Estados Unidos, crecientemente inestable. La época dorada del sistema-mundo comenzó a deshacerse desde 1970
Immanuel Wallerstein
Traducción: Ramón Vera
Herrera
2016/06/11
Estamos acostumbrados a pensar la inestabilidad de los Estados
cual si ésta se localizara primordialmente en el sur global. Es en relación con
estas regiones que los expertos y los políticos en el norte global hablan de Estados fallidos donde ocurren guerras
civiles.
La vida es muy incierta para
los habitantes de estas regiones. Hay un desplazamiento masivo de sus
poblaciones y esfuerzos por huir de estas regiones hacia las zonas más seguras
del mundo. Estas partes más seguras se supone que tienen más empleos y altos
estándares de vida.
En particular, a Estados
Unidos se le considera el objetivo migratorio de un gran porcentaje de la
población mundial. Alguna vez esto fue cierto en gran medida. En el periodo que
a grandes rasgos transcurrió entre 1945 y 1970, Estados Unidos fue la potencia
hegemónica en el sistema-mundo y la vida para sus habitantes era, de hecho, mejor
en lo económico y social.
Y aunque no era que las
fronteras estuvieran exactamente abiertas para los migrantes, aquellos que
pudieron llegar, de una u otra manera, lograron estar contentos con lo que
consideraban una buena fortuna. Y otros, procedentes de los países de origen de
los migrantes exitosos, siguieron intentando seguir sus huellas. En este
periodo hubo muy poca emigración procedente de Estados Unidos –salvo, temporalmente,
por asumir algún empleo muy bien pagado, como mercenarios económicos, políticos
o militares.
La época dorada del sistema-mundo comenzó a deshacerse cerca de 1970 y
se ha seguido desmadejando desde entonces de modo creciente. ¿Cuáles son los
signos de todo esto? Hay muchos. Algunos de ellos al interior del mismo Estados
Unidos, y algunos otros en las cambiantes actitudes del resto del mundo hacia
este país.
En Estados Unidos estamos
atravesando una campaña presidencial que casi todos califican de inusual y
transformadora. Hay grandes números de votantes que se han estado movilizando
contra el establishment, muchos de ellos entrando por primera vez en el proceso
de votación. En el proceso republicano, Donald J. Trump ha construido su
búsqueda de la nominación montándose precisamente en la ola de un descontento
así. Alentando de hecho tal descontento. Y parece haberlo logrado, pese a todos
los esfuerzos de quienes se podría pensar que son los republicanos
tradicionales.
En el Partido Demócrata el
relato es similar, pero no idéntico. Un senador, previamente oscuro, Bernie
Sanders, ha sido capaz de montarse en el descontento verbalizado con una
retórica más de izquierda y, para junio de 2016, ha estado conduciendo una muy
impresionante campaña contra la candidatura de Hillary Clinton, postulación que
alguna vez se pensó que no era desafiable. Aunque parece que no obtendrá la
nominación, ha forzado a Clinton (y al Partido Demócrata) mucho más hacia la
izquierda de lo que parecía apenas hace unos cuantos meses. Y Sanders logró
esto sin nunca haberse presentado en una elección como demócrata.
Pero, uno puede pensar,
esto se va a calmar una vez que la elección presidencial se decida y
prevalezcan de nuevo los juicios políticos centristas normales. Hay mucha gente
que predice esto. Pero, ¿cuál entonces será la reacción de aquellos que
expresaron vocalmente su respaldo por sus candidatos precisamente por no
proponer políticas centristas normales? ¿Qué pasará si se desilusionan de sus
campeones actuales?
Necesitamos mirar en otro
de los cambios que ocurren en Estados Unidos. El New York Times publicó un
artículo de primera plana el 23 de mayo acerca de la violencia con armas, a la
que calificaba de interminable pero nunca escuchada. El texto no abordaba los
tiroteos masivos con armas que llamamos masacres, que están muy documentados y
que consideramos aterradores.
En cambio, el artículo
persigue los tiroteos que la policía tiende a llamar incidentes y que nunca
llegan a los periódicos. Describe uno de tales incidentes en detalle y le llama
“la instantánea de una fuente diferente
de violencia masiva –una que surge con regularidad anestésica y que resulta
casi invisible, excepto para los casi siempre negros, sean víctimas,
sobrevivientes o atacantes”. Y los números suben.
Conforme crecen estas
muertes por violencia, interminables y nunca escuchadas, ya no es tan
descabellada la posibilidad de que vayan más allá de los confines de los guetos
negros a las zonas no negras en las que habitan muchos de los desilusionados. Después
de todo, los desilusionados tienen razón en una cosa: la vida en Estados Unidos
ya no es lo que era. Trump ha utilizado como consigna el de nuevo hacer grande
a América. El de nuevo se refiere a la época dorada. Y Sanders también se
refiere a una época dorada previa, donde los trabajos no se exportaban al sur
global. Aun Clinton parece ahora mirar hacia atrás en busca de algo perdido.
Y no se trata de olvidar
una forma más fiera de la violencia –la propagada por un grupo de milicias
contrarias al Estado, todavía un grupo pequeño que se hace llamar Citizens for Constitutional Freedom
(CCF) o Ciudadanos por la Libertad
Constitucional. Éstos son quienes han estado desafiando al gobierno, porque
les veta tierra para su ganado y, de hecho, para que la usen. La gente de CCF
dice que el gobierno no tiene derechos en esto y está actuando
inconstitucionalmente.
El problema es que tanto
los gobiernos federal como local no están seguros de qué hacer. Negocian por
miedo a que afirmar su autoridad no sea muy popular. Pero cuando las
negociaciones fallan, el gobierno finalmente utiliza su fuerza. Esta versión
más extrema de la acción se va a esparcir pronto. No es cuestión de moverse a
la derecha, sino hacia una protesta más violenta, una guerra civil.
Todo este tiempo Estados
Unidos realmente ha ido perdiendo su autoridad en el resto del mundo. De hecho,
ya no es hegemónico. Quienes protestan y sus candidatos han estado notando esto
pero lo consideran reversible, pero no lo es. Estados Unidos es ahora un socio
global considerado débil e inseguro.
Esta no es meramente la
visión de los Estados que en el pasado se han opuesto con fuerza a las
políticas estadunidenses, como Rusia, China e Irán. Esto es también cierto para
los aliados presumiblemente cercanos, como Israel, Arabia Saudita, Gran Bretaña
y Canadá. A escala mundial, el sentimiento de confiabilidad de Estados Unidos
en el ámbito geopolítico se movió de casi 100 por ciento durante la época
dorada a algo mucho, mucho menor. Y empeora a diario.
Y como se ha vuelto menos
seguro vivir en Estados Unidos, hay también un incremento estable en la
emigración. No es que otras partes del mundo sean seguras, sólo más seguras. No
es que los estándares de vida en otras partes sean tan altos, pero ahora han
aumentado en muchas partes del norte global.
Por supuesto no todos
pueden emigrar. Hay una cuestión de costo y de accesibilidad a otros países.
Sin duda, el primer grupo que puede incrementar su emigración es el de los
sectores más privilegiados. Pero esto, conforme comienza a notarse, hace crecer
los enojos de las clases medias más desilusionadas. Y al crecer, sus reacciones
pueden asumir un giro violento. Y este giro violento se retroalimentará en sí mismo
incrementando los enojos.
¿Nada puede acaso aliviar las
actitudes acerca de la transformación de Estados Unidos? Si dejáramos de
intentar hacer grande a América de nuevo y comenzáramos por hacer del mundo un
mejor lugar para vivir, podríamos ser parte de un movimiento en favor de un
otro mundo. Cambiar el mundo entero de hecho transformaría a Estados Unidos,
pero sólo si dejamos de pensar en una época dorada que no fue tan dorada para
casi nadie más en el planeta.
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