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A 70 años del nacimiento de Avelina Gallegos Gallegos "Natalia", guerrillera mexicana

 NATALIA
La primera en caer fue Avelina Gallegos Gallegos, “Natalia”. Ella fue del Grupo Rosa Luxemburgo, mejor conocido como “Las Rosas”, de la Universidad Autónoma de Chihuahua. Al igual que la revolucionaria alemana Rosa Luxemburgo, la contemporánea de Lenin, Avelina también murió un 15 de enero. ¡Qué extraña coincidencia!
Cuando la conocí, todavía era formalmente novia de Rubén Aguilar, uno de los principales dirigentes del Grupo Ignacio Ramírez, mejor conocido como “Los Nachos”. Así, “Las  Rosas” y “Los Nachos”, mantenían, en alianza, la hegemonía en el movimiento universitario de Chihuahua. Incluso, su influencia llegaba hasta el movimiento urbano popular y, en cierta medida, al obrero.
Avelina estaba retirándose de toda aquella actividad abierta y pública, para dedicarse estrictamente a terminar sus estudios y construir la organización guerrillera en el estado. Por eso, me confesó un día, que rompió con Rubén Aguilar, dejó de asistir a las asambleas estudiantiles y cambió de domicilio. Conservó nada más, cuando menos hasta octubre, sus relaciones sexuales, muy intensas y apasionadas con un joven de nombre Gilberto “Chicano” Montaño León.
Cuando representó a Chihuahua en la III Reunión Nacional, de diciembre del 71, Avelina experimentó un cambio cualitativo. Empezó a discutir apasionadamente sobre la toma del poder, sobre las necesarias transformaciones políticas y económicas, sociales y culturales, del país; y todo ello la llevó a comprometerse de tiempo completo con el Grupo “N”. Desgraciadamente, fue la primera en caer y en demostrar lo riesgoso de aquella estrategia y lo peligroso de aquella táctica.
Al llegar a la cárcel lo primero que hice fue escribir canciones y esbozos biográficos, como parte de un compromiso con sus vidas, que aún no termina de cumplirse a cabalidad. He aquí su canción Natalia no murió, y después su semblanza, dedicada a mi compañera de armas, a dos semanas de su caída en combate. Yo estaba preso. Ella, supuestamente muerta. No para mí. En esta canción los dos éramos libres para correr por el mar -que nunca conoció-, en las noches, en los sueños, en el canto. Libres, para seguir golpeando al enemigo desde todos los frentes.

NATALIA NO MURIÓ

            CORO
No murió,
se ha ido hacia el mar.
No murió,
de ese mar volverá.

            I
Llegará con su mismo fusil
y su luz juvenil,
y su voz,
y su voz, en el año dos mil.
            CORO

            II
Llevaré sus deseos al sol.
Como fue, como es,
como un solo ser,
como un solo ser.
            CORO

            III
Lucharé con el mismo fragor
Contra el odio mundial:
Por la vida y el pan
Y la real libertad.
            CORO 
NATALIA:
Hoy empecé a creer en tu inexistencia física. Vislumbré tibiamente la nueva libertad tras el anuncio de un secuestro. Como relámpago llegó tu imagen y estiré mis manos hacia el éter… Nada.
Ayer, 5 de octubre, 10:00 a.m., te acercaste con paso firme, con los ojos sonrientes, con un cántaro de agua entre tus labios y la contraseña que iniciaba la jornada. Así nacimos, liberando alegría para el combate. Empezamos por decirnos todo lo que habíamos guardado durante años cuando nadie entendía de este asunto, cuando todos hablaban de lo superfluo, sin saber del incendio que purifica… Todo.
Pienso, ¿qué hubiera sucedido si tú no mueres? Que, por ejemplo, hubieras caído herida y ya recuperada, estuvieras, orgullosa, sosteniendo la lucha en el cautiverio. ¡Las cosas que nos diríamos en pequeños papeles clandestinos! ¡Los besos que imprimiríamos en cada letra del recado militante… ¡Amor!
Posiblemente no seamos liberados. No interesa. El frente de batalla está aquí. Me sostengo en la lucha con la alegría y el coraje que nosotros creamos. Con la bravura que me heredaste en el último instante. Con el odio de clase que quisiste se fuera transmitiendo como pólvora que esperaba la chispa de ese 15 de Enero… ¡Fuego!
Soy libre porque estoy contigo. Porque estás conmigo gritando a estos cobardes asesinos que estas cuatro paredes no pueden detenernos, porque somos el pueblo.
Déjalos que me maten.
Deja que golpeen mis costillas y mi estómago hasta desbaratarlo.
Deja que me arranquen las uñas como a Ramiro y que aprieten mi cuello y luego me coloquen burdamente entre las rejas.
Deja que aprieten el gatillo y que penetren sus balas en mi pecho.
Déjame ser Diego y Gaspar.
Deja que tiren mi cadáver en las losas y esperen que vengan a pedirlo. Déjame ser Oscar.
Déjame morir erguido ante el verdugo y ven para correr contigo hacia la historia.
Ven y vayamos al corazón del hombre de las minas, al sudor del hombre de la fundidora, al fusil del alzado de la sierra, a los puños del joven estudiante, a las balas del nuevo revolucionario.
NO QUIERO LIBERTAD SI NO ES CONTIGO.
EXTIÉNDEME TUS MANOS Y LLÉVAME AL FUTURO…
¡SOCIALISMO!
Avelina Gallegos Gallegos “Natalia”
por José Luis Alonso Vargas
Avelina Gallegos Gallegos, nació en Chihuahua, Chihuahua, en 1945. Su padre Gilberto Gallegos, oriundo de Querétaro y su madre, Amanda Gallegos, de Chihuahua, se separaron, y Avelina vivió sus últimos años apegada a su madre, que tenía una casa de huéspedes en Ciudad Juárez, Chihuahua.
Hizo sus estudios primarios, secundarios y preparatorianos en el estado de Chihuahua y cursó la carrera de Derecho en la Universidad del mismo estado.
Bajo la influencia del esposo de su prima, Diego Lucero Martínez, dirigente estudiantil de la misma universidad, recibió una formación de izquierda, misma que la llevó a pertenecer al grupo “Rosa Luxemburgo”. Rosa Luxemburgo, la heroica espartaquista polaca, asesinada el 15 de enero de 1919, era la inspiración del grupo, mejor conocido en toda la universidad como “Las Rosas”.
En la década de los 60’, Chihuahua padecía los estragos de una política gubernamental autoritaria y despótica. A nivel federal, el gobierno de Díaz Ordaz dejó, con la matanza del 2 de octubre de 1968, en Tlatelolco, una muestra de su desprecio por el pueblo y sus estudiantes, que era correspondido por los gobernadores en turno.
En Chihuahua, los grandes latifundios en manos de la élite gobernante, la explotación indiscriminada de los bosques, la marginación y discriminación de los indígenas, originarios de la sierra Tarahumara, así como el aplastamiento a sangre y fuego de cualquier acción de descontento antigubernamental por parte de los obreros, campesinos y estudiantes, generó el surgimiento de grupos revolucionarios en el campo, el taller y la escuela.
Las Rosas, eran, en la universidad, la vanguardia de las estudiantes con conciencia democrática y revolucionaria. Junto con los integrantes de la Sociedad Ignacio Ramírez, más conocidos como “Los Nachos”, presentaron siempre un frente de lucha para resolver los problemas más acuciantes de la universidad y prestar solidaridad a las luchas populares.
Su distanciamiento y crítica al Partido Comunista Mexicano, partía de la consideración de que la política reformista de los comunistas obstaculizaba la maduración de las condiciones revolucionarias y sometía las luchas sociales a negociaciones favorables sólo al poder del Estado.
Los textos de Rosa Luxemburgo, los pocos textos conocidos en México, eran las lecturas de cabecera de Las Rosas, quienes a principios de los años 70’, aprovechando los encuentros nacionales de estudiantes de derecho, intentaban influir en las dirigentes de otras universidades. Avelina conoció, en uno de esos encuentros, a un pretendiente que le propuso matrimonio, para consumarlo cuando terminaran la carrera.
En 1971, Avelina Gallegos, estudiante del 5º año de la carrera de derecho, era una de las principales integrantes del grupo de Las Rosas. Su relación familiar con Diego Lucero, en ese año, en que Diego ya estaba participando activamente en un grupo guerrillero, la acercó a posiciones radicales y empezó a distanciarse de sus compañeras. Para ello, tomaba como pretexto la presentación de los últimos exámenes y la elaboración de su tesis.
Diego Lucero la presionaba para que se integrara cada vez más a las tareas del Grupo “N”, después conocido como “Los Guajiros”. La principal tarea era la de la compra de armas en El Paso, Texas, y su traslado hacia el centro y sur del país. Esa tarea era parte de múltiples acciones de solidaridad con otros grupos, con los cuales se buscaba la coordinación y se pensaba, a mediano plazo, realizar una fusión total.
La compra de armas resultó ser tan abundante que de ello se beneficiaron grupos como “Los Procesos”, “Los Lacandones”, el “FUZ” y, por supuesto, el Partido de los Pobres, con el cual se tenían más coincidencias.
Avelina se vio muy seriamente comprometida, con esta tarea específica, en cuanto que Diego llegaba a la casa de huéspedes de su mamá, en Ciudad Juárez, y allí contactaba con el vendedor de las armas, quien era, a su vez, compañero de vida de su mamá. Es decir que, su padrastro, o similar a eso, sin ser revolucionario, sino simplemente comerciante en armas, empezó a jugar un papel cada vez más activo y dinámico en esta tarea.
A fines de julio del 71, en una reunión nacional del Grupo “N”, se empezó a considerar la necesidad de sustituir a Diego en aquella tarea, pues ya estaba resultando peligroso que un cuadro tan importante como él, se arriesgara tanto en Chihuahua, donde era sumamente conocido. Dos meses después, esa tarea me fue encomendada a mí, pero incluyendo todas las demás que tenían que ver con la conformación de varios comandos guerrilleros urbanos y rurales, en el estado de Chihuahua.
A estas alturas, ya se consideraba a Avelina como la responsable estatal del cumplimiento de las tareas del Grupo “N”. Así que mi presencia en Chihuahua, como delegado nacional, era para reforzar aquel trabajo y se planeó para principios de octubre del 71.
Siendo precisos, para el 5 de octubre, Diego Lucero concertó la cita, pero nunca me dijo que Avelina era prima de su esposa, es decir, su prima política. Tampoco me dijo que era bellísima. Sólo me dijo que se llamaba "Natalia", y me dio una contraseña, que utilicé, al verla:
– ¿Me puede decir cual camión me lleva a la universidad?
– No se preocupe, yo lo llevo.
Eran las diez de la mañana, muy temprano para empezar a hablar de cosas serias. Le fui dando un informe de los acuerdos que el Grupo “N” había tomado, en relación a Chihuahua, mientras ella me conducía a la casa de seguridad, ahí cerca. Ella escuchaba, asentía, entendía y a veces abría más los ojos, asombrada.
En esos primeros quince minutos en que sólo yo hablé, ella se convenció de que la actividad guerrillera, en Chihuahua, volvía a empezar, en grande.
Llegamos al departamento, chico, pero discreto, escondido y barato. No había más que un catre, una mesa y una silla. En una esquina había cajas de cartón, vacías, donde, me explicó, habían guardado, durante un tiempo, unas armas y municiones que ya se las habían llevado a la Ciudad de México.
– ¿Cuándo podré conocer a los demás miembros del comando?– Le pregunté, mientras terminaba de escudriñar el cuarto.
– Mañana, tal vez, porque hay que buscarlos, a todos, en la universidad, que es donde se mueven. Cuando los haya visto, yo vengo a precisarte la hora, para que nos esperes.
Ahí empezó el ciclo de las reuniones indispensables: para analizar la situación política, para planificar, para estudiar, para recibir a nuevos miembros. Después, para entrenar militarmente, fuera de la ciudad.
Natalia empezó a vivir, con más intensidad, su doble vida. Una parte del día en su trabajo de maestra; después como estudiante de 5º año, de la carrera de derecho; en medio de eso, con sus amistades y familiares. Y por la noche, con los miembros del comando. Sobre la marcha iba aprendiendo las reglas de la compartimentación y se volvió cada vez más discreta y reservada.
Yo hice un viaje al Distrito Federal, para transmitir mis impresiones sobre Chihuahua y su gente, y de regreso, a fines de octubre, se vinieron conmigo varios miembros de la Dirección Nacional, a la ciudad de Chihuahua y a la de Cuauhtémoc. Natalia nos acompañó a todas las entrevistas que se realizaron y conoció las amplias relaciones que se estaban tejiendo, con otros grupos. Eso la obligó, aún más, a renunciar a su vida pública y a pasar, paulatinamente a la clandestinidad y a la guerrilla.
Empezando noviembre y siguiendo las reglas mínimas de seguridad, alquilamos una casa, sólo para nosotros, porque el primer cuartito lo destinamos nada más para las citas, con los miembros del comando. En la nueva casa, amueblada, había, en la recámara, una sola cama, matrimonial; tenía una salita, que convertimos en biblioteca; y estaba la cocina y el baño, con agua caliente y fría, por supuesto.
Natalia estaba eufórica, se mudó a la nueva casa con todas sus cosas. Pensó seriamente en dejar de trabajar y visitar cada vez menos a sus amistades y familiares. Su semiclandestinidad le permitió dedicar varias horas a la lectura de documentos recomendados por la organización, y libros de marxismo y de cultura general.
En la primera quincena de noviembre, dormíamos juntos, respetándonos. Hablábamos de todo, hasta que a alguno de los dos lo rendía el sueño. O leíamos y comentábamos los temas más urgentes, de nuestra organización; así como la historia del marxismo, el papel de Rosa Luxemburgo y Trostky, en la Europa de principios de siglo; o, también, las cosas íntimas y personales de nosotros mismos. Pasábamos lista a nuestros efectivos, y nos sentíamos cada vez más cercanos, más uno del otro, más como compañeros inseparables y con cariño y ternura crecientes. Ella conoció a mi esposa, cuando a mediados de octubre me visitó y acompañó a Juárez, a comprar armas. Pero solo se vieron unos minutos. Yo por poco me topo con su novio, una vez que llegué al cuartito, después de recorrer la sierra, durante unos días. La motocicleta del muchacho estaba afuera, y yo, sin maliciarla mucho, me acerque a la puerta y pude escuchar los sonidos del amor. Por eso me retiré y me di bastante tiempo para regresar. De eso hablábamos en noviembre, cada vez con mayor sinceridad, pero también sabiendo que nuestra vida íntima, anterior, tenía que ceder el paso a las nuevas circunstancias, las de la clandestinidad completa.
A mediados de noviembre, cuando caminábamos juntos, de noche, por las calles de Chihuahua, acordamos que era conveniente ir abrazados para que los grupos de muchachos o de señores mayores, nos vieran con más respeto. Eso nos acercó tanto que empezamos a creernos y a considerarnos en serio que éramos una pareja de recién casados y muy enamorados. Los besos furtivos, en las mejillas, se fueron repitiendo, cada vez con mayor emoción y calidez. Todo eso, lo de los besos, lo teorizábamos, sí, pero no para cancelarlos, sino, quizá, para justificarnos ante nosotros mismos. Yo le empecé a decir Natasha o Shasha, o Shashita, de cariño, y a ella le gustaba y me miraba con ternura, desde sus ojos sorprendidos, y, a veces, me besaba, dulcemente, en la frente o la mejilla.
La organización convocó a una reunión nacional y tomamos el tren, en Chihuahua. Quisimos aparentar ser un matrimonio y compramos boleto para un coche-cama, con sus respectivas literas. A la altura de Torreón, Natalia me invitó, con su nuevo estilo de mujer guerrillera, a hacer el amor y yo bajé volando de mi segundo piso, para fundirme en ella. El chacachaca del tren nos hizo una segunda y así pasamos varios kilómetros amándonos sin tregua. Nos bajamos en Zacatecas, para perder la pista y tomamos un autobús a la Ciudad de México, que nos bajó en San Juan de Letrán, en el Salto del Agua. Ahí enfrente estaba el hotel Virreyes, donde continuamos aquella luna de miel de combatientes.
Llegamos al Distrito Federal el 1 de diciembre de 1971. Nos concentramos en la casa de seguridad de la colonia Federal y ahí la reunión abordó los temas más urgentes de la organización: su crecimiento desbordado, las relaciones con Lucio y los demás grupos guerrilleros, las futuras acciones, las finanzas, nuestro primer preso político, en Guerrero, Carlos Ceballos, etc.
Regresando a Chihuahua, Natalia se entregó con más pasión a las tareas guerrilleras. Los compañeros del comando, poco a poco se fueron enterando de nuestra nueva relación, y nosotros, poco a poco les fuimos explicando lo inevitable de la fusión amorosa.
A mediados de diciembre llegó Gaspar, nuestro poeta e instructor militar. Todo el comando se entusiasmó. Salíamos a las sierras cercanas y regresábamos con visión guevarista de la vida y dispuestos a todo. Así que empezamos a planificar nuestras primeras expropiaciones, en las fiestas de fin de año, en Ciudad Juárez. No cumplimos el objetivo, pero las prácticas nos enseñaron mucho. Los compañeros se regresaron a Chihuahua y Natalia y yo preferimos empezar el año en Ciudad Juárez, enamoradísimos.
El dos de enero, muy de madrugada, la mamá de Natalia nos sorprendió en la cama, indignada. Cuando recuperó la calma nos exigió el casamiento. Ni Natalia ni yo nos negamos a cumplirle el capricho. Así que, según el acta de matrimonio, del registro civil de Villa Ahumada, a partir de las 9:45, del día 3 de enero de 1972, ya éramos marido y mujer. Yo con el nombre de Federico Villa Cortez y ella, tal como era en su vida civil.
Volvimos a Chihuahua y encontramos a Diego, convocando a reunión general del comando. Nuestra casa de seguridad se utilizó para esa reunión, así que se volvió insegura, ante aquella asamblea que llegaba a la conclusión de que había que expropiar tres bancos simultáneamente, con tres comandos que ahí mismo se constituyeron. Natalia, Oscar y yo pedimos permiso para alquilar otro departamento y ese mismo día nos mudamos. Después, Ramiro se integró con nosotros, y empezaron los preparativos.
Salimos muy temprano, la fría mañana del 15 de enero de 1972. Ya estaba en marcha la "Operación Madera". Mientras Oscar y Ramiro conseguían el automóvil, Natalia y yo nos metimos a un templo, cercano al banco que expropiaríamos. Ahí esperamos pacientemente, reflexionando, hablando en voz baja de los planes futuros, como si rezáramos porque se cumplieran. A la hora indicada, salimos y vimos las caras sonrientes de los expropiadores. Subimos al auto y nos acercamos al banco Chuvíscar. Cuando dieron las 9:30 no pudimos cumplir con el acuerdo de la simultaneidad, pues había una camioneta descargando el dinero, con varios agentes armados. Ahí nos dijo Oscar que, aparte de la camioneta bancaria, había también una patrulla militar rondando los bancos, pero esa noticia no la tomamos tan en serio. Y, a la tercera vez que pasamos frente al banco, a las 9:35, bajamos, a cumplir con la tarea.
Entramos al banco y teníamos ya dominada la situación, cuando desde afuera empezaron a dispararnos. Un militar abrió la puerta y se tiró al piso, tratando de localizarnos. Natalia le disparó, logrando herirlo en la pierna y en el brazo. Casi al mismo tiempo él acertó un disparo a la cabeza de Natalia, con calibre 45, expansiva y a tres metros de distancia.
Así terminó aquel idilio: el de Natalia con la revolución, con el pueblo, con el comando y con su compañero. Pero puede resurgir si permanece activa en nuestras mentes y en nuestros corazones. Si la sumamos a la larga lista de compañeras y compañeros que deben ser permanentemente recordados porque entregaron su vida por un futuro socialista para México y para todo el género humano.

Natalia cayó un 15 de enero, igual que su heroína, Rosa Luxemburgo. Rosa en 1919 y Natalia en 1972, 53 años después. Las dos a manos de los cuerpos represivos del Estado. Las dos combatiendo hasta el último suspiro, sin dar tregua al enemigo, sin retroceder ni un milímetro y repartiendo, con su ejemplo, el amor infinito.

Comentarios

Que bonito la describes, en realidad esta avelina era la joya mas preciada del movimiento guerrillero de los setenta. Tuvo una vida y una muerte de pelicula, fuiste afortunafo en conocerla y hacerla tu mujer, felicidades José Luis.
Hola, que bello relato. Estoy buscando información de Avelina, y me encontré con esto que disfruté.
Cómo te puedo contactar?
Mi correo: nosotras.revista@gmail.com
Soy periodista. Monterrey.
Juana María Nava
Gracias

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