Rebelión,
28-08-2013
Es
sorprendente la forma en que los medios de comunicación oficiales y el gobierno
federal han pervertido el lenguaje. La manera en que Peña Nieto y sus corifeos
insisten en la “necesidad” de las
reformas no es casual: buscan crear en la opinión pública la idea de que sólo
la implementación de éstas salvarán al país de la crisis. Palabra ésta, por
cierto, que gustan de repetir complementándola de una facciosa utilización del
símbolo de la expropiación petrolera, Lázaro Cárdenas. Así resulta, por
ejemplo, que la reforma energética busca “devolver”
a la Constitución lo que, palabra por palabra, Cárdenas dejó escrito. En
el caso de la televisión, la utilización de ciertas imágenes –al alimón con el
lenguaje- es fundamental para despertar simpatía en el televidente. Una serie de
comerciales muestran en un primer plano a un joven, muy al estilo de los golden boys peñanietistas, entusiasta y
animado desde meses antes por la frase “entonces
sí se puede”; en segundo plano, al fondo, imágenes de Lázaro Cárdenas. Todo
en dos tonos: blanco y negro. Inmediatamente después, al hablar de las virtudes
de la reforma presentada por Peña Nieto, esos dos tonos desaparecen y el cuadro
completo se ilumina. Entonces se pronuncian palabras como progreso, renovación,
y lo que “México necesita”. Esa serie
de spots publicitarios, repetidos hasta el hartazgo, dicen explícitamente “No a la privatización. Sí a la reforma
energética”. En conjunto, jugando con los contrastes de color, más las
palabras precisas en los momentos precisos, se crea el ambiente de lo
imprescindible de la reforma, con Lázaro Cárdenas como sustento, para que
México aproveche todo su petróleo en pro de un mejor país. Nada más, nada
menos.
Ocurre entonces que la campaña en los medios está
emprendiendo también una guerra por lo simbólico. A decir de Vicente Romano: “Las palabras y los conceptos se utilizan
conscientemente para violentar la capacidad de las grandes masas de la
población, para confundir las mentes, y en última instancia para imponer
significados que se contradicen con la realidad”. [1] De ese modo, uno de los símbolos de
la nacionalización petrolera se convierte, por arte de las palabras y las
imágenes, en autor intelectual de la reforma peñanietista. Así hay un doble
efecto: el personaje simbólico de la expropiación petrolera es despojado de
todos los elementos que, empujado por las masas de obreros y campesinos en
resistencia en el México de la pos-revolución, lo llevaron a confrontar los
intereses extranjeros en el caso petrolero; además se impone en el imaginario
social, como parte de esta época, una “estructura
de sentido”. Y las medidas de esta época neoliberal, en la que los países
de primer mundo imponen la agenda internacional, están encaminadas a que el
Estado controle cada vez menos sus recursos estratégicos poniéndolos en bandeja
de plata a las grandes trasnacionales. México, se dice, no puede esperar. Debe,
necesita, le urge esa reforma, o si no se “siente”
que el país va a la cola del desarrollo.
De tal suerte, todo aquel que se oponga a la reforma se
opone a la rueda de la historia, a la modernización, al progreso y, en suma, al
legado Cardenista. Como remate se machaca la idea de que el propio Lázaro
Cárdenas dijo que “se necesitaba de la
participación privada”, “que el
petróleo no se lo vamos a regalar a nadie”. Arma de doble filo, el lenguaje
oculta diciendo. Vale la pena, por eso, reparar en cada una de las frases y
deshilvanar lo que denotan.
En primera instancia, es paradójico que sea precisamente
Peña Nieto –y su cuerpo de asesores-, quien pretenda convencernos acerca de lo
que dijo, palabra por palabra, Lázaro Cárdenas. Son suficientes sus
desaguisados intelectuales (de la Feria Internacional del Libro a la nueva
capital de Veracruz) como para alzar la ceja y dudar de la veracidad de esta
sentencia. El énfasis en lo que dijo Cárdenas es tramposo. Es una frase que
merece explicación. Al realizar la expropiación petrolera, en 1938, México no
contaba con una industria petroquímica desarrollada, no existía una empresa
controlada por el Estado capaz de llevar a cabo la extracción y
comercialización del crudo. Todo estaba en manos de privados extranjeros, los
pozos, las instalaciones, los medios de comercio. Existía pues la necesidad de
que éstos participaran, sin cambiar el valor estratégico del recurso y la rectoría
estatal. Hoy el panorama es totalmente diferente: hay una industria petrolera
desarrollada y una empresa Estatal con capacidad de realizar lo que en 1938 no
se podía. El gobierno busca hacer de la necesidad de ayer la virtud de hoy.
“El petróleo no se lo
vamos a regalar a nadie”. La reforma de Peña Nieto no dice: “se regalará el petróleo…”, pero lo que sí dice y establece
claramente es la modificación de los artículos 27 y 28 de la Constitución. Lo
que regalan es la posibilidad de invertir en un sector estratégico del país.
Peña Nieto propone que otras empresas, y no sólo PEMEX, participen en la
extracción y comercialización del petróleo cambiando, además, su carácter
estratégico. Esas empresas, por supuesto, son las grandes trasnacionales del sector
petroquímico a nivel mundial que “competirían”
contra PEMEX. PEMEX, como tal, no se vende pero deja toda la cancha libre para
la exploración, extracción, explotación y comercialización de un recurso de
nuestro país por el que las trasnacionales obtendrán grandes ganancias. Y,
además, con los contratos de riesgo, en aquellas áreas donde esas
trasnacionales hayan invertido sin encontrar petróleo, el gobierno habrá de
resarcir la inversión. Negocio redondo: las trasnacionales no pierden nunca, el
Estado sí.
PEMEX es una empresa rentable, una de las que mayores
ingresos reporta para el país; una parte de esos recursos es destinada a salud,
seguridad social y educación. Si PEMEX no es más “eficiente” es, en buena medida, porque el propio gobierno ha
dejado de invertir en ella, porque en vez de construir refinerías el petróleo
se refina en el extranjero y porque su cúpula sindical es utilizada como brazo
político del PRI desde hace muchos años.
Hay otro elemento no menos interesante en todo este argot
neoliberal. Modernización, progreso, desarrollo, inversión privada, son
utilizados, sin reparo y con descaro, como sinónimos. Se crea un campo
semántico en el que se forma una opinión, un uso del idioma determinado y
determinante. Todo lo que se encuentre fuera de esa esfera es atrasado. Sin
embargo, justo en América Latina, han surgido proyectos fuera de esa lógica que
van creando modelos de desarrollo más eficaces y benéficos para su población:
Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia.
Expropiar a Lázaro Cárdenas, expropiarlo para la causa
gubernamental, tiene un papel de contención del descontento popular. Cárdenas
es, probablemente, por su carácter nacionalista y las medidas que emprendió, el
presidente que más presente se encuentra en el imaginario social. Resta decir
que no se trata sólo de rescatar la figura del tata Cárdenas, pero sí
todo lo que la expropiación petrolera significó: la posibilidad de soberanía e
independencia; el enfrentamiento directo contra las grandes empresas petroleras
del momento buscando un desarrollo propio; y, sobre todo, un movimiento popular
masivo dispuesto a recuperar lo que era suyo. Quizá sea este elemento el que
más se pierde en toda esta discusión y es, sin embargo, el que más debería
interesarnos. Ahí está una enseñanza que el movimiento social mexicano, sin
mezquindades, debería analizar rápida y concienzudamente porque, además de todo
lo simbólico, en esta pelea contra Peña Nieto se juega, lejos de toda retórica,
buena parte de nuestro futuro.
NOTAS
[1] Vicente Romano, La intoxicación
lingüística. El uso perverso de la lengua, citado en Pascual Serrano, Medios
Violentos (Palabras e imágenes para el odio y la guerra), Editorial José
Martí, La Habana, 2009, p.25.
Rebelión ha publicado
este artículo con el permiso del autor mediante una licencia
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