25 de diciembre de 2014.
Eugenia Gutiérrez.
Eugenia Gutiérrez.
Colectivo Radio
Zapatista.
Nos
cayó la autonomía, se nos vino encima como la lluvia interminable de una noche
que fue buena por rebelde y resistente. Unas mil personas que se autodefinen
libres celebran sus experiencias de trabajo independiente en el Lienzo Charro de una Iztapalapa que hoy
quiere volver a ser lago. Este 24 de diciembre de frente frío y mojado nos
reúne desde la mañana bajo lonas gigantescas que soportan viento y agua.
Amenazan con colapsar cuando nos llega el aguacero por la tarde, pero aguantan.
Una pobrecita rata de verdad, sin traje y corbata, se quema mordisqueando un
generador de luz y nos deja sin la mitad de la corriente eléctrica desde
temprano. Pero los micrófonos necesarios funcionan, así que la etapa chilanga
del Festival Mundial de las Resistencias y las Rebeldías contra el Capitalismo,
“donde los de arriba destruyen, los de
abajo reconstruimos” arranca porque arranca.
Pasado el mediodía se inaugura este festejo de emociones
agridulces. En primeras filas se sientan los normalistas que nos faltan. La
bienvenida nos la dan Francisco Torrijes, de la Asociación de Charros, y
Rosario Hernández, por la Comisión Política Nacional del Frente Popular
Francisco Villa Independiente-UNOPII de la Ciudad de México. Por el Congreso
Nacional Indígena que nos convoca hablan cuatro voces. Abre Nicolás Suárez,
autoridad comunal de una Santa María Ostula botón de muestra del Michoacán tan
agraviado. Patricia Moreno habla desde el pueblo wixárika mientras Jesús Romero
y Wilfrido Torres lo hacen desde el pueblo guarijía de Sonora. Sus dolores y
sus luchas se parecen tanto. Luego nos asfixia el alma un mensaje de padres y
madres que vieron morir a sus criaturas en la guardería ABC, también de Sonora,
hace cinco años, y que hablan el mismo idioma que los familiares de los jóvenes
de Ayotzinapa: “Sabemos lo que es la
angustia de la inalcanzable búsqueda de nuestros hijos. Sabemos del dolor de
imaginar por lo que pudieron haber pasado”. Nos preguntan: “¿Cómo encarar a un estado que mata a sus
héroes y después, con la más vil hipocresía, les rinde homenaje?”. Y nos
responden: “Unidad. A fin de cuentas,
unidad” porque “nuestros hijos son
sus hijos”.
Toca el turno a padres, madres y alumnos de la Normal Rural “Raúl Isidro Burgos”. Don Mario César
agradece antes que nada al Ejército Zapatista de Liberación Nacional por
haberles cedido su lugar. Es padre de César Manuel González Hernández. Dice que
no sabían de tantas luchas, que hoy saben, que exigen que les devuelvan a sus
hijos, que están conscientes ya de muchas injusticias y que se decepcionaron de
Enrique Peña Nieto de quien algo esperaban. Doña Hilda, madre de Jorge Antonio
Lizapa Legideño, habla muy poco, lo mucho que puede hablar una madre que lleva
tres meses buscando a su hijo secuestrado por una policía infame que cobra por
cuidarlo. Durante cinco minutos, el maestro Omar García imparte cátedra de
lucha y dignidad.
Entonces comienza el festival. Un escenario grandote y otro
chiquito se saturan de expresiones culturales diversas. Hay música para gustos
varios: de protesta, hip-hop, rap, rock, bolero y punk. Hay danza, canto,
poesía, performances. Hay talleres de todo, talleres infantiles y adultos, de
barro, de cerámica, de dibujo, de herbolaria, de jabón biodegradable y hasta de
mapas. Taller de baños secos y lombricomposta. Hay brincolín, columpios, globos
estrella roja zapatistas, títeres y piñata para la generación que nos
alecciona. Hay mascotas bientratadas, cine rebelde, salón de tatuajes, cordón
para equilibristas. Hay estacionamiento adentro, microbuses afuera, metro aquí
cerca, centros comerciales lejísimos y un centenar de puestos para vendimia
justa y autónoma gracias al espacio que nos prestan los panchos.
Porque vivos se los llevaron y vivos los queremos, los familiares de los
jóvenes heridos, asesinados y desaparecidos de Guerrero pernoctan afuera de la
residencia oficial de Los Pinos. Para ellos no hay nochebuena, ni navidad,
ni cena excesiva, impuesta, innecesaria.
El 25 de diciembre nos recibe con un sol compasivo. Hoy nos
estorban un rato las chamarras y se desata la capoeira en amarillo, la danza butoh
japonesa de cuerpos desnudos en blanco y alcatraces majestuosos, la batucada, el futbol rebelde que enfrenta
amistosamente a normalistas de Ayotzinapa con adherentes de la Sexta en un
combate honorable, como debieran ser todos. Chalco se impone 2-0 a Ayotzi en
una cascarita donde nadie pierde. Se vende “comida
buena, sabrosa, limpia y barata”, café orgánico, ponche sin piquete,
empanadas de nopal con queso y un universo de golosinas naturales y frutas. Hay
tabaco pa’ quien quiera intoxicarse y cosas nutritivas para quienes cuidan su
vida. Se consiguen libros de 600 pesos a 60, y libros de 200 a cinco varitos, a diez, a veinte. Hay ropa y
artesanías fabricadas en colores que no conocíamos. Un Che Guevara sonríe
coqueto en la puerta de un baño de mujeres. A los hombres los recibe Pancho
Villa. Las comisiones de limpieza, de seguridad, de hospedaje, de sonido, de
registro, de transporte, de medios libres y de alimento para el CNI no se
cansan, no nos descuidan. Al calor de este jueves 25 brotan los talleres de
huertos frutales, de toallas sanitarias y pañales ecológicos, de chocolate.
“Si tú no has hecho
nada… este país te espera…”. La música se proyecta por estos cerritos hoy secos y
calientes. “Siembra la semilla de la
lucha y la resistencia…” A lo largo del día resuenan por todos lados cantos
llenos de propuestas. “Abre los caminos
que nos lleven a la libertad…” La gente alcanza para todo. Hay quien vendrá
al gran tokín de mañana, hay quien se
unirá marchando a la jornada de protestas para exigir justicia para Ayotzinapa
este viernes 26.
“Pinche policía, no soy
un ratero, yo soy un rapero, yo soy grafitero”. Una tonadita rapera de
temporada se nos pega en los oídos: “ra-ra-radio,
ropopompón, los demandas de mi tierra son latidos de mi corazón”.
La ausencia presente de las comunidades autónomas
zapatistas, su ejemplo y su historia, nos acompañan en cada sombra que anoche
nos hizo lodo los pies y que hoy nos proyecta al suelo en rayos tibios. Los
medios libres trabajan en libertad. La mayoría de los asistentes come y toma de
vez en cuando lo que le gusta y puede pagar, lo que se le antoja. Todos
platican, todas se encuentran. Unos toman el sol, otras bailan o cantan. “Rabia digna, digna rabia, me da la
posibilidad de construir y de soñar…”
Un pellizco plateado nos anuncia que terminan las noches sin
luna. Ya se nos esconde el sol otra vez, ya vuelve el frío, pero ni para cuándo
nos vamos. Por si acaso, para el poderoso de arriba un recordatorio musical
autónomo en colectivo y desde abajo: “No
tengo nada, no tengo nada, no tengo nada ni quiero nada de ti…”
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