1964-2013: FARC celebran aniversario con el primer acuerdo sobre la tierra. De Marquetalia a La Habana: 49 años luchando por la paz
Las FARC-EP, con ocasión de cumplirse este 27 de
mayo el 49 aniversario de nuestra fundación en Marquetalia, enviamos un saludo
patriótico, revolucionario y fraternal al conjunto de las masas populares que
luchan por la justicia en Colombia, Nuestra América y el mundo.
Nacimos como un puñado de mujeres
y hombres del pueblo de Colombia, obligados por la brutal violencia ejercida en
beneficio de minorías privilegiadas por el poder del Estado, a alzarse en armas
en defensa de su vida, su dignidad y sus sueños. Manuel Marulanda Vélez, Jacobo
Arenas, Hernando González Acosta y el resto de los 46 campesinos y 2 campesinas
que suscribieron el Programa Agrario de los Guerrilleros en 1964, encarnaron
con legendaria bravura la erupción de un sentimiento nacional de resistencia y
denuncia contra el crimen, la impunidad y la intolerancia.
Las FARC-EP somos producto del
crisol en que al calor del fuego y el filo de otras armas, la oligarquía
colombiana pretendió entronizarse hasta la eternidad en la dirección del
Estado. Viejos partidos compuestos por terratenientes y burgueses de distintas
esferas, inspirados en la doctrina fascista de seguridad nacional,
ensoberbecidos por el apoyo incondicional del gobierno de los Estados Unidos en
su afán de dominio continental, se encargaron de hundir a Colombia en la
horrible noche de muerte, persecución y terror que por desgracia aún no
termina.
La guerra, la violencia y el
miedo generalizado han sido siempre, a lo largo de la historia universal,
instrumentos favoritos de los poderosos. Colombia no es una excepción. Para
demostrarlo basta una mirada desapasionada sobre los acontecimientos que han
bañado de sangre y dolor la vida de los más débiles y humildes desde los
lejanos días de la conquista. O los sucesos que precipitaron en nuestra nación
el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y la furia violenta del Estado que aún no
cesa. En nuestro país, en los últimos 65 años, las víctimas no se cuentan por
miles, sino por centenares de miles y por millones. Y toda la responsabilidad
recae sin duda en las clases dominantes y sus ambiciosos partidos políticos,
aunque se vistan de etiqueta y se laven con pulcritud las manos. La
tranquilidad del hogar, la concordia, los sentimientos de paz, han sido en
cambio el más valioso patrimonio de las mujeres y los hombres que viven con
sencillez del trabajo de sus manos. La guerra, toda guerra, consiste en un
enfrentamiento desatado por los ricos en contra de los pobres. Las mejores
tierras, los grandes proyectos de explotación de hidrocarburos, las concesiones
mineras, las áreas urbanizables, todo cuanto representa un importante negocio,
desata de inmediato las fieras hambrientas, con disimulo o sin él, contra los
más pacíficos habitantes condenados a vender, marcharse o morir. La guerra
incluye entonces el silencio y la mentira.
Las FARC-EP somos pueblo que
enfrenta con armas las armas del poder y la riqueza. Sentimos por tanto el más
inmenso aprecio por la paz que nos robaron, la paz que le robaron a Colombia
los negociantes y politiqueros. Nunca hemos querido la guerra. Desde antes del
ataque a Marquetalia, nuestros fundadores reclamaron ante el Estado, la Iglesia
y la comunidad internacional por un diálogo. Nada detuvo la obsesión de los
azuzadores enquistados en el parlamento y el gobierno. Durante estos 49 años
siempre hemos luchado por una solución política al conflicto. Nuestro sueño más
querido es que termine definitivamente esta guerra que desangra la patria.
Lo cual no equivale a arrojar los
fierros al suelo y volver sumisos al redil, hay que atacar las causas del
conflicto. Las clases dominantes en Colombia, los dueños tradicionales del
poder y la fortuna, deben cesar para siempre sus conductas violentas, poner fin
a sus prácticas intolerantes, desmontar sus aparatos de muerte y terror,
permitir que en Colombia se instaure la democracia verdadera, que se proscriban
la estigmatización y la amenaza, la persecución y el destierro, el crimen que
garantiza con su impunidad la dominación por el miedo.
El pueblo colombiano, la gente
trabajadora y humilde que soporta los rigores de la pobreza y es acosada por
sicarios de diversa índole, la enorme masa a la que sólo se le ofrecen migajas
a cambio de inclinar con mansedumbre la cerviz, tiene todo el derecho a
organizarse políticamente, a expresar sus sentimientos de inconformidad y sus
propuestas de cambio, a hacer política sin riesgo de ser asesinados. Las
víctimas y opositores a la salvaje locomotora minera, los afectados de todo
orden con los TLCs y las políticas neoliberales de despojo, deben contar con
plenas garantías para el trabajo pacífico en torno a la abolición de esas
atroces políticas contra la humanidad.
La guerra tiene que ser
terminada. Lo está exigiendo en las calles la inmensa mayoría de colombianos.
Para materializar en verdad ese objetivo, esos esfuerzos tienen que armonizarse
y coordinarse, unirse de manera sólida y pronunciarse de manera enérgica. Será
imposible poner fin definitivo a la guerra en nuestro país, si el bloque
dominante de poder desconoce que la consecución de la paz implica profundas
reformas, de carácter estructural, en las instituciones y en la vida nacional,
sin las cuales no desaparecerán jamás las causas de la guerra. Lo comprendimos
perfectamente las FARC-EP desde el primer intento de reconciliación en Casa
Verde y nos mantenemos fieles a esa posición, la única que beneficia sin ningún
interés a Colombia.
Si la oligarquía se niega a hacer
los cambios, la enorme multitud del pueblo movilizado se encargará de
imponerlos. Nuestro país atraviesa por un momento histórico y crucial. La
nación colombiana no puede permanecer más en silencio, como simple espectadora
de unos diálogos en el exterior y a la expectativa de sus resultados. Los foros
celebrados en Bogotá en torno a la Política Agraria Integral y a la
Participación Política, pusieron de presente el enorme caudal de posiciones
coincidentes y la potencialidad de los anhelos por transformar nuestro país
hacia una democracia verdadera, en paz y con justicia social. Pero no basta con
ello.
La ponencia y el discurso no
conmueven un ápice la conciencia de los personeros del régimen. Hace falta
mucho más. Que se repitan una y otra vez movilizaciones como las del 9 de
abril. Que el pueblo hable y se haga respetar. El no a la guerra tiene que ser
un sí a la reforma agraria integral, un sí rotundo al freno de la locomotora
minera, un sí rotundo a una Asamblea Nacional Constituyente que consagre
efectivas garantías democráticas, un sí a la desmilitarización del territorio
nacional, un sí a la prohibición de los garrotes del ESMAD, un sí a la justicia
contra los responsables ocultos y visibles de los grandes crímenes contra el
pueblo colombiano.
Las FARC-EP no íbamos a desechar
de ningún modo los ofrecimientos del Presidente Santos en el sentido de
intentar la vía de una solución civilizada y dialogada al conflicto colombiano.
Cuando comenzó este gobierno, llevábamos 46 años combatiendo por ello. Sabíamos
y sabemos, como recién ratificó en la prensa el Alto Comisionado de Paz, que
las intenciones del régimen no eran otras que las de conseguir nuestro
humillante sometimiento al precio de un aplastante encarnizamiento mediático.
Pero un Ejército del Pueblo como el nuestro, que conoce el auténtico sentir de
los colombianos, sabía que no había razones para temer. Poco a poco, lenta pero
firmemente, se iría levantando un clamor muy distinto por la paz. Hoy ya
comienza a sentirse la fuerza de ese poderoso eco por todos los rincones del país.
Ya Colombia entera expresa que la paz es el nombre de la justicia social. Ya la
nación comprende que la fórmula santista de oponer un no rotundo a cuanto se le
plantea en la Mesa, es un cebo hábilmente concebido para validar su entrega
definitiva a los intereses del capital extranjero. La Agenda pactada en La
Habana no servirá jamás, por parte de las FARC-EP, para endosar el imperio del
neoliberalismo y santificar la dictadura civil en nuestras instituciones. No
existen ningún tipo de acuerdos secretos como afirman algunos politiqueros con
perversos propósitos.
Las FARC-EP creemos sincera y
apasionadamente que la paz es posible, y que las circunstancias son
abiertamente propicias para conseguirla. No tenemos la menor duda acerca de la
importancia de la existencia de la Mesa de Conversaciones en Cuba. Se encarga
de confirmárnoslo el plebiscito nacional e internacional de respaldo que
recibimos a diario. Confiamos en que el pueblo colombiano avanzará sin parar
hacia esa Mesa, para hacerse oír, y en que tanto él como la comunidad
internacional se encargarán de blindar los diálogos para impedir que se rompan
por parte del gobierno, una vez vea claro que las cosas no se van a dar como
las planeó. Esta vez no podrán proceder como lo hicieron doblemente en Casa Verde,
Tlaxcala o el Caguán.
Al tiempo que compartimos el
regocijo de completar 49 años continuos de lucha por la paz, reconocemos el
heroico esfuerzo de todas aquellas mujeres y hombres, ancianos y niños, que de
una u otra manera han puesto su cuota de sacrificio en apoyo a nuestra lucha.
Nuestros combatientes caídos en combate o encerrados en prisiones provinieron,
al igual que todos los demás, de esa masa humana esperanzada y noble que con
abnegación silenciosa lo ha arriesgado todo por nosotros. Nuestros muertos y
heridos, nuestros prisioneros, nuestros guerrilleros y milicianos asediados por
bombas y metralla, nuestros camaradas clandestinos, nuestros héroes
extraditados, lo han entregado todo, sin ningún interés personal, por Colombia
y su gente, por la paz y la justicia. A todos ellos, a todas ellas y a nuestro
pueblo, un homenaje sincero en este nuevo aniversario.
¡Hemos jurado vencer!… ¡Y venceremos!
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Secretariado del Estado Mayor Central de las FARC-EP
Rebelión ha publicado este
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