“Lo peor sería que nos prohíban soñar”: Javier Valdez en
2011 al recibir el premio Libertad de Prensa del CPJ
Desinformémonos,
periodismo de abajo
16
mayo, 2017
Discurso de Javier
Valdez Cárdenas Premio Internacional de Libertad de Prensa del CPJ
Video:
Somos El Medio Tv
Publicado el 15 mayo, 2017
El 22 de septiembre del
2011, el periodista Javier Valdez Cárdenas, recibió el Premio
Internacional de Libertad de Prensa del CPJ, 2011 donde se reconocía el trabajo
del periodista.
“Lo peor sería que nos prohíban soñar,
tener ilusiones; querer ser mejores, anhelar justicia y paz, y mantener la
dignidad. Lo peor sería dejar de apedrear estrellas. No lo podemos permitir. No
importa que no tumbemos ninguna”.
Entrevista
a Javier Valdez Cárdenas, ganador de premio internacional a la libertad de prensa
Javier Valdez Cárdenas es un hombre-periodista
solitario viviendo en medio de una guerra no convencional que ha elegido
narrar. Ha requerido, y en ocasiones todavía le ayuda, terapia psicológica para
enfrentar lo que ha vivido, escuchado y visto. Frente al riesgo que hoy
significa ser reportero en la guerra del narco en México, insiste en relatar
las horas en el infierno desde el hacer mismo, porque para él evitarlo “sería hacerme pendejo”.
Con ningún arma más que la
crónica, pese a que ni la mejor de ellas pueda “contar este infierno”, ha expresado desde el semanario sinaloense Ríodoce una voz periodística que
reconoce y lamenta la necesidad de la autocensura por la seguridad personal;
porque, como si fuera una “broma macabra”,
es necesario pensar en “el narco”
casi como un interlocutor, que está pendiente de lo que se publica y que se
cobra las afrentas con la tortura y la muerte. Con el terror.
Al lado de Ismael Bojórquez,
Alejandro Sicairos y otros cofundadores como Francisco Sarabia y Cayetano
Osuna, creó Riodoce en 2003, que ha
sido elegido por la Universidad de Columbia para recibir el Premio María Moors
Cabot porque “desafía a la muerte”.
Además, en su papel de corresponsal en esta guerra interna en México,
recientemente también fue reconocido por el Comité para la Protección de los
Periodistas (CPJ) de Nueva York por su labor periodística.
Con todos los reflectores
que esos reconocimientos han traído a su carrera, no baja la guardia de la
sencillez de quien se sabe frágil y expuesto, mantiene el augurio pesimista
sobre el futuro de México, pero se asume como un mexicano más al que no le
queda otra más que resistir:
“Lo peor sería que nos prohíban soñar, tener ilusiones; querer ser
mejores, anhelar justicia y paz, y mantener la dignidad. Lo peor sería dejar de
apedrear estrellas. No lo podemos permitir. No importa que no tumbemos
ninguna”.
Transcripción de la entrevista:
–Has atestiguado muchas cosas, has estado prácticamente en la antesala
del inframundo y tanteado el fuego, ¿cómo vives con eso en el día a día?
–Soy un hombre solitario y aunque convivo con mucha
gente y tengo ratos de alegría y diversión, escasos pero que parecen un estado
permanente y que no lo son, debo darme espacios para pensar en lo que hago y
debo hacer. Esos ratos en soledad son cada vez más difíciles y algunos de los
rincones que he escogido para sumergirme también son frecuentados por otros,
pero me permiten estar conmigo, desprenderme un poco de la rutina y mirar más
allá de lo aparentemente intrascendente. Esos espacios son como bálsamos, como
curitas para mí, momentos conmigo. Lo otro que me ayuda es ir a terapia: lo
hice cada semana, durante dos años, en un periodo muy crítico y definitorio
para mí, todo un parteaguas en mi vida, y lo hago ahora, en ciertas coyunturas.
El caso es que no pasa un
mes sin que vaya con mi terapeuta, que además de ser buena profesionalmente
hablando, ha sido más que generosa. Los otros escapes que me doy son los libros
que leo, la música –que no debe faltar en mi carro ni en el rinconcito que
opera como biblioteca en mi casa-, y los tragos de güisquis sin agua mineral ni rocas, porque de esas -rocas, piedras,
arena- sobran en mis ojos y mi garganta, y tengo que deshacerme de ellas para
que me dejen ver y hablar, y desahogarme. Creo que todos estos escenarios
copulan para que logre exorcizar miedos, fantasmas, acechanzas y frustraciones,
inyectarme energía y amaneceres vía intravenosa, y seguir viviendo. Y
escribiendo.
–¿Hay un conflicto en tu quehacer diario al pensar en el “deber ser”
del periodismo, cuando debes callar ciertas cosas?
-Sí, todos los días y a cada rato uno se pregunta si
está haciendo bien, si puede uno publicar tal cosa o de plano hay que guardarla
para mejores momentos. Siempre uno se está preguntando, cuestionando, tratando
de ubicarse en el lugar que ocupan las víctimas en las historias, sus derechos
y sentimientos como personas, pero también otros que son protagonistas, el daño
que puede o no causar un reportaje o crónica.
Todos los días uno debate
consigo mismo, con los otros javieres
que habitan en mí, pero también lo hago con mi esposa, con algún interlocutor
sensible e inteligente. No importa que no sea periodista, y también con otros
que integran la redacción en Ríodoce.
La ventaja es que en Ríodoce, los
cuatro que estamos al frente nos tenemos confianza, sabemos que no está el
narco ahí, infiltrado, como sí pasa en otros medios. Eso nos permite discutir,
debatir y pelearnos, pero también asumir que lo que se decide se hace y ya.
Es paradójico y parece una
broma macabra, pero uno como periodista debe pensar en el narco a la hora de
escribir una nota y eso hace válida aquella expresión de que el narco manda en
las redacciones: pienso en él, en el capo de moda, el poderoso, el que controla
la ciudad, a la hora de escribir, en si va a mandarme un ramo de granadas en
respuesta a la historia que salió publicada.
Es una forma de jugar el
juego: escribir una parcela de infierno en lugar de guardar silencio, porque el
silencio es complicidad y muerte. Y yo no soy reportero del silencio. Pero sin
duda es algo que debes medir en cada historia y de manera diferente, porque
cada una tiene sus peculiaridades. Y eso lo hace un ejercicio muy desgastante
porque siempre hay que pensar, debatir, revisar, y en ocasiones eso termina
cuando uno pone el pie en el pedal del freno, lo que significa que es momento
de repensar y quizá detenerse, o tal vez no escribir más sobre esa historia
porque ya de por sí es muy peligroso lo que has publicado.
–Ese silencio periodístico parece estarse convirtiendo en un virus en
México, ¿cómo lo ves?
–Sí, ganó terreno en las redacciones y se propagó (el
virus) al resto de los ciudadanos. Creo que la guerra contra el narco o la llamada estrategia de (Felipe) Calderón
contra el crimen organizado, y los
conflictos entre los diferentes cárteles han propiciado un ambiente de miedo y
destrucción en todo el país.
Ya no hay protestas y cuando
la gente accede a hablar con un reportero sobre determinado tema, aunque éste
no tenga qué ver con el narco, pide que no se mencione su nombre porque teme
represalias. Eso puede significar que el narco está metido en todos los ámbitos
–y lo está-, pero también que la gente asume que los políticos y gobernantes
pueden pedirle al sicario, al narco, que amenace o asesine a sus opositores.
Pero en todo caso es ese escenario de beligerancia, de balaceras y decapitados
y operativos y convoyes del Ejército desfilando, lo que tiene arrinconado a
este país, sumergido en una suerte de resignación.
Hay medios que no publican o investigan el narco por
temor, otros por mediocridad y falta de profesionalismo, algunos más por
intereses económicos o políticos. Lo cierto es que la autocensura se impuso y
uno no requiere que alguien llame o mande un recado para que se publique la
información de cierta manera o de plano, no salga. La realidad misma es
amenazante y uno debe aprender a leer eso en cada situación específica, de cada
trabajo periodístico en particular: medir los niveles de riesgo y los márgenes
en los que puede moverse la pluma.
–Lo que se juega el reportero es la vida, pero ¿a cuenta de qué? ¿es la
adrenalina del oficio, la voluntad de exponer el mundo y su realidad?
-Yo lo asumo como mi trabajo, mi oficio, mi pasión, lo
que me toca hacer. Lo otro, siendo periodista y no publicar lo que está
pasando, este incendio nacional, sería hacerme pendejo. Uno se apasiona, vive
la historia y la sufre y la goza y la llora. Eso pasa conmigo. Es difícil tomar
distancia y asumirlo como algo lejano, distante y ajeno. No es adrenalina, pero
tampoco soy un héroe.
Prefiero aprender a ubicar
lo que se puede o debe publicar, y lo que no, y seguir escribiendo, a morir por
una buena historia, por una imprudencia o por hacerla de valiente. Porque hay
que seguir pariendo libros y reportajes y crónicas, seguir peleando con las
teclas y sosteniéndole la mirada a la pantalla en blanco de la computadora.
Creo que en todo caso es la
voluntad de escribir trozos de vida y de muerte, atisbos de realidad, parcelas
del submundo, cachetadas de verdad, sobredosis de indignación, coraje,
vergüenza y desolación, y suministrar pastillas contra el olvido. Eso es lo que
a mí me hace seguir escribiendo. No quiero morir, no lo busco, aunque asumo que
eso puede pasar, pero no solo porque soy periodista y publico, sino porque vivo
aquí, en Culiacán, en Sinaloa o en casi cualquier estado del país. Es decir,
parece no haber salvación. Pero también eso hay que contarlo.
–La asociación Reporteros Sin Fronteras dice que México es el lugar más
peligroso del mundo hoy día para hacer periodismo, ¿es así o se exagera?
–Creo que tienen razón. México es el lugar más
peligroso para los periodistas. Yo iría más allá: si no se puede vivir ni ser
feliz, ni viajar, ni descansar de las balaceras un fin de semana, ni tener una
noche o un día tranquilo, entonces menos se puede hacer periodismo. No hay
condiciones para la vida y ahí empieza y termina todo.
La diferencia aquí es que no
es una guerra convencional, no hay un frente de guerra y hay muchas partes en
el conflicto y muchos intereses. Ninguno de ellos ideológico o político, sin
demandas sociales o reivindicaciones de justicia o libertad, sino por el
negocio de la droga, los dólares, el poder económico y político.
Creo que eso complica la
cobertura periodística del narco y hace que cada región sea diferente. No solo
porque las organizaciones lo son, sino porque cada una de ellas actúa en
función de las regiones en las que opera y los cárteles con los que se
enfrenta.
–La crisis por violencia en México está cambiando las formas de hacer
muchas cosas ¿el periodismo está cambiando? ¿cómo?
–El periodismo ya cambió en México y cada vez son
menos los medios que investigan, que analizan, revisan y propician un debate
sobre el narco. Ahora estamos contando muertos, lo están haciendo la mayoría de
los medios. Se han olvidado de contar personas, sus historias, los latidos,
torrentes sanguíneos, frustraciones, sueños, ilusiones, de víctimas y
victimarios en este panorama de destrucción. También a los medios el narco y
los operativos del Gobierno los tienen arrinconados, con el bozal o sin él,
bajo el imperio del miedo y la autocensura.
La agenda nacional –del
Gobierno y sus niveles- está siendo determinada, o al menos, influenciada por
el narco y lo mismo pasa en la sociedad y esto se refleja en los medios. Salvo
algunos casos, como Proceso, Gatopardo, Zeta, Ríodoce y otros
pocos medios, que investigan el narco, le dan su valor a la crónica y al
reportaje, el resto sigue las huellas de sangre que dejan las víctimas del
narco.
Creo que el futuro debe
estar en la crónica porque si no podemos revelar los nexos entre políticos y
narcos, o entre éstos y empresarios y banqueros, o solo pasar de rozón al
desarrollar estos temas, el gran reto es contar el pavor como forma de vida y
eso solo puede lograrse con un buen texto, con prosa, con lágrimas, sudor y
sangre plasmadas en punta de golpes en las teclas. Y eso es hacer crónica. Creo
que ni el mejor texto, ni la mejor crónica, cuenta todo este infierno, pero se
acerca, coquetea con los nudos centrales del fenómeno, nos alcanza a decir a
fondo, con profundidad, más allá de los datos duros y los números, cómo se
vive, goza y sufre el narco en la banqueta, la calle, la escuela, la banqueta,
el café, el bar, el antro, el vecino, la esquina: el narco nuestro de cada día.
Sin duda ese es el reto. Y ahí debería estar nuestra expectativa. Ahí está el
paradigma del ejercicio periodístico actual en México.
En medio de esos cambios
están las iniciativas para tratar de regularnos, ¿son viables, son limitantes o
podrían sesgar el trabajo periodístico?
Claro que no son viables,
que parecen más interesados en barnizar esta realidad u ocultarla, además de que
algunos medios, sobre todo los electrónicos, son hipócritas al asumir
restricciones en la cobertura del narco y cacarear, con objetivos publicitarios
y comerciales, los éxitos de los grupos musicales de la “onda grupera”, conocidos por todos como intérpretes de narcocorridos.
Es decir, maniatan el
ejercicio periodístico en sus noticieros, y hacen negocio con estos conjuntos
musicales, aunque sin difundir los narcocorridos, promoviendo canciones de otro
tipo y también el discurso del narcotráfico: la vestimenta, las mujeres bellas,
las joyas, los automóviles y algunas expresiones orales propias de quienes se
dedican a estas actividades ilícitas y que tienen qué ver con el poder, la
atractividad, la seducción que ejerce el crimen organizado y los criminales, en
la población, sobre todo infantil y juvenil. Creo que en esto está también la
mano del Gobierno de Felipe Calderón, que dictó una línea a la que se ciñeron
los medios electrónicos.
-Pero también hay quienes sacan raja de ello, y aprovechan el desangramiento,
para ilustrar portadas y generar ganancias…
Claro, también es un negocio. Prohíben, como lo
expresaba antes, los narcocorridos, pero hacen negocios con otras canciones de
estos mismos grupos que tienen discos con piezas que hacen propaganda y apología
del delito. Es simple y sencillamente doble moral.
-¿Hay que replantear nuestra responsabilidad como reporteros?
–Sí, el replanteamiento de nuestra responsabilidad
como reporteros, pero también de nuestra forma de cubrir y publicar el narco.
Creo que estamos frente a una responsabilidad de revisar, al menos, lo que
estamos haciendo y cómo lo estamos haciendo, en este panorama de guerra. Lo
peor es que no hay nada de esto: no hay foros, mesas redondas, debates,
discusiones, análisis, actos reflexivos sobre lo que está pasando en los
medios, la relación con el poder político y la cobertura que se realiza sobre
los hechos violentos.
Todo esto debe revisarse y
solo así puede surgir un replanteamiento. Pero no parece haber quién convoque y
al paso que vamos podría no haber quién participe. Eso sería lo peor. Estamos
tan metidos en lo cotidiano, los operativos y balaceras, que nos hemos olvidado
de la pausa, de pensar y repensar en los medios, los lectores, los ciudadanos,
la sociedad, el gobierno, y todos juntos, en una licuadora, el país que
retratamos y lo que estamos generando y heredando.
–¿Cómo viste el acuerdo para la cobertura de la violencia firmado por
un grupo de medios de comunicación?
–Implícitamente hay un reconocimiento de que no se
hacen algunas coberturas básicas o no se tratan bien, profesional y éticamente,
algunos de estos hechos, pero también de que no se hacen, simplemente. El
resultado de este acuerdo no es una mejor cobertura ni más profesional o seria
o analítica, sino un pacto con el Gobierno Federal para disfrazar nuestra
realidad, vestirla mejor o negarla. Los medios electrónicos, así se ven, una
vez que quedan desnudos cuando hacen este tipo de acuerdos ratifican su
servilismo frente al poder político, pero también el poder que tienen, la
influencia y sus implicaciones en la vida nacional: la telecracia como forma de Gobierno que somete a la otra autoridad,
la Constitucional.
–Ríodoce recibió el premio Maria Moors Cabot, uno de los más
importantes del mundo ¿Es un reto para mantener ese nivel?
–Sí, al mismo tiempo que es un reconocimiento y un
aliciente, es un reto. Nosotros padecemos una especie de cerco informativo, de
silencio, alrededor de nuestras publicaciones: nadie hizo eco de la
información, -por más reveladora que ésta sea- que publica Ríodoce: ni los medios, ni activistas ni analistas, ni
comentaristas, ni dirigentes políticos de oposición ni diputados. Eso nos ubica
en una situación muy vulnerable y riesgosa. Una soledad macabra o más bien
desolación mortal.
Creo que el Moors Cabot nos
brinda más guarida, nos guarece, le echa un poco de leña y fuego a nuestra
fogatita, y nos ofrece un puerto seguro, quizá el único, del otro lado de la
bruma incendiaria de esta guerra. Es como un blindaje, como sentirnos menos
solos. Eso es muy chingón para nosotros. También nos obliga a revisar lo que
estamos haciendo, más allá de los halagos y la pirotecnia; para mejorar, sobre
todo en términos de calidad: desde la prosa, el uso del lenguaje, las imágenes,
hasta el contenido de fondo, el discurso, la cobertura, la forma de hacer
periodismo. No solo porque la lupa mediática internacional está sobre nosotros,
con este galardón, sino porque es una obligación, un reto que se debe asumir
cotidiana y diariamente. El periodismo, por más bueno que sea, nace y muere
todos los días.
-¿No hay ego? Bueno, aunque sea por un momento no se sintieron muy
chingones…
-Nos sentimos chingones,
claro, pero solo un ratito (risas adjuntas, grabadas en un casete de ocho
tracks, de la década de los ochenta). Nos sentimos muy bien porque como que
nadie nos pelaba, no nos hacían caso, hasta que empezó la guerra entre los
cárteles, luego de la división y el encontronazo entre los dos principales
grupos que componían el Cártel de Sinaloa
y la violencia exacerbada que esto generó.
La cobertura que hizo Ríodoce desde antes y que empezaron a
ver luego de este rompimiento, trascendió fronteras estatales y más allá, a
niveles ultramarinos, y eso fue muy estimulante. Y claro, que te lo reconozcan
y a este nivel, un premio de esta categoría, pues mejor. Así que somos chingones. Lo fuimos. Pero nomás
poquito. Y ahora hay que dejar la fiesta y las sonrisas efímeras. Hay que
seguir trabajando.
-El premio también pone los reflectores sobre ustedes ¿cómo manejarlo?
–Es difícil manejarlo. También está cabrón andar con esa paranoia, como
cuando vas manejando un automóvil y vas revisando los espejos retrovisores por
si alguien te sigue. Eso te enferma. Alguien en Culichi me dijo que era mejor que no se publicara –porque algunos
medios en esta capital sinaloense no publicaron una sola línea de este premio-,
porque así estábamos menos expuestos. También puede ser que si se publica es
como un blindaje. Arma de dos filos.
Aunque esta violencia que
tanto nos golpea tiene muchos filos y puntas y hocicos de pólvora y humeantes.
Esto nos lleva a concluir que estamos rodeados, pero también está de la chingada quedarse callado y no cacarear
el huevo. Quiero creer que con el Moors Cabot ellos, los de las armas y los
dedos en los gatillos, los que mandan, la van a pensar. Aunque este ejercicio,
el de pensar, está también en crisis en este país.
– Son tiempos muy cabrones. ¿Cuál es tu perspectiva a mediano o
largo plazo?
-Creo que a corto y mediano plazo esto se va a
complicar todavía más. Que la violencia, la llamada narcoviolencia, seguirá
avanzando, porque prevalecerá, hasta donde se ve, este tratamiento de guerra,
que es todo un negocio, de parte del gobierno federal: más armas, soldados,
policías, equipo y patrullas, solo provocarán, como lo dicen los saldos, más
muertos y violencia y miedo cotidiano, como forma de vida. Y si esto se detiene
o baja, que lo dudo, el daño que causó en estos cerca de 30 millones de niños
que cuando sean adolescentes y adultos recordarán su infancia como tiempo de
guerra, es irreversible. En el ADN, en los genes, bajo su piel, llevarán la
pólvora, la sangra salpica, los esfínteres apretados.
Me pregunto qué clase de
adultos, de padres, funcionarios, dirigentes políticos, activistas, maestros,
serán, si tienen este antecedente. Esto es otra muerte, la de nuestro futuro, y
ese es el saldo más triste, el peor.
–No me imagino a los priistas llegando a la Presidencia. ¿Qué harán
parar la guerra? ¿Negociar, pactar, continuarla?
– Ellos pactaron como lo hicieron Calderón y Fox, en lo oscurito. Lo demás es hipocresía y
discurso y bla bla bla. Me refiero a
los priistas. Igual va a ser muy difícil, incluso si gana la izquierda, que los militares regresen a
los cuarteles. Ya los sacaron a las calles, ahora no pueden devolverlos, tienen
que mantenerlos ahí hasta que haya una policía honesta, capaz, profesional,
científica. O sea nunca. Va a estar difícil. Pero algo se debe hacer.
Creo que los pactos van a
seguir y va a continuar favoreciéndose a uno de los cárteles, como ha pasado
con el Cártel de Sinaloa, como una
forma de tener un aliado, el más poderoso, creo yo, de entre las organizaciones
criminales, para seguir gobernando. Aunque dudo que a esto se le pueda llamar
gobernar.
–¿Y la gente, los ciudadanos, el resto, qué le queda?
–Les queda aguantar, resistir, pero no de rodillas ni
arrinconados, ni con las alas rotas. Les queda recuperar la banqueta, la calle,
la plaza, el centro comercial, la parada del autobús, la bohemia y la vida
nocturna. Lo peor sería que nos prohíban soñar, tener ilusiones, querer ser
mejores, anhelar justicia y paz y mantener la dignidad., lo peor sería dejar de
apedrear estrellas. No lo podemos permitir. No importa que no tumbemos ninguna.
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