Fuente: Colectivo La
digna voz
19-11-2013
Es un fracaso la actualidad de la llamada
izquierda. Y aunque preferiría moderar el uso de la expresión “izquierda” (sabedor de la caducidad de
la antinomia izquierda-derecha en la arena partidista), acá se va a utilizar
sólo con fines prácticos e ilustrativos, para denotar lo que corrientemente se
entiende como “oposición”. Ahora,
aquí el problema semántico se convierte en problema político-teórico,
precisamente cuando uno se pregunta: ¿qué es oposición?, o bien, ¿qué
características o idearios debe representar la oposición? Basta de responder
sin brújula a la pregunta leninista ¿qué hacer? Dada la crisis de la izquierda,
o la aventura desorientada de la oposición, vale la pena responder a estas
interrogantes cruciales para el desarrollo de la lucha política venidera. Vale
decir: meditar antes que actuar. Puedo escuchar las feroces críticas de los
prosélitos del credo de la “acción”.
Y a modo de réplica, recuérdoles las palabras de Horkheimer, el filósofo de
Frankfurt: “La acción por la acción no es
de ningún modo superior al pensar por el pensar, sino que éste más bien la
supera”; porque la ausencia de teoría, añade Adela Cortina, “deja al hombre inerme ante la violencia”.
Cabe matizar, no obstante, la observación de Adela: el problema en el fondo no
es la indefensión ante la violencia, sino la falta de un horizonte teórico para
fundar otra violencia. Explícome (para evitar que me acusen de
promotor de la violencia bruta): Todo orden entraña violencia –gobierno,
reglamentos jurídicos, miscelánea de mecanismos para la conservación de un
sistema etc.–; la cuestión radica en distinguir entre una violencia que
conserva el orden, y una violencia que transforma –transgrede– tal orden. Cabe
advertir que cierta violencia puede adoptar una forma radicalmente pacífica
(allí está la figura de Gandhi), que acaso nos parece la más pertinente para
confrontar un sistema donde la política es la continuación de la guerra, y no a
la inversa como equivocadamente infería el alemán Carl Von Clausewitz. Nuestro
diagnóstico es el siguiente: la violencia conservadora, esto es, la violencia
orientada a la preservación-consolidación del orden establecido, cosecha logros
aquí y allá, con relativa desenvoltura. Entre tanto, la violencia
transformacional atraviesa una de sus crisis históricas más agudas.
Aunque
la confusión puede tratarse como un síntoma positivo, o deseable, es preciso,
si la “oposición” no ha de perecer,
traducir esta confusión en una propuesta que redunde en autenticidad
transgresora. Y en la crisis, que no en la confusión, es a donde situamos a los
partidos de “izquierda” en México:
PRD, Morena, y anexos. Insistimos: no en la confusión, pues muchos de sus
militantes parecen tener perfectamente claro su afán de servir a los poderes
constituidos. Estos partidos representan, más bien, el epítome de la crisis de
la “oposición”. A falta de
horizontes, la izquierda partidaria se sostiene como “alternativa”, aunque sólo imaginariamente, canalizando toda la
vitalidad transformadora de una sociedad, a la manera de un embudo, hacia
escenarios donde el poder ejerce un dominio total. Ceñidos al tablero dual de
la representación política multipartidaria y los confines de la economía
capitalista, la “izquierda” en el
presente es incapaz de articular un discurso radicalmente incompatible con las
coordenadas del orden material y simbólico actual. (¡No basta con oponerse a
neoliberalismo!). Su “visión y misión”
(adviértase el tono peyorativo), está enquistada en las perspectivas de “lo posible”. Si la crisis y confusión
ha de sortearse, es hora de que articular e imaginar “lo imposible”: esto es, de construir una auténtica alternativa al
sistema, que no existe en la arena política formal o institucional. Tan sólo
figura en los márgenes de la institucionalidad. Y en todo caso es allí donde
debiera mirarse si algún día la “izquierda”
formal ha de cultivar un triunfo siquiera minúsculo. Aunque no pocos se
ofendan, vale decir que las múltiples cepas “izquierdistas”
que actualmente cohabitan en las pantanosas ciénagas de la política oficial
sólo sirven al poder, a su reproducción, legitimación e indiscutible éxito. Es
preciso concertar las nupcias de la violencia transgresora (preferentemente
pacífica) con un discurso libertario que reclame “lo imposible”.
La
semana anterior se planteó una primera pista prescriptiva, cuyo propósito era
conminar a la reflexión, a pensar teóricamente: “En las disputas públicas entre partidos o facciones, los unos suelen
responsabilizar a los otros de los desastres. Pero el problema real, que a
menudo se ignora, radica en esa categoría conceptual que a izquierdos o
derechos o híbridos acomodaticios les produce indigestión: se llama guerra de
clases. Esta guerra a veces atraviesa periodos ‘fríos’ de relativo armisticio,
y a veces de alto impacto, de conflagración abierta y sin telones decorativos.
El neoliberalismo es una violenta estrategia política para la restauración del
poder de clase, que imperiosamente recrudece la guerra… A nuestro juicio, y
basándonos en la virulencia de los atracos y la militarización de la vida
pública, México está atravesando la segunda modalidad de guerra. Para trazar
una propuesta política alternativa, es preciso realizar un diagnóstico franco,
desinhibido, certero. Y si admitimos que el conflicto no es entre ideologías o
fracciones partidarias, sólo resta promover el paso a la acción e
involucramiento en este conflicto con absoluta conciencia de la situación
concreta: la intensificación de la lucha de clases en México…” (Ir a
artículo completo: http://lavoznet.blogspot.mx/2013/11/el-exito-neoliberal-o-la.html).
Eduardo
Galeano insiste en la importancia de la articulación de un horizonte de “lo imposible”, tan obstinadamente
ignorado por la izquierda que no es oposición, o por la oposición que no es
izquierda: “Camino dos pasos, ella se
aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué
sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.
Recordatorio
a Morena, al infame PRD y consortes: mucho
ayuda el que no estorba.
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