diciembre 20, 2013
Publicado
por guerrillacmx
Iuri
Tonelo
Traducción:
Juan Dal Maso
Las movilizaciones de junio marcaron el
ocaso de la ilusión de la estabilidad del Brasil potencia. La juventud inundó
las calles y al hacerlo, allanó el terreno para múltiples cuestionamientos. De
esta manera abre paso a la entrada en escena del verdadero “gigante” de Brasil: el movimiento obrero.
El PT en Brasil asumió el
poder en 2002, con la elección de Luiz Inacio “Lula” da Silva. Durante los primeros diez años de gobiernos del PT
asistimos a un período en que, contando con la prestigiada figura de Lula como
dirigente obrero del ascenso de los ‘70, el gobierno tuvo un gran apoyo de las
masas y los trabajadores.
Al mismo tiempo que Lula
proclamaba en 2008 que en Brasil “los
bancos nunca habían ganado tanto”, toda una generación se había
acostumbrado a una estabilidad basada en algunos cambios que permitían a la
burguesía mantener controlado al movimiento obrero. Sin embargo, toda tendencia
encuentra una contratendencia en la vida, y para Brasil no podría ser distinto.
Toda la “estabilidad” que la clase
dominante impuso al proletariado brasileño, con un crecimiento económico
importante (desarrollo del parque industrial, obras hidroeléctricas y
construcción civil), que por un lado se basó en la expansión del empleo
(centralmente en el Nordeste, Norte y Centro-Oeste) y, por otro, estuvo ligado
a la precarización de ese trabajo, tercerizado, en negro, donde los sectores
privados de todo derecho a lo sumo podían aspirar a paliar sus condiciones de
vida degradantes con planes sociales como la llamada “bolsa familia”; así esta estabilidad se ha convertido en su
contrario: una explosión de millares (en el auge llegó a millones) con fuerte
protagonismo de la juventud en las calles reclamando por transporte, salud,
educación y cuestionando la política corrupta que solo sirve para perpetuar la
desigualdad.
Era el espejismo del Brasil
potencia desmantelándose frente a la potencia de las masas, que
ponía en cuestión el proyecto de país oficial, teniendo a Río de Janeiro como
el motor más desarrollado de las movilizaciones que se continuaron hasta la
actualidad. La “ciudad maravillosa”
empezó a mostrar las contradicciones estructurales detrás de las “bellezas” del discurso oficial.
Este proceso de
movilizaciones de masas, conocido como “jornadas
de junio”, marcó el ocaso del “lulismo”
en el sentido de que rompió la estabilidad, abriendo la posibilidad para todo
tipo de cuestionamiento de la población, conformando una nueva generación de
jóvenes dispuestos a la lucha, y abriendo paso a las movilizaciones del
verdadero “gigante de Brasil”: su
enorme proletariado.
Junio no fue un rayo en
un cielo sereno, como quiso presentarlo la burguesía. Si podemos hablar de
una fuerte estabilidad en el conjunto del país, el hecho es que ya había
algunas importantes expresiones de movilizaciones estudiantiles y de
trabajadores: la clase obrera brasilera mostraba su recomposición objetiva y
también una creciente “gimnasia”
sindical que se expresó en 2012 con 875 huelgas (en 2011 fueron 554), un
crecimiento del 63% (según datos de DIEESE). Hay que destacar que por primera
vez en años las huelgas de las empresas privadas superaron las del sector
público (461 en comparación con 409, respectivamente). El total de huelgas en
2012 fue el mayor verificado desde 1996 (1228 huelgas). Se confirma así la
tendencia al aumento de huelgas observada a partir de 2008. Es necesario
destacar que en las huelgas de la construcción civil hubo algunos elementos “salvajes” (con acciones radicalizadas
independientes de la burocracia sindical) en las usinas hidroeléctricas de
Jirau, Santo Antonio y Belo Monte, adonde Dilma llegó a enviar la Fuerza de
Seguridad Nacional para reprimir a los obreros.
La muerte a manos de la
policía de un trabajador albañil negro, llamado Amarildo, que vivía en la mayor
favela de Río de Janeiro, se transformó en uno de los hechos más importantes y
más discutidos en el país. Generó un repudio muy fuerte a la policía militar
brasileña, un fenómeno que se choca con toda la adaptación del período anterior
en que la policía asesinaba muchos jóvenes y trabajadores en las favelas, casi
sin ningún cuestionamiento.
Toda la democracia
degradada de Brasil, incluyendo sus instituciones estatales y políticas, empezó
a ser cuestionada por el proceso de movilizaciones que continúa en el país y se
expresó fundamentalmente en el rechazo a la represión y a la serie de
abusos policiales, de modo que el descontento de las movilizaciones se
encontró con los pobladores del morro en Río de Janeiro, expuestos todo el
tiempo a ese accionar represivo, dando lugar a la perspectiva del surgimiento
de un verdadero sujeto peligroso: la unidad de los trabajadores y la población
de los morros con los jóvenes.
El
significado de junio…
Se puede decir que las movilizaciones
de junio en Brasil tuvieron un significado histórico para la clase trabajadora
y la juventud, solo comparable al proceso de veinte años atrás, conocido como
el “Fuera Collor”: la serie de movilizaciones de masas que terminaron por
derribar al entonces presidente de Brasil, Fernando Collor de Mello, uno de los
agentes del “neoliberalismo”. Sin
embargo, las movilizaciones actuales empezaron por reivindicar la quita del
aumento a la tarifa del transporte público, uno de los transportes más caros
del mundo y comandado por monopolios que lucran mucho con un derecho elemental
de la población.
Es decir, en las
movilizaciones de junio había una cuestión que las hacía “superiores” al “Fuera Collor”, que era el carácter social de
las demandas (mientras el “Fuera Collor” era esencialmente contra la
corrupción) uniendo sectores de la juventud trabajadora a una gran masa de la
denominada “clase media” (sectores
obreros con nueva capacidad de consumo por los mecanismos del crédito y la “clase media tradicional” que adhería a
las cuestiones planteadas por el movimiento). Yendo más al fondo de la
cuestión, el proceso expresaba por un lado algunos límites del modelo económico
brasileño, que combina el trabajo precario con el inmenso volumen de crédito,
lo que aumenta superficialmente el consumo de la población pero
estructuralmente mantiene las condiciones más degradantes de vida y, para la
juventud en particular, pone una barrera concreta para su derecho a la
educación y salud públicas, la cultura, el arte y la recreación.
Habiendo comenzado por la
juventud, el proceso forzó a las centrales sindicales (siendo la mayoría controlada
por la burocracia de Fuerza Sindical y de los petistas de la Central Única de
los Trabajadores-CUT) a convocar actos (pasadas las grandes movilizaciones),
debido al ímpetu de los trabajadores de participar de las manifestaciones a
escala nacional. Se llevaron a cabo dos días de movilizaciones nacionales, el
11 de julio y el 30 de agosto, aunque en realidad se trató mucho más de paros
controlados por las conducciones sindicales. Más allá de estos actos, comenzó
una serie de luchas de sectores de trabajadores, que iban de importantes
movimientos en reclamo de vivienda en las ciudades hasta huelgas de los
empleados públicos que ganaron más protagonismo después de junio, con un “nuevo espíritu” de combatividad de los
trabajadores.
El “espíritu de junio” también marcó la entrada en escena de la
clase obrera, aunque todavía con un importante control de la burocracia
sindical.
… y su
herencia en los procesos actuales de las luchas obreras
Las luchas que se dan en cada esquina
de Brasil lo hacen en un marco donde se cambió completamente la correlación de
fuerzas entre las clases. Las recientes huelgas nacionales de sectores como el
correo y los bancarios expresaron un duro enfrentamiento con la patronal, que
quería avanzar en el ataque a estos sectores, dejando sus salarios por detrás
de la inflación. En una importante fábrica metalúrgica en San Pablo, 7.000
obreros votaron en contra de la burocracia y decidieron salir a la huelga
contra los ataques de la patronal al salario. Más recientemente, dos conflictos
se volvieron hechos políticos nacionales.
Por un lado, la huelga de
los docentes de Río de Janeiro, que ocuparon la cámara de diputados
provinciales contra los ataques a la educación, es uno de ellos. Por el otro,
la huelga de los petroleros, con grandes movilizaciones contra el ataque
histórico del gobierno de Dilma, la “mayor
privatización de la historia de Brasil”, que vendió a cuatro
multinacionales (dos chinas, una francesa y una británico-holandesa) a precios
irrisorios un recurso natural estratégico, en un negocio que va a rendir a los
monopolios billones de dólares en los próximos 30 años.
La lucha de los docentes de
Río de Janeiro, cerró luego de 77 días con un acuerdo en el que no consiguió
derrotar el proyecto de ataques votado, pero impidió el descuento de los días
de huelga y tomó una de las demandas democráticas básicas que es el talón de
Aquiles de Dilma: la educación pública. Por eso fue una lucha apoyada por
distintos sectores y adquirió una forma más radicalizada que desestabilizó el
gobierno de Río. Contó con un apoyo práctico en las calles de miles de jóvenes
del “espíritu de junio” y se hizo
masiva. Para hacerse una idea, digamos que en Río de Janeiro hay 40.000
docentes, y en sus asambleas llegaron a reunirse unos 10.000; en los actos llamados
por el sindicato, llegaron a reunirse casi 50.000 personas, dada la masividad
de la huelga y el apoyo de la juventud, que defendía a los docentes contra la
represión policial.
La crisis
de representatividad
Junio marcó la movilización de la juventud.
Más allá del intenso proceso social que expresaban las movilizaciones, el
cuestionamiento al gobierno visibilizó elementos de cuestionamiento del
conjunto del régimen. En primer lugar las instituciones quedaron mal paradas
frente a la población luego de la represión en SanPablo, a lo que se sumó el
caso Amarildo (que fue torturado antes de ser asesinado). Esto expuso
completamente ante las masas la pervivencia de la herencia de la dictadura
militar, en los métodos de la policía. Después se desarrolló la crítica radical
de la población contra los parlamentarios, expresada en la denuncia de la
corrupción. En la presidencia, la popularidad de la intocable Dilma Rousseff
cayó casi 30% (así como de los gobiernos estaduales); lo que parecía más
estable en el régimen era el Poder Judicial, y particularmente el presidente
del Supremo Tribunal Federal, Joaquín Barbosa, que las encuestas señalaban como
uno de los más votables para la presidencia. Sin embargo, el Poder Judicial
perdió fuerza por no condenar a los corruptos del PT en el escándalo del “mensalão”,
juicio que comenzó recientemente y que fue postergado para el año que viene.
En este contexto, una
definición de la herencia de junio es que marcó una enorme crisis de
representatividad, que toca las instituciones y partidos burgueses, pero
también las organizaciones de los trabajadores y el movimiento estudiantil.
Porque el hecho de que en junio la población haya conseguido derrotar el
aumento del pasaje sirvió como una lección de que “no son necesarios ni entidades ni partidos para conseguir lo que
queremos, solo las masas”. Eso golpeó a los sindicatos y las organizaciones
estudiantiles (incluso las orientadas por corrientes que se oponen por
izquierda al PT) que no cumplieron casi ningún papel en junio, más preocupados
con su rutina de elecciones y conducción de organismos desvinculados de las
luchas reales.
Pero en las últimas semanas
dos hechos encendieron la bronca en dos de las principales universidades del
país. Un proceso de movilización con la ocupación del rectorado en la
Universidad de San Pablo (USP) en contra del carácter antidemocrático del
régimen universitario. Y en la Universidad de Campinas (UNICAMP) los
estudiantes deciden también ocupar el rectorado, y estalla un proceso de
huelgas y paros que involucran casi toda la Universidad en contra de la
propuesta del rectorado de poner la policía militar en la Universidad.
Estos conflictos marcan una
emergencia del movimiento estudiantil que no se había dado en junio y, además,
la primera forma organizada de lucha estudiantil surgida en las Universidades,
con asambleas y cuerpos de delegados (particularmente en USP), huelgas en las
facultades y la posibilidad de dar una forma política, en oposición a una masa
sin capacidad de organización (según el “modelo”
de junio) y la crisis de representatividad que tocaba a la izquierda.
Cierre de
algunas luchas y vuelta de la represión: los Black Blocs y la estrategia de la
burguesía
Para ir cerrando los conflictos, la
burguesía viene teniendo una estrategia de favorecer un clima de represión:
eligió a uno de los principales “actores
de junio”, que se hizo un “fenómeno
nacional”, los llamados Black Blocs,
para a partir de ellos difundir una ideología antimanifestaciones. Los Black Blocs desarrollaban acciones de resistencia
a la violencia policial y, cuando la correlación de fuerzas lo permitía, de
enfrentamiento a los aparatos de represión; junto a una práctica de roturas de
vidrios de bancos, de locales de venta de autos importados y otros “símbolos del capitalismo”.
Influenciaban algunos millares de jóvenes en todos los estados; cuando
retrocedió el movimiento, los Black Blocs
ganaron contornos más de “grupo” y
sus prácticas se hicieron más claramente ultraizquierdistas, es decir, por
fuera de la correlación de fuerzas entre las clases y sin un norte estratégico
claro.
El gobierno aprovecha como “excusa” estas acciones descolgadas e
infantiles para montar una campaña contra los Black Blocs. Pero lo que realmente le preocupa no son estas
acciones sin estrategia sino que los Black
Blocs estuvieron junto a otras organizaciones de la juventud defendiendo a
los docentes de Río contra la represión policial, en un momento decisivo para
la lucha. Ese fue el gran “crimen” de
los Black Blocs porque significó,
durante todo ese período, la primera alianza en la lucha de un sector
radicalizado de la clase trabajadora y la juventud de junio.
Los grandes medios en
Brasil están llevando adelante una campaña nacional contra los “encapuchados” (como son los Black Blocs pero también decenas de
otros jóvenes que “resisten”) que en
realidad busca crear una opinión pública de rechazo a estos jóvenes que expresan
a su modo lo que quedó de la radicalidad de junio (aunque sin estrategia
clara), con la clara intención de criminalizar el movimiento de
conjunto.
¿Cuál es el
resultado de la ecuación en Brasil?
La gran cuestión es que de conjunto la
burguesía tiene una dificultad extrema de conjurar el espíritu de junio.
El año que viene, el país
va a tener elecciones presidenciales y al mismo tiempo la Copa del Mundo. Ya
frente a la Copa de Confederaciones el grito de miles y miles de manifestantes
era que “queremos que se joda la Copa,
dinero para salud y educación”. Se puede esperar que el gigante de Brasil
vaya a moverse más en 2014 mostrando su cara principal: un gigante construido
entre lo atrasado y lo nuevo, la sexta economía del mundo que convive con la
amplia desigualdad y la pobreza, un país de recursos naturales pero expropiado
de ellos, como acaba de ocurrir con el petróleo, un país con un inmenso
proletariado trabajando en condiciones de precarización totales; un país que
llenará las tribunas del Mundial de espectadores blancos, mientras los negros
como Amarildo mueren en las favelas por la represión de la policía. Estas
contradicciones no se van se expresar en el aire, porque contamos con las
lecciones del proceso de junio. Las movilizaciones muestran un camino que
cuestiona de raíz al Brasil oficial: la recomposición de la subjetividad de la
clase obrera, expresada en la huelga de docentes de Río, o en conflictos
nacionales como los petroleros con una demanda política fundamental de oponerse
a la privatización del petróleo, importantes huelgas en el sector público,
correo, bancarios, en las paralizaciones y huelgas en las fábricas
metalúrgicas.
Todo eso ya demuestra que
está emergiendo en Brasil un “sujeto
peligroso”. Como decía Karl Marx, esas condiciones sociales petrificadas
van a verse obligadas a bailar al ritmo de su propia melodía.
Comentarios