Barómetro Internacional,
24-05-2013
La
Comisión de la Verdad, creada por la
presidenta Dilma Rousseff en 2011 para investigar los crímenes de la dictadura
militar brasileña (1964-1985), decidió exhumar los restos de Joâo Goulart, el
presidente derrocado por el golpe de estado del 31 de marzo de 1964 y que, tras
12 años de exilio en Uruguay y Argentina, falleció en la provincia de
Corrientes el 6 de diciembre de 1976. La familia de “Jango”, en particular su hijo Joâo Vicente, viene formulando ese
reclamo desde 2006, por estimar que existen razones para creer que el ex
presidente fue envenenado. Esa presunción ha recibido un sólido respaldo, como
veremos.
Al día siguiente de la muerte de Goulart, el
dictador brasileño de turno, general Ernesto Geisel, autorizó que sus restos
fuesen sepultados en Brasil (en el cementerio municipal de Sâo Borja, estado de
Río Grande do Sul), a condición de que no se realizara ninguna autopsia, “algo que siempre nos resultó sospechoso”,
declara su hijo. El informe de los peritos argentinos sobre la muerte de
Goulart era tan escueto como absurdo: “enfermedad”,
sin ninguna especificación. Argentina, tras el golpe de estado del 24 de marzo
de ese año, estaba bajo la dictadura del general Jorge Rafael Videla.
Goulart era vigilado noche y día por los
servicios de inteligencia argentinos (y uruguayos también), en connubio con los
dictadores brasileños, todo ello en los marcos del Plan Cóndor, que reunía a las dictaduras de Chile, Argentina,
Paraguay, Bolivia, Uruguay y Brasil.
Uno de los elementos que determinaron la
decisión de la Comisión de la Verdad fueron las declaraciones formuladas en su
seno por el ex agente de inteligencia uruguayo Mario Neira Barreiro, quien
manifestó haber integrado el grupo responsable de seguir los pasos de Goulart
en Uruguay y en Argentina, por orden de la dictadura uruguaya. Señaló que
Goulart fue asesinado con pastillas letales disimuladas entre los medicamentos
que ingería por recomendación médica debido a una antigua dolencia cardíaca.
Joâo Vicente manifestó: “Nosotros sabemos
que Neira Barreiro es un delincuente y estuvo al servicio de la dictadura
uruguaya y el Plan Cóndor, que había ordenado el seguimiento del ex presidente;
pero soy testigo de que su historia es creíble”. Citó en ese sentido
episodios en que él participó durante el exilio con su padre en Uruguay.
El año 1976 fue el de los asesinatos perpetrados
por las dictaduras de América del Sur en el marco del Plan Cóndor, en una seguidilla impresionante. El 20 de mayo
aparecieron asesinados en Buenos Aires los dirigentes políticos uruguayos
Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, por acción conjunta de las fuerzas
represivas de los dos países. Michelini se alojaba en el Hotel Liberty, de
Corrientes y Florida, y también lo hacía Goulart cuando se allegaba a la
capital argentina. Yo los vi varias veces juntos en el lobby cuando iba a
visitar a Zelmar. Al mes siguiente, junio de 1976, la dictadura boliviana del
general Hugo Bánzer segó la vida, cerca de Buenos Aires, del general Juan José
Torres, gobernante progresista que tras un breve mandato fue derrocado por el
golpe de estado de Bánzer en agosto de 1971. En un dudoso accidente en la ruta
Río-Sâo Paulo pereció en agosto de 1976 el ex presidente democrático Juscelino
Kubitischek, bajo cuyo gobierno se creó Brasilia. En setiembre fue asesinado en
Washington el ex canciller de Salvador Allende, Orlando Letelier, un crítico
persistente de la dictadura de Pinochet. La trágica secuencia –que no puede ser
obra de la casualidad concertado- culmina con el previsible asesinato de
Goulart en diciembre.
Antecedente con el Che Guevara
Un
nuevo hecho nos retrotrae a un antecedente más lejano en los planes para
asesinar a Goulart. Ante la mencionada Comisión de la Verdad, que sesiona en
Río de Janeiro, compareció el 4 de mayo pasado el coronel aviador retirado
brasileño Roberto Baere, quien brindó todos los detalles del plan montado para
impedir a toda costa que Goulart asumiera la presidencia ante la renuncia de
Janio Quadros, efectivizada el 25 de agosto de 1961.
Cuando se produjo la imprevista renuncia de
Quadros (que acabada de recibir y condecorar al Che Guevara, después de la
conferencia del CIES en Punta del Este) el vicepresidente Goulart estaba en
China, de donde regresó con máxima celeridad, pasó por el aeropuerto de
Carrasco y llegó al Palacio de Piratiní de Porto Alegre donde lo esperaba el
gobernador de Río Grande do Sul, Leonel Brizola, y una enfervorizada multitud.
A mí me tocó vivir estos episodios. Allí se organizó su ida a Brasilia para
asumir la presidencia. A esta altura se sitúan las declaraciones del aviador
Baere, quien narró que el jefe de su destacamento, coronel Paulo Costa, ya
fallecido, le ordenó abatir el avión en el que Goulart iba a viajar a la recién
inaugurada Brasilia. “Nos negamos porque
dijimos que defendíamos la Constitución y no queríamos agredirla. Fui expulsado
de forma sumaria, y sufrí 50 días de prisión, incomunicado”, expresó.
Goulart asumió y realizó
un gobierno con apoyo popular, pero el plan conspirativo siguió su marcha y
culminó con el golpe de estado del 31 de marzo 1964, anunciado por el
presidente Lyndon Johnson antes de que se produjera. Unos días después estaba
en el balneario Solymar, donde lo entrevistamos, se mantuvo exiliado en nuestro
país y, después del golpe de estado del 27 de junio de 1973, en Argentina.
Ahora entra en una nueva fase la investigación sobre su probable asesinato, que
desnuda la faz criminal del Plan Cóndor.
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