Miércoles,
23 de abril de 2014
Van llegando a la Casa en grupos de 5 o de 10
personas, con los rostros cansados y los pies adoloridos de caminar por varios
kilómetros, las miradas se quedan fijas, como si una revolución de pensamientos
se estuviese dando dentro de sus mentes. La 72, les da la
bienvenida, se le conoce como La Casa del Migrante, en Tenosique, Tabasco.
Vienen con las mochilas cargadas de sueños desde Honduras, Guatemala, El
Salvador. Es la semana mayor de la Semana Santa Cristiana y esperan con ilusión
y ansiedad que comience la Caravana del Viacrucis Migrante. Preguntan ¿Cuándo
subiremos al tren? “La Bestia”, el
tren de la muerte como le conocen algunos y algunas.
Hombres, mujeres, niños y
niñas, familias enteras, todos salen en procesión a las calles de ese
pueblo que los ve sin mirarles de verdad. Sus consignas gritan que no son
delincuentes. Una manta anuncia que “los
niños también migran”.
Caminan y cantan.
Viven la Semana Santa en una tierra que no es la suya. Caminan el camino de la cruz en busca del futuro
que su país les niega. Ellas, ellos salen de algún lugar de Centroamérica
y atraviesan el territorio mexicano exponiéndose a la muerte, violaciones
y secuestros. Les ven con miedo, ¿Por qué con miedo? ¿Acaso tienen la
culpa de haber nacido del lado equivocado de las fronteras impuestas? ¿Son
ellas, ellos, los culpables de no pertenecer a un exclusivo sector privilegiado
y explotador?
Por fin se anuncia que el tren
pasará por la noche, empiezan a prepararse, arreglan las mochilas. Ya
todo está listo, ahora solo queda esperar. Un ambiente de paz reina entre
quienes están de paso por La 72, cantan cantos religiosos, se relajan,
con la caravana protegiéndoles no le temen a La Bestia. Sus creencias religiosas les reconfortan, les dan
esperanza.
Ha llegado la hora. Abordan el
tren, a prisa, un poco atropellándose, es de madrugada y está oscuro, por eso
es difícil saber dónde se pisa. En diferentes vagones se van subiendo alegres
de que una caravana solidaria les acompaña y protege, sienten la seguridad que
les brindan los frailes, activistas y periodistas. Todos estamos listos, sin
embargo, arriba del tren pasan las horas y éste parece no arrancar. Empieza a
cundir un poco la impaciencia. Se comparte el agua, algunas galletas, tortillas
con queso; algo que ayude a aliviar el hambre durante el tiempo de espera.
Amanece sobre el tren aún inmóvil y se recibe la noticia que nadie quiere
escuchar: La Bestia no les ayudará a
alcanzar su sueño.
Bajan del tren con la mirada
al suelo, arrastrando los pies, no pueden creer que la oportunidad de viajar
con seguridad les haya sido arrebatada. Un hombre sobre un vagón mira
desconcertado lo que está sucediendo, a su lado se encuentran su esposa y sus
dos hijas.
Impera la tristeza y el
desconcierto, sin embargo, algo pasa con este pueblo migrante que ha decidido
no rendirse. Es Jueves Santo y desean continuar con el camino.
Cuando deciden caminar, la
tristeza se transforma en energía, el dolor, en un bello sentimiento de
indignación, de ahí es de donde salen las fuerzas para aguantar los largos
kilómetros que les esperan adelante.
Con las famosas “charoleadas” se juntan los primeros
recursos. Las demandas son claras: que se garantice la libertad de tránsito de
manera urgente, que desaparezca el Instituto Nacional de Migración y que se respeten
los derechos humanos de quienes
cruzan México rumbo a los
Estados Unidos.
Rememorando el Éxodo del
pueblo de Dios que se libera del yugo de Egipto, las y los migrantes salen
caminando de Tenosique, acompañándose siempre del amor solidario. Una valla
humana integrada por periodistas, activistas y voluntarios se forma al pasar frente
a la garita del Instituto Nacional de Migración. Un chico hondureño me dijo: “cada
vez que pasamos alguna garita durante la marcha, fue como cuando se abrió el
Mar Rojo y el pueblo de Israel pudo cruzarlo”.
La carretera se ve inundada de
un pueblo insurrecto que desafía las leyes del país que están transitando.
Ellas, ellos, los que nadie quiere mirar cuando llegan a territorio mexicano, y
cuando lo hacen es para hacerlos víctimas del mal gobierno y del crimen
organizado –me pregunto dónde termina uno y dónde comienza el otro- se hacen
visibles y se hacen escuchar.
A pesar de que son muchos los
kilómetros, los ánimos no decaen, cantan, gritan consignas, siempre
compartiendo el agua, y lo que haya de alimentos. Los pies lastimados no
importan, el sueño de una vida digna en el norte les impulsa a seguir
caminando.
Así como el relato bíblico nos
cuenta sobre una multiplicación de panes, las ayudas para esta caravana se han
multiplicado. La fuerza y la decisión del pueblo migrante van sacudiendo
conciencias. Transforman la indiferencia en solidaridad.
En un descanso a mitad de la
carretera, justo el Viernes Santo, un fraile franciscano me dijo: “Para
mi cada uno de ellos es Cristo recorriendo el camino de la cruz, muchos no lo
lograrán, y esta es su Pasión”.
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