Barómetro Internacional,
25-05-2013
En la América Latina de hoy, las tradicionales
nociones de izquierda y derecha en política, asumen límites cada vez más
difusos, si nos atenemos a la conceptualización habitual utilizada para definir
tales nomenclaturas. Ello ha llevado a que el ex canciller mexicano Jorge
Castañeda hijo, uno de esos típicos renegados que pululan por nuestro
continente, haya acuñado la idea de que hay una “izquierda buena” y una “izquierda
mala”. Tal definición fue tomada por Arturo Valenzuela, ex Subsecretario de
Estado para Asuntos Latinoamericanos de Estados Unidos y transformada en eje de
la política exterior de ese país hacia la región. Ese es el contexto sobre el
cual se definen las prioridades y, por tanto los viajes y vínculos principales
en la agenda del Presidente Obama respecto de los países al sur del Río Bravo
No se trata de criticar per
se. Sólo de constatar hechos que ocurren en nuestra región y que obligan a
mirar la política en las circunstancias propias en que se desarrollan y
considerando los matices de cada caso.
Los casos extremos son México y Chile. En el país de aztecas
y mayas, el neoliberalismo llegó de la mano de los gobiernos priistas de Carlos
Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo. El PRI otrora partido de la revolución mexicana encarnó en la primera mitad del
siglo XX, los ideales nacionalistas y de solidaridad latinoamericana, así como
programas de desarrollo social y transformación educativa y cultural que
surgieron de la Revolución de 1910 en ese país del norte de América, la que se
convirtió en el primer y más importante hito alternativo al sistema de
dominación en la historia del continente hasta el triunfo de la Revolución
Cubana. Después de ser desalojado del poder en el año 2000 y tras dos gobiernos
de la derecha fundamentalista del partido PAN, el PRI ha regresado al gobierno,
mimetizado de tal manera que parece un gobierno de continuidad de los que lo
antecedieron. Las recientes declaraciones del Canciller mexicano José Antonio
Meade antes de la vista del presidente Obama a ese país hubieran avergonzado
incluso a Salinas y Zedillo por su deleznable tono de subordinación imperial.
Cabe decir que este canciller fue Secretario de Energía y posteriormente de
Hacienda (ministro) en el anterior gobierno de derecha de Felipe Calderón.
En Chile, Estados Unidos fue capaz de construir el “modelo perfecto”: un sistema neoliberal
de democracia excluyente administrado por una “izquierda” encarnada en la Concertación
de partidos por la Democracia, que es el consorcio de organizaciones
políticas que hoy son oposición, pero
que usufructúan por igual del sistema creado por Pinochet. En el súmmum de la realización imperial,
Estados Unidos se puede ufanar de un régimen donde conviven los autores
intelectuales del golpe de Estado contra Allende, con las víctimas que este macabro
hecho produjo. Hasta los comunistas
quieren hoy aliarse a tan exitosa creación.
De este proceso de difuminación de los conceptos y de la
ubicación de las fuerzas en el espectro político, ha resultado una aparente
despolarización y un corrimiento de las definiciones hacia el centro. Así, ya
casi no hay organizaciones ni de izquierda ni de derecha. Las primeras buscando
espacios en el “show” de la
democracia representativa ahora se llaman centro
izquierda. A su vez, los segundos se autodenominan centro derecha. Hasta Capriles, afirmó -durante su fallida campaña
electoral- ser de centro izquierda
asegurando que su modelo político era el de Lula.
Incluso, hace unos años, al finalizar la dictadura en Chile,
un empresario creó un partido de centro-centro
y con él fue candidato presidencial. Esa postura la han asumido en sus
respectivos gobiernos, Martín Torrijos en Panamá y la domesticada Michelle
Bachelet en Chile, que desarrollaron gobiernos en los que se preocupaban por
mantener una escrupulosa actitud de no relacionarse con los “extremos”. Es lo que en lenguaje
popular se llama “no estar ni con Dios ni
con el diablo” o en otras palabras, también surgida de la sabiduría de los
pueblos del sur del continente, “no ser
ni chicha ni limoná”. En cada caso las idiosincrasias pagaron a los
sostenedores de estas posturas. En el meridional y frío Chile, Bachelet terminó
su gobierno con un altísimo nivel de popularidad. En el Caribe cálido del
istmo, Torrijos condujo a su partido de la revolución democrática panameño
(PRD) a la peor derrota electoral de su historia.
En Uruguay, el muy carismático Pepe Mujica llega todas las
mañanas a trabajar en su VW escarabajo. Uno de esos días, muy simpáticamente,
junto a su ministro de defensa, Eleuterio Fernández Huidobro, conocido como el Ñato, también fundador del Movimiento de
Liberación Nacional Tupamaros le dieron el visto bueno a un acuerdo militar con
Estados Unidos, resistido y rechazado por importantes sectores de la sociedad
uruguaya, en particular del Frente Amplio que gobierna ese país. Esta decisión
no es óbice para que Uruguay tenga un activo papel en el funcionamiento del
Consejo de Defensa Sudamericano de Unasur, que entre otras cosas llama a sus
miembros a evitar las injerencias extra regionales en materia de defensa y
seguridad para construir una política militar de conjunto con sus pares
sudamericanos. Uruguay aún no ha firmado un anunciado TLC con Estados Unidos.
Esa tarea quedará para el también miembro del izquierdista Frente Amplio, Tabaré Vázquez, posible sucesor de
Mujica, si es elegido presidente en los próximos comicios del país del Río de
la Plata. Esta decisión tampoco pondrá en riesgo su presencia en Mercosur,
grupo que se ha fortalecido creando políticas comerciales autónomas. Es
curioso, el gobierno de izquierda de
Uruguay, asume la misma política que los de Chile y Colombia ambos abiertamente
de derecha.
En se mismo ámbito de cosas interesantes y extrañas que
ocurren en nuestra región, me viene a la memoria lo sucedido en un casual
encuentro en un avión con el hoy presidente de Perú, Ollanta Humala cuando
ambos viajábamos a la toma de posesión de un mandatario latinoamericano.
Entablamos una amena y sugestiva conversación. Por mi parte, estaba ávido de
conocer su proyecto político. Me dijo que él lo definía como socialista y nacionalista y que por eso su partido se llamaba de esa manera: Partido
Nacionalista del Perú. Le dije que eso me parecía sumamente peligroso porque nacional socialistas eran los nazis.
Afirmé que era una mezcla muy “explosiva”
para el Perú y para cualquier país de América Latina. No dijo nada sobre su
idea de socialismo, pero argumentó
sobre su concepto de lo “nacional”.
Le dije que si bien el Estado nacional peruano tenía como casi todos los de la
región alrededor de 200 años de fundado, el problema de la nación no se había
podido resolver, sobre todo en aquellos países que poseen una importante
población originaria. Después, de una somera explicación del en ese entonces
pre candidato peruano, no pude encontrar respuesta a la pregunta de qué nación
quería construir, ¿la peruana?, ¿la quechua?, ¿la aimara? Sólo por la fuerza,
los pueblos originarios pueden aceptar igualar su ciudadanía peruana con su
nacionalidad peruana. Desde mi punto de vista en los países latinoamericanos y
del Caribe, y sobre todo en los que tienen importantes minorías étnicas,
ciudadanía y nacionalidad no son lo mismo. Finalmente, esa ha sido una
imposición racista y reaccionaria de las derechas que han gobernado por
décadas.
Años después Humala fue a una nueva confrontación electoral.
Era el candidato de izquierda en
primera vuelta y, en segunda vuelta enfrentado a la hija de Fujimori, su “orientación política” se consolidó,
sólo que ganó con el apoyo de Álvaro Vargas Llosa y Alejandro Toledo, ambos
reaccionarios, neoliberales y aliados de las causas más perversas en la
historia de su país y de la región.
En fin, son algunas veleidades de lo que se llama izquierda latinoamericana en el poder.
Es un signo de los nuevos tiempos. Las cosas no siempre suceden como se desean.
La realidad de la ejecución de la política dista mucho de su retórica.
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