Lunes 12 de noviembre de
2012: Versalles aparece en la orilla boliviana como una
comunidad modélica. Son pequeños y quieren seguir siéndolo. Dicen no a una carretera desde Bella Vista
que desde hace más de 30 años se empeñan algunos en hacer llegar hasta su
territorio. Son conscientes de lo que esto significa para su modo de vida.
Dejamos
atrás el poblado quilombola de Pedras Negras tras vernos implicados en
el rescate de dos embarcaciones que permanecían hundidas en el río desde hacía
meses y en la extinción de su posterior incendio, provocado por un fallo en una
conexión eléctrica y que hizo cenizas parte de las embarcaciones. Agradecidos
todos fuimos agasajados continuamente con invitaciones a tartaruga, torilla de
huevos de peta, pescados y un sin fin de platos ribereños que han hecho que
definitivamente nos cambie el olor en el cuerpo a algo parecido a un
anfibio.
Tras remar tres
días y una noche de luna llena a través del más hermoso paisaje que nos
ofrece el río, en el brazo San Simón, llegamos a Versalles,
en la orilla boliviana y donde nos encontraremos con una comunidad unida
contra la construcción de una carretera que llegue hasta su territorio, y con
una apuesta firme por la conservación y el desarrollo basado en métodos
tradicionales de vida y nuevos ingresos procedentes de un turismo al que la
comunidad pone las normas de uso.
Al
poco de desembarcar en el Versalles, que desde la lejanía del agua parece
un lugar donde se ha detenido el tiempo, nos reciben sin quererlo cuatro
hombres entre los que está el corregidor, José Vázquez. Con divertida
sorpresa ante el medio de transporte en el que nos
movemos, nos acompaña y facilita los trámites ante la armada boliviana
para conseguir el nuevo zarpe que nos lleve sin problemas hasta nuestro destino
final a remo. Con José comenzamos a entender este lugar; y con
Alexánder (conocido como Cielo, y
haciendo honor a su sobrenombre) terminamos de sorprendernos.
Varios
días hablando con un joven de 20 años, absolutamente consciente acerca de las dificultades
hoy en día en una Amazonia continuamente amenazada por intereses madereros,
turísticos, ganaderos y especuladores. Aquí solo se puede salir por aire o
por agua, pero por tierra no se atreve nadie ni caminando -tampoco nadie quiere
que esto cambie-. Son conscientes de la riqueza que poseen y saben que es
un privilegio a pesar de renunciar a las muchas cosas que quieren
venderles asociadas la carretera. Este sentimiento lo escuchamos una y otra vez
en todo el pueblo, con cada una de las personas con las que hablamos en
estos tres días.
Versalles
trae una historia similar al resto de poblaciones del lado boliviano.
Aquí tuvimos la suerte de encontrarnos con Lola Salvatierra, madre
de Alexánder, lideresa comunitaria, luchadora por la igualdad de la mujer en
una región del mundo donde el machismo es dominante, y apasionada acerca de la
historia de la región en la que vive; lleva años recopilando la historia de
Versalles con los más ancianos del lugar y con otros que están instalados en
cercanas reservas indígenas en el Brasil.
Historia y presente de Versalles
Versalles está
establecido en territorio indígena actualmente de la Tierra Comunitaria de
Origen (TCO) Itonama, pero que pertenecía a los que se autodenominan tuparises.
Las tinajas que se han encontrado enterradas en el pueblo así lo atestiguan.
Estas tinajas tienen pinturas que los tuparises aún usan en celebraciones, como
la fiesta de la luna en la que hacen sus rituales para asegurarse la
fertilidad. Cerca habitaban los que se conocen como makurapis, que
vivían tierra adentro y eran más aguerridos y cazadores. Era con ellos con
quienes se daban los problemas limítrofes, llegando a momentos de grandes
tensiones e incluso enfrentamientos entre ambos pueblos.
Después,
ambos pueblos fueron acosados y despojados de su territorio por siringueiros
(caucheros) en varios intentos desde aproximadamente 1886
hasta la guerra del Acre (o del caucho) que finaliza en 1903. En estos 20
años llegaron a unirse dos pueblos tradicionalmente enfrentados. Tuparises y
makurapis lucharon contra un enemigo común que vino para cambiarlo todo. En
esta guerra Bolivia perdió una importante parte de su territorio amazónico para
pasar a manos brasileñas, y miles de indígenas pasaron a ser esclavos de las
empresas caucheras en el territorio que consideraron suyo sin necesidad de
títulos de propiedad durante siglos. En esta parte de Bolivia en concreto
fue una sociedad fraco-alemana la que explotó los siringales cercanos.
A
Versalles le viene el nombre porque al enviado de la empresa franco-alemana le
pareció comparable esta zona, por la riqueza natural y la belleza del río,
al palaciego lugar francés. El territorio estaba habitado en varios
campamentos. El principal se denominaba "maloca"
y era donde se ubicaban los dirigentes de la sociedad explotadora de Versalles.
Allí se dedicaban principalmente a la caza, recolección y cultivo de maíz,
frijol, yuca y camote para la buena alimentación del alto personal. Mientras,
mujeres y niños, hombres y jóvenes eran obligados a trabajar en los campamentos
lejanos de los siringales en condiciones de esclavitud.
Desde
entonces el pueblo de Versalles fue componiendo una oposición a los nuevos
"dueños" del lugar
hasta que se desencadenó en 1912 una revuelta, que llevó a la muerte al
alemán que era jefe del barracón de siringueiros. Fue sacrificado en la
laguna cercana a Versalles y que conserva intacta su naturaleza hoy día. Hace
ahora 100 años de esto.
Para
1920 los extranjeros dejaron el control permanente, quedando a vivir en
Versalles los hijos de los trabajadores indígenas y no indígenas. La
primera escuela fue puesta por los militares en 1937, hasta entonces había
acontecido lo mismo que en cualquier lugar del mundo: los que
supieron leer y escribir explotaban a los que no lo hacían, gracias a sus
contactos en el río y los contratos que conseguían a través de engaños a
aquellos que no podían entender lo que ponían en los papeles. Versalles,
como muchas comunidades de las riberas de estos ríos, fue una mina de oro para
todo aquel que viniese con afán explotador y ganas de engañar a sus habitantes.
La
visión en Versalles cambió cuando la gente del lugar tomó las riendas. Para
1945 tenían autoridades electas y en 1964 se declara como cantón. Hoy en día
tienen una reunión semanal (cada domingo) en la que todas las personas tienen
voz sin diferencia de sexo u ocupación, se habla y se decide acerca
de temas tan importantes como la necesidad de explotar los bosques de itaúba
cercanos de una manera sostenible (para la construcción y venta de
embarcaciones famosas en todo el río), priorizando los árboles muertos en zonas
anegadas por el agua; la necesidad de mantener los cultivos para seguir
comiendo sano a pesar de recibir ingresos extra por la concesión turística
cercana, o el decir no a una carretera que para muchos desde fuera puede
significar la garantía de supervivencia en caso de enfermedad o la seguridad de
ampliar negocios dentro del pueblo.
Saben
que una carretera aquí, además de destrucción y el fin de muchos de
sus recursos, puede traer nuevos oportunistas y desunión a un lugar
que conserva esa neblina idílica con la que uno puede irse embriagado río abajo
haciendo eses... tan contento.
Cuaderno de a bordo
Viernes 28 de
septiembre. Día 37
- Los
botos nos acompañan todo el día y nos esperan cada vez que paramos. Tenemos la
sensación de que son 6 o 7.
- Va
cayendo la tarde y decidimos continuar hasta la desembocadura del Río Negro e
intentar remontarlo durante la noche, que la luna está llena.
-
Mientras cocinamos a bordo, decidimos meternos en lo que puede ser un brazo,
una bahía o la conexión con el Río Negro. Cenamos en una playa y retomamos
camino.
- Tras
un rato observando decenas de caimanes y muchísimo pescado en la pandura,
encallamos y salimos a una zona ancha que parece que vuelve al brazo San Simón.
-
Continuamos a bubuia por el cauce principal. Jugamos a cartas y dudamos de si
estamos en el San Simón o volvimos al Iténez.
Sábado
29 de septiembre. Día 38
-
Despertamos en la canoa después del enconste de anoche en una isla de arena. La
luna acaba de ponerse grande y naranja tras la arboleda boliviana. El sol está
saliendo poco a poco por una bahía un poco más arriba.
-
Vamos remando despacio, desayunando y disfrutando la mañana.
- Hace
calor y remamos por un río muy parado ahora mismo. Se nos hace largo el camino
hasta el Iténez.
-
Desde el Iténez remamos intensamente, aprovechando bien las corrientes durante
unas 3 horas hasta llegar a Versalles, un pueblito precioso en la orilla boliviana
de un río que ha cambiado desde que lo abandonamos para entrar en el San Simón.
Ahora es más ancho.
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