Miércoles,
30 de Abril de 2014
“Me voy madre, rece por mí…si algún día no la
llamo es que yo fracasé”, estas fueron las últimas palabras que Blanca
Valenzuela escuchó de boca de su hijo Víctor Hernández, el día que se despidió
de ella en su casa del barrio La Trinidad, en La Paz, Honduras.
Víctor tenía 17 años en 2003, el 5 de julio de ese año le dijo adiós a
su madre y partió por segunda ocasión hacia los Estados Unidos. En esa
despedida, Blanca le prometió a Víctor que si él no regresaba, ella saldría a
buscarlo. Víctor no regresó y Blanca cumplió su promesa.
La primera vez que Víctor partió en busca del sueño americano, tenía 14
años, era el año 2000. Como es la suerte de miles de migrantes
centroamericanos, fue deportado en 2003. Él ya tenía pareja en Estados Unidos
al momento de la deportación, y ella estaba embarazada, por esta razón
Víctor decidió que debía regresar.
La última noticia que alguien tuvo de Víctor es que cuando llegó a
Coatzacoalcos, Veracruz, en territorio mexicano, con un grupo de amigos,
migración les persiguió y cada quien corrió hacia lugares distintos, desde ese
día ya nadie supo nada más sobre él. Entonces, como le había prometido, Blanca
decidió que debía emprender la búsqueda.
Desde 2004, Blanca, quien ahora carga con 60 años de edad, viaja 2 veces
al año a México, de manera
indocumentada, para buscar al hijo que se le perdió 10 años atrás.
Nos sentamos a platicar en un rincón de La 72 Hogar-Refugio para
Personas Migrantes, en Tenosique, Tabasco; los días que Blanca permaneció
en la casa, fue conocida como La Abuela.
Siempre lleva en su bolso tres fotos de su hijo, en una de ellas está
acompañado de la que era su pareja.
Mientras fumamos unos cigarros, platica con voz pausada que para juntar
el dinero que necesita para viajar por México,
se dedica a vender leña y tortillas en su pueblo.
Dijo que nunca se imaginó que México
fuese un país tan grande, pero eso no la ha desanimado. Ella lo ha recorrido
unas 17 veces, llevando siempre las fotos de su hijo.
Desde 2004 ha viajado sola. No recurrió a las autoridades mexicanas por
miedo, ya que no contaba con papeles para poder transitar libremente por el
país. La primera vez que cruzó la frontera llegó a Unión Hidalgo, Chiapas.
Desde ese momento se paró en las vías del tren preguntando por Víctor.
Aquella primera vez, Blanca abordó el lomo de tren conocido como “La Bestia” y llegó hasta Lechería, en
el Estado de México. Como cada
vez que ha venido a este país, se regresó a su tierra sin noticias de su hijo
perdido.
En 2007 realizó el viaje acompañada de otro de sus hijos, Juan
Pablo, quien en ese entonces contaba con 15 años. Cruzaron la frontera
guatemalteca por El Naranjo, llegaron a Tenosique, Tab. y juntos abordaron el
tren. Llegaron a Monterrey, Nuevo León, donde utilizaron un autobús para ir
hasta Nuevo Laredo, Tamaulipas. En esa ocasión, Blanca y su hijo cruzaron a
nado el río Bravo. La patrulla fronteriza les detuvo y estuvieron presos
alrededor de 5 meses.
Blanca cuenta que durante el tiempo que estuvo detenida, un investigador
intentó ayudarle buscando a su hijo en diversas cárceles de Estados Unidos, sin
embargo, tampoco tuvo ninguna respuesta que le diera alguna pista sobre su
hijo.
Mientras seguimos conversamos, Blanca mira a los hombres jóvenes que
están de paso por La 72, me dice que muchas veces le ha pedido a Dios que no
les pase nada malo a los demás muchachos que, al igual que su hijo, tienen que
salir de su tierra para buscar trabajo o para escapar de la delincuencia.
En dos ocasiones se ha accidentado durante sus viajes. La primera vez,
fue hace 9 años, me cuenta que después de un huracán, las líneas del tren en
Tapachula, Chiapas se dañaron, por esta razón, el tren se descarriló, ella iba
amarrada de un timón y solo se fracturó una costilla. Y en 2009, se resbaló en
el tren y se volvió a fracturar la misma costilla, entonces la llevaron a
una casa para que la atiendan, pero solo se puso una venda y continuó el viaje
estando lesionada.
En 2012, el abogado Eduardo Calderón, de la Casa del Migrante de
Saltillo le consiguió un permiso temporal para que pueda buscar a su hijo en
territorio mexicano.
Blanca siempre ha hecho los viajes por su cuenta. En la última Caravana
de Madres Centroamericanas que buscan a sus hijos desaparecidos, ella ya no
encontró cupo, sin embargo, en esta ocasión Fray Tomás González, director de La
72, le proporcionó los datos que necesita para contactar con tiempo a la
Caravana y así ella ya no tendría que hacer el viaje sola exponiendo su
integridad física.
Seguimos platicando y por momentos se queda mirando fijo, guarda
silencio un par de minutos y me dice: “mientras más tiempo pasa, más falta
me hace mi hijo”, Blanca confiesa que cuando se acuerda de su hijo, por las
noches, tiene que beber unas copas para poder dormir.
De repente se puso hablar de cuando su hijo Víctor era pequeño. Lo
describió como un niño juguetón, tenía carritos de madera y se llevaba bien con
sus hermanos. Dice que conserva una camisa pequeña, de cuando su hijo tenía 3
años.
Por momentos, durante la conversación, le salen algunas lágrimas. Blanca
me explicó que caminar por las calles de México le da consuelo. Si su hijo “fracasó” -nunca usó la palabra muerte, la cambió por fracaso- y
está enterrado en este país, ella se siente cerca de él recorriendo los caminos
que recorren quienes migran sin papeles.
Blanca admitió que no está segura de querer regresar a su pueblo. Uno de
sus hijos y su nieto viven con ella, en una pequeña casa de adobe, y ella dijo
que ambos beben en exceso, que para ella es un martirio verlos borrachos y
esperarlos despierta hasta la madrugada, las veces que salen por las noches. Me
comenta que pretende llegar a Saltillo, Coahuila y ahí buscar un trabajo para
juntar el dinero que necesita para reparar su casa.
La última vez que la vi, participaba muy contenta y con mucha energía en
la Caravana-Viacrucis que durante la Semana Santa y la Semana de Pascua
recorrió el país exigiendo a las autoridades mexicanas libertad de tránsito,
respeto a los derechos humanos de las personas migrantes y la desaparición del
Instituto Nacional de Migración.
El caminar de Blanca es lento, pero firme al mismo tiempo. No tiene
miedo de subirse al lomo de “La Bestia”,
la mueve el amor de un hijo desaparecido. No tiene miedo de ser perseguida por
las autoridades migratorias que se encargan de criminalizar a quienes no
cuentan con un papel oficial para transitar por México. Ella es una Madre
Coraje que ha sido víctima de la política migratoria mexicana, la cual, en
palabras de Fray Tomás González Castillo está diseñada para exterminar al
pueblo pobre de Centroamérica.
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