Fuente: http://www.askapena.org/es
Red Latina sin fronteras
15 mayo, 2016
El drama de los millones de personas que huyen de la guerra de
Siria y de otros muchos lugares en conflicto ha tenido una gran cobertura
informativa en los últimos meses. Para ello ha sido necesario que se planten a
las puertas de la civilizada y democrática Europa, cuna de los derechos
humanos, que les cierra esas mismas puertas en sus narices mientras sigue
alimentando el conflicto por inconfesables intereses económicos y
geoestratégicos. Si no fuera por los campamentos de refugiados en las fronteras
europeas, por las cargas policiales contra sus intentos desesperados por
traspasar una línea, por naufragios con cientos de muertos en el Mediterráneo o
por impactantes imágenes de cadáveres de niños en la playa, seguiríamos ajenos
a esa terrible realidad. Pero lo cierto es que el fenómeno de los desplazados
forzosos es una constante histórica.
Histórica y muy actual. Según
datos de ACNUR, en 2014 se llegó a los 60 millones de desplazados forzosos en
el mundo, cifra que no se registraba desde la 2ª Guerra mundial.
Entre todos esos
desplazados olvidados conviene recordar este 15 de mayo a los refugiados
palestinos, cifrados en 5 millones por la Agencia de las Naciones Unidas para
los Refugiados Palestinos.
Ese día el pueblo
palestino conmemora Al-Nakba (“el
desastre” en árabe) de 1948, cuando comenzó la expulsión de gran parte de
la población palestina de sus hogares. La creación del Estado judío de Israel
(sí, ese que tiene en la religión su principal pilar), teorizado por el
sionismo político ya en el siglo XIX e instaurado con el apoyo directo de
varias potencias Europeas (principalmente Gran Bretaña) y EEUU, exigía la
expulsión del pueblo palestino de su territorio. No podía ser de otra manera
para un proyecto excluyente, racista y teocrático como era y es el Estado de
Israel. Sobre la perversa y falsa premisa del “una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra” comenzó la
suplantación de la población autóctona con población judía. No importa de dónde
viniera. La cuestión era atraer a la mayor parte de judíos de cualquier lugar
del mundo a ese nuevo Estado que se estaba creando.
La Ley del Retorno de 1950
daba rango de ley a esta maniobra de ingeniería demográfica, concediendo
exenciones fiscales y diversos tipos de ayuda a los judíos que emigrasen a
Israel. La operación masiva de expulsión de la población palestina se desarrolló
en un contexto de enfrentamiento militar entre la entidad sionista recién
constituida (financiada y armada por EEUU y varios Estados europeos interesados
en crear una punta de lanza afín a sus intereses en pleno Oriente Medio) y
varios Estados árabes que no habían aceptado la partición de Palestina derivada
de la Resolución 181 de 1947 de la ONU. El desarme forzoso implementado durante
el Mandato británico de Palestina (1922-1947) hizo más vulnerable al pueblo
palestino frente a la creciente maquinaria bélica sionista, que tuvo como
embrión a fuerzas paramilitares como Haganá. Dicha ofensiva de acoso sobre la
población palestina obligó al exilio a más de 700.000 personas, parte de las
cuales huyó a los países limítrofes (Libia, Siria, Líbano, Egipto…) mientras
que otra parte dio origen a los campos de refugiados en Cisjordania y Gaza, en
los que aún siguen viviendo los sobrevivientes y sus descendientes. Lo que vino
después de Al-Nakba no ha sido más que el avance del rodillo sionista sobre el
pueblo palestino para expulsar a los que todavía quedan. Mediante una brutal
represión y una criminal política que abarca desde la segregación mediante el
nuevo muro del Apartheid hasta la humillación diaria en los check points,
el robo del agua y la tierra o el bloqueo a mercancías y a insumos de primera
necesidad, se pretende ahogar a un pueblo que se niega a abandonar su tierra.
Se busca llevarlo a un estado de desesperación en el que la migración sea la
única salida. De hecho, Palestina es al día de hoy un territorio donde las
poblaciones palestinas se han convertido en colonias dentro de un cada vez
mayor territorio ocupado por la entidad sionista. Las colonias sionistas lo son
cada vez menos, según estrangulan el tránsito entre poblaciones palestinas y
roban sus territorios a golpe de “perímetros
de seguridad”.
68 años después de
Al-Nakba, los expulsados palestinos muestran la llave de sus casas, símbolo de
la reivindicación de su derecho a regresar. Esta injusticia histórica no es,
sin embargo, un conflicto a resolver en la agenda de las potencias mundiales, ni
siquiera de los países árabes vecinos. Al-Nakba es la sangrante constatación de
que la política de hechos consumados tiene validez. De que la razón de la
fuerza es perfectamente asumible en el tablero internacional, siempre y cuando
no contradiga los intereses de las potencias imperialistas (la ocupación del
Sahara y las últimas maniobras del régimen alauita son otro claro ejemplo).
Al-Nakba, 68 años después, deja en evidencia, una vez más, el supuesto derecho
internacional, cuando un engendro de Estado, antidemocrático y violento, es
aceptado sin mayores problemas como un Estado democrático por parte de los
Estados europeos, permitiéndole incluso participar en competiciones deportivas
europeas, en Eurovisión o abrir una oficina permanente en la sede de la OTAN en
Bruselas.
El respeto y protección
del derecho de los refugiados palestinos a regresar a sus casas tal y como
estipula la Resolución 194 de la ONU es precisamente una de las exigencias del
Movimiento BDS. Inspirado en la lucha contra el Apartheid sudafricano, este
movimiento surge en 2005 a raíz del llamado de más de 173 organizaciones de la
sociedad civil palestina a organizaciones y personas de todo el mundo para
llevar a cabo una campaña de boicot, desinversiones y sanciones contra Estado
de Israel mientras éste no reconozca el inalienable derecho de
autodeterminación del pueblo palestino y cumpla con la ley internacional en lo
referente a finalizar la ocupación y la colonización, desmantelar el muro,
reconocer la igualdad de derechos de las/os ciudadanas/os palestinas/os en
Israel y permitir el regreso de los refugiados. La campaña BDS constituye, sin
duda, la principal herramienta que el Pueblo palestino pone en manos de los
movimientos solidarios con su causa. Una herramienta de lucha a medio-largo
plazo pero con un gran potencial. Los éxitos cosechados los últimos años, la
prioridad otorgada por el Estado sionista a este tema o la conferencia contra
el BDS de marzo de este año en Jerusalén auspiciada por los sectores sionistas,
son un claro ejemplo de la efectividad de la campaña. Dicha conferencia supuso
además elevar la amenaza contra los activistas del BDS, cuando el propio
Ministro de Transporte, Inteligencia y energía atómica, Yisrael Katz, hizo un
llamado a actuar selectivamente contra ellas/os, haciéndose referencia expresa
a Omar Barghouti, el principal referente del BDS, residente en Akka y a quien
las autoridades israelíes acaban de denegar la renovación de su permiso para
poder viajar.
También en Euskal Herria
la campaña BDS es la opción más efectiva para trabajar la solidaridad con
Palestina. En ese sentido, es imprescindible deslegitimar el Estado sionista
frente a su pretendida imagen de Estado moderno y democrático y, conjuntamente
con el boicot a los productos y servicios israelíes (incluyendo el boicot a los
artistas y académicos que actúan como embajadores culturales de Israel),
denunciar todas las relaciones que instituciones, entidades y empresas vascas
mantengan o pretendan establecer con el Estado sionista, ya sean éstas institucionales,
diplomáticas, culturales, académicas o comerciales. No consintamos la
complicidad vasca con esta eterna injusticia.
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