Eliana Gilet
Desinformémonos
Foto: Miguel Tovar
26 enero 2016
El libro se publicó a pocos días de cumplirse 16 meses de la
Masacre de Iguala en dónde Daniel Solís Gallardo, Julio César Mondragón y Julio
César Ramírez Nava fueron asesinados, Edgar Andrés Vargas y Aldo Gutiérrez
Solano fueron gravemente heridos y 43 estudiantes de la Normal Rural Isidro
Burgos de Ayotzinapa, –“cuna de la
conciencia social” como reclaman sus muros– fueron secuestrados por agentes
de la policía en un operativo que congregó a las tres reparticiones de la
fuerza y al ejército, y desde entonces se encuentran desaparecidos.
Fue la noche trágica del
26 de Setiembre de 2014, en Iguala de la Independencia, estado de Guerrero.
Paula Mónaco fue una de
las –¿tantas?, ¿pocas?– reporteras que estuvo en el entorno de las Normal desde
las primeras horas en que se emitió la alerta, cuando todavía los medios
comprometidos rehuían a la palabra “desaparecido”
y los del mainstream ni se habían
enterado, o peor, no se daban por aludidos.
Producto de esas horas
compartidas, de los días y de los meses, surgió Ayotzinapa, horas eternas, un libro
trazado con olfato periodístico, pero con el respeto y el rigor de un
militante. Paula Mónaco es ambas cosas. Así como es Cordobesa y es Chilanga.
Hizo de la Ciudad de México su casa y desde esa noche fatídica, también la
encontró en los pasillos de la Normal, en las carreteras de Guerrero bajo el
sol, junto a las puertas golpeadas de todas y cada una de las reparticiones
estatales, exigiendo una justicia que aún no llega.
“El planteo general del
libro es que sea un contrarrelato oficial”. A conciencia, toma solamente las voces de
las víctimas, explica Paula y lo deja explícito también en las páginas. “No hay entrevistas aquí a funcionarios,
victimarios ni representantes del Estado. Decidí sólo incluir las voces de
víctimas como un intento por aportar sus testimonios a la construcción de una
historia plural que las integre en lugar de silenciarlas, como suele ocurrir en
las versiones oficiales”.
En ese afán, el libro cuenta
con una cronología de lo sucedido día por día, durante el primer año en que la desaparición
de los muchachos continúa. También una especie de presentación de cada uno de
los 43, que fue hecha en conjunto con Ana Valentina López de Cea.
“Tratamos de integrar la información que recabamos de las
entrevistas con los familiares y con la que cosechábamos de los compañeros de
la Normal. Normalmente solemos ser personas diferentes en casa que afuera y la
particularidad de los estudiantes de Ayotzinapa es que cambian mucho al entrar
ahí, desarrollan otra parte de su personalidad. Las Normales potencian algo muy
bonito en los chavos que hasta entonces tienen refrenado y es la posibilidad de
pensarse a futuro, de soñar”.
¿Por qué elegir un relato
cotidiano de la lucha de los padres y los compañeros como estructura del
relato? “Lo cotidiano para el familiar de
un desaparecido es algo aterrador. La ausencia no se siente sólo en fechas
claves, como puede ser esta de los 16 meses de ausencia. El desaparecido falta
todo el tiempo. Falta a la mañana cuando pones en la mesa una taza menos de
café para el desayuno, cuando a la mesa le sobra una silla. Es muy difícil
sobrellevar esa ausencia”.
Paula lo sabe porque lo ha
sentido en el propio cuerpo. La ausencia. Es hija de Luis Mónaco y Ester
Felipe. Sus padres fueron secuestrados el 11 de enero de 1978, cuando Paula
tenía 25 días de nacida. Fueron secuestrados y desaparecidos por militares
argentinos, integrantes del III Cuerpo del Ejército al mando de Luciano
Benjamín Menéndez.
Paula es también
integrante de H.I.J.O.S, la organización que fundaron los muchachos apropiados
y que, a falta de avances en la justicia, crearon su propio sistema de castigo
popular: los escraches.
Así, durante un mes, los
H.I.J.O.S se instalaban en los barrios donde localizaban las viviendas de los
secuestradores y asesinos impunes y le hacían saber a todo el mundo a quien
tenían de vecino.
“Soy hija de desaparecidos y este libro no pretende
objetividad, pues mi propia historia condiciona lo que relato”, escribe.
“En lo cotidiano se da la pelea más dura. Pero lo que veo, al
igual que ocurrió en Argentina con la mayoría de los familiares, es que
personas que tenían poca formación política y tal vez, escasas intenciones de
participar en esos ámbitos, de repente, se topan con una realidad que los
avasalla. Lo increíble es cómo saben, o aprenden, a rehacerse y se transforman
en luchadores sociales. La ausencia de un hijo deja un hueco, pero permite que
personas muy dignas se conviertan en luchadoras”.
El acercamiento primero
fue como reportera y luego, cerca de un mes más tarde de la Masacre, fue en
conjunto con los otros H.I.J.O.S., aunque probablemente sea en vano discernir
ambas materias en Paula, porque ambas están imbricadas en la misma forma de
percibir la realidad.
“Nos presentamos y nos
pusimos a disposición de las familias, tratando de jalar juntos. Yo ya llevaba
un mes ahí y se fue construyendo una relación de confianza con los papás, de
parte de ambas partes”.
Algo que llama la atención
–positivamente de cómo está relatado el
libro es que en las crónicas se nombra también a los periodistas que
aparecieron entonces por la mítica Normal.
“Cuando uno elige trabajar con estos temas sociales, que
tienen trascendencia histórica, está aportando un ladrillito en la construcción
de la memoria. Es un acto de justicia mostrar a quienes se involucran, aún
sabiendo que desde entonces quedábamos marcados. Muchos han sufrido agresiones
y amenazas por esa cobertura y otras. Insisto, si estamos haciendo un aporte al
relato histórico, hay que aportar todos los detalles porque en esa pelea por la
justicia no participan sólo las víctimas. En la medida en que se involucren más
habrá más cambio. No sólo se menciona a periodistas, aparecen todas esas
personas a las que vi haciendo un trabajo y creo que hay que reconocérselo. Hay
policías comunitarios, artistas, hasta quienes volaban los papalotes en Oaxaca
a diario por los 43”.
Mientras la “escritura del yo” se expande sin
control en el ámbito periodístico, la gracia de la prosa de Paola es que,
cuando su sensibilidad aparece para reflexionar o para aportar detalles de lo
percibido, no molesta. Es una escritora que sabe no convertirse en el centro de
la historia. “Nosotros no somos los
protagonistas, no somos el personaje principal, pero sí somos actores y es
importante que se reconozca esa participación”.
¿Cuál es la sensación que
tiene Paula mientras se dirige hacia la concentración y marcha en la ciudad de
México a 16 meses del 26 de Setiembre de 2014?
“Siento que ya ha pasado demasiado tiempo. Los tiempos para la
justicia y para la historia son muy largos. Se dilatan mucho. Es difícil cuando
esas historias se viven en primera persona, como destruye los círculos sociales
y los sueños de la gente, incluyendo los de quienes están desaparecidas. Es
demasiado lento ese proceso para quien lo sufre, porque aún falta lo más
importante.
“Lo otro que siento es rabia de ver cómo desde el poder se ha
intentado construir, de manera más o menos burda, pero siempre insostenible,
una versión oficial que no tiene nada que ver con lo sucedido. Han sido muy
indolentes con estas familias que siguen sufriendo. Espero que los seres
humanos no lo seamos tanto. ¿Cómo vamos a acompañarlos? ¿Qué estamos pensando
para hacer que estas cosas ya no ocurran?” dice dejando paso a la militante.
Pero entonces sale al
cruce la periodista, esa que de tanto sabe te informa:
“El militar que estuvo con los muchachos en la clínica donde se
refugiaron en Iguala ni siquiera está detenido. No han avanzado en las
investigaciones al respecto de los militares, que son claves en lo sucedido.
Las familias de Aldo Gutiérrez y Edgar Andrés Vargas, que fue sometido a su
cuarta operación, tienen muy poca ayuda de las autoridades. Nosotros, la
sociedad, tenemos que ver cómo ayudarlos. A ellos y a los miles y miles de
personas que son víctimas de delitos de lesa humanidad en los últimos años en
México”.
Pero la prueba de que la
periodista y la militante no puede dividirse queda patente en su última frase: “El texto es un ladrillito en la
construcción de la memoria, que es la base de una sociedad más justa”.
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