo, en que se reproducen los procedimientos puestos en práctica
por la vieja dictadura.
Carranza, ambicioso y egoísta, ha pretendido convertir en canonjías para
los suyos, en negocios lucrativos y en personalismos odiosos las conquistas de una revolución que
era y es enemiga de toda burocracia, que proclamó libertades y vía libre para
la gran masa de postergados, y que en sus anhelos generosos, excluye todo
favoritismo y va a chocar contra todo privilegio de casta, de facción o de
camarilla.
Las imposiciones de gobernadores y los chanchullos electorales han sido
y son cosa corriente. Hemos visto al yerno del llamado presidente de la
República, ser impuesto como gobernador de Veracruz; a su ex-Jefe de Estado
Mayor, ser designado autocráticamente para gobernador constitucional de San Luis Potosí y
a uno de sus ex-secretarios particulares, ser elevado en medio de la general
protesta, a la gubernatura de Coahuila; sin más méritos de todos ellos que los
de haber sido lacayos del actual dictador.
De los principios revolucionarios nada queda en pie. Las tierras no se
han repartido, los campesinos no han sido emancipados, la raza indígena
continúa irredenta.
Y como la inmensa mayoría de los revolucionarios han sido y son
revolucionarios, y siguen creyendo en un principio de libertad, la indignación
ha estallado y la rebelión ha ido creciendo. Si ayer -en 1915- abarcaba seis o
siete Estados, hoy el movimiento insurreccional contra Carranza domina toda la República
no hay un rincón en ella donde no palpite el alma de la revolución, de la
verdadera, de la indomable, de la incorruptible, de la que ha entusiasmado a
todas las almas y sacudido todos los espíritus, desde la etapa inicial de 1910,
y que obstruccionada unas veces y traicionada otras, ha seguido y seguirá
arrolladoramente su curso, hasta que sean una realidad tangible todas y cada
una de sus reivindicaciones.
Unificación revolucionaria mediante la eliminación de Carranza, tal es la común
aspiración de todos los revolucionarios de verdad.
Así lo han comprendido, así lo sienten aún los que en un principio
creyeron en Carranza y fueron sus partidarios o sus amigos.
Francisco Coss, el jefe coahuilense que en 1914 fue el primero en
desconocer a la Convención y protestar su
adhesión a Carranza; Luis Gutiérrez, el conocido General que siguió siendo
adicto al Primer Jefe, aún después de que
la Convención hubo nombrado
presidente provisional de la República a su propio hermano, Eulalio Gutiérrez;
Dávila Sánchez, Lucio Blanco y muchos otros connotados defensores del
carrancismo, han sabido volver por los fueros de su honor como revolucionarios,
y se han declarado ya en abierta rebeldía contra el hombre que villanamente los
engañara.
Carranza, aborrecido por la opinión y abandonado por los suyos, a
quienes miserablemente ha mentido, se debate angustiosamente en una asfixiante
atmósfera de desprestigio y de impopularidad. Lo odia el pueblo, porque ha sido
el causante de la miseria, del hambre y de la falta de trabajo; lo abominan los
hombres de empresa, porque se ha mostrado incapaz de dar garantías y con su
obcecación ha impedido el aseguramiento de la paz; lo maldicen los campesinos,
porque les ha arrebatado las tierras de sus mayores para entregarlas a los latifundistas;
reniegan de él los obreros, porque ha atropellado el derecho de huelga, porque
pone obstáculos a la libre discusión de los temas sociales y patrocina sin
escrúpulos los más odiosos atentados del militarismo.
Los candidatos derrotados por causa de las consignas oficiales, los
ciudadanos que vieron burlado su voto en los comicios, los revolucionarios
injustamente postergados, los luchadores de buena fe que han presenciado el
derrumbe de sus creencias y han ido a chocar contra el hecho brutal de la dictadura.
Todos, militares y civiles, reformadores sociales y simples demócratas
liberales y socialistas, hombres de acción y enamorados platónicos del ideal
revolucionario; unos y otros, ante el desastre sufrido por los principios, ante
los atropellos de la soldadesca, ante las bellacas imposiciones de gobernadores
y caciques, ante la eliminación de los elementos sanos y la invasión de los
puestos públicos por un Macías, un Palavicini, un Rafael Nieto, un Gerzayn
Ugarte o un Luis Cabrera, protestan airados contra los autores de semejante
desconcierto, y en nombre de la patria amenazada de muerte, prescinden ya de
criminales personalidades y buscan anhelantes la suprema esperanza de
salvación: La unificación de todos los elementos revolucionarios, la unión en
apretado haz de todas las personalidades fuertes y honradas de la política
reformista, para fundar la paz nacional sobre la eliminación de la odiosa
figura de Carranza y sobre el cordial acercamiento de todos los hombres de
pecho sano y voluntad justa que quieran colaborar en la obra inmensa, pero
gloriosa, de la refundición de la patria en los nuevos moldes de la encarnación
revolucionaria.
En momentos tan críticos como decisivos para el porvenir de la
República, la revolución agraria invita a un esfuerzo común, contra el déspota,
a todos los verdaderos revolucionarios del país, a todos los hombres que
anhelan la emancipación del obrero y del campesino, a los que tengan fe en los
destinos de su pueblo, a los que desean para sus compatriotas una era de bienestar,
de trabajo, de paz, pero también de trascendentales y necesarísimas reformas.
A todos los mexicanos amantes del progreso de su país y de la redención
de los que han hambre y sed de justicia, los exhorta la revolución defensora
del Plan de Ayala, a combinar
sus esfuerzos, su propaganda, sus capacidades y sus energías de combate para
emplearlas contra el funesto personaje que sin más apoyo que su capricho, es
hoy por hoy el único estorbo para el triunfo de los ideales reformistas y para
el restablecimiento de la paz nacional.
Reforma,
Libertad, Justicia y Ley
Cuartel
General de la Revolución
Tlaltizapán,
Morelos, 27 de diciembre de 1917
El
General en Jefe del Ejército Libertador, Emiliano Zapata
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