Práxedis
G. Guerrero ha muerto. Palabras de Ricardo Flores Magón, a raíz de la muerte de
su compañero de lucha
Práxedis
G. Guerrero, También incluye fragmentos
de dos artículos de Práxedis G. Guerrero: "Mendigo" y
"Aniversario".
Texto de
Ricardo Flores Magón a un año de la muerte en combate de Práxedis G. Guerrero
Administrador
Regeneración
30
diciembre, 2015
Práxedis G. Guerrero
Hace un año que dejó de
existir en Janos, Estado de Chihuahua, el joven anarquista Práxedis G.
Guerrero, secretario de la Junta Organizadora del Partido Liberal Mexicano.
La jornada de Janos tiene las proporciones de la epopeya.
Treinta libertarios hicieron morder el polvo de una vergonzosa derrota a
centenares de esbirros de la dictadura porfirista; pero en ella perdió la vida
el más sincero, el más abnegado, el más inteligente de los miembros del Partido
Liberal Mexicano.
La lucha se desarrolló en las sombras de la noche. Nuestros treinta
hermanos, llevando la Bandera Roja, que es la insignia de los desheredados de
la tierra, se echaron con valor sobre la población fuertemente guarnecida por
los sicarios del Capital y de la Autoridad, resueltos a tomarla o a perder la
vida.
A los primeros disparos del enemigo, Práxedis cayó mortalmente herido para
no levantarse jamás. Una bala había penetrado por el ojo derecho del mártir,
destrozando la masa cerebral, aquella masa que había despedido luz, luz intensa
que había hecho visible a los humildes el camino de su emancipación. ¡Y debe
haber sido la mano de un desheredado, de uno de aquellos a quienes él quería
redimir, la que le dirigió el proyectil que arrancó la vida al libertario!
Toda la noche duró el combate. El enemigo, convencido de su superioridad
numérica, no quería rendirse, esperanzado en que tendría forzosamente que
aplastar aquel puñado de audaces. Los disparos se hacían a quemaropa, se
luchaba cuerpo a cuerpo en las calles de la población. El enemigo atacaba
fieramente, como que contaba con una victoria segura; los nuestros repelían la
agresión con valentía, como que sabían que, inferiores en número, tenían que
hacer prodigios de arrojo y de audacia.
El combate duró toda la noche del 30 de diciembre, hasta que, al acercarse
el alba, el enemigo huyó despavorido rombo a Casas Grandes, dejando el campo en
poder de nuestros hermanos y un reguero de cadáveres en las calles de Janos. El
sol del 31 de diciembre alumbró el lugar de la tragedia, donde yacían dos de los
nuestros: Práxedis y Chacón.
Práxedis fue, sencillamente, un hombre; pero hombre en la verdadera
acepción de la palabra; no el hombre-masa atávico, egoísta, calculador,
malvado, sino el hombre despojado de toda clase de prejuicios, el hombre de
abierta inteligencia que se lanzó a la lucha sin amor a la gloria, sin amor al
dinero, sin sentimentalismo. Fue a la revolución como un convencido. Yo no
tengo entusiasmo, me decía; lo que tengo es convicción. Cualquiera se
imaginaría a Práxedis como un hombre nervioso, exaltado, movido bajo el acicate
de la neurastenia. Pues, no: Práxedis era un hombre tranquilo, modestísimo
tanto en teoría como en la práctica. Enemigo de tontas vanidades, vestía muy
pobremente. No bebía vino como muchos farsantes por alardear de temperantes: no
lo necesito, decía cuando se le ofrecía una copa, y, en efecto, su temperamento
tranquilo no necesitaba del alcohol.
Práxedis fue heredero de una rica fortuna que despreció: no tengo corazón
para explotar a mis semejantes, dijo, y se puso a trabajar codo con codo con
sus propios peones, sufriendo sus fatigas, participando de sus dolores,
compartiendo sus miserias. Era niño entonces; pero no se arredró ante el
porvenir tan duro que se le esperaba como esclavo del salario. Trabajó varios
años en México, ya de peón en las haciendas, o de caballerango en las casas
ricas de las ciudades, o de carpintero donde se le daba ese trabajo, o de
mecánico en los talleres de los ferrocarriles. Por fin vino a los Estados
Unidos, ávido de aprender y de ver esta civilización de la que tanto se habla
en los países extranjeros, y, como todo hombre inteligente, quedó decepcionado
de la pretendida grandeza de este país del dólar, de la insignificancia
intelectual y del patriotismo más estúpido.
Aquí, en este país de los libres, en este hogar de los bravos, sufrió todos
los atentados, todos los salvajismos, todas las humillaciones a que está sujeto
el trabajador mexicano por parte de los patrones y de los norteamericanos que,
en general, se creen superiores a nosotros los mexicanos porque somos indios y mestizos
de sangre española e india. En Louisiana, un patrono a quien le había trabajado
algunas semanas, iba a matarlo por el delito de pedirle el pago de su trabajo.
Práxedis trabajó en los cortes de madera de Texas, en las minas de carbón,
en las secciones de ferrocarril, en los muelles de los puertos. Verdadero
proletario libertario, tenía aptitud especial para ejecutar toda clase de
trabajos manuales. Así fue como se templó ese grande corazón: en el infortunio.
Nació en rica cuna y pudo haber muerto en rico lecho; pero no era de esos
hombres que pueden llevarse tranquilamente a la boca un pedazo de pan, cuando
su vecino está en ayunas.
Práxedis fue, pues, un proletario, y por sus ideales y sus hechos, un
anarquista. Por dondequiera que anduvo, predicó el respeto y el apoyo mutuo
como la base más fuerte en que debe descansar la estructura social del
porvenir. Habló a los trabajadores del derecho que asiste a toda criatura
humana a vivir, y vivir significa tener casa y alimentación aseguradas y gozar,
además, de todas las ventajas que ofrece la civilización moderna, ya que esta
civilización no es otra cosa que el conjunto de los esfuerzos de miles de
generaciones de trabajadores, de sabios, de artistas, y, por lo tanto, nadie
tiene derecho de apropiarse para sí solo esas ventajas, dejando a los demás en
la miseria y en el desamparo.
Práxedis fue muy bien conocido por los trabajadores mexicanos que residían
en los Estados del sur de esta nación, y la noticia de su muerte causó gran
consternación en los humildes hogares de nuestros hermanos de infortunio y de
miseria. Cada uno tenía un recuerdo del mártir. Las mujeres se acordaban de
cómo el apóstol de las ideas modernas blandía el hacha para ayudarlas a partir
leña con qué cocer los pobres alimentos, después de haber permanecido encerrado
todo el día en el fondo de la mina, o de haber sufrido por doce horas los rayos
del sol trabajando en el camino de hierro, o de haberse deslomado derribando
árboles en las márgenes del Misisipí. Y las familias, congregadas en la noche,
oían la amable y sabia plática de este hombre singular que nunca andaba solo;
en su modesta mochila cargaba libros, folletos y periódicos revolucionarios,
que leía a los humildes.
De todo esto se acordaban los trabajadores y sus familias cuando se supo
que Práxedis G. Guerrero había muerto. Ya no se hospedaría más en aquellos
honestos hogares el amigo, el hermano y el maestro…
¿Y qué habrá ganado el hijo del pueblo, que por sostener el sistema
capitalista tronchó la fecunda vida del mártir?
¡Ah, soldados que militáis en las filas del Gobierno: cada vez que vuestro
rifle mata a un revolucionario, echaís otro eslabón a vuestra cadena! Volved a
la razón, soldados de la Autoridad; sois pobres, vuestras familias son pobres,
¿por qué matáis a los que todo lo sacrifican por ver a toda criatura humana
libre y contenta?
Volved, soldados, las bocas de vuestros fusiles contra vuestros jefes y
pasaos a las filas de los rebeldes de la Bandera Roja, que luchan al grito de
¡Tierra y Libertad! No matéis más a los mejores de vuestros hermanos.
Y vosotros, trabajadores, pensad en la ejemplar vida de Práxedis G.
Guerrero. Ved su rostro: es una blusa de peón la que tiene encima, y, la
actitud en que está, es la misma en que se le veía cuando al frente tenía unas
hojas de papel en que vaciar generosamente sus exquisitos pensamientos.
Práxedis G. Guerrero, el primer anarquista mexicano que regó con su sangre
el virgen suelo de México, y el grito de ¡Tierra y Libertad! que lanzó en el
obscuro pueblo del Estado de Chihuahua, es ahora el grito que se escucha de uno
a otro confín de la hermosa tierra de los aztecas.
Hermano: tu sacrificio no fue estéril. Al caer al suelo las gotas de tu
sangre, surgieron de ella héroes mil que seguirán tu obra hasta su fin: la
libertad económica, política y social del pueblo mexicano.
Ricardo
Flores Magón
De
Regeneración, 30 de diciembre de 1911.
Práxedis G. Guerrero y la otra revolución posible
Jesús Vargas Valdés
Vínculo para acceder al libro:
José
Práxedis Gilberto Guerrero nació en ciudad González, Guanajuato, el 28 de
agosto de 1882. Fue hijo legítimo de José de la Luz Guerrero y de la señora
Fructuosa Hurtado. A los veinticinco años se convirtió en uno de los
principales dirigentes del Partido Liberal Mexicano, y al mismo tiempo en
editor del periódico Revolución y responsable de la organización de los
levantamientos armados en Coahuila y Chihuahua en el año 1908. Murió el 30 de
diciembre de 1910, combatiendo en el pueblo de Janos, Chihuahua, a la edad de
28 años. Ese día, sus compañeros recogieron el cuerpo y lo ocultaron en algún
lugar; veinte años después se exhumaron sus restos y se trasladaron a
Chihuahua.
Sobre el autor:
Jesús
Vargas Valdéz, originario de Chihuahua, autor de Práxedis G. Guerrero y la otra
revolución posible, estudiaba en la Escuela Nacional de Ciencias
Biológicas del IPN cuando estalló el Movimiento Estudiantil Popular de 1968.
Participó activamente en el movimiento. En 1969 fue parte de las primeras
oleadas de activistas estudiantiles que decidieron dejarlo todo: estudios,
familia, amistades, para integrarse al pueblo, convencidos de que ese era el
camino hacia una nueva revolución, integrándose como uno más a las luchas de
los trabajadores del campo y la ciudad. Así, durante años se vinculó a los
movimientos urbano-populares y a los mineros en lucha de la región de Parral,
en su natal Chihuahua.
Años más tarde se dedicó a la
investigación histórica y a la docencia. Ha escrito ya varios libros, entre
ellos, la memoria de Madera, el levantamiento armado que en 1964 encabezó
Arturo Gámiz. También ha escrito sobre el general Francisco Villa y del anarquista
mexicano que hoy recordamos: José Práxedis Gilberto Guerrero. Su obra
historiográfica sobre las luchas emancipadoras no es sólo con propósitos
didácticos, sino como un aporte al conocimiento de las causas de los
movimientos populares, convencido de que el rescate de esta memoria y su
difusión es necesaria para continuar la lucha con más claridad. Un pueblo que
desconoce su historia es más vulnerable al engaño por parte de sus enemigos de
clase.
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