Publicado
por guerrillacmx
Diciembre 29, 2013
En Hamburgo, Alemania, eran las diez
menos veinte de la mañana del 1 de abril de 1971. Una bella y elegante mujer de
profundos ojos color de cielo entra en la oficina del cónsul de Bolivia y,
espera pacientemente ser atendida.
Mientras hace antesala,
mira indiferente los cuadros que adornan la oficina. Roberto Quintanilla,
cónsul boliviano, vestido elegantemente de traje oscuro de lana, aparece en la
oficina y saluda impactado por la belleza de esa mujer que dice ser la
australiana, y quien días antes le había pedido una entrevista.
Por un instante fugaz,
ambos se encuentran frente a frente. La venganza aparece encarnada en un rostro
femenino muy atractivo. La mujer, de belleza exuberante lo mira fijamente a los
ojos y sin mediar palabras extrae un revolver y dispara tres veces. No hubo
resistencia, ni forcejeo, ni lucha. Los impactos dieron en el blanco. En su
huida, dejó atrás una peluca, su bolso, su Colt Cobra 38 Special, y un trozo de
papel donde se leía ‘Victoria o muerte. ELN’.
¿Quién era esta audaz mujer
y por qué habría asesinado a “Toto”
Quintanilla?
En la milicia guevarista
había una mujer que se hacía llamar “Imilla”
cuyo significado en lengua quechua y aymara es Niña o joven indígena (ahora
considerado un insulto en Bolivia). Su nombre de pila: Mónica (Monika) Ertl.
Alemana de nacimiento que había realizado un viaje de once mil kilómetros desde
la perdida Bolivia con el único propósito de asesinar a un hombre, el personaje
más odiado por la izquierda mundial: Roberto Quintanilla Pereira.
Ella, a partir de ese
momento, se convirtió en la mujer más buscada del mundo. Acaparó las portadas
de los diarios de toda América. Pero ¿cuáles eran sus razones y cuáles sus
orígenes?
Retornemos al 3 de marzo de
1950, fecha en la que Mónica había llegado a Bolivia con Hans Ertl -su padre- a
través de lo que sería conocida como “la
ruta de las ratas”, sendero que facilitó la huida de miembros del régimen
nazi hacia Sudamérica al finalizar el conflicto armado más grande y sangriento
de la historia universal: la II Guerra Mundial.
La historia de Mónica pudo
ser narrada con grandes pasajes gracias a la investigación de Jürgen Schreiber.
La que yo le presento es apenas un pincelazo de ésta apasionante historia que
involucra muchos sentimientos y personajes.
Hans Ertl (Alemania,
1908-Bolivia, 2000) alpinista, innovador de técnicas submarinas, explorador,
escritor, inventor y materializador de sueños, agricultor, converso ideológico,
cineasta, antropólogo y etnógrafo aficionado. Muy pronto alcanzó notoriedad al
retratar a los dirigentes del partido nacionalsocialista cuando filmaba la
majestuosidad, la estética corporal y las destrezas atléticas de los participantes
en los Juegos Olímpicos de Berlín (1936), bajo la dirección de la cineasta Leni
Riefenstahl quien glorificó a los nazis.
Sin embargo, tuvo el
infortunio de ser reconocido para la historia (y su posterior desgracia), como “el fotógrafo de Adolfo Hitler”, aunque
el iconógrafo oficial del Führer haya sido Heinrich Hoffman del escuadrón de
defensa. Citan algunas fuentes que Hans estaba asignado para documentar las
zonas de acción del regimiento del famoso mariscal de campo, apodado el “Zorro del Desierto” Erwin Rommel, en
sus travesía por Tobruk, África.
Como dato curioso, Hans no
perteneció al partido nazi pero, a pesar de que aborrecía la guerra, exhibía
con orgullo la chaqueta diseñada por Hugo Boss para el ejército alemán, como
símbolo de sus gestas de otrora, y su garbo ario. Detestaba que lo llamaran “nazi”, no tenía nada contra ellos, pero
tampoco contra los judíos. Por irónico que parezca fue otra víctima de la
Schutzstaffel.
Al término la Segunda
Guerra Mundial, cuando el Tercer Reich se derrumbó, los jerarcas, colaboradores
y allegados al régimen nazi huyeron de la justicia europea refugiándose en
diversos países, entre ellos, los del continente americano con el beneplácito
de sus respectivos gobiernos y el apoyo incondicional de Estados Unidos. Se dice
que era una persona muy pacífica y no tenía enemigos, así que optó por quedarse
en Alemania un tiempo trabajando en asignaciones menores a su status, hasta que
emigró con su familia. Primeramente a Chile, en el austral archipiélago de Juan
Fernández, “fascinante paraíso perdido”,
donde realizó el documental Robinson (1950), antes que otros proyectos.
Después de un largo viaje,
Ertl se establece en 1951 en Chiquitania, a 100 kilómetros de la ciudad de
Santa Cruz. Hasta ahí llegó para instalarse en las prósperas y vírgenes tierras
cual conquistador del siglo XV, entre la espesa e intrincada vegetación
brasileño-boliviana. Una propiedad de 3.000 hectáreas donde construiría con sus
propias manos y materia autóctona lo que fue su hogar hasta sus últimos días; “La Dolorida”.
Mónica había vivido su
niñez en medio de la efervescencia del nazismo de Alemania y cuando emigraron a
Bolivia aprendió el arte de su padre lo que le valió para trabajar después con
el documentalista boliviano Jorge Ruiz. Hans realizó en Bolivia varios filmes (Paitití y Hito Hito) y trasmitió a Mónica la pasión por la fotografía. Por
cierto, fácilmente podemos reclamarla como mujer pionera de las realizadoras de
documentales en la historia del séptimo arte.
Mónica se crio en un
círculo tan cerrado como racista, en el que brillaban tanto su padre como otro
siniestro personaje al que ella se acostumbró a llamar con cariño “El tío Klaus”. Un empresario germano
(seudónimo de Klaus Barbie (1913-1991) y ex jefe de la Gestapo en Lyon,
Francia) mejor conocido como el “Carnicero
de Lyon”.
Klaus Barbie, cambiaría su
apellido por “Altmann” antes de
involucrarse con la familia Ertl. En el estrecho círculo de personalidades en
La Paz, donde este hombre ganó suficiente confianza de tal forma que, el propio
padre de Mónica, fue quien lo introdujo, incluso, le consiguió su primer empleo
en Bolivia como ciudadano Judío Alemán, de quien se dice asesoró dictaduras
sudamericanas.
La célebre protagonista de
esta historia, se casó con otro alemán en La Paz y vivió en las minas de cobre
en el norte de Chile pero, luego de diez años, su matrimonio fracasó y ella se
convirtió en una política activa que apoyó causas nobles. Entre otras cosas
ayudó a fundar un hogar para huérfanos en La Paz, ahora convertido en hospital.
Vivió en un mundo extremo
rodeada de viejos lobos torturadores nazis. Cualquier indicio perturbador no le
resultaba extraño. Sin embargo, la muerte del guerrillero argentino Ernesto Che
Guevara en la selva boliviana (Octubre de 1967) había significado para ella el
empujón final para sus ideales. Mónica -según su hermana Beatriz-, “adoraba al ‘Che’ como si fuera un Dios”.
A raíz de esto, la relación
padre e hija fue difícil por la combinación: ese fanatismo adherido a un
espíritu subversivo; quizá factores detonantes que generaron una postura
combativa, idealista, perseverante. Su padre fue el más sorprendido y, muy a su
pesar, la echó de la granja. Quizás ese desafío produjo en él cierta
metamorfosis ideológica en los años 60, hasta convertirse en colaborador y
defensor indirecto de los izquierdistas en Sudamérica.
A finales de los sesenta,
todo cambió con la muerte del Che Guevara, rompió con sus raíces y dio un
drástico giro para entrar de lleno a la milicia empuñando el brazo con la
Guerrilla de Ñancahuazú, tal como lo hiciera en vida su héroe por la
desigualdad social.
Durante los cuatro años que
permaneció recluida en el campamento escribió a su padre, solamente una vez por
año, para decir textualmente; “no se
preocupen por mi… estoy bien”, Lamentablemente, nunca más la volvió a ver;
ni viva, ni muerta.
Así fue como en año 1971
cruza el Atlántico y vuelve a su natal Alemania, y en Hamburgo ejecuta
personalmente al cónsul boliviano, el coronel Roberto Quintanilla Pereira,
responsable directo del ultraje final a Guevara: la amputación de sus manos,
luego de su fusilamiento en La Higuera. Con esa profanación firmó su sentencia
de muerte y, desde entonces, la fiel “Imilla”
se propuso una misión de alto riesgo: juró que vengaría al Che Guevara.
Después de cumplir su
objetivo comenzaría una cacería que atravesó países y mares y que solo encontró
su fin cuando Mónica cayó muerta en el año de 1973, en una emboscada que según
algunas fuentes fidedignas le tendió su traicionero “tío” Klaus Barbie.
Después de su muerte, Hans
Erlt siguió viviendo y filmando documentales en Bolivia, donde murió a la edad
de 92 años (año 2000) en su granja ahora convertida en museo gracias a la ayuda
de algunas instituciones de España y Bolivia. Allí permanece enterrado,
acompañado de su vieja chaqueta de militar alemán, su fiel compañera de los
últimos años. Su sepulcro permanece entre dos pinos y tierra de su natal
Bavaria. El mismo se encargó de prepararlo y su hija Heidi de hacer sus deseos
realidad. Hans había expresado en una entrevista concedida a la agencia
Reuters:
“No quiero regresar a mi país. Quiero, incluso muerta, quedar en esta mi
tierra”.
En un cementerio de La Paz,
se dice que descansan “simbólicamente”
los restos de Mónica Ertl. En realidad nunca le fueron entregados a su padre.
Sus reclamos fueron ignorados por las autoridades a partir del hecho. Estos
permanecen en algún sitio desconocido del país boliviano. Yacen en una fosa
común, sin una cruz, sin un nombre, sin una bendición de su padre.
En mi opinión, es el
costado femenino de una revolución que luchó por las utopías de su época, y que
a la luz de nuestros ojos nos obliga a reflexionar, una vez más sobre esta
frase: “Jamás subestime el valor de una mujer”.
"La mujer que vengó al Che Guevara" Autor:
Jürgen Schreiber
Jürgen Schreiber, Sie starb wie Che Guevara. Die
Geschichte der
Comentarios