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A nuestra inolvidable compañera, Marta Alejandra Trigueros Luz, del CGH, asesinada el 23 de abril de 1999

A LA MEMORIA DE NUESTRA INOLVIDABLE COMPAÑERA, MARTA ALEJANDRA TRIGUEROS LUZ, MIEMBRO DEL CGH Y ASESINADA EL 23 DE ABRIL DE 1999 POR UN INDIVIDUO SIN CONCIENCIA.
Por A.T.
UNAM Pública, Gratuita y En Rebeldía
Ser joven y no ser revolucionario es una contradicción, dice por allí una consigna del Che Guevara, ¡qué contenido adquirieron estas palabras durante la huelga del CGH! Miles de jóvenes teníamos la convicción de luchar por nuestra universidad, de pelear para que siguiera siendo gratuita y para todo el pueblo de México.
Los de arriba, los señores del dinero y sus administradores, el gobierno y las autoridades universitarias, habían querido comprar nuestra conciencia: que a nosotros no nos afectaría, que seguiríamos pagando 20 centavos, que la medida era para las futuras generaciones, que qué nos preocupaba si a nosotros no nos aplicarían las reformas; nos decían para persuadirnos de luchar, pero los estudiantes sabíamos que nos había tocado ser jóvenes y revolucionarios, Marta Alejandra lo sabía, y con esa misma dignidad que tuvieron miles de cegeacheros, mandó al diablo a las autoridades universitarias con su mezquindad y su egoísmo, eso no era para nosotros, había que defender la universidad pública, para nuestros hermanos, para nuestros hijos para nuestros amigos y también para los que no conocíamos, eso no se cuestionaba.
Habíamos estallado la huelga la noche anterior y nos preparábamos para nuestra primera marcha al Zócalo; la manta, los botes, los volantes, todo listo. Abordamos los camiones, cuatro, cinco, seis quizá siete del Oriente, nuestro contingente era uno de los más numerosos y eso nos llenaba de orgullo. Las consignas: Si tú pasas por mi casa y tú ves a mi mamá, tú le dices que hoy no me espere, que este movimiento lo vamos a ganar, tú le dices que no pague un peso, que la UNAM es gratuita y así se va a quedar. O la otra que coreábamos a todo pulmón: ¡Qué bonita bandera, qué bonita bandera es la bandera de nuestra huelga, más bonita se viera, más bonita se viera si todo el pueblo la sostuviera, mírala que linda viene, mírala que linda va, la huelga universitaria que no da ni un paso atrás!
Marta Alejandra iba contenta, sonriendo, con esa alegría que desbordaba la marcha ese día, la batucada, el baile, los saltos, los ochos, toda su energía concentrada en esa movilización, no recuerdo si la vi a la cara, pero así debió haber sido, todos estábamos así, con la esperanza en el futuro y la decisión de luchar hasta ganar. El pueblo, recibiéndonos, a lo largo de la Avenida Juárez, desde reforma y hasta el Zócalo, pancartas, consignas de apoyo y también de respeto -míralos luchan por nuestros hijos- decían. Llegamos al Zócalo, ¿50 mil? yo creo que más, entre estudiantes y contingentes solidarios. Estallamos en júbilo: ¿No que no? ¡Sí que sí! ¡Ya volvimos a salir!, gritábamos. Y es que habíamos logrado mostrar con esta primera marcha que no éramos un puñado, como lo repetían a toda hora los medios de comunicación, mostrábamos que éramos bastantitos más que cien. ¡No somos uno, no somos cien…, prensa vendida cuéntanos bien! 
Sabíamos también que el enemigo era fuerte y cómo no, si estaban todos: los banqueros, los empresarios, el Banco Mundial, el gobierno mexicano, los charros, los diputados, los senadores y hasta la iglesia, todos se habían pronunciado en una santa alianza contra el movimiento estudiantil, y estaban usando como punta de lanza a los medios de comunicación, sus medios de comunicación, bombardeando al pueblo con toda clase de mentiras, calumnias, cambiando todo a su voluntad y conveniencia: que éramos un puñado de vándalos, delincuentes, pseudo estudiantes, que teníamos secuestrada a la máxima casa de estudios, etc., etc. Pero también sabíamos que contábamos con un aliado invencible, si lográbamos agruparlo, el pueblo, y ganarnos a ese pueblo fue nuestra tarea primordial desde el primer día de huelga.
Ningún movimiento había recibido un ataque tan impresionante y feroz a través de los medios de comunicación, ni siquiera el de 68, como el del CGH. Ellos sabían que esto pegaba en los sectores más inconscientes, más alejados de las luchas del pueblo o en algunos de instintos asesinos, como el que se topó al regreso de la marcha Marta Alejandra y el contingente de Oriente.
Organizamos la guardia que cuidaría esa noche las instalaciones de nuestro plantel, era un mega brigada, como 250 estudiantes. Y como siempre pediríamos a un chofer solidario que nos llevara nuestro plantel, casi siempre juntábamos cooperacha para el chof y previo convencimiento a los pasajeros, nos subíamos al camión. Ya teníamos el operativo estudiado: parábamos el camión, colocábamos nuestra manta enfrente, mientras hablábamos con el chofer y los pasajeros. Pero este chofer desde que nos vio, escuchó repiquetear las voces de los Alatorres y Zabudwoskis de este mundo en su cerebro, vándalos, se dijo, con enorme enojo nos gritó que nos bajáramos, al verlo tan irritado, así lo hicimos, pero apenas el último compañero bajó, aventó el camión contra la manta, los estudiantes que estaban allí corrieron pero Marta Alejandra y dos muchachas más cayeron al suelo, no pudieron escapar. Marta Alejandra fue la única que ya no pudo regresar al CCH Oriente.
La madre de Marta Alejandra le había pedido ese día que no fuera a la marcha, Doña Marta tenía miedo que a su hija, su única hija, le sucediera algo, pensaba: “va en 6º semestre, no debe ninguna materia, tiene 8 de promedio, está a un paso de ingresar a la universidad, que necesidad tiene de andar en marchas, si a ella no le va a afectar estas medidas”, pero Marta Alejandra le había replicado a su madre que, si ella tenía el privilegio de estar en esta universidad y de seguir estudiando, entonces todos debían tener el mismo derecho, así que no podía fallar, tenía que ir. La madre comprendió que tenía razón, además, ella misma le había enseñado a ser solidaria y pensar en los demás, no tenía argumentos para impedírselo.
Después de la muerte de Marta Alejandra, Doña Marta, se incorporó a la huelga, como ella misma dijo, para ocupar el lugar de su hija, porque esta lucha la teníamos que ganar.
A Marta Alejandra le tocó ser de esos personajes que mueren para vivir para siempre en el recuerdo y la memoria de muchos. Ya no podrá volver a gritar las consignas ni a marchar por las calles de la ciudad exigiendo justicia para todos pero ahora lo haremos muchos en su nombre, porque como dice la consigna ¡Por nuestros muertos no un minuto de silencio sino toda una vida de lucha!
¡MARTA ALEJANDRA VIVE, LA LUCHA SIGUE!
P.D: He escrito estas líneas en la primera persona del plural, porque aunque no viví esta lucha la hago mía y la reclamo como mía.

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