Foto: Edgar de Jesús Espinosa
Él
es don Margarito Guerrero, padre de Jhosivani Guerrero de la Cruz, normalista
desaparecido en Iguala junto a otros 42 estudiantes que, según la PGR, fueron
calcinados... Ayer informaron que fueron reconocidos los restos de su hijo,
insisten en la versión de que está muerto.
Este hombre no ha dejado de luchar desde
hace casi un año, ahí sigue, gritando en las calles, desgastando sus zapatos sobre el asfalto, quemándose la piel a fuego lento. Enfrenta con
la misma rabia a policías y militares, no hay distinción, sólo cambia el
uniforme; para él una piedra y su coraje son suficiente para enfrentar al
monstruo del Estado Mexicano; para él es suficiente la fotografía de su hijo
para no desvanecer en la lucha, para no rendirse, para no doblar sus piernas;
para él es suficiente un hijo desaparecido para hacer lo que miles de mexicanos
no hemos hecho en los últimos años: perder el miedo.
Ayer
le dijeron que su hijo está muerto, que lo quemaron, que posiblemente nada
quedó de él, y aunque la versión oficial sea falsa o no, eso cala. Si eso es
cierto (yo lo dudo) ¿A quién le va a llorar don Margarito? ¿A quién entierra?
¿Cómo velas un cuerpo que no existe? No sé ustedes, pero ni 20 edificios
quemados, ni decenas de vehículos destruidos, ni cientos de carreteras
bloqueadas se comparan con el dolor de un hombre a quien le desprendieron una
parte de sí de la peor forma.
Creo
que nadie, jamás, tendrá esas respuestas.
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