Ilán Semo
22 noviembre 2014
Hay algo en la crisis política actual que
hace de nuestros conceptos habituales visiones cuasi frugales. Como si la
rapidez de los acontecimientos, las súbitas transformaciones en la opinión
pública, la repentina potencia que adquieren vindicaciones y acciones
desechadas y archivadas por años, la pérdida de legitimidad fraguada en las
leyes no escritas se rebelaran contra nuestros juicios, percepciones y
cálculos. De golpe, una nueva realidad; en unas cuantas semanas, un sistema
político que de por sí caminaba a empujones ha empezado a perder credibilidad a
una velocidad asombrosa. Y las preguntas se acumulan. ¿En qué acabará todo
esto? ¿A qué conducen las manifestaciones? ¿Cuáles son las perspectivas?
En el
centro de las jornadas, que sitúan al Estado (la gente entiende por “Estado” simple y llanamente el estatus actual, un presidente que se
asoma erráticamente, partidos devorándose por la comidilla electoral en torno a
una situación dramática, procuradores que “se
cansan”, jueces que dan la espalda a sus responsabilidades, etcétera) en un
plano de incertidumbre, se encuentra acaso la determinación de los 43 padres de
los normalistas desaparecidos en Ayotzinapa. Y habría que reflexionar sobre
este hecho para inferir una lectura mínima de sus efectos y consecuencias.
El
dilema de la confrontación entre el poder político y el amor filial es tan
antiguo como la tragedia griega. Para valorar la conmoción desatada por la
integridad y el valor de los padres de Ayotzinapa (a los que se han sumado
muchos otros en el país) se podría volver a releer Antígona, la obra clásica de Sófocles. Antígona defiende la
dignidad de la memoria de su hermano caído en batalla. Creonte, el soberano,
pretende borrar esa memoria y sumirla en el olvido. El dolor de Antígona, su
demanda de justica, pone de cabeza al reino. El poder de Creonte termina
destruido. Pero no es necesario ir tan lejos en el tiempo. En Argentina,
durante los años 70 y 80, el movimiento de las Madres de la Plaza de Mayo, que
exigían la presentación de sus hijos, representó uno de los centros nodales de
la impugnación del régimen militar. Y también en Argentina, Juan Gelman, el
poeta, emprendió una lucha durante años para recuperar a su nieta secuestrada
por los militares. Más recientemente, en México, Javier Sicilia mostraría la
profundidad de un empeño de esta naturaleza.
En el
movimiento de la Plaza de Mayo, al igual que en otras luchas en Colombia, Chile
y Guatemala, las madres, como se espera, definieron el carácter de esos
desafíos. En los casos de Juan Gelman y Javier Sicilia, al igual que en el de
Ayotzinapa, se agregaron los padres (hombres), lo cual suma una dimensión
inédita por el peculiar lugar que ocupa la figura del padre en nuestra cultura.
En las
últimas semanas, el reclamo de Ayotzinapa deviene un punto de encuentro, un
programa mínimo, y congrega solidaridades y empatías de miles y miles de
estudiantes y ciudadanos en todo el país. Los saldos notables han sido por lo
menos tres.
En primer lugar, la inversión del “punto ciego”
de la legitimidad. Cuando la principal demanda se centra en el reclamo de
justicia, no se trata en primera instancia del simple ejercicio de la ley, ni
de la cuestión social, sino del plano que activa el concepto mismo de justicia:
el agravio. La sociedad mexicana no sólo vive bajo el síndrome de no saber qué
pasará a diario con sus hijos, ni en una simple salida a la calle o recluida en
sus casas, que también se han vuelto vulnerables, sino que existen sectores hoy
profundamente agraviados. La fanfarronería de los tribunales, el ocultamiento
de evidencias, la complicidad de los procuradores, los partidos políticos
ataviados en la miseria de cómo conseguir la próxima curul, todo ello
acrecienta y multiplica los agravios. Y este es un renglón delicado, porque en
su profundidad se encuentra el origen de la legitimidad o su pérdida. La
campaña mediática que pretende ahora representar a Ayotzinapa como un “lugar del atraso y el pasado”
contribuye a ello, cuando el verdadero pasado (lo que sostiene a la cultura
priísta y al antiguo régimen) se encuentra en Los Pinos. A saber, la única
promesa de un presente actual se halla en quienes salen a las calles para
intentar transformar ese submundo criminal en la perspectiva, así sea vaga, de
un estado de derecho.
En segundo lugar, una crisis de gobierno. En su discurso del pasado 20 de noviembre, el
jefe de las fuerzas armadas declaró que el tema de la seguridad es ya un “asunto del Estado, no del gobierno”. En
otras palabras: que el gobierno no puede con la responsabilidad. La misma
opinión la comparten editoriales y columnistas de The New York Times, The
Economist, Wahington Post y otros
periódicos en el mundo cuando se preguntan: ¿cuántos
municipios no están, al igual que Iguala, gobernados por la alianza entre el
crimen y la política? ¿Cuál sería entonces la opción si este gobierno no es
capaz de hacer frente a esa responsabilidad?
En tercer lugar, la relación entre la justicia y la violencia. En ‘Para una crítica de la violencia’, Walter Benjamin escribe que la
ponderación entre justica y violencia pasa inevitablemente por la frágil frontera entre la violencia legítima
e ilegítima. En Ayotzinapa apareció todo el rostro de la ilegítima. Primero
se trataba de un crimen municipal; después se transformó en el crimen de un
gobernador. Si la investigación se sigue posponiendo, avanzará la sospecha de
que se podría tratar de un crimen de
Estado.
La
manifestación del 20 de noviembre en el Distrito Federal reunió a esa parte de
la sociedad que hoy representa la condición de un cambio posible. Al final, en
el Zócalo, los grupos más radicales se enfrentaron con la policía. El
movimiento civil debe deslindar responsabilidades y figurar tácticas para
mantener su coherencia. Pero la versión oficial ha hecho prácticamente hincapié
en homologar el acto con un ambiente violento. Es obvio que, por ahora, la
respuesta oficial no está interesada en capitalizar la indignación que produjo
la atrocidad de Ayotzinapa para dar curso a la perspectiva de una reforma.
Mensaje solidario desde New York
¡En
New York nos estamos reuniendo para seguir a nuestro pueblo! (México)
NOSOTROS YA VIVIMOS, AHORA DEBEMOS DEJAR EL CAMINO LIMPIO PARA NUESTROS HIJOS , NO MAS CORRUPCIÓN, NO MAS PORQUERÍA, NO MAS GOBIERNO, HEMOS TARDADO EN DAR EL PRIMER PASO PERO YA LO DIMOS Y LO SEGUIREMOS DANDO.
NOSOTROS YA VIVIMOS, AHORA DEBEMOS DEJAR EL CAMINO LIMPIO PARA NUESTROS HIJOS , NO MAS CORRUPCIÓN, NO MAS PORQUERÍA, NO MAS GOBIERNO, HEMOS TARDADO EN DAR EL PRIMER PASO PERO YA LO DIMOS Y LO SEGUIREMOS DANDO.
¡VIVA MÉXICO, VIVA AYOTZINAPA, VIVA LATINOAMERICA!
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