Errico Malatesta
Publicado originalmente
como «Perché il fascismo vinse», en Libero
Accordo,
28 de agosto de 1923.
Traducido por @rebeldealegre.
Publicado por Proyecto Ambulante
Domingo, 27 Septiembre
2015
La fuerza material puede prevalecer sobre la fuerza moral,
también puede destruir a la más elegante civilización si ésta no sabe
defenderse con medios adecuados contra los retornos ofensivos de la barbarie.
Toda bestia feroz puede
devorar a un gentilhombre, también a un genio, un Galileo o un Leonardo, si
éste es tan ingenuo como para creer que puede frenar a la bestia mostrándole
una obra de arte o anunciándole un descubrimiento científico.
Pero la brutalidad
difícilmente triunfa, y en todos los casos sus éxitos no han sido nunca
generales y duraderos, si no logra conseguir cierto consentimiento moral, si
los hombres civiles la reconocen por lo que es, y si además impotentes en
develarla la rehúyen como a una cosa inmunda y repugnante.
El fascismo que
compendia en sí toda la reacción y reclama en vida toda la ferocidad atávica
dormida, ha vencido porque ha tenido el apoyo financiero de la gran burguesía y
la ayuda material de varios gobiernos que quisieron servir contra la apremiante
amenaza proletaria; ha vencido porque ha encontrado en su contra una masa
cansada, desengañada y vuelta cobarde por una propaganda parlamentarista de
cincuenta años; pero sobre todo ha vencido porque su violencia y sus crímenes
han provocado el odio y la venganza de los ofendidos, pero no despertó la
desaprobación, la indignación general, el horror moral que nos parece que debió
nacer espontáneamente en cada alma gentil.
Y lamentablemente no
podrán éstas imponerse materialmente si antes no hay una revuelta moral.
Digámoslo francamente,
por doloroso que sea el constatarlo. Fascistas también hay fuera del partido
fascista, hay en todas las clases y en todos los partidos: hay gente de todo el
mundo que no siendo fascistas, incluso siendo anti-fascistas, tienen el alma
fascista, el mismo deseo de abuso que distingue a los fascistas.
Ocurre, por ejemplo, de
encontrar hombres que se dicen y se creen revolucionarios e incluso anarquistas
que para solucionar una cuestión cualquiera afirman con orgulloso ceño que
actuarán fascistamente, sin saber, o sabiendo también, que eso significa
atacar, sin preocupación de justicia, cuando se está seguro de no correr
peligro, o porque se es mucho más fuerte, porque se está armado contra un
desarmado, o porque son varios contra uno, o porque se tiene la protección de
la fuerza pública o porque se sabe que al violentado le repugna la denuncia —significa
en fin actuar como camorrista y como policía-. Lamentablemente es cierto, se
puede actuar, y a menudo se actúa fascistamente sin necesidad de apuntarse
entre los fascistas: y no son ciertamente los que actúan así, o se proponen
actuar fascistamente, los que podrán provocar la revuelta moral, el sentido de
disgusto que matará al fascismo.
¿No vemos a los hombres
de la Confederación, los D'Aragona, los Baldesi, los Colombino, etcétera, lamer
los pies de los gobernantes fascistas, y luego seguir siendo considerados,
también por sus adversarios políticos, como gentilhombres?
Estas consideraciones,
que por lo demás hemos hecho muchas veces, que se vinieron a la mente leyendo
un artículo de “L'Etruria Nuova” de
Grosseto, y que nos hemos asombrado de ver cortésmente reproducido por “La Voce Repubblicana” del 22 de agosto.
Es un artículo de “su valeroso director”,
el buen Giuseppe Benci, el decano de los republicanos de la fuerte Maremma
(para usar las palabras del “La Voce”),
que nos parece un documento de bajeza moral, que explica por qué los fascistas
han podido hacer en la Maremma lo que hicieron.
Son conocidas las
hazañas de bandoleros de los fascistas en la desventurada Maremma. Allí, más
que en otros lugares, han ventilado sus pasiones malvadas. Desde el asesinato
brutal a golpes, de incendios y devastaciones, hasta tiranías menudas, las pequeñas
vejaciones que humillan, los insultos que ofenden el sentido de dignidad
humana, todo esto han cometido sin conocer límite, sin respetar a nadie
aquellos sentimientos que, además de ser condición de todo vivir civil, son la
base misma de la humanidad en cuanto se distingue de la más ínfima bestialidad.
Y aquel fiero
republicano de la Maremma habla en tono humilde y los trata de “gente de fe” y mendiga para los
republicanos su apoyo y casi su amistad, aduciendo los méritos patrióticos de
los mismos republicanos.
Él “admite que el gobierno (el gobierno fascista) tiene el derecho a garantizarse el libre desarrollo de su acción” y
deja entender que cuando los republicanos vayan al poder harán lo mismo. Y
protesta que “nadie podrá admitir que de
nosotros (a Grosseto) el partido
republicano haya intentado con acto alguno obstaculizar la experiencia de la
parte dominante” y se jacta de no haber impedido para nada la acción del
gobierno retrayéndose hasta de las luchas electorales para esperar que el
experimento se cumpla. Es decir, esperar que se cumpla el experimento de
dominación sobre toda Italia por parte de aquella gente que ha torturado a la
Maremma.
Si el estado de ánimo
del señor Benci correspondiera al estado de ánimo de los republicanos y la
suerte del gobierno fascista tuviera que depender de ellos, tendría razón
Mussolini cuando dice que se quedará en el poder treinta años. Se podría
también quedar trescientos.
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