Los
muertos de Nochixtlán: Él, de 19 años, era catequista; otro, de 29, tenía tres
niñas
https://www.youtube.com/watch?v=QCRHhynaL9U
Visita www.sinembargo.tv
Twitter: www.twitter.com/sinembargotv
Shaila Rosagel /
Sin embargo
LOS MUERTOS DE NOCHIXTLÁN:
SUEÑOS TRUNCADOS, ILUSIONES ROTAS
En Nochixtlán, Oaxaca el
domingo 19 de junio sí hubo muertos. Hubo cadáveres, hombres con nombre y
apellido. La mayoría no eran maestros, eran pobladores y las balas de la
policía los atravesaron. Unos murieron instantáneamente, otros alcanzaron a
llegar al centro de salud desangrados. SinEmbargo conversó con las familias de
dos de ellos. Un padre de familia que dejó una viuda y tres hijas, y un joven
que daba catecismo, quería ser chef y comprarle una casa a su mamá. En ambos
casos, las autoridades hasta las actas de defunción les regatearon: tardaron
seis días en entregarlas, hasta que las familias las exigieron incluso con
abogados.
Nochixtlán. – Era un catequista que quería ser chef. Tenía 19
años y el domingo 19 de junio abordó una ambulancia para ir a recoger heridos a
las afueras del pueblo, donde la Gendarmería y policías federales y estatales
disparaban armas de fuego en contra de los pobladores. Le metieron tres
balazos. Uno de ellos le entró por la pelvis y le salió por un costado, pero
antes le perforó la arteria iliaca izquierda. Sus últimas palabras se las dijo
a una enfermera segundos antes de entrar en shock: “No me deje morir, por favor”. Después de eso murió desangrado.
Fue Jesús Cadena Sánchez,
el único hijo varón de Patricia Sánchez Meza. No tenía absolutamente nada que
ver con el movimiento de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la
Educación (CNTE) ni con el bloqueo a la autopista México-Oaxaca. El día que
murió quiso ir a recoger heridos para llevárselos a la parroquia, en donde el
párroco y los pobladores de Nochixtlán improvisaron una sala de urgencias para
atender a los baleados y golpeados.
“No sé por qué mi hijo se fue para allá. No sé para qué. ¿Por
qué?”,
repite su madre con la voz quebrada y apenas perceptible. Han pasado tres
semanas de la muerte del muchacho y ella aún tiene el altar con veladoras,
santos, flores y fotos de su hijo en una cocina con piso de cemento. Le pone
dulces y la música que le gustaba. La última vez que lo vio fue ese domingo en
la mañana. Se acababa de levantar y Patricia se despidió para ir al mercado a
comprar algunos víveres. Era día de plaza y la mujer salió de la vivienda rumbo
al centro.
Antes, Patricia escuchó el
repicar de las campanas de la iglesia y varios cohetones. Su hijo aún dormía,
eran como las 8:00 de la mañana y ocupada en sus quehaceres, no le dio
importancia.
Cuando regresó de las
compras, buscó a Jesús, pues de acuerdo con el plan familiar, Patricia y sus
hijos visitarían el Panteón Municipal para llevarle flores a sus muertos porque
era día del padre. El muchacho no contestó.
“Los domingos nos levantábamos tarde y pasábamos el día
juntos. Cuando regresé ya no lo encontré. Para a esa hora ya había mucho relajo
en la calle, se escuchaban los truenos, las balas y los gritos. Me salí de la
casa y me fui a la parroquia, pensé que ahí estaría. Cuando llegué me dijeron
que mi hijo se había subido a una ambulancia para ir por heridos”, narra.
Patricia intentó
comunicarse con su hijo, pero no contestaba. Creyó que la llamada no entraba
porque no traía suficiente saldo. Caminó rumbo a su casa y puso una recarga. El
celular de Patricia sonó minutos más tarde. Era Jesús.
–Mamá, ven por mí. Me dieron un rozón –le dijo.
–¿Dónde estás mijo? –le contestó Patricia.
–Acá en el bloqueo. Los federales nos están aventando balazos.
Ven por mí mamá
– le pidió… y la llamada se cortó.
“Me dijo un rozón, pero mi hijo tenía tres balazos. Yo corrí
hacia las afueras del pueblo. Los balazos me pasaban zumbando por los lados.
Una de mis hijas me quiso detener, pero yo tenía que ir por mijo”, relata.
Estaba blanco y
pálido, estaba muerto
No alcanzó a llegar al bloqueo, porque en medio del alboroto
ya no pudo pasar. Patricia caminó hacia el centro de salud. Ahí el médico le
dio la noticia: su hijo había muerto.
“Me dijo: ‘lo siento
mucho señora, su hijo ya murió. En cuanto llegó al hospital entró en schock, se
desangró. No pudimos hacer nada’. Yo le contesté: ‘no es cierto, no es mi hijo’
y el doctor me dijo que pasara para que lo reconociera. Yo le decía: ‘no es mi
hijo’. Uno de los policías del pueblo estaba en la entrada de donde tenían a
los muertos, y me dijo: ‘tiene que ser fuerte’. Él ya sabía que era mi hijo y
pues sí, entré y era mi hijo”, dice Patricia. Hay un silencio. La mirada se le
humedece.
La mujer solloza. Hasta
ese momento se contuvo. Solloza, no llora. Traga saliva, aprieta los puños.
Suspira.
“Era mijo. Era mijo.
Estaba blanco blanco, pálido. Estaba ahí. Estaba muerto”, dice.
Ese día le entregaron el
cadáver de Jesús, pero no el certificado de defunción. Patricia tuvo que
pedirle a un amigo abogado que le ayudara a exigir el acta. Se la dieron el 25
de junio, seis días después de la muerte.
El documento certifica que
Jesús murió el 19 de junio: “Causa de
muerte: choque hipovolémico severo producido por hemorragia interna intensa,
producida por perforación de arteria iliaca izquierda, producido por proyectil
disparado por arma de fuego”.
“Tipo de defunción: violenta”, certificó el médico
Julio Velasco Nuños.
A los muertos de
Nochixtlán les pusieron una bandera de México sobre el ataúd. A varios de ellos
los enterraron así. Pero la de Jesús se quedó en su casa. Su madre la tiene en
la habitación que es cocina, comedor y ahora un altar en su memoria.
“DEP Jesús Cadena Sánchez ¡¡un héroe!! La existencia de Jesús
no terminó ni hoy ni aquí, Jesús seguirá vivo y en cada corazón y en cada idea
de justicia, paz, amor y libertad, por su pueblo, para su país y para el mundo”, dice una leyenda
escrita con pluma sobre la tela tricolor.
Patricia tenía cinco
hijos: cuatro mujeres y un varón. El padre murió cuando eran pequeños y la
madre se mudó con sus padres a Nochixtlán.
Viuda, se hizo cargo de
sus hijos lavando y planchando ajeno. A Jesús le gustó la escuela, pero cuando
terminó la preparatoria no hubo dinero para continuar la universidad.
“Hace año y medio murió mi papá y todos se graduaron de la
secundaria, de la preparatoria y tuve muchos gastos. Entonces le dije a m’ijo
que descansara un año para juntar dinero para la universidad. Él se puso a
trabajar para ayudarme, quería ser Ingeniero Civil o chef. Me decía que cuando
trabajara me iba a comprar una casa, porque no tenemos casa, esta es de mi
padres”,
dice Patricia.
Jesús era tranquilo. No
fumaba ni bebía y desde hace tres años daba catecismo en la parroquia. Patricia
saca de una bolsa de plástico varias fotografías. Ahí el muchacho sonríe con
sus amigas y amigos. En otra imagen carga en brazos a su sobrina recién nacida.
Sobre la mesa Patricia
coloca tres fotografías. En dos se puede ver una valla humana de policías y en
otra un helicóptero sobrevolando y humo. Las tomó Jesús con su celular minutos
antes de morir. Fue lo último que vio.
“Le tomó fotos a sus asesinos con su celular. Salen movidas,
porque las tomó desde la ambulancia”, dice Patricia.
Una de las fotografías
está borrosa. Jesús bajó del vehículo después de tomarlas y ahí recibió los
tres impactos de bala. Fue acribillado.
Días después del sepelio,
Patricia revisó el celular de Jesús, un viejo Nokia, aún de teclas. Imprimió
las imágenes que encontró y las resguarda como la prueba de lo último que
vieron los ojos de su hijo, antes de ser baleado.
Patricia ofrece dulces.
Sobre el altar de Jesús, hay un puño en el interior de un pequeño recipiente de
cristal. La mujer recuerda que a su hijo le gustaban mucho.
También le gustaba llegar,
abrazarla y darle un beso. Antes de salir a algún lugar, recibir la bendición
de su madre. Los sábados dormirse tarde viendo películas y comiendo palomitas
con ella.
Ahora su madre de luto y
en pleno duelo, no se conforma. Parece esperar su llegada.
“Ese día no le di la bendición, porque se supone que me
esperaría aquí en la casa. No sé por qué se fue mi hijo. Me dicen en la
parroquia sus amigos que le dijeron: ‘Jesús no vayas. Está muy feo, no vayas’.
Y él les contestó: ‘voy a ir por heridos’, cuando se dieron cuenta, él ya no
estaba, se había subido a la ambulancia”.
Yalid Jiménez Santiago
murió de tres balazos, uno le atravesó el corazón.
Yalid Jiménez Santiago cayó muerto enseguida de
Jesús Cadena. Tenía 29 años. Le metieron tres balazos y uno de ellos le
atravesó el corazón. Murió instantáneamente a las afueras Nochixtlán, en donde
los pobladores intentaban impedir el paso de los policías con palos y piedras.
Jiménez trabajaba en el
sector salud. Era trabajador social y laboraba en Santa María Apazco, una
comunidad del municipio de Nochixtlán. El día que murió se despidió muy
temprano de su mujer y sus tres hijas, Ángeles, Dayana y Yamilet, pues había
quedado con sus padres de visitarlos.
“Yo estaba esperando a mi hijo. Cuando sonaron las campanas de
la iglesia, salí y vi un corredero de gente, humo y se escuchaban los balazos.
Me hablaron y me dijeron que estaban atacando la barricada de los maestros.
Entonces le dije a mi mujer: ‘yo tengo que ir a ayudar, yo no sé’… y me fui”, recuerda Juan Antonio
Jiménez, padre de Yalid.
Cuando Juan se fue al
bloqueo, llegó Yalid a la casa paterna. Preguntó por Juan y al enterarse que su
padre estaba en la entrada del pueblo, tomó agua, vinagre y unas botellas de
Coca-Cola y corrió a buscarlo.
Pero en la trifulca no lo
encontró.
“Los federales estaban disparando y se me acerca un maestro y
me dice: ‘Juan, tu hijo está herido del otro lado’. Yo corrí a donde me dijeron
que estaba, pero cuando llegué ya se lo habían llevado”, recuerda.
Juan Antonio buscó a su
hijo en el centro de salud, en la parroquia y no lo encontró. Yalid ya estaba
en la funeraria.
“Me hablaron y me dijeron que ya estaba en la funeraria.
Cuando llegué mi hijo estaba caliente todavía. Se murió luego y se lo llevaron
directo a la funeraria. Todavía lo abracé, ya no había nada qué hacer. Un
balazo le destrozó el brazo, otros dos le dieron en la espalda. Fue un
francotirador. Una bala le atravesó el cuerpo y le perforó el corazón, fue la
que mató a mi hijo”,
dice.
Juan Antonio está entero.
No puede quebrarse, sus tres nietas están ahí, abrazadas a él, mientras
transcurre la entrevista. Las niñas tienes seis, siete y nueve años. Delgaditas,
pelo lacio, ojos negros centelleantes. Miran y se sientan a un lado del abuelo.
“Yo me voy hacer cargo de ellas. Si ellas quieren, les voy a
dar estudio. Sus tíos ya me dijeron que a sus sobrinas no les hará falta nada”, dice.
–Pero será pesado para usted solo.
–Yo puedo. Voy a poder sacarlas adelante.
–¿Dónde vivirán?
–Aquí en la casa. Su mamá ya sabe que puede vivir aquí, no
necesita trabajar. No quiero que mis nietas anden por ahí o que vayan a sufrir.
El padre de Yalid como
Patricia, tiene un altar dedicado al hijo muerto. Hay fotos del muchacho
recibiendo su título de “Técnico en
Trabajo Social”, tocando una guitarra y riendo abrazado de sus parientes.
–Trae la foto grande de tu
papá –le dice a la nieta mayor.
–Aquí está mi papá –obedece una niña de gruesa trenza negra.
–Así estaba mi hijo cuando murió –dice Juan mientras
muestra la fotografía de un Yalid de 29 años: un hombre joven, delgado, que
esboza una sonrisa.
Su hijo, dice, era
tranquilo. Se dedicaba a cuidar de su familia y no tenía vicios.
“Su único vicio era la música. Tenía un grupo musical y salían
a tocar. Tenía una vida artística también. Le gustaba mucho y ahí la llevaba,
le iba bien”,
relata Juan Antonio.
Yalid prometió regresar a
Santa María Apazco el martes 21 de junio, para concluir con unos trámites.
Había tenido una semana pesada. “Sí
regresó, pero para que lo enterraran. Allá quedó, lejos de la gente, en lo
solo, como a él le gustaba”, dice el padre.
El padre de Yalid asegura
que ninguna autoridad federal o estatal se ha acercado a la familia. Ni para
bien ni para mal. Al igual que la madre de Jesús Cadena, Juan Antonio tuvo que
presionar a las autoridades para que le dieran el certificado de defunción.
“No me lo querían dar. Lo que sí no me dieron fue el peritaje,
los resultados de la autopsia”, reclama.
El hombre no cuenta con un
dictamen que indique con precisión el diámetro de las balas ni el calibre del
arma de fuego asesina.
Lo mismo sucede en el caso
de Jesús Cadena. Su madre afirma que solo tiene el certificado de defunción, en
donde se indica la causa de la muerte, pero no el resultado de la autopsia.
Ambos jóvenes murieron con
balas incrustadas en el cuerpo.
“No hay peritajes, no dan la información completa. ¿En qué país vivimos?
¿Por qué nos tratan así? Dicen que somos unos indios, pero yo quiero que
alguien me diga: ‘yo maté a tu hijo por esto’ o ‘yo fui quien mandó matar a tu
hijo’. Exijo justicia. No sólo quiero saber quién lo mató, sino quién dio la
orden. Todo eso lo tengo que tener muy claro, tienen que decírmelo muy clarito.
Es la mejor justicia que se le puede dar a mi hijo”, dice Patricia.
Como Patricia y Juan
Antonio, hay otras familias que exigen justicia. Las de los otros muertos que,
oficialmente, son ocho [Jesús Cadena, Óscar Luna Aguilar, Yalid Jiménez, Omar
González Santiago, Anselmo Cruz Aquino, Óscar Nicolás Santiago, Silvano Sosa
Chávez, Jovan Azael Galán Mendoza y por confirmar Elidio Ramos Zárate y Raúl
Cano] y que, de acuerdo con la CNTE, son 11. Pero también están los heridos.
De acuerdo con las
organizaciones civiles que han trabajado en Nochixtlán, como CódigoDH y Fundar,
Centro de Análisis e Investigación, hay 120 heridos confirmados y una cifra
negra elevada por todos aquellos que por miedo, no se han atendido.
“Hay heridos graves, que requieren de cirugía. Muchos se
salieron fuera del estado a buscar ayuda. Hay unos que tienen la bala. Hay de
todo, mujeres, niños incluso, pero no han acudido al hospital. Hay un chavo de
15 años herido que fue ayudar a la parroquia”, dice Juan Antonio.
SinEmbargo solicitó una entrevista con el párroco de Nochixtlán para
conocer detalles de los heridos y los muertos, pero la respuesta, a través de
su secretaria, fue que no daría entrevistas a ningún medio de comunicación.
Sobre Yalid, el “Informe Preliminar Sobre Violaciones de
Derechos Humanos 19 de Junio en Oaxaca” de Fundar y otras organizaciones
recogieron el siguiente testimonio: “Él
cayó al frente. Según versiones es de los que estaban al frente, es que cuando
empezó el rafagueo de armas todos se tiraron al piso y él quiso, hasta donde
sé, esconderse, irse hacia los árboles que están a la orilla de la carretera”.
En la casa paterna, las
hijas de Yalid no comprenden lo que sucedió. La niña más grande, de nueve años
de edad, se abrazó del féretro de su padre y le reclamó el no pensar en ellas,
cuenta el abuelo.
A tres semanas de la
muerte de su padre, ellas juegan, brincan alrededor de Juan Antonio, le toman
de la mano y le piden que las lleve a pasear al centro. La viuda no sale de una
de las habitaciones.
“Para ella ha sido muy difícil. No lo asimila todavía. Ese día
se despidió de su esposo y ya no regresó”, dice Juan Antonio.
Lo mismo sucede con
Patricia, la madre de Jesús Cadena, una madre huérfana de aquel beso del hijo
que llegaba risueño de la calle y que comía palomitas con ella los sábados,
mientras se amanecían viendo películas.
Testimonio del padre
de Oscar Luna Aguilar, de 23 años, asesinado el 19 de junio en Nochixtlán
Publicado el 05 de julio
de 2016
Agencia SubVersiones
Testimonio del padre de Oscar Luna Aguilar,
asesinado en el intento de desalojo de la policía federal al movimiento
magisterial y popular el 19 de Junio en Nochixtlán, Oaxaca.
Comentarios