Por Claudia Rafael
Fuente: (APe).- Pelota de
trapo
Red latina sin fronteras
Cuatro chapas sostenidas por palos y amarradas por trozos de
madera con dudosos clavos oxidados constituyen la casita. Un nylon negro juega
a frenar el ngen-kürëf, el espíritu
del viento, en una faena imposible. Alrededor, la nieve se alza como paisaje de
privilegio para los ojos que buscan la Suiza argentina. La que, décadas atrás,
instalaron como mito turístico y por la que ajetrean sus ritmos los grupos
inmobiliarios a escasos veinte días del inicio de la temporada. Chicos y
grandes con livianas camperas hipercalóricas se zambullirán en las pistas de
sky y congelarán el momento en imágenes de felicidad. Son las dos caras de
Bariloche. Las antípodas de dos mundos contrapuestos.
La historia misma de
Bariloche está forjada al pulso de las ocupaciones. Las de los pobres y las de
los grandes terratenientes. Tienen distinto precio. Y los ojos sobre unas y
otras son oteadas con cristales diferentes.
Los terrenos en el fondo
de la calle Soldado Olavarría, del barrio Malvinas, tienen duros yuyos y
arbustos mechados con piedras ásperas de rigidez hosca. “Padece frío y goteras, pero cada vez que lleva un palo para arreglar
algo, llega la Policía y se lo saca”, dijo la abogada Marina Schifrin a
ANBariloche. Habla de una joven embarazada que fue sobreseída en una causa
judicial por “ocupación ilegal” pero
en la que los jueces dictaminaron una “orden
de no innovar”. Schifrin advirtió que “en
muchos lugares de la ciudad hay tomas, pero cuando son en el Alto se les dice
ocupaciones, sino, no”. Hay vida urgente en ese arrabal azul que llegará
con las marcas de la desigualdad en la frente a un mundo que no lo espera con
cohetes y serpentinas.
“Las ocupaciones son la única posibilidad de acceder a la
tierra en esto que llaman la Suiza argentina pero que de Suiza, tiene muy poco”, contó Cristian Sartori,
desde la Asociación Civil Encuentro, a APe. “Cuando
yo ocupé un terreno, en 2007, el 60 por ciento estaba ocupado. A partir del
2010 hubo un nuevo golpe de ocupaciones y en los últimos meses volvieron a ser
más visibles. Cuando aparece algún dueño que reclama, la policía aprovecha y va
al choque. Pero entre medio se van dando movidas inmobiliarias que se dividen
formalmente entre las de la legalidad y las paralelas”.
La ciudad de
los dos rostros
Ciento catorce años atrás el Ejecutivo de la Nación daba por
fundada oficialmente la ciudad. Más de dos décadas antes, al mando del General
Conrado Villegas, las campañas de extermino de Julio Argentino Roca barrían del
mundo a los pueblos antiguos. Limpiaban a sangre y espanto las huellas de la
sabiduría mapuche para forjar un nuevo sujeto: blanco, ideal, europeo. Para
edificar la meca de las postales. La de la imagen de rostros pálidos anclados en
una escenografía suiza por imposición. Parían lo que tercamente se instauraría
como la ciudad de los dos rostros.
“En estos días, a veinte del inicio de la temporada, se palpa
claramente el contraste: una parte piensa únicamente en la temporada. La otra,
es la realidad tangible de los que trabajan por poca plata, en condiciones
insalubres, para todo el armado. Los turistas llegan a conocer la Suiza
argentina. A ver el ‘centro cívico’ y ‘los kilómetros’, que son las zonas
privilegiadas. Pero cada vez hay menos distancia entre el centro y El Alto,
allí donde el frío es intenso y hostil, donde viven las familias sin
calefacción, sin comida”, relató Cristian.
Sobre la ruta 258, camino
a El Bolsón, día tras día, se ve a las familias que revuelven entre la basura
que descarta la Bariloche pudiente para poder comer. “Antes era un predio abierto el del basural. Ahora está cercado pero
hay gente que está desesperada y pasa igual”.
Año tras año se instalan
más y más familias llegadas desde los pequeños pueblos de la ruta de la Línea
Sur, que une Bariloche y Las Grutas. Familias que buscan un sueño. Que –relató
Cristian Sartori- “vienen a Bariloche
para progresar. Y que después se encuentran con que no hay casa. No hay
trabajo. No hay techo. No hay sueño”.
Las cuatro chapas sobre la
calle Soldado Olavarría son la apuesta a la vida que suelen derribar sin
miramientos los policías de la provincia. A veces con orden judicial. Otras, a
puro prepo. Víctimas del desprecio y la expropiación identitaria.
El rostro de la miseria |
Llegan los turistas cada
temporada. Llegan los ocupas de tierras en El Alto todo el tiempo. Buscando un
techo propio en una tierra desde la que pelearle a la vida.
El techo, como se llamaba
aquel viejo film de Vittorio De Sica de los años cincuenta que pincelaba el
padecimiento de Luisa y Natale. El, peón de albañil napolitano que había
migrado como tantos de la Italia pobre del sur a las colinas de Roma. Ella,
doméstica que había heredado el trabajo de una parienta levemente menos pobre.
La meta era ocupar un terreno y alzar en una noche una casucha de dos por tres
que, a la mañana, indefectiblemente debía tener el techo colocado para que –por
ley de la Italia de la época- la policía no la volteara. Luisa y Natale,
después de innumerables intentos, con ella con una vida por nacer, lo lograron
con el trabajo colectivo y solidario de otros diez albañiles.
Desde El Alto asoman los
rostros oscuros, despojados. Los cuerpos gastados. Las vidas etéreas. Aquellas
que los brazos que demarcan los límites, deciden que quedarán al otro lado del
mundo, arrinconadas en la invisibilidad más oscura y lejana. Como el bebé que
nacerá un día de estos. En el barrio Malvinas. En las tierras tomadas. Sin las
luces multicolores ni orquestas con música de Vivaldi festejando la bienvenida.
Como los pibes que desde las alturas irrumpen cada tanto. A veces sobreviven.
Otras, como Diego Bonefoi o Sergio Cárdenas, que caen bajo las balas que pugnan
por frenar su llegada al centro cívico de la meca del ensueño nevado.
El rostro de la represión |
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