x Gilberto López y Rivas
La Jornada
La Haine
Lxs zapatistas, a 20 años de la declaración
de guerra, tienen sus gobiernos autónomos, sin depender del mal gobierno.
Los
estudiantes de la Escuelita Zapatista que esperan pasar al segundo nivel
tuvieron acceso a un video de más de tres horas de duración, en el que se
muestra, en una parte significativa, la historia menos conocida del EZLN: la de
los años previos al levantamiento de 1994. Este memorable documento fílmico,
que ofrece una lección extraordinaria de cómo organizarse en las condiciones
más adversas, se inicia con una introducción del Subcomandante Insurgente Moisés,
actual vocero de esa organización político-militar, a la que siguen alrededor
de 30 intervenciones de los y las responsables locales, provenientes de los
cinco caracoles zapatistas.
En estos
testimonios se dan a conocer, de viva voz y en las varias lenguas de los
pueblos, las vicisitudes del trabajo clandestino desde los años cruciales de
1983 y 1984; el lento y tortuoso proceso de toma de conciencia, explicando eso
de las 13 demandas, la explotación, el capitalismo, el imperialismo, el Estado
burgués, la crítica y la autocrítica; se habla de los primeros reclutamientos,
de las formas de comunicación en el sigilo y la discreción, reuniéndose en la
milpa o en el cafetal, en la montaña, evitando las carreteras transitadas,
caminando por las brechas (picadas), de noche, muchas veces lloviendo,
aguantando hambre, lodo, frío y calor, todo por la lucha.
Se
detallan las normas de seguridad para no delatar la presencia de la organización
en ciernes, incluyendo la compartimentación con familias, vecinos y amigos,
quemando los apuntes para que el enemigo no supiera de nosotros; rememoran los
sacrificios y afanes de los primeros militantes, de las iniciales deserciones y
traiciones de los rajados, así como de los compas que siguen firmes en la
lucha; se describen las tareas de los responsables locales y regionales a lo
largo de los años, así como los sacrificios y las condiciones en que tiene
lugar la preparación militar de los insurgentes y milicianos.
Se
buscaban los lugares seguros para los entrenamientos y, paralelamente, los
propios militantes compraban sus armas, machetes, botas, hamacas, uniformes y
baterías; se hacían reservas, pues no sabían cuánto tiempo duraría la guerra.
Se puso una panadería, una sastrería, más tarde, una radio. Para esto se
cooperaban entre las bases de apoyo y se hacían trabajos colectivos; se asumía
la rebelión como una gran tarea de todos y todas, mientras los insurgentes
daban entrenamiento a los milicianos y, en medio de todo este ajetreo, que
finalmente llevó al levantamiento de 1994, había tiempo para levantarse el
ánimo, sobre todo al darse cuenta de que cada día eran más los convencidos, de
que había concentraciones de miles, con quienes se integraban los pelotones,
batallones y regimientos de lo que sería el Ejército Zapatista de Liberación
Nacional. Con los voceros zonales y regionales se integró el Comité
Revolucionario Indígena. En todos estos esfuerzos organizativos se seguía el
método del compañerismo y la unidad, la información y formación, la economía de
recursos destinados a la movilización. Cuando llegaban los insurgentes armados
y uniformados a un poblado, se hacían fiestas de bienvenida con marimba y
baile.
En las
exposiciones se identifican valores y cualidades de los eventuales miembros de
la organización, esto es, se escogía a quien hablaba bien, mostraba
puntualidad, disciplina y cumplimiento de los trabajos, sin adicciones, con una
conducta intachable y, sobre todo, que no tuvieran contacto con el gobierno y
los finqueros. De éstos, se eligió a los mejores para ser responsables locales
y regionales. En estos años se van forjando los principios básicos de la
organización: no rendirse, no venderse, no claudicar, no engañar a las bases.
Resulta
muy aleccionador lo referente al trabajo de las mujeres en la organización
guerrillera: sus primeras incorporaciones a las tareas periféricas en el
inicio, y su paso hacia cargos y quehaceres de mayor responsabilidad,
incluyendo los relacionadas directamente con la guerra que se preparaba, esto
es, como milicianas e insurgentas. En la consulta de 1993 para decidir el
inicio de la guerra, ellas también firmaron el acuerdo, prepararon el alimento
para milicianos y milicianas que marcharon al frente; incluso, se da a conocer
una acción militar en una pista de aterrizaje de aviones, en la que las mujeres
derribaron la antena y expropiaron un radiotransmisor. Ahora, con mucho
orgullo, afirman que han aprendido mucho: que son agentas, comisariadas,
parteras y promotoras de salud, responsables de educación, integrantes de los
gobiernos autónomos, comandantas y, sobre todo, seres humanos autosuficientes
con derechos respaldados por la Ley Revolucionaria de las Mujeres. Sostienen
que la lucha nunca va a terminar porque el pinche mal gobierno siempre nos va a
traicionar.
También
es interesante escuchar los relatos de cómo el EZLN combinó las formas de lucha
antes del levantamiento, con organizaciones abiertas que respondían a su comandancia,
una de las cuales derribó la estatua de Mazariegos el 12 de octubre de 1992, en
lo que fue la airada protesta de los pueblos indígenas en contra de la
celebración de la invasión de nuestro continente y, paralelamente, un ensayo
general de la toma de San Cristóbal de las Casas en 1994.
Se
trasluce el cariño y el orgullo por la organización, por la historia que sus
protagonistas van desenredando, cada quien a su modo, desde su vivencia
particular y en sus formas propias de expresión oral. Afirman que nunca se
darán por vencidos, que los zapatistas, a 20 años de la declaración de guerra,
tienen sus gobiernos autónomos, sin depender del mal gobierno, y que este
futuro que están construyendo es para siempre.
Concluyen
señalando que el curso del segundo nivel de la Escuelita Zapatista lo
prepararon con mucho amor, y a partir de un compromiso con el pueblo de México,
con los millones de mexicanos y mexicanas, a quienes entregan esta semilla de
organización y resistencia.
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