A 15 años de la ruptura de la huelga en la UNAM: ¿Quiénes y cómo operaron la toma de Ciudad Universitaria?
Escrito por Nahúm
Pérez Monroy
Lunes, 09 febrero 2015
Este 6 de febrero se cumplen 15 años del fin de la huelga universitaria más
larga en la historia de la UNAM: la del Consejo General de Huelga (CGH) de
1999-2000. El propósito del presente artículo es esclarecer en medio de qué
condiciones políticas fue posible que el gobierno utilizara a la fuerza pública
contra los estudiantes. Un estudio más detallado de todo el curso de la huelga
universitaria, así como de su desarrollo interno, puede consultarlo en:
I. Del martes negro de la preparatoria 3 al 6 de febrero
A inicios de febrero del año 2000,
la huelga en la UNAM rondaba por su noveno mes. Los múltiples intentos del
gobierno federal por vencer a los estudiantes por medio del cansancio y el
desprestigio, habían fracasado en reiteradas ocasiones, reflejando una
capacidad de lucha y resistencia pocas veces vista en la historia de las luchas
estudiantiles del país. Por este motivo, a inicios de 2000, el nuevo rector,
Juan Ramón de la Fuente[1], se vio orillado a flexibilizar su
posición y dar a conocer a la opinión pública una “Propuesta Institucional” para destrabar el conflicto.
Semanas atrás, el 10 de diciembre de
1999, el nuevo rector había firmado con los estudiantes un documento donde se comprometía
a que el diálogo sería el único mecanismo para resolver el conflicto y donde
reconocía al CGH como interlocutor legítimo. Sin embargo, dada la proximidad de
las elecciones federales, la huelga en la UNAM se convirtió en un asunto
político de primer orden en el país y el presidente Zedillo presionó por acabar
con ella a toda costa;incluso, si ello implicaba el desconocimiento de los
acuerdos previamente firmados.
Desde varias
semanas atrás, decenas y decenas de desplegados pagados por líderes empresariales
y organizaciones de profesionistas e intelectuales de toda laya, habían venido
apareciendo en todos los diarios de circulación nacional exigiendo el
restablecimiento del “Estado de derecho”
en la Universidad. Las cúpulas de la burguesía mexicana, el clero y la derecha
pugnaban histéricas por la ruptura de la huelga.
Las tenazas de
la represión se estaban cerrando aceleradamente. El 20 de enero de 2000 la
Secretaría de Gobernación había instrumentado junto con las autoridades
universitarias un plebiscito para justificar del uso de la fuerza pública
contra los estudiantes. Además, por esas mismas fechas, directores de escuelas
y facultades, maestros, investigadores y empleados de confianza de la
Universidad, habían aportado información a la PGR para aprehender a centenares
de huelguistas.
Por otra parte, desde que la huelga había caído
en picada, los estudiantes habían dado sobradas muestras de su incapacidad para
sostener la toma de las instalaciones ante cada provocación montada por la
Rectoría. Si bien durante las últimas semanas de enero el movimiento
estudiantil volvió a dar muestras de gran vitalidad, cada intento de retoma por
parte de los porros y los antiparistas, no había quedado exenta de cierta dosis
de tensión y violencia. Esta situación no podía sostenerse de manera
indefinida. Todo apuntaba a que la cadena de la huelga podría romperse por uno
de sus eslabones más débiles, y el primer día de febrero así ocurrió:
Aproximadamente
las 2 de la tarde varios camiones repletos de desempleados, indigentes, porros
y escoria de todo tipo, arribaron a las instalaciones de la Prepa 3 al norte de
la ciudad, con el objetivo de apoderarse de las instalaciones en huelga. Desde
la tarde anterior varios funcionarios de la Dirección General de Protección a la
Comunidad de la UNAM habían llevado a cabo una leva de desempleados en las
terminales de camiones del Norte y Sur de la ciudad, ofreciendo entre $500 y
$1000 a cada persona que estuviera dispuesta a participar en la acción de
fuerza de la mañana siguiente.
Encabezados
por personal de vigilancia de Auxilio UNAM y por el cuerpo de seguridad privado “Grupo Cobra”, los casi doscientos
esquiroles descendieron a las afueras del plantel e iniciaron una agresión
contra estudiantes que días atrás habían conformado el “Frente Estudiantil Justo Sierra”. Arrojando desde el exterior
piedras, palos, tubos y botellas consiguieron que los jóvenes se replegaran
hasta derribar la puerta principal, ingresar y echarlos a golpes.
En muy pocos
minutos el choque entre unos y otros, se hizo inevitable. Los estudiantes
chocaron frontalmente con los esquiroles y sin medir consecuencias, se
abalanzaron contra ellos tundiéndolos a palos y golpeándolos hasta dejarlos
inconscientes. El resultado fue diversos golpeadores y elementos de Auxilio
UNAM severamente lesionados yaciendo ensangrentados en el
piso. Los huelguistas habían caído en una provocación.
¿Por qué la
Rectoría y el gobierno federal decidieron pasar de una táctica que había
llamado a los estudiantes a asistir masivamente a las escuelas para votar el
levantamiento de la huelga, a una táctica de abierta provocación y violencia? Porque se
dieron cuenta que no podían manipular a los estudiantes; porque todos sus
intentos de utilizarlos como esquiroles estaban fracasando; porque cada vez que
se llevaban a cabo asambleas masivas en lugar de la confrontación se imponía el
diálogo. El resultado para la burocracia y las élites de la
Universidad había sido contraproducente y en extremo peligroso.
Para la
Rectoría los tiempos políticos también se estaban cerrando. Si no actuaba con
presteza no sólo tendría encima la presión del CGH, sino también la de
numerosos núcleos de estudiantes que se estaban sumando a las asambleas y que
desesperados, estaban decididos a tomar acciones para exigir la reanudación
inmediata del diálogo: “Aquí ya no hay
problemas, estamos negociando y hemos llegado a acuerdos. ¡Ya no hay paristas
ni antiparistas! ¡Todos somos estudiantes! ¡Diálogo es lo que queremos!”
Los
acontecimientos de la Preparatoria 3 fueron difundidos en transmisiones
estelares por las principales televisoras del país. Una y otra vez de manera
incesante, se pasaron imágenes en donde los huelguistas apaleaban a los
guaruras y lúmpenes contratados por la Rectoría, pero nada acerca de cómo había
iniciado la gresca, ni de la forma en que violentamente habían irrumpido dichos
elementos en la Preparatoria. Así, ante la opinión pública, los victimarios
resultaron ser víctimas y las víctimas su contrario.
Durante toda
la tarde, decenas y decenas de estudiantes continuaron llegando desde diversas
sedes de la UNAM para fortalecer las guardias. Pero la tensión empezó a crecer
cuando a las afueras del plantel arribaron elementos del cuerpo de granaderos
dependientes del Gobierno del Distrito Federal con la orden de tejer un cerco
preventivo en la periferia. A nivel nacional toda la expectación estaba
concentrada en los acontecimientos de la Preparatoria 3. Con manipulación
descarada nuevamente todos los emporios de la comunicación linchaban a los
estudiantes y exigían el restablecimiento del “Estado de derecho”.
Hasta entonces
cierta certidumbre de inviolabilidad de la autonomía universitaria había
permeado la conciencia de los estudiantes, pero conforme la noche caía, esta
suposición se desvanecía. El paso redoblado de las escuadras de la policía
militar (PFP) aproximándose a la parte frontal del plantel, anunciaba
fatalmente un escenario que no se había contemplado: la irrupción de la fuerza
pública a instalaciones de la Universidad, acontecimiento que no se reeditaba
desde finales de los setenta.
Ciento
cincuenta elementos de la PFP ingresaron a toda prisa a las instalaciones. “¡Agárrenlos!”, se escuchó decir a uno
de los agentes que comandaba la operación. Entonces los casi trescientos
jóvenes que ahí permanecían, se concentraron en la explanada y unos a otros se
empezaron a tomar de los brazos. Inmediatamente todos los jóvenes fueron
conducidos a camiones tipo turista que habían sido estacionados a las afueras
del plantel para llevarlos presos. Se produjeron escenas de confusión, rabia y
angustia.
El plantel
quedó custodiado por la PFP y los 245 estudiantes detenidos fueron conducidos a
la PGR de “Camarones”. De regreso a
Ciudad Universitaria, el rumor de que la PFP preparaba la ruptura de la huelga
esa misma noche, empezó a cobrar fuerza. La consternación se reflejaba en el
rostro de los estudiantes. Los tiempos habían cambiado. Con los
acontecimientos del martes negro de la Preparatoria 3, el equilibrio
político finalmente se había roto. La irrupción de la PFP había sido la señal
más clara de que la vía de la negociación estaba cerrada y que la correlación
de fuerzas había variado nuevamente a favor de las autoridades, pero esta vez
con un plazo fatal.
II. Últimos diálogos en Minería y última
sesión del CGH
Durante
todo diciembre y enero los errores del CGH habían profundizado su aislamiento
político: no sólo se había negado a reconocer los puntos favorables de la Propuesta Institucional, sino que además
había rechazado una y otra vez hacer una contrapropuesta política. Todo apuntaba
a que el siguiente recurso de la Rectoría sería el uso de la fuerza, pero para
sorpresa de todos, el jueves 3 de febrero De la Fuente convocó al CGH a una
reunión extraordinaria. El llamado del rector se presentó de modo terminante y
no pidió el parecer del organismo estudiantil.
Perturbados por los
términos del anuncio, los delegados del CGH sesionaron de forma extraordinaria
la madrugada del 4 de febrero para discutir el emplazamiento. Dos posiciones
entraron en disputa: la partidaria de asistir al diálogo para encontrar “una solución negociada”; y la otra –Prepa
9, ENTS, ENEP Acatlán y Naucalpan-, inclinada a rechazarlo hasta la liberación
de todos los presos; pero entre la mayoría de los delegados permeaba la
sensación de que la convocatoria del rector representaba la última oportunidad
para encontrar una salida negociada, por lo que mayoritariamente resolvieron asistir
“bajo protesta”.
La necesidad de levantar
la huelga tras la irrupción de la PFP en la Prepa 3 había sido acuciante, sin
embargo, ninguna de las corrientes del CGH se atrevió a plantear esta
alternativa por temor a ser acusada de claudicante y traidora. Además, para
entonces la dirección del movimiento estaba dominada a tal extremo por el
sectarismo y el sentimentalismo, que se hizo imposible un análisis racional de
los acontecimientos.
El encuentro con la
Rectoría se llevó finalmente a cabo el viernes 4 de febrero a las 11:00 am.; la
comisión del CGH fue recibida por el rector De la Fuente y una comisión
integrada por Miguel León Portilla, Alejandro Rossi, Federico Reyes Heroles,
René Drucker (dirigente del PRD-Universidad); Joaquín Vargas (empresario de MVS Radio),
Rolando Cordera, Clementina Díaz; el ombudsman del DF, Luis de la Barreda; el
presidente de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), José Luis
Soberanes; y funcionarios como José Narro Robles, Fernando Serrano Migallón,
Alberto Pérez Blas y diversos directores de escuelas y facultades.
El golpe de la Preparatoria
3 había sido devastador. En Minería, las autoridades tuvieron toda la
correlación de fuerzas a su favor y la supieron utilizar para imponer sus
condiciones de negociación. Al final, los costos políticos que pagaba el
movimiento por desistir el diálogo en el pasado, terminaron siendo mucho
mayores. La jornada transcurrió entre intensas discusiones pero ninguna de las
partes consiguió entrar en sintonía. En el horizonte político se dibujaba cada
vez con mayor claridad la ruptura definitiva del diálogo y el uso de la fuerza
para recuperar las instalaciones. Tal fue la presión generada contra los
estudiantes, que en un momento su comisión determinó hacer a la Rectoría una
garantía política para evitar la represión.
Justo en el momento en
el que la comisión redactora comenzaba a transcribir el último ofrecimiento del
CGH, la comisión estudiantil fue llamada de nueva cuenta a la mesa por petición
de las autoridades. El rector anunciaba su intención de retirarse de las
pláticas debido a que la manifestación multitudinaria que el movimiento había
convocado para esa misma tarde, se había dirigido a la sede del diálogo en
lugar de llegar al Zócalo. “No vamos a
tolerar presiones”, dijo De la Fuente.
La situación era en
extremo delicada y cualquier pretexto podía ser utilizado por las autoridades
para romper las negociaciones. Desde las 16:00 horas, un contingente de 12 mil
estudiantes había salido en marcha del Ángel de la Independencia para exigir la
liberación de los presos políticos y la renuncia del rector. El destino
acordado inicialmente había sido el Zócalo, pero dada la tensión generada en
torno a lo que acontecía en el Palacio de la Inquisición (Antigua
Escuela de Medicina, en la Plaza de Santo Domingo) la desesperación se hizo
presente entre algunos contingentes.
De regreso al diálogo y
tras mucho meditarlo, la Rectoría dijo que la propuesta de regresar las
instalaciones de la zona cultural, la hemeroteca y los institutos de
investigación, como una garantía política del CGH, era insuficiente:
insistieron en el levantamiento total de la huelga. No había punto de acuerdo.
La Comisión de los 10 estudiantes rechazó nuevamente este escenario y demandó
la libertad de los presos políticos, la salida de la PFP de los planteles
ocupados y la continuación del diálogo.
Cayó la noche y la
Rectoría pidió a los estudiantes que conformaran subcomisiones de dos y dos
para hablar en privado con determinados elementos de las autoridades. La
comisión estudiantil accedió a la petición. “Periódicamente
–escribe un estudiante- se formaron
comisiones conjuntas para redactar propuestas, sin embargo, siempre que se
pusieron de acuerdo en alguna redacción y lo presentaron como punto de acuerdo,
el operador hacía una misteriosa llamada telefónica para dar a conocer el
contenido, regresaba a la mesa, decía algo al oído del rector y rechazaban la
propuesta, así transcurrió la reunión”.
La jornada estaba por
terminar, y aunque las partes no habían concretado acuerdo alguno, permeaba la
sensación de que el diálogo continuaría a la mañana siguiente. Sin embargo,
para sorpresa de todos, se presentó un acontecimiento que aceleró la ruptura.
Alrededor de las 10 p.m., la CNDH emitió un comunicado de prensa afirmando que
las pláticas habían fracasado por “la intransigencia
de los estudiantes”. Esta información fue reproducida a su vez por Televisa
y Tv Azteca en sus noticiarios nocturnos; sin embargo, el vocero de las
autoridades Alberto Pérez Blas, que se encontraba en la sede del diálogo, salió
a desconocer tal situación y declarar: “…como
ustedes se darán cuenta estamos todavía reunidos aquí, no sé a qué horas salió
ese comunicado, pero nosotros seguimos reunidos y trabajando”.
El desplegado de la CNDH
y de su representante, el señor José Luis Soberanes, no había sido una acción
fortuita: había sido una acción premeditada y coordinada con las cúpulas
empresariales y el gobierno federal para hacer fracasar las negociaciones.
Sería maniqueo de nuestra parte, suponer que en la representación de la
Rectoría, había únicamente personajes ansiosos de que la huelga fuese rota por
la fuerza pública. Para ser justos, esa noche también estaban presentes
universitarios que del lado de la Rectoría –como Alejandro Rossi y Miguel León
Portilla- hacían todo lo posible por evitar la intervención del Estado en el desenlace
de la huelga y llegar a un acuerdo con los estudiantes en el marco de la
autonomía universitaria.
Hasta las 22:00 horas
del viernes 4 de febrero, las negociaciones en la Antigua Escuela de Medicina
continuaban, pero tal fue la presión que generó el boletín de la CNDH, que
adentro del recinto las pláticas se vinieron abajo. En uno de los últimos
encuentros José Narro Robles le dijo a la comisión huelguista: “o devuelven las instalaciones o ya no habrá
otra oportunidad”. Los representantes del CGH nuevamente rechazaron el
chantaje y el encuentro no llegó a ninguna conclusión. Esa noche los delegados
estudiantiles se retiraron sin saber lo que vendría. Al día siguiente, 5 de
febrero, el rector anunciaba la ruptura definitiva de las negociaciones con el
CGH.
III. La
ruptura de la huelga
El sábado 5 de febrero por la tarde se celebró una de las últimas plenarias
del Consejo General de Huelga (CGH) en el auditorio Che Guevara. La comisión que el día anterior había asistido a la Antigua Escuela de
Medicina a dialogar con las autoridades universitarias, informó puntualmente lo
acontecido en la reunión y dio cuenta del ultimátum que el rector Juan Ramón De la Fuente había lanzado.
Los delegados del CGH guardaban aún la esperanza de que las conversaciones
con Rectoría se reanudaran, pero el rumor de que ya estaba en marcha un golpe
decisivo contra el movimiento y que la huelga en la UNAM estaba viviendo sus
últimos momentos aumentaba a cada instante. El CGH se encontraba completamente
maniatado: tenía a 248 estudiantes presos, 3 escuelas habían caído en manos de
la policía federal y pesaban en su contra 432 órdenes de aprehensión. Por esta
razón, tampoco hubo de ser un misterio que tarde o temprano, el gobierno
federal echaría mano de la PFP para restaurar la vida académica. Al menos las
palabras de José Narro a este respecto, no habían dejado lugar a dudas. La
interrogante para todos era cuándo y cómo habría de ocurrir la intervención.
Hasta la medianoche del 5 de febrero, la posición del CGH no se había
movido ni un milímetro: la mayoría de los Comités de Huelga se manifestaban por
el reinicio del diálogo en el Palacio de Minería conforme los acuerdos del 10
de diciembre, y sólo algunas escuelas como la FES Zaragoza, manifestaban su
disposición a discutir una contrapropuesta política. Conforme la noche fue
avanzando, rumores de toda especie aparecieron: “De la Fuente ha renunciado”, “La
PFP viene en camino”, “Mañana
continúa el diálogo”, etcétera. De manera recurrente distintos reporteros
allegados a informantes de primera mano aconsejaban a los asistentes a la
plenaria del CGH retirarse del recinto.
Finalmente la
profecía se hizo realidad. La Policía Federal Preventiva irrumpió en la Ciudad
Universitaria a las 6:40 a.m. del domingo 6 de febrero del año 2000. Este fue
el golpe decisivo para desmembrar la huelga en toda la Universidad. El “Operativo UNAM”, bautizado de ese modo
por los altos mandos de la policía militar, había iniciado sólo diez minutos
antes, cuando decenas de vehículos de la PFP se estacionaron en las laterales
de Avenida Universidad, Insurgentes y Copilco.
Una estudiante
ingresó a toda prisa al auditorio de Filosofía y Letras y con un grito que
estremeció a la plenaria del CGH dijo: “¡Compañeros,
ya llegó la policía!”. Los asistentes al CGH se levantaron de sus asientos.
Se produjeron escenas de desesperación. “¡Júntense,
por favor compañeros, no griten!”, fueron las súplicas desde la mesa.
Algunos jóvenes intentaron escapar por las puertas laterales del auditorio,
pero que ya era demasiado tarde: varios agentes encapuchados habían ingresado
por las escalinatas del Che gritando: “¡Contra la pared!”. En pocos minutos
cientos de elementos uniformados habían ocupado todo el recinto con toletes en
mano y habían rodeado a la plenaria. Los agentes de la policía federal impedían
la entrada y salida del recinto de toda persona sin explicar a los estudiantes
su situación jurídica: “¿Estamos detenidos?
–preguntó un estudiante- Nos pueden
contestar si nos podemos retirar. Como ciudadano mexicano, les hago esa
petición. ¿Cómo tenemos que proceder?”
A las afueras
del auditorio un descomunal operativo se ponía en marcha. Diversas escuadras de
asalto de la PFP se desplegaban por todo el campus para tomar
posesión de los centros más activos del movimiento estudiantil, mientras la
policía capitalina bloqueaba todas las avenidas circundantes a Ciudad
Universitaria. Un estudiante relató: “Algunos
de los batallones entraron vía circuito de la Alberca. Desde Ingeniería hasta
Química por el lado sur, tiraron puertas, rompieron candados y cerrojos y
destruyeron y desmantelaron la radio ‘Ke Huelga’ en el cuarto piso de la
Facultad de Ingeniería.”
Al darse cuenta
de la irrupción militar, varios cientos de huelguistas que a esa hora
pernoctaban en las facultades lograron escapar. Mientras tanto, el foco de
atención de la prensa se centraba en el casco de la Ciudad Universitaria y más
específicamente, en el estacionamiento de la FFyL que parecía un campo
militarizado. El desalojo de los delegados del CGH empezó a las 7:20 a.m.,
momento en que centenares de ellos fueron formados en hilera y conducidos a
camiones cuyo destino eran las instalaciones de la PGR.
Mudos, silenciosos,
con la cara pálida, asustados o llenos de ira, los estudiantes iban presos
mientras la policía tomaba una a una las facultades. Los momentos de angustia
prosiguieron. Cuando los autobuses empezaron a salir con dirección a la PGR,
padres de familia, hermanos e incluso ancianos llegaron hasta los principales
accesos a Ciudad Universitaria e increparon a los policías, intentando impedir,
sin éxito, el avance de los autobuses de la PFP. Llenos de coraje o miedo, los
familiares lloraban de impotencia, sin saber a dónde dirigían a sus hijos.
La decisión
política de la ruptura de la huelga había sido tomada por el gobierno federal
desde la tarde del viernes 4 de febrero de 2000, cuando en el Palacio de
la Inquisición habían fracasado las negociaciones. Los
responsables políticos de la ocupación fueron en primer lugar el presidente
Ernesto Zedillo; el secretario de gobernación, Diódoro Carrasco Altamirano; el
subsecretario de gobierno, Jesús Murillo Karam –hoy titular de la PGR en el
gobierno de Peña Nieto-; el procurador general de la república, Jorge Madrazo
Cuéllar; el director del CISEN, Fernando Alegre; y por último, el comisionado
de la PFP, Wilfrido Robledo Madrid: egresado del Colegio Militar y fanático
reaccionario, quien de último minuto lanzó una amenaza de aprehensión contra el
secretario de Seguridad Pública del DF, Alejandro Gertz Manero, si se negaba a
intervenir en el conflicto.
La toma de
Ciudad Universitaria no fue una simple ocupación policiaca, fue una
intervención militar planificada y ejecutada por altos mandos del Ejército
Mexicano. La ocupación de la Ciudad Universitaria la mañana del 6 de febrero,
estuvo a cargo del general Francisco Arellano Noblecía, militar acusado de
perpetrar una masacre campesina en el poblado de San Ignacio Río Muerto,
Sonora, el 23 de octubre de 1975. En el “Operativo UNAM” participaron 3000 elementos de la PFP, cientos de
camionetas y vehículos con elementos armados, patrullas de la Policía Federal
de Caminos, decenas de escuadras de asalto, 3 helicópteros como apoyo del aire,
17 autobuses tipo turista, 31 Ministerios Públicos, y para completar el cuadro,
más de mil elementos de la policía capitalina para bloquear las avenidas
circundantes con la Ciudad Universitaria.
El movimiento
estudiantil sostuvo la huelga hasta el último minuto en la Ciudad
Universitaria, pero en el bachillerato y los planteles periféricos, las
guardias abandonaron muy a su pesar las instalaciones una vez que supieron de
la ocupación de CU. No había nada más que hacer. Tomado el principal centro de
operación del movimiento estudiantil, la huelga se desmoronó en todas las demás
escuelas de forma inmediata. Este fue el caso de las nueve preparatorias; los
cinco CCH; las tres FES (Iztacala, Zaragoza, Cuautitlán); las dos ENEP (Aragón
y Acatlán), la ENM y la ENAP.
Toda la mañana
del 6 de febrero hasta muy entrada la tarde, la PFP continuó ocupando una a una
las dependencias universitarias. Por varias horas, Televisa y Tv Azteca
realizaron transmisiones en vivo de la ocupación militar de los diversos
planteles de la UNAM y desde diferentes facultades captaron los momentos en que
cientos de huelguistas eran detenidos y dirigidos al estacionamiento de
Filosofía y Letras.
En todo
momento, intelectuales como Federico Reyes Heroles y Enrique Krauze fungieron
como comparsa del gobierno para justificar la ruptura militar de la huelga y
linchar al movimiento estudiantil. La COPARMEX y la Conferencia del Episcopado
Mexicano por su parte, tampoco estuvieron ausentes de los festejos mediáticos,
y hubieron de celebrar que “con la ley en
mano” se hubiera restituido la legalidad “sin haber lastimado a ningún estudiante”.
En sus
transmisiones en vivo, las televisoras crearon un ambiente sensacionalista y
dieron veracidad a las versiones que afirmaban que en el campus se
habían alojado drogas y armas de fuego. A los ojos de millones de espectadores
justificaron el enorme despliegue de fuerzas en aras de someter a un fenómeno
cuya peligrosidad, consideraban, equiparada a la del crimen organizado o el
narcotráfico. La misma estrategia mediática se usaba en lo referente al estado
de las instalaciones.
El estado de
las instalaciones en manos de los huelguistas no había sido el que los medios estaban
mostrando. Hasta el 5 de febrero las instalaciones de la UNAM presentaban el
deterioro y descuido de todo inmueble que por más de nueve meses ha carecido
del mantenimiento de limpieza al que habitualmente ha estado acostumbrado, pero
en ningún momento habían sido objeto de una agresión ni de destrucción
premeditada por parte de los huelguistas. En este caso, los emporios de la
comunicación actuaron coordinadamente con el gobierno para dar crédito a
escenas fabricadas por la PFP y la Secretaría de Gobernación, como por ejemplo,
una transmisión dirigida por Joaquín López Dóriga en la que eran sustraídas
del Che Guevara varias plantas de mariguana.
La mañana del
6 de febrero fueron aprehendidos 747 estudiantes, que sumados a los de la Preparatoria
3 y a los que en el transcurso de los días se fueron sumando, llegaron a ser
998 estudiantes. Más allá de las instalaciones universitarias, toda la tarde
del domingo 6 de febrero y los días que siguieron a la ocupación militar de la
UNAM, la Secretaría de Gobernación y la PGR continuaron la persecución de las
figuras más visibles del CGH.
Al día
siguiente de los dramáticos acontecimientos, el “CGH en el exilio” sesionó en la UAM-Xochimilco. Ese día el pleno
repudió la violación de la autonomía universitaria y responsabilizó de los
hechos a Zedillo, Labastida, Diódoro Carrasco, Rosario Robles, De la Fuente y a
todas las fuerzas que se habían confabulado en el plebiscito. El máximo órgano de los huelguistas adicionaba que no
había sido derrotado y que sumaba un punto más al pliego petitorio: “la inmediata libertad incondicional de
todos los presos políticos”, exigencia que pasaba a ser la primera y más
importante de todas; pero lo cierto es que el CGH había sido seriamente
golpeado.
Los días
subsecuentes a la ruptura de la huelga, la mayor parte de los detenidos fueron
turnados al Reclusorio Norte para ser procesados por los delitos de despojo,
robo calificado, lesiones, motín y terrorismo. Con escasas fuerzas el “CGH en el exilio” llamó a toda la
población a salir a las calles, y aunque tal parecía que la lucha estudiantil
no se podría recuperar, el día 9 de febrero más de cien mil personas
respondieron a su llamado para condenar la ocupación militar de Ciudad
Universitaria.
La masiva
movilización compuesta por decenas de miles de jóvenes, trabajadores, padres de
familia y sindicatos, se convirtió en una de las más numerosas en toda la
década de los noventa, y fue una sorpresa para todos aquellos que creían al
movimiento estudiantil liquidado y sin ningún respaldo social.
IV. Estudiar
la huelga de 1999-2000 y aprender de sus lecciones
Independientemente del punto de
vista que se adopte, la huelga del CGH pertenece a esa clase de acontecimientos
que marcan un antes y un después en la historia de los movimientos
sociales del país. El intento de incrementar las cuotas en la universidad
más importante de Iberoamérica, así como de reducir los tiempos de permanencia
de los estudiantes y subordinar funciones sustantivas de la Universidad a las
necesidades del mercado, dieron origen a la revuelta estudiantil más importante
que se tenga memoria desde 1968.
El autor de
estas líneas, por supuesto, está lejos de pensar que el movimiento estudiantil
estuvo exento de errores; sin embargo, no puede compartir la visión de quienes
sostienen que la huelga no sirvió para
nada o que fue derrotada. Lejos
de lo que lo que comúnmente se cree, la ruptura de la huelga no significó el
fin del movimiento, pues éste continuó con alzas y bajas durante varios meses
más.
Después de
todo, si las cúpulas empresariales, el presidente Zedillo y la burocracia
universitaria hubieran ganado en 1999-2000, hoy la Universidad Nacional sería
un pequeño colegio de paga con una matrícula ínfima, con colegiaturas elevadas
y sin bachillerato ni centros de investigación. En medio de la actual embestida
contra los derechos sociales que encabeza el gobierno de Enrique Peña Nieto, la
lucha del pueblo mexicano contra los dueños del dinero, no tendría de su lado
ni a los estudiantes ni a los intelectuales progresistas de la Universidad,
situación que harían las circunstancias actuales mucho más adversas.
Lo que sí
reflejó la ruptura de la huelga, fue el fracaso del sectarismo, el mesianismo y
dogmatismo de determinadas corrientes, que no supieron implementar una estrategia
inteligente para agrupar fuerzas después de que la huelga se había prolongado.
Todo ello terminó por convertirse si no en un fracaso, si en un trago amargo
lleno de lecciones para toda una generación.
En tiempos de
la crisis capitalista más aguda de toda la historia, donde la barbarie
tecnificada y la rapacidad de las clases dominantes amenazan con desarticular
las conquistas de la Revolución Mexicana, es un deber de todos los jóvenes
estudiar la huelga universitaria de 1999-2000 a profundidad y de manera
crítica, señalando sus aciertos pero también sus errores para preservar el
carácter público de la Universidad y saberla defender de sus enemigos.
[1] Juan Ramón de la Fuente llegó a la
Rectoría de la UNAM el 11 de noviembre de 1999, luego de que Francisco Barnés
de Castro renunciara ante su desprestigio acumulado y su incapacidad de
resolver el conflicto.
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