por Mumia Abu-Jamal
Desde la llegada
de los cautivos africanos a las costas e islas de las Américas, la música, casi
siempre a capela (sin instrumentación) se volvió nuestra herramienta
fundamental de comunicación.
Encadenados
como ganado de dos patas bajo la mirada feroz de los gatilleros llamados
capataces, obligados a trabajar de sol a sol, nos mantuvimos vivos de mente y
cuerpo sólo gracias a nuestras canciones. W.E.B. DuBois en su obra clásica The
Souls of Black Folk (Las almas de la gente negra) las llamó “sorrow songs” o “cantos de la tristeza”.
Esta música
dio un ritmo humano a nuestro arduo esfuerzo de construir la nación desde cero
y alimentarla, aún cuando nosotros y nuestros hijos e hijas moríamos lentamente
de hambre, no sólo por alimentos saludables, sino por justicia, dignidad, y amor.
Y en medio de
esa desolación, miramos hacia adentro para crear la música de nuestra alma,
cosa que luego hicimos en el góspel, blues, ritmo y blues, jazz, funk y rap en
sus principios.
Estas formas
de música han sido nuestro llanto colectivo hecho melodía.
A diferencia
de cualquier otro grupo nacional o etnicidad, los negros hemos creado una nueva
forma de arte en casi todas las generaciones, así reflejando nuestro paso por
esta sociedad.
Cada forma,
cada género no sólo refleja nuestra hambre continua por justicia y dignidad,
sino un espacio que nos da para ser plenamente humanos, para refutar las
mentiras mortales de la supremacía blanca y destacar el genio negro.
En una nación
que proclamaba la libertad mientras practicaba el apartheid, la música negra
era un espacio insólito para expresar los turbulentos volcanes que se movían
dentro de nosotros.
Algunos
artistas se volvieron figuras icónicas de la tradición musical negra,
notablemente en el jazz. Entre los mejores, eran personas como John Coltrane,
un saxofonista capaz de transmitir un profundo anhelo espiritual en piezas como
“A Love Supreme” (Un amor
supremo). http://www.youtube.com/watch?v=lHUapMTgWD0
Rahsaan Roland
Kirk era más arraigado en la tierra, y su obra refleja el enorme virtuosismo
del artista que solía tocar tres instrumentos de viento al mismo tiempo mientras cantaba ¡“B-L-A-C-K-N-U-S-S”! http://www.youtube.com/watch?v=cN7Unxd8tpM
Derechito
desde Filadelfia del Norte, (para ser preciso, desde los proyectos de vivienda
Richard Allen), salió Lee Morgan tocando una trompeta con su característico
control, tono y fuerza que cautivaron a sus públicos, aún cuando él era muy joven.
El jazz, que
con frecuencia ofrecía piezas instrumentales de improvisación pura, transmitió
a diversos públicos a nivel global nuestra profundidad. Como las primeras
canciones espirituales cantadas en grilletes, el jazz se ahondó en comunicar
tanto nuestro dolor como nuestra presencia. También señaló nuestra
sobrevivencia.
La música del
jazz, una expresión de las alturas que alcanzamos, ha sido transformada en otra
mercancía más, en gran medida desprovista del espíritu revolucionario de su
primera época.
Lo mismo se
puede decir del rap, que empezó como una expresión urbana de nuestro
descontento: “Don’t mess with me, ‘cuz
I’m close to the eddgge!’ I’m tryin’, not to lose my head!” (No te metas conmigo porque me acerco al
borde. Trato de no perder la cabeza). ¿Se acuerdan? Grandmaster Flash y los
Furious Five. http://www.youtube.com/watch?v=gYMkEMCHtJ4
De ahí hasta
“… gold on my neck” (… oro en mi cuello), un elogio al puro
materialismo y carente de cualquier comentario social, es un descenso
fuertísimo.
Las fuerzas
corporativas que siempre han explotado y rastreado las huellas de nuestra
creatividad han filtrado venenos tóxicos a los pozos de nuestra cultura,
contaminando todo lo que tocan.
Nuestra
música, que una vez dio vida al mundo entero ahora se reduce a sonidos
superficiales que sirven para vender coches.
El alma se
fue. Pero no tiene que ser para siempre. Somos los creadores y creadoras de
nuestra música. Tenemos que restaurar nuestra alma.
Hay que cantar
las canciones de nuestro pueblo y no cantar para los que nos echan centavos
envenados.
Desde la nación
encarcelada soy Mumia Abu-Jamal.
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